Prosiguiendo nuestro viaje hacia el sur, no nos detendremos en Licht, a unos 60 kilómetros de El Cairo, pues las dos pirámides de Amenemhat I y Sesostris I (Imperio Medio) están muy arruinadas.
Unos 20 kilómetros más adelante descubrimos un extraño torreón solitario, erigido en una vasta extensión llana donde se levantan algunos árboles. A pesar de su insólita apariencia, se trata de una pirámide, la más meridional de los gigantes del Imperio Antiguo. En sus orígenes, probablemente tenía 90 m de altura. Coloso magullado, con la base enterrada en la arena y unos peldaños que han quedado a la vista tras la destrucción de su revestimiento, que fue utilizado como cantera, Meidum fue la primera pirámide lisa. Su ángulo de inclinación corresponde al de la Gran Pirámide de Keops. Tal vez la obra fuese iniciada por Huni, último rey de la III dinastía, pero numerosos indicios permiten pensar que Snofru como mínimo la concluyó.
El templo bajo ha desaparecido, pero los rastros de la calzada, de 210 m de largo y 3 m de ancho, aún son visibles. En la cara oriental de la pirámide se ha preservado un pequeño templo alto. Después de cruzar una capilla en la que se inscribe un recorrido zigzagueante, en forma de jeroglífico que significa «atravesar», se accede a un pequeño patio donde se levantan dos grandes estelas de 4,20 m de alto y carentes de inscripciones. Aquí es donde el sacerdote del ka celebraba cada mañana, al amanecer, el despertar en paz del faraón resucitado.
Para penetrar en la pirámide es preciso subir hasta la entrada abierta en la cara norte, a unos 20 m por encima del suelo. Un corredor estrecho y pendiente, de unos 60 m, permite descender hasta las profundidades de esta «tierra de vida» que es la pirámide. Un camino difícil pero directo. La segunda etapa parece más fácil: un recorrido horizontal, de 11 m, con dos desvíos laterales que obligan a dar dos pasos de lado, el primero hacia el este y el segundo hacia el oeste, antes de recuperar el eje y topar con un muro de 7 m de altura, que parece indicar el final de la andadura interior.
En aquel lugar, donde lo horizontal se hace vertical, es posible sin embargo subir a través de una especie de chimenea revestida de un fino ornamento calcáreo, para desembocar en la cámara de resurrección. Una escalera moderna facilita el ascenso. De paso, se admirarán las vigas intactas de sicomoro y acacia, que tienen más de cuatro mil años.
Al penetrar en este atanor alquímico, se reconoce el modelo arquitectónico desarrollado por Snofru en Dachur. Aquí, la bóveda en saledizo de siete hiladas culmina a 5,05 m. Su sección representa una pirámide escalonada.
Situada en el nivel del plano de base de la pirámide, esta cámara de resurrección posee modestas dimensiones (5,90 x 2,65 m). Aquí se pronunciaba la primera frase los Textos de las Pirámides, que Unas reveló: «Oh rey, no has partido muerto, has partido vivo.» Transformado en Osiris por los ritos, Faraón se convertía en un akh, un ser de luz.
Saqqara, la madre pirámide, es la expresión del faraón Zoser cuyo nombre más antiguo es «más divino que la cofradía de los dioses», o dicho de otro modo, la Enéada de las potencias vitales. Meidum es el lugar «amado por Atum», el principio creador, «El que es y el que no es». Aparece como su morada y la manifestación de la unidad. En Dachur tenemos la revelación del 2 y en Gizeh, la del 3. Precisamente, de paso en Meidum, un escriba de la Antigüedad indicó que había contemplado un templo perfecto, donde el Cielo está en la Tierra.
Al escalar el montículo de rezo, se gozará de una vista espléndida: la austeridad del desierto, la amenidad de los cultivos y los palmerales que forman el paisaje tan característico del Valle del Nilo. En Meidum reina una paz profunda y única, fruto sin duda de la comunión del alma real con el cosmos, siempre celebrada por la pirámide.
* * *
La pirámide era el corazón de una ciudad de resucitados, formada por dos grupos de mastabas, uno situado cerca de ella, en tanto el otro se hallaba 700 m al norte. Allí descansaba, especialmente, el sumo sacerdote de Heliópolis, Rahotep. La exploración de este dominio donde se descubrieron las famosas «ocas de Meidum» y las extraordinarias estatuas vivientes de Rahotep y de Nefret (Museo de El Cairo), merecería proseguirse.
A una persona ágil, esbelta y que no tema tener que arrastrarse, la visita a la gigantesca mastaba anónima n.º 17 (52 x 140 m) le procurará hermosas emociones. La cámara funeraria, cuya degradación hemos podido constatar con el paso de los años, es una obra maestra del Imperio Antiguo, con sus enormes bloques de calcáreo tallados a la perfección y su sarcófago de granito rosa. Entre la tapa y el borde del sarcófago está atrapado un antiguo mazo de madera que ha resistido el peso de la piedra.
Este camino de acceso fue excavado por algunos ladrones. El verdadero descenso está bloqueado por piedras, y sólo el ka puede acceder por él.
Con Meidum abandonamos el espacio de las pirámides gigantes de piedra para salir al encuentro de otras formulaciones de santuario, donde se llevó a cabo la transformación de la luz. Con respecto a esta forma arquitectónica, característica del Imperio Antiguo egipcio, Chateaubriand escribía, con razón: «Es el límite que señala la entrada de una vida sin término: es una especie de puerta eterna, construida en los confines de la eternidad.»