29. Tebas-oeste: el Valle de los nobles[40]

El universo de las tumbas tebanas llamadas «privadas», por oposición a las tumbas «reales», es inagotable. Como las mastabas del Imperio Antiguo, todas son diferentes entre sí. Cada una de ellas es una obra original, desde la más pequeña donde sólo pueden entrar dos o tres visitantes, hasta la más extensa cuyas dimensiones hacen pensar en un templo.

Las escenas de las tumbas decoradas revelan los ritos, la vida cotidiana, los días y las fiestas de la brillante sociedad tebana. Seres serenos, eternamente hermosos, viven para siempre en las paredes de sus moradas de eternidad. Los textos recomiendan «seguir el corazón durante el tiempo de su vida», hasta el día en que se aborden las riberas del más allá.

Los episodios del ritual de transformación en luz se evocan en distintas tumbas, como páginas dispersas de un libro que debemos reconstruir. La momia, el cuerpo osiríaco, tenía que atravesar el Nilo para pasar desde la orilla este a la orilla oeste, donde primero era juzgada por los vivos antes de serlo por las divinidades. El difunto afirma entonces no haber cometido crimen, ni robo, ni injusticia, ni acto de codicia. Solicita al «corazón de su madre», es decir al escarabeo de las metamorfosis, que no testifique contra él ante el señor de la balanza, Osiris. Si la vida del difunto se considera acorde con la regla de Maat, es reconocido «justo de voz» y escapa al más terrible de los castigos, «la segunda muerte».

En el cuerpo osiríaco, se practica la abertura de la boca y de los ojos. Así pues, es un ser vivo el que zarpa hacia el gran viaje. Su ba, su alma-pájaro, emprende el vuelo hacia el sol para alimentarse con su luz.

Un patio donde podían crecer algunos árboles; luego, una entrada bordeada de estelas, una larga sala (con pilares, a veces) y una capilla que termina en una hornacina que alberga la estatua del difunto y de su esposa: ése es el plano típico de una tumba tebana, que sin embargo conoce numerosas variantes.

El descubrimiento de las «tumbas de nobles» plantea serios problemas, pues un número muy pequeño, por desgracia, está abierto a los visitantes.[41]. Esperemos, sin demasiada convicción, que en un futuro el máximo de tumbas decoradas de la necrópolis tebana, que son otras tantas obras maestras, sean definitivamente accesibles.

La más grande de las necrópolis «privadas» es la de Cheikh Abd el-Gurna, situada en una colina, detrás del Ramesseum. Se divide en tres sectores: el «pequeño recinto», el «gran recinto» y la «aldea».

En el pequeño recinto hay una tumba de dimensiones modestas aunque muy célebres (n.º 52), dado su estado de conservación y la frescura de sus pinturas, la de Nakht era escriba y astrónomo de Amón. Se le ve verificando la buena marcha de sus explotaciones agrícolas, comprobando que arados, siembras, cosechas, recolecciones y recogida del lino se realicen correctamente. En la mayoría de sus actividades, Nakht está acompañado por su esposa. Nakht caza y pesca en una zona acuática donde las matas de papiro albergan un número abundante de presas. El y sus íntimos participan en un alegre banquete varias de cuyas figuras son justamente célebres, como el arpista ciego cantando la felicidad del instante plenamente vivido, las tres jóvenes intérpretes desnudas o el gato que, bien oculto bajo la silla de su dueño, mordisquea un pescado. Estas escenas chispeantes de vida quedan sacralizadas por la presencia de la diosa del sicomoro, y muchas deben descifrarse en función del mito osiríaco.

Min (n.º 109) ocupaba un alto rango dentro de la administración, como prefecto de This, y desempeñaba una elevada función religiosa, como vigilante de los sacerdotes del dios Onuris. Min era admitido en el palacio real y fue preceptor del faraón Amenhotep II, al que sostiene sobre sus rodillas. El rey aprende a tirar con arco, disciplina en la que se mostró sin par.

En la tumba de Tchay (n.º 23) asistimos a la distribución de collares de oro y penetramos en el despacho del Ministerio de Asuntos Exteriores, colocado bajo la dirección del dueño del lugar. La tumba de Djeserkareseneb, «Sagrada es la potencia de la luz en su integridad» (n.º 38), el contable de los graneros de Amón ofrece una encantadora escena de banquete, que cuenta con la presencia de músicos y cantores, así como una representación de Re-nenutet, la diosa-serpiente protectora de las cosechas. La tumba de Uah (n.º 22) es un himno de colores que evoca las hermosas fiestas que organizó. En cuanto a Amenmosis (n.º 42), un militar de alto rango, nos recuerda que la paz que reinaba en Tebas se debía a los ejércitos de Faraón que supieron repeler a los enemigos del país. Con predominio del rojo, el color de la potencia, asistimos a la toma de una fortaleza siria y a la entrega a Faraón de los tributos del país conquistado.

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En el gran recinto descubriremos dos maravillas: la tumba de Menna (n.º 69) y la de Rekhmiré (n.º 100). Menna ocupaba la función de escriba de los campos; controlaba los límites de las parcelas de terreno y verificaba los mojones, que solían desplazarse durante la inundación. Su tumba se compone de una sala y una capilla. En el ala izquierda de la primera, los subordinados de Menna contabilizan los granos y hacen cálculos de agrimensor. Identificados, los que cometen fraude son apaleados. Todo el producto es pesado, verificado y registrado. Algunos, sin embargo, se dan la buena vida, como un campesino que hace la siesta bajo un árbol. Conmovedora es la figura de una madre que lleva a su hijo en bandolera y procura resguardarlo del sol mientras efectúa la recogida del lino. Durante un banquete, Menna recibe las ofrendas y observa a sus hijas, suntuosamente vestidas, que se acercan a él tocando el sistro. El ala derecha de esta primera sala está consagrada a la continuación del banquete, a la familia de Menna reunida con guirnaldas de flores al cuello y a las grandes divinidades como Osiris, Ra y Hator.

Las escenas de caza y de pesca que llenan las paredes de las capillas deben interpretarse según una perspectiva simbólica. Menna y los miembros de su familia pacifican salvajes paisajes, pescan el alma, cazan el espíritu. Menna emprende el viaje en barco que le lleva hasta Abydos, donde participará en los misterios de Osiris.

Rekhmiré (n.º 100), «El que conoce como la luz», fue un notable personaje, visir del Alto Egipto y gobernador de Tebas bajo Amenhotep III. Su amplia tumba ofrece un gran número de escenas de excepcional calidad. En el vestíbulo, además de las actividades agrícolas, de la caza y la pesca, se evoca la audiencia que el visir concede a sus subordinados. Un texto admirable precisa las pesadas funciones del visir que es, ante todo, el sacerdote de Maat, el encargado de imponer el respeto a la justicia.

La capilla está consagrada a dos temas esenciales: las actividades que controla Rekhmiré para garantizar el buen funcionamiento del templo de Amón y la vida feliz de un «justificado» que ha vivido el ritual de transformación en luz. En esta tumba se representan numerosos artesanos trabajando: escultores, albañiles, carpinteros, orfebres, curtidores, ladrilleros… Por haber ejercido plenamente sus responsabilidades, Rekhmiré es autorizado a dirigirse a la residencia real. Recibe allí collares de oro y celebra un eterno banquete acompañado de sus íntimos.

Horemheb (n.º 78) era escriba de los reclutas. En su tumba se asiste al enrolamiento de infantes y jinetes. En la morada de Kenamón (n.º 93), intendente en jefe de Amenhotep, un talentoso pintor animalista ejerció su arte. Se celebra la fiesta del Año Nuevo durante la cual se ofrecían regalos al faraón, que comprenden desde collares hasta carrozas de desfile.

Alcalde de Tebas durante el reinado de Amenhotep III, Sennefer (n.º 96) ocupa una vasta morada de eternidad, bautizada como «tumba de las viñas» a causa de un techo que imita un emparrado. La viña evoca el tema de la embriaguez mística, vinculada a Osiris. Se advierte que el difunto y su esposa ven el sol cada día.

La tumba de Antefoker (n.º 60), visir y gobernador de Tebas, única tumba de la XII dinastía, contiene numerosas escenas rituales, como la peregrinación a Abydos, danzas muy arcaicas y una rara representación del iniciado colocado en una «piel de resurrección».

En la zona llamada «de la aldea» vemos dos admirables tumbas esculpidas: la de Khaemhat llamado Mahu (n.º 57) y la de Ramosis (n.º 55). Khaemhat era inspector de los graneros del Alto y el Bajo Egipto, durante el reinado de Amenhotep III. De él dependían las reservas alimenticias, vitales en caso de mala crecida. Khaemhat verificaba también la entrada de cereales y supervisaba el nivel de producción en todo el país. Ministro apreciado por la corte, presenta sus cuentas al faraón mientras algunos boyeros traen el ganado.

Amenhotep III entrega collares de oro a Khaemhat en recompensa por sus buenos y leales servicios. Esta tumba contiene también escenas raras y esenciales como los ritos de adoración al sol, componente de rituales osiríacos, la descripción de los campos paradisíacos, el viaje a Abydos, el sacrificio purificador llevado a cabo por el propio resucitado, con el agua y el fuego. Un detalle sorprendente es ese ramo de flores que descansa en un asiento símbolo de la vida en su tienda más sutil y sustituyendo al señor de la tumba.

Ramosis fue visir y gobernador de Tebas durante una época difícil, cuando Amenhotep IV decidió convertirse en Akenatón. Una parte de la tumba (n.º 55) es de estilo «clásico», la otra de estilo «amarniano», el cual se caracteriza por el alargamiento de los cráneos, cierta deformación de los cuerpos y unos movimientos ágiles y sinuosos. La sepultura de Ramosis se concibió como un pequeño templo, con dos salas de columnas, una capilla y un sepulcro al que se accede por un corredor que sale de la primera sala.

Además de las representaciones que muestran al propio rey, unas veces como Amenhotep IV y otras como Akenatón, en compañía de Nefertiti, iluminados por los rayos de Atón, podremos ver una célebre procesión funeraria con sacerdotisas especializadas, las plañideras.

Amenhotep III está presente en la tumba de Userhat (n.º 56), donde se advierte el empleo de un raro tono rosado. Las escenas de ofrenda, los episodios de la vida campesina y de caza en el desierto poseen una hermosa factura. Por desgracia, algunos ascetas cristianos destruyeron los personajes de mujeres presentes en un banquete. Por lo que se refiere a la tumba de Nedjemger (n.º 138), se caracteriza por la representación de un suntuoso jardín trazado detrás del Ramesseum. Se ve en él el sistema de irrigación que forjó la riqueza de los cultivos egipcios. El inspector de los jardines del templo funerario de Ramsés II es recompensado por una diosa-árbol que le ofrece alimentos eternos.

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El Assassif se halla entre las colinas de Cheikh Abd el-Gurna y Dra Abu’l-Neggah. Los dignatarios de la XXV y la XXVI dinastías eligieron dicho paraje para sus tumbas, a menudo inmensas, dotadas de grandes patios y salas con pilares.

Los arquitectos construyeron verdaderos palacios subterráneos, como el de Montuemhat, profeta de Amón y «príncipe de la Ciudad [Tebas]» (n.º 34). Su tumba comprende dos grandes patios y un considerable número de capillas. Por lo que se refiere a la de Pedamenopet, especialista de los rituales, es la más vasta de toda la necrópolis tebana (n.º 33).

La tumba de Pabasa (n.º 279) es conocida por su escena de apicultura. Las abejas nacían de la luz solar y uno de los nombres de Faraón era precisamente «El de la abeja».

La vasta tumba de Kheruef (n.º 192), que data de fines del reinado de Amenhotep III, ofrece una soberbia tríada formada por el faraón, la reina Tiyi y la diosa Hator asistiendo a rituales donde la danza ocupa un lugar importante. Se ve un rito fundamental: el levantamiento del pilar djed, es decir, «estabilidad», por el propio faraón. Este pilar, con los ojos abiertos, es el símbolo de Osirís resucitado.

Al sur del Assassif, la pequeña colina del Khokhah.

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Diversas escenas referentes a los oficios y a la vida artesanal adornan los muros de la tumba de Nebamón y de Ipuky (n.º 181), dos maestros escultores que prolongaron su fraternidad en el más allá. Tales escenas revelan aspectos de la técnica de los escultores, pintores, ebanistas y alfareros. El segundo profeta de Amón, Puyemré (n.º 39) completa estos cuadros describiendo la fabricación de carros, el trabajo del metal y de las piedras duras. En la tumba de Neferrenpet (n.º 178), además de las actividades de los joyeros y de los orfebres, se encuentra una escena conmovedora: dos pájaros con cabeza humana beben un poco de agua en el estanque de un jardín paradisíaco. Se trata del difunto y de su esposa, cuyas almas pueden emprender libremente el vuelo hacia el Sol.

Los parajes de Gurnet Murrai y de Dra Abu’l-Neggah no carecen de tumbas notables, como la del «padre divino» Amenemonet, donde se representan raras escenas rituales, el descendimiento de la momia al recinto funerario o la procesión de los sacerdotes que portan las estatuas del faraón Amenhotep III y de la Gran Esposa real Tiyi En la tumba del médico Nebamón (n.º 17), afamado terapeuta, asistimos a la llegada de extranjeros que acuden a consultarle. La de Panehsy (n.º 16) nos permite contemplar el vaso sagrado de Amón, antepasado del Graal. Y en la admirable y pequeña tumba del escriba real Roy, cuyos colores se conservan, se representa el rito de pesar el alma cuyo feliz final permite al dignatario y a su esposa penetrar en el dominio de los dioses y vivir allí, juntos, para toda la eternidad.