18. Tebas, Luxor, Karnak: el dominio de Amón

«Tebas: el nombre era ya muy grande en mi pensamiento —escribe Champollion al descubrir el mayor paraje arqueológico del Alto Egipto—. Se ha hecho colosal desde que he recorrido las ruinas de la vieja capital, la primogénita de todas las ciudades del mundo.»

Un poco de terminología para disipar ciertas confusiones: Tebas es el nombre que los griegos dieron a la ciudad egipcia de Uaset, «La del cetro uas, la Poderosa». Con ese vocablo se designa a la vez la ciudad antigua, los monumentos de la orilla este y los de la orilla oeste.

En Tebas-este, en la orilla derecha del Nilo, se levantan los templos de Karnak y de Luxor. Éste es también el nombre de la ciudad moderna, sita a 726 km al sur de El Cairo.

En Tebas-oeste, en la orilla izquierda, proliferan los parajes: los Valles de los Reyes, de las Reinas y de los Nobles, Dair al-Bahari, el Ramesseum, Medinet Habu y muchos otros vestigios.

Durante la primera mañana del mundo, en Tebas se formó la isla de «la primera vez» donde se manifestó la vida.

En el Imperio Antiguo, la ciudad era sólo un pueblo de provincias, bastante opulento. Hacia 2000 a. J. C, Amenemhat I lo convierte en una capital Los primeros edificios importantes datan del Imperio Medio.

La gloría y la riqueza de Tebas se afirman durante el Imperio Nuevo. Los faraones tebanos, bajo el impulso de la reina Ahotep, expulsan a los ocupantes hicsos. Esta hazaña se la deben a Amón, cuyo templo se convierte en el corazón de Egipto. Durante más de cinco siglos, los faraones no dejaron de embellecerla. Tebas recibe entonces el nombre de «la ciudad».

A partir de la XXI dinastía, la estrella de Tebas empieza a palidecer. El Delta pasa paulatinamente a ocupar la primera línea de la economía y el comercio. Tebas, por su parte, se limitará, cada vez más, a desempeñar un papel de custodio de las tradiciones, lejos de las transformaciones que estaban agitando al norte de Egipto.

Durante el siglo VII a. J. C., los asirios pillan los templos y deportan a parte de la población. Tebas se convierte en un museo que los egipcios visitan con nostalgia. En 27 a. J. C., un terremoto incrementa las desgracias de la ciudad. Romanos, cristianos y árabes seguirán propinando a los monumentos terribles golpes. Después, el paraje cae en un olvido tal que ni siquiera se conoce ya el emplazamiento de la antigua Tebas.

Hubo que esperar a 1718 para que fuese identificada de nuevo. Desde entonces el interés que suscita no ha dejado de aumentar. En cierto modo, Tebas ha resucitado. Vuelven a abrirse obras en el paraje. Arquitectos y restauradores ponen manos a la obra, se procede al ensamblaje de las piedras y los edificios recobran nueva vida.

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En sus orígenes, el dios de Tebas era Montu, el hombre con cabeza de halcón que infundía al brazo del faraón poder e invencibilidad. Sin embargo, en los tiempos gloriosos Amón reina en Tebas.

Amón significa «El oculto». Tan grande es el misterio que lo envuelve que nadie conoce su verdadera forma. Se encarna en el cuerpo de un hombre tocado con una corona que culmina en dos altas plumas. A veces, su piel es azul. Señor del aire vivificador, ¿no sería el protector de los bateleros? Dos son los animales sagrados receptáculos de su misterio: el camero, símbolo de la energía constantemente renovada, y la oca del Nilo, que al comienzo del mundo lanzó el primer grito y puso un huevo del que brotó el cosmos. El nombre de este animal, smon, comprende la raíz men, «ser firme», «ser sólidamente establecido», presente también en el nombre de Amón.

Amón, primer ser que nació en el comienzo, no tiene padre ni madre. Es el Uno, oculto a los ojos de los hombres y los dioses. Artesano del universo, levantó el cielo según la extensión de sus brazos, y la Tierra se concibió a la medida de sus pasos.

Junto a este Amón de los sabios e iniciados, existe también un Amón que presta oído atento a los pobres y a los enfermos. En época tardía, se construyeron varios pequeños oratorios donde se expresaba esa piedad popular hacia «Amón que escucha las plegarias».

En los muros de los templos se repite incesante la afirmación «Amón-Ra, rey de los dioses». Amón, señor de Tebas,[24] la Heliópolis del Sur, y Ra, el señor de Heliópolis, la ciudad sagrada del norte, son indisociables. Amón es el misterio por naturaleza, Ra la luz divina que crea y revela. Juntos, indisolublemente unidos, forman la unidad divina de la que todo procede.