Las pirámides escalonadas de Zoser y de Sejemjet, al igual que las tres pirámides de la planicie de Gizeh, se consideraran mudas, en la medida que su lenguaje es exclusivamente arquitectónico. No hay tampoco inscripciones en los muros interiores del sorprendente monumento de Saqqara-sur, la mastaba faraun, que es obra del faraón Sepsekaf, sucesor de Mikerinos. Este gigantesco sarcófago de dos cámaras, que recuerda los de Kefrén y Mikerinos, no contiene jeroglífico alguno, como tampoco las pirámides de Abusir.
Según Auguste Mariette, de este hecho se imponía una conclusión: ninguna pirámide estaba destinada a recibir textos. Pero, en 1880, un indicio proporcionado por un bloque de la pirámide de Pepi I alerta al joven Gastón Maspero, que convence a Mariette a finales de diciembre para que haga excavar las ruinas de otra pirámide, la de Merenra. Y se produjo entonces un fabuloso descubrimiento: las paredes cubiertas por columnas de jeroglíficos. A la muerte de Mariette, que tuvo lugar en enero de 1881, Maspero prosiguió su exploración de pirámides más o menos arruinadas pero que contenían textos: Unas, Pepi II y Teti.
Todas ellas datan de la VI dinastía, a excepción de la de Unas[11] (hacia 2375-2345), último faraón de la V dinastía. Por primera vez, una pirámide habla y se convierte en un libro de piedra. Sin embargo, es cierto que esos textos son mucho más antiguos y se remontan a los orígenes de la civilización faraónica.
Para apreciar la magnitud del conjunto arquitectónico de Unas, hay que partir de los vestigios de su templo bajo[12] y subir lentamente por la magnífica calzada, de más de 700 m de largo, cuyo enlosado se conserva en parte restaurado. Queda incluso una pequeña parte cubierta y algunos bajorrelieves. Puede verse una escena de caza en el desierto, un mercado donde se vende pescado, una procesión de dignatarios, orfebres trabajando, personajes descamados víctimas de una hambruna y el transporte por barco, procedentes de Elefantina, de columnas de granito de unas treinta toneladas, destinadas al templo bajo de la pirámide de Unas, columnas que son aún visibles en el paraje. Para recorrer la distancia de 900 km entre Asuán y Saqqara, bastaban siete días.
La calzada desemboca en un templo alto, ya muy arruinado. La superestructura de la pirámide, de unos 40 m de altura, ha sufrido mucho también. Ahora bien, en el interior el tesoro está intacto.
La entrada se encuentra en la cara norte. Por encima del corredor de acceso veremos un elemento tan impresionante como tranquilizador: un bloque que forma parte de la hilada de base del revestimiento del edificio. Su peso debe de superar las treinta toneladas.
El final del corredor descendente conduce a un rellano horizontal, sigue un vestíbulo de 2 m por 2 m, donde podemos incorporarnos. Para continuar el recorrido hay que inclinar de nuevo la cabeza. En el camino nos aguarda un triple rastrillo de granito. Más allá, una antecámara en la que se abren dos caminos: el primero, a nuestra izquierda, lleva a una capilla con tres hornacinas; el segundo, a la derecha, a la sala del sarcófago.
Desde el final del corredor horizontal, una vez se han dejado atrás los rastrillos de granito, los muros se cubren de jeroglíficos. Y en la cámara de resurrección, después de dejar atrás un tercer compartimento bajo y estrecho, contemplamos otras columnas con enigmáticos signos pintados en verde que forman un admirable paisaje de piedra gracias a las partes de alabastro donde están dibujadas las puertas del palacio real, el sarcófago de basalto negro y la bóveda constelada de estrellas de cinco puntas.
Estamos en el centro del libro de vida. De las estrellas, lugares donde moran las almas reales, brota la luz de la resurrección.
El tema central de estos textos formados por jeroglíficos, considerados como seres vivos que alimentan el ka, es el viaje del faraón hacia los paraísos del cosmos, el periplo incesante y las metamorfosis del espíritu en los parajes del más allá, la transmutación en ser de luz gracias a las fórmulas de conocimiento. Los seres maléficos, como los escorpiones o alguna serpiente, son dominados. La diosa Cielo, Nut, consigue que renazca el rey, «justo de voz»: «Te devuelve tu cabeza, reúne tus huesos, agrupa tus miembros, aporta a tu cuerpo tu corazón.»
Para acceder a los espacios celestiales, el rey emplea los medios más diversos: se convierte en humo de incienso, en pájaro, en saltamontes. Trepa por los peldaños de una escalera, sube a una escala gigantesca que une el Cielo a la Tierra. Faraón come la energía mágica de los dioses, vive a la vez el mito solar y el mito osiríaco antes de ser admitido en el círculo de las imperecederas estrellas.
Gracias a las excavaciones[13] y a los trabajos de restauración llevados a cabo, especialmente, por Jean Leclant, Audran Labrousse y Catherine Berger, hoy resulta posible explorar el fascinante universo de las pirámides con textos.
Arriba se puede apreciar su emplazamiento en Saqqara.