Para muchos, el descubrimiento de Egipto se realiza a través de un crucero por el Nilo, una experiencia sin duda inolvidable. Navegar por el río más largo del mundo (6.500 km) que termina su recorrido de un modo deslumbrante, de Asuán a Alejandría, es siempre un momento de gracia, tanto si se toma una falúa como si se hace en barco; lo esencial es no estar «sin-barco»: con esta expresión, los antiguos egipcios se referían al ser más menesteroso, material y espiritualmente al mismo tiempo, al que los poderosos tenían el deber de ayudar.
Lo ideal sería remontar el Nilo desde El Cairo hasta Asuán, para descubrir una sucesión de admirables paisajes. Dados los disturbios y la inseguridad provocados por los movimientos islamistas, implantados en el Medio Egipto con mucha fuerza, esto resulta hoy imposible y los cruceros se reducen al trayecto Luxor-Asuán o Asuán-Luxor.
Además, aunque el Nilo siga abriéndose camino entre dos desiertos, su genio propio, Hapy, el dinamismo de la crecida, ha desaparecido. La gran presa de Asuán, en efecto, ha ligado esta arteria vital que durante milenios aseguró la prosperidad de Egipto. Se empieza a comentar, en voz baja, que las consecuencias de la construcción de este monstruo son desastrosas, tanto para los hombres como para los monumentos.
Tres estaciones acompasaban la vida de los antiguos egipcios: akhet, «la luminosa», «la útil», que veía cómo la crecida transformaba el país en un gigantesco lago, de julio a septiembre; peret, «la emergencia», período de las siembras; shemu, «lo que abrasa», el tiempo de las cosechas, a partir de abril, pero también el de los grandes calores y del progresivo agotamiento de las reservas de agua.
Hapy, «el brincador», aparecía, como un joven enamorado, para fecundar la tierra. Se le representaba en forma de un personaje de gran vientre y mamas colgantes, de inagotable generosidad. En los muros de los templos se representaban procesiones del «dios Nilo» llevando al santuario los productos agrícolas.
El río terrenal era considerado la proyección de un Nilo celestial, nacido del océano de energía primordial que irriga el universo entero. Durante la crecida, este misterio quedaba revelado de modo absolutamente manifiesto a todo el país. El faraón y su administración debían paliar los efectos nefastos de crecidas demasiado fuertes o demasiado débiles. La famosa frase del historiador griego Herodoto, «Egipto es un don del Nilo», sólo tiene sentido si recordamos el constante y necesario esfuerzo de los hombres: construcción y mantenimiento de diques, canales, albercas de contención, atenta gestión del agua.
La alta presa de Asuán condena a las Dos Tierras a una muerte lenta. Y el Himno al Nilo ya es sólo un recuerdo:
Viva la divina potencia consumada,
la amada de la energía primordial,
Hapy, padre de las divinidades de la Enéada que residen en el río,
que da vida a todos con su poder nutricio…
¡En su regreso, todos los hombres conocen la alegría!