En una soberbia región,[17] a 250 km al sur de El Cairo, varios parajes merecen atención.
Primero, un conjunto de tumbas del Imperio Medio: Beni Hassan, el-Bercheh, Meir y Assiut.[18] Todas ellas fueron desvalijadas y muchas de ellas destruidas. En el-Bercheh subsiste parcialmente la decoración de la tumba de Djehuty-hotep, cuya escena más famosa es el transporte de un coloso. El paraje mejor preservado es el de Beni Hassan. En un acantilado calcáreo, que domina un admirable paisaje, se excavaron treinta y nueve tumbas, varias de las cuales han conservado su decoración, especialmente las de Amenemhat y de Mentuhotep III, a las que Champollion dedicó mucho tiempo.
Los gobernadores de esta rica provincia eran hombres poderosos y excelentes administradores que, incluso durante los períodos adversos, aseguraron el bienestar de la población.
Las pinturas de sus moradas de eternidad evocan la peregrinación de sus almas hacia las ciudades santas de Abydos y Busiris, los rituales de ofrenda, la caza en el desierto, donde aparecen animales fantásticos como un grifo o un unicornio, las labores agrícolas, el trabajo de los artesanos, entre ellos a los tintoreros. En Amenemhat asistimos a la toma de una fortaleza y al aprendizaje de los luchadores. Es un verdadero tebeo que nos muestra las múltiples y variadas técnicas que es preciso conocer para erigirse en vencedor de un cuerpo a cuerpo. En Mentuhotep III se representa la llegada a Egipto de una delegación de asiáticos con vestidos multicolores e intenciones pacíficas.
Mil y un detalles, desde una escena de cocina a pájaros dibujados con maestría sin igual, captan la atención. Pero las pinturas se degradan y sin minuciosos trabajos de limpieza y restauración todo un lienzo de la civilización del Imperio Medio va a desaparecer.
Más al sur, en la orilla este, se encontraba la ciudad de Thot: Khemenu en egipcio («la ciudad del Ocho», es decir de la Ogdóada, las ocho fuerzas primordiales), Hermópolis en griego (pues Thot fue asimilado a Hermes), el-Achmunein en árabe. El gran templo de Thot, erigido en el valle de los tamariscos, fue destruido por entero y el paraje devastado, a pesar de la presencia de colosales babuinos y de algunos vestigios, es uno de los más conmovedores de Egipto.
Es preciso acercarse a un lugar muy cerca de allí, Tunas el-Gebel, para visitar las grandes necrópolis tardías reservadas a los animales secretos del dios, los ibis y los babuinos, y la pasmosa tumba de un sabio, Petosiris, que vivió hacia 300 a. J. C.
Hay quien se ha burlado de algunos bajorrelieves que mezclan estilo helenístico y temática egipcia considerándolos un fracaso artístico. Pero convendría no olvidar las soberbias escenas religiosas de la capilla y los textos, traducidos por Gustave Lefebvre, donde se afirma una profunda espiritualidad. He aquí algunos párrafos:
«Es un monumento pronunciar una buena palabra… Como actúes, serás tratado… Thot recompensa todo acto por lo que vale… Oh, señor mío, Thot, el uno único que oye y ve a quien pasa, nada se hace sin que él lo sepa, has pesado mi corazón caminando sobre tus aguas… Quien camina por tu ruta no tropieza… Encuentra la felicidad perfecta practicando la equidad. Venid, os dirigiré por el camino de la vida.»
Vale la pena señalar un detalle interesante: la presencia de los «Cuatro hijos de Horas», indisociables de la resurrección de Osiris, que desempeñan en la tumba un papel particular. El hijo con cabeza de hombre procura el Acá, la potencia vital; el de cabeza de babuino, el corazón, equivalente a la conciencia; el de cabeza de chacal el ba, el alma-pájaro; el de cabeza de halcón, el símbolo vivo, la estatua (tut). Gracias al hijo de Horus, el nuevo Osiris está entonces «equipado» con las necesarias cualidades espirituales.
Mientras Egipto agonizaba, Petosiris mantenía la tradición y transmitía la antigua sabiduría.
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Más al sur, y en la orilla este, se encuentra el paraje de Tell el-Amarna donde se construyó Akhet-Atón, «el paraje de la luz de Atón», la efímera capital del faraón Akenatón. Él mismo fijó mediante estelas que servían de hitos el límite de su experiencia religiosa, en el tiempo y el espacio a la vez.
De esta ciudad, construida rápidamente y arrasada por Ramsés II, sólo subsisten unos rastros que han permitido, sin embargo, formarse una idea bastante precisa de los templos, los palacios, las viviendas y los barrios.
Muchos visitantes quedan decepcionados, pues sólo descubren allí una gran llanura vacía y desolada. Sólo un profundo conocimiento del lugar permite identificar sobre el terreno el emplazamiento de los edificios desaparecidos.
Quedan algunas tumbas excavadas en el acantilado, cuya roca es de calidad mediocre. La mayoría están inconclusas, y ninguna fue «habitada», puesto que la población regresó a Tebas cuando el joven Tut-ank-Atón decidió convertirse en Tut-ank-Amón. Se ve en ellas a Akenatón y Nefertiti durante las ceremonias oficiales, recibiendo el rey los tributos aportados por africanos y asiáticos, desfiles militares, la inauguración de un templo, la veneración de Atón, la entrega de collares de oro a los dignatarios fieles y el paseo de la pareja real por su dudad. A Akenatón y a Nefertiti les gusta hacerse representar en compañía de sus hijos para demostrar que la familia real vive de los rayos del disco del sol. En ninguna parte se evocan los misterios osiríacos.
«Apareces en la perfección de tu belleza, en el horizonte del cielo, disco viviente, creador de vida —escribió Akenatón—, derramas tus rayos, el doble país está en fiestas. Con tu ojo abarcas toda la creación y permaneces en tu unidad.»