4. Un «paraje» inagotable: el Museo de El Cairo

Quien quiera descubrir El Cairo, sus calles siempre animadas donde se cruzan innumerables automóviles y asnos que tiran de cargas demasiado pesadas, los zocos de Khan el-Khalili, la Ciudadela, las mezquitas, las iglesias coptas o también museos poco conocidos, como el consagrado a la Etnografía, tendrá que dedicar varios días a esta inmersión en un mundo urbano, sobrepoblado por desgracia y víctima de la contaminación, al igual que las otras megalópolis.

Para el apasionado por el Antiguo Egipto, un «paraje» importante que por sí solo llenaría toda una larga vida, varias incluso: el Museo Egipcio, que se levanta en el centro de El Cairo, en el lado norte de la plaza el-Tahrir. Con más de cien mil objetos expuestos, y muchos más aún almacenados en la reserva, es el mayor museo de egiptología del mundo.

En 1858, Auguste Mariette abrió un primer museo en Bulaq para asegurar la conservación, en el propio Egipto, de los tesoros que procuraban las excavaciones, y la parte esencial de los cuales partía hacia el extranjero. En 1878, una gran inundación devastó el pequeño museo de Bulaq y varios objetos se perdieron. Hubo que esperar hasta 1902 para que se abriera el actual edificio.

Desde mi punto de vista, cualquier museo es forzosamente un lugar inmóvil. Las obras se exponen allí, lejos de su lugar de origen, y es muy raro que se proporcionen al visitante las explicaciones que, sin embargo, son indispensables: circunstancias y lugar del descubrimiento, contexto arqueológico, datación, descripción completa, traducción de los eventuales textos. Contrariamente a lo que ocurre sobre el terreno, cuando se deambula horas y horas sin sentir fatiga, las salas de un museo, que raramente tienen sillas, destrozan muy pronto las piernas. La propia atención se mella y muy pronto te sientes aturdido por la abundancia de obras maestras que no estaban destinadas a ese amontonamiento.

Los museos arqueológicos son un mal necesario y es preciso ponerle buena cara al mal tiempo. Para el egiptólogo que busca algún hallazgo, siempre es aconsejable dirigirse al Museo de El Cairo, donde descubrirá, forzosamente, algún objeto, de pequeño o gran tamaño, que nadie ha estudiado aún a fondo. Esta enorme cueva de Alí Babá contiene inestimables maravillas, desde la estatua del faraón Zoser hasta colecciones de herramientas o instrumentos de música. Los múltiples aspectos de la civilización faraónica, desde la vida espiritual hasta lo cotidiano, están representados aquí.

El mobiliario, tan «moderno», de la reina Hotep-Heres, la madre de Keops, la extraordinaria estatua de diorita del faraón Kefrén, cuyo pensamiento inspira el halcón Horus posado sobre su nuca, las «tríadas» de Micerinos, el floreciente rostro del «Cheikh el-Beled», en realidad un alto funcionario del Imperio Antiguo, la serenidad de Ra-hotep y de Neferet, sentados uno junto a otro para toda la eternidad, las joyas de la reina Ahotep que luchó contra el ocupante hicso, los «retratos» de Akenatón y Nefertiti, los tesoros de Tanis… ¿Cuántas páginas requeriría la simple enumeración de las inolvidables obras de las que la vista no puede apartarse? Y no olvido el fabuloso tesoro de Tutankamón, tan justamente célebre (más de 3.500 objetos expuestos en El Cairo); es tanta su riqueza que su publicación íntegra, ochenta años después del descubrimiento de Howard Cárter, no se ha concluido aún.

Consejo clásico: comenzar la visita por la época arcaica, junto a la entrada del museo, recorrer las salas de la planta baja en el sentido de las agujas de un reloj, volver al punto de partida, subir al piso tomando la escalera sudeste, admirar a Tutankamón, explorar algunas salas más, volver a bajar atravesando el atrio central… ¡Y no preocuparse por el vértigo que os asalta!

Naturalmente, durante un breve viaje sólo pueden concederse algunas horas al museo, y así debe procederse. Si se tiene la suerte de poder volver, bueno será demorarse en un sarcófago, una estela, una estatua, un bajorrelieve para saborear el genio y el significado, sin preocuparse por el tiempo que corre.

¿Veremos algún día la realización de un gran proyecto del que se habla desde hace mucho tiempo, es decir, la construcción de un nuevo museo mucho más grande? ¿Saldrán por fin obras notables de los almacenes que ahora sólo son accesibles a algunos especialistas?

Sin duda, la irrupción de internet en la investigación científica nos permitirá visitar los museos, a través de una pantalla. Pero nada sustituirá nunca el contacto directo con la propia obra, sobre todo con una creación del Antiguo Egipto, animada espiritual y mágicamente, y cuya irradiación sigue siendo perceptible, incluso en la frialdad del museo.[4]