11. El Serapeum de Saqqara o la eternidad de los toros sagrados

Cerca de la mastaba de Ti se encuentra el acceso a un conjunto funerario, el Serapeum de Menfis. En 1850, Auguste Mariette, con la ayuda de un texto del geógrafo griego Estrabón y algunos indicios arqueológicos, partió en busca de esta necrópolis desaparecida.

Sabía que una avenida de esfinges llevaba hasta el Serapeum. ¡Cuál no sería su alegría al descubrir una de ellas medio enterrada en la arena! Una vez desenterrada, resultó ser uno de los elementos de una avenida de ciento cuarenta y una esfinges. Mariette desenterró «el hemiciclo de los poetas y los filósofos», un conjunto de estatuas de la época helenística entre las que reconocemos a Homero y Platón.

El arqueólogo se obstina en su trabajo, pues esta escultura griega no le basta. Finalmente, aparecen los rastros de un recinto antiguo que fue preciso desenterrar, esquivando las inextricables complicaciones administrativas que tan bien conocen quienes han excavado en Egipto.

El 1 de noviembre de 1850, Mariette llega hasta la puerta de un impresionante subterráneo. Descubre en él veintiocho cavidades, veinticuatro de las cuales contenían gigantescos sarcófagos, vaciados de su contenido. En un subterráneo más pequeño, veintiocho momias de toros Apis, «las almas magníficas de la luz», habían sido ritualmente colocadas dentro de sarcófagos de madera.

Los animales sagrados del dios Ptah de Menfis no estaban solos. Cerca de ellos, Kha-em-Uaset, el hijo de Ramsés II, sumo sacerdote de Ptah y apasionado de los monumentos antiguos, y artífice de la restauración de, entre otros, la pirámide de Unas. Este hombre excepcional había decidido compartir su eternidad con los vigorosos toros cuyo poderío vital era la transcripción terrestre de la energía solar.

Las fiestas de Apis eran conocidas ya en la I dinastía. Pero, al parecer, sólo en el Imperio Nuevo se empezó a enterrar ritualmente a los toros donde el dios se encarnaba. A mediados del siglo VII a. J. C., se iniciaron grandes obras en el Serapeum. Y en tiempos de los Ptolomeos el monumento gozó de un gran renombre gracias a la asimilación de un dios extranjero, Serapis (de ahí procede el nombre de Serapeum), con el Osiris Apis. Después de su muerte, cada toro Apis se convertía en un Osiris. El paraje fue un centro de peregrinación provisto de un albergue, una escuela, una comisaría, un sanatorio y celdas para reclusos voluntarios.

Hoy sólo se visitan los «grandes subterráneos», es decir, los más recientes. Pueden verse allí enormes sarcófagos que alcanzan los 4 m de altura y pesan casi 70 toneladas. En este paraje se recogieron gran número de estelas que evocan los ritos practicados por los sacerdotes durante la muerte de un Apis.

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Cuando me dispongo a abandonar Saqqara, pienso en la pirámide escalonada del faraón Sejemjet, que se encuentra al sudoeste de la de Zoser, su antecesor. En estos aposentos subterráneos, por desgracia inaccesibles a los visitantes, Zakaría Gonein realizó en 1950 un notable descubrimiento: un sarcófago de alabastro, intacto y… ¡cerrado! Por fin podrían contemplar la momia de un faraón del Imperio Antiguo.

Pero el sarcófago estaba vado. Y así sucedía sin duda con muchos sarcófagos de aquella época, pues, como hemos visto, el faraón disponía de varias modalidades de ser, es decir, de varias «tumbas». Y si existe un lugar con monumentos enteros dedicados al ka, la energía invisible y sin embargo muy real, ese lugar es Saqqara.