27. Tebas-oeste: el Valle de los Reyes

Salgamos de la zona cultivada y de los «templos de los millones de años» donde actuaban sin cesar ritualistas, artesanos y empleados, para entrar en el desierto y el silencio. Ciertamente vamos a visitar tumbas pero, al igual que las pirámides y las mastabas del Imperio Antiguo, no son lugares de muerte. Tebas-oeste es el dominio de la vida resucitada.

A tal señor, tal honor, comencemos por el justamente célebre Valle de los Reyes, al que se accede por una carretera que sigue el trazado del camino que tomaban las procesiones para conducir la momia real hasta su morada de eternidad.

El término «valle» podría engañar. Quien espere hallar una extensión verdeante quedará muy sorprendido pues lo que el viajero descubre es un universo de piedras abrasadas por el sol, un santuario mineral de tintes ocres y pardos, encerrado entre acantilados. Soledad y aridez reinan en este austero paisaje, sobrevolado por milanos que dibujan grandes círculos por encima de la diosa protectora del lugar, la Cima de Occidente. Dominando el Valle de los Reyes, esta pirámide, tal vez en parte tallada por manos de hombres, atrae la mirada. La elección del paraje se llevó a cabo en función de ésta, como si las tumbas reales fueran otras tantas capillas subordinadas a esta pirámide. Albergaba una diosa-serpiente, Meresger, «La que ama el silencio»

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El Valle de los Reyes es la última morada de los faraones del Imperio Nuevo. Fue Amenhotep I (1551-1524) quien eligió el emplazamiento. Aunque haya sido venerado como su santo patrón, no fue inhumado allí. El primer habitante del paraje fue Tutmosis I (1524-1518) cuyo nombre significa «El que ha nacido de Thot». El constructor de su tumba, el arquitecto Ineni, era un hombre dotado de una gran rectitud que sabía guardar los secretos.

Aunque el Vallé de los Reyes merece su nombre, puesto que esencialmente alberga a faraones, subrayemos sin embargo dos particularidades. En primer lugar, el paraje está dividido en dos partes de desigual importancia. En la rama del oeste, a la que se llega por una sinuosa carretera, se encuentran sólo cuatro tumbas, entre ellas la de Amenhotep III y la de Ay, el sucesor de Tutankamón.[34] La rama del este es el Valle de los Reyes propiamente dicho. A continuación debe advertirse que algunos personajes no reales, unos quince, obtuvieron el gran privilegio de ser inhumados junto a los monarcas a los que sirvieron fielmente. Y no olvidemos las sepulturas de animales ritualmente momificados.

Las tumbas eran excavadas y decoradas por reducidos equipos de artesanos iniciados, que vivían en una aldea protegida y custodiada (Dayr al-Madina), como el propio Valle.

La última tumba del paraje es la del último de los Ramsés, Ramsés XI (1098-1069). Egipto atraviesa entonces una grave crisis política, económica y social. El Valle se convierte en uno de los objetivos de las pandillas de desvalijadores. A comienzos del I milenio a. J. C., varias sepulturas del Valle de los Reyes ya sólo contenían tesoros espirituales. En la época ptolemaica, algunos turistas extranjeros, sobre todo griegos y romanos, las visitaban. Algunos ascetas cristianos las eligieron como celdas de meditación, no sin cometer ciertos atropellos. Luego la capa del olvido cayó sobre el Valle hasta el siglo XVIII.

Llegó el tiempo de las excavaciones, cuando la gente se empeñó en descubrir el emplazamiento de las tumbas de faraones del Imperio Nuevo, saliendo trasquilados.[35] En 1922 se produjo un milagro: después de un trabajo titánico y al borde de la desesperación, Howard Cárter vio cumplido su sueño: encontrar la tumba de Tutankamón. Cuidadosamente oculta, contenía todavía todas sus riquezas.

A esta tumba, la última descubierta, se le asignó el n.º 62. Un inglés, John Garner Wilkinson, fue el promotor de dicha numeración. En 1827, provisto de un bote de aceite pardo y un pincel, puso un número a la entrada de las veintiuna tumbas conocidas hasta entonces.

¿Está el Valle de los Reyes excavado ya por completo? Ciertamente no, como demuestra la reciente exploración de la gran tumba n.º 5, la de los «hijos reales» de Ramsés, cuya entrada era conocida, sin embargo, desde mucho tiempo atrás.

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El nombre egipcio del Valle era sekhetaat, «la gran pradera», en referencia a un paraíso celestial que la mirada del resucitado puede contemplar al final de un recorrido de orden iniciático que revela el mismo plano de una tumba: un umbral que sólo puede ser cruzado si se respeta la ley de Maat, un corredor que desciende hasta el corazón de la Tierra, el paso sobre un pozo que contiene la energía de Nun, las salas con pilares donde están inscritas las fórmulas del conocimiento que permitirán al rey encontrarse con los dioses y superar los obstáculos, y la sala del sarcófago (el «señor de la vida»), la Morada del oro donde se realiza la transmutación en luz.

En una carta del 26 de mayo de 1829, Jean-François Champollion supo intuir el tema central desarrollado en las tumbas del Valle: «Durante su vida, semejante al sol en su carrera de Oriente a Occidente, el rey debía ser el vivificador, el iluminador de Egipto y la fuente de todos los bienes físicos y morales necesarios para sus habitantes. Muerto el faraón, se le comparó entonces, naturalmente, con el sol poniente y descendiendo hacia el tenebroso hemisferio inferior, que debe recorrer para renacer de nuevo por el Oriente y devolver la luz y la vida al mundo superior (el que nosotros habitamos), del mismo modo que el rey difunto tenía que renacer, bien para continuar sus transmigraciones o bien para habitar el mundo celestial y ser absorbido en el seno de Amón, el Padre universal».

Los muros de las tumbas contienen inscripciones de diversos «libros funerarios reales»: Libro de lo que hay en la cámara oculta, Libro de las Puertas, Libro de las Cavernas, Libro del día y de la noche, Libro de la Tierra, Letanías del Sol. El título desarrollado del Am-Duat es por sí solo un venero de enseñanzas:

Escritos de la cámara secreta, sede de las almas, de los dioses, de las sombras, de los espíritus y de sus acciones… Para conocer las almas de la Duat, para conocer sus actos, para conocer los actos de glorificación de la luz divina, para conocer las potencias misteriosas, para conocer el contenido de las horas y su dios. Para saber lo que les dijo, para conocer las puertas, las vías que recorre el gran dios, para conocer el curso de las horas y su dios.

El viaje de la barca solar comprende doce etapas, las doce horas y regiones de la noche. Según la expresión de Champollion, navega «por el río celestial, sobre el fluido primordial». En proa se encuentra Sia, la intuición que la guía en las profundidades de la energía original y el cuerpo de la diosa Cielo. Tiene que reducir a la impotencia a la serpiente Apofis, que sin cesar intenta desecar el río vital.

El envite de este viaje es fundamental: vencer a la muerte, hacer que renazca alquímicamente un nuevo sol en forma de escarabeo, el símbolo de nacimiento y de mutaciones logradas.

Las fórmulas de resurrección convierten el sarcófago en el equivalente de la colina primordial, la isla de la primera mañana del mundo donde Faraón se identifica con el sol, con el Osiris reconstituido.

Textos y representaciones proporcionan al rey un plano del más allá, le indican qué caminos debe seguir y el modo de evitar los peligros. Este mundo subterráneo está poblado por seres extraños, guardianes, símbolos. Estas escenas nos revelan el viaje hasta el fin de la noche que supone el triunfo del nuevo sol.

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¿Qué tumbas vale la pena visitar? Todas, si es posible. Cada una de ellas es original, cada una contiene varias páginas del gran libro del Valle. Pero todo depende del tiempo de que se disponga, del número de tumbas abiertas a los visitantes, un número, por cierto, que varía en función de las excavaciones, las restauraciones y las decisiones administrativas.

Las tumbas de Amenhotep II (n.º 35) y de Tutmosis III (n.º 34) nos ofrecen dos versiones de un texto esencial, el Libro de la cámara oculta (el am-duat). Llegar a la tumba de Tutmosis III exige buena forma física, pero los esfuerzos realizados se ven ampliamente recompensados. Una primera sala revela las 775 fuerzas creadoras que engendra el sol y que permanecen en «las cavernas secretas de la totalidad reunida». En forma de cartucho real, la cámara del sarcófago recuerda a la de las pirámides con textos. Aquí nos encontramos en el interior de un libro escrito en las paredes.

La tumba de Amenhotep II (n.º 35), sucesor de Tutmosis III, empieza en un largo pasadizo que pasa por encima de un pozo. Después de atravesar diversas salas de muros desnudos, se descubre una gran sala con diez pilares cuyos muros son las páginas del Libro del Am-Duat. En el techo, estrellas de cinco puntas del color del oro. Más abajo, la cámara del sarcófago, donde descansaba todavía el faraón cuando se descubrió la tumba. Llevaba un collar de flores y tenía sobre el corazón un ramillete de mimosas.

Otras tumbas de la XVIII dinastía, las de Tutankamón (n.º 62) y Horemheb (n.º 57). La pequeña sepultura del «faraón de la máscara de oro» es una especie de relicario. Su extraordinario tesoro está expuesto en el Museo de El Cairo. En las paredes de la cámara del sarcófago, algunas escenas muestran a los cinocéfalos adoradores del sol, los «nueve amigos» del rey jalan el ataúd y se ve a Ay, el sucesor de Tutankamón, abriendo la boca de la momia con la azuela de hierro celestial. Tras haber sido reconocido por su madre, la diosa Cielo, Tutankamón y su ka podrán presentarse confiadamente ante Osiris, y se contemplará, con tanta emoción como admiración, el último de los tres sarcófagos del joven rey, que sigue allí todavía. La tumba de Horemheb, recientemente restaurada, contiene admirables representaciones de divinidades como Anubis o la diosa de Occidente, de dulce sonrisa.

Otra maravilla, la tumba del primero de los Ramsés (n.º 16), verdadera joya donde se inscribió por primera vez el Libro de las Puertas. Además del espléndido sarcófago de granito, se admirarán varias escenas rituales en las que se ve, especialmente, al rey conducido hacia Osiris.

La tumba de Ramsés II (n.º 7), muy degradada, está en fase de restauración. La de su hijo, Merenptah (n.º 8), ofrece soberbias esculturas en la entrada y notables escenas como el triple nacimiento del sol o un Osiris coronado por un semicírculo formado por soles y estrellas.

La sepultura de Ramsés III (n.º 11) ha recibido el nombre de «tumba de los arpistas» por la representación de dos músicos que brindan a las divinidades un canto sagrado. En pequeñas capillas se representan escenas insólitas en el Valle; fecundación de los campos por el genio del Nilo y las serpientes nutricias, preparación de los alimentos, vasos, muebles, armas, barcos navegando por el Nilo, el labrado de los campos paradisíacos. En la tumba de Ramsés IV (n.º 2) se depositó el mayor y más pesado de los sarcófagos del Valle, en forma de cartucho real.

Por lo que se refiere a las tumbas de Ramsés VI (n.º 9) y Ramsés IX (n.º 6), éstas evocan el misterio de la creación del disco solar, los secretos de la cosmogonía y el modo como funcionan las potencias creadoras para hacer que nazca la luz. Son «sumas» esotéricas cuyo contenido está muy lejos de haber sido elucidado.

Y no hay que desdeñar las tumbas de Tutmosis IV (n.º 43), de Seti II (n.º 15), de Siptah (n.º 47), ni el vasto monumento de Tausert y de Setnajt (n.º 14), rica en escenas admirables.

La obra maestra del Valle, con mucho, es la tumba de Seti I (n.º 17), de un centenar de metros de largo. Una pendiente desemboca en la sala del pozo. En las paredes vemos los textos que contienen las formas del conocimiento y las distintas formas adoptadas por el sol durante su regeneración. Una escalera llega a una gran sala con diez pilares flanqueada de capillas, una de las cuales muestra a la vaca celestial bajo la cual navegan las barcas del día y de la noche.

En la pared de la primera sala con pilares se advertirá una magnífica representación de la barca solar. El sol se encarna en un hombre con cabeza de carnero, que lleva un disco entre sus cuernos. Está de pie, en el interior de una cabina. Ante él, una serpiente coronada por un sol saca la lengua. Ella es la forma animadora, la energía luminosa en movimiento. Alrededor de la cabina del barco, vemos una inmensa serpiente que ondula: es la «protectora».

Textos y representaciones poseen una belleza comparable a la de los bajorrelieves de Abydos. Y entonces desembocamos en una prodigiosa sala del sarcófago[36] cuyo techo está consagrado a la astrología sagrada El alma de Seti vive para siempre entre las estrellas.

Más allá de esta sala se encuentra una larga galería que se pierde en la roca. ¿Tumba inconclusa? De ningún modo. Se trata más bien de la voluntad de indicar que la obra nunca está terminada y que el camino del alma real continúa en el silencio de la piedra.

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Al visitar el Valle de los Reyes, Forbin, director de los museos durante la Restauración francesa, experimentó emociones que muchos visitantes comparten; «A mi alrededor todo decía que el hombre sólo es algo por su alma; rey por el pensamiento, frágil átomo por su envoltura, la mera esperanza de otra vida puede hacerle vencedor en esta perpetua lucha entre las miserias de su existencia y el sentimiento de su origen celestial… En estos lugares de tinieblas, me creía bajo el poder de Aladino, bajo un hechizo mágico; parecía que fuese guiado por la luz de la lámpara maravillosa y en el momento de ser iniciado en algún gran misterio.»[37]