1. El marco geográfico

A diferencia de muchos países trastornados por las guerras y cuyas fronteras variaron mucho, el Egipto geográfico siguió siendo igual a sí mismo desde sus orígenes. Visto desde el cielo, parece una flor de loto abierta, cuya parte superior corresponde al Delta y el largo tallo al valle del Nilo, estrecho corredor de entre 3 y 15 km de ancho que serpentea entre los desiertos arábigo y líbico.

Los antiguos egipcios llamaban con frecuencia a su país «las Dos Tierras» a causa de la muy marcada diferencia entre dos grandes regiones.

La primera es el Delta, o Bajo Egipto, cuya superficie equivale a la de Bélgica. Es una región verde, abundantemente irrigada por los brazos del Nilo y numerosos canales. Todavía hoy ofrece un arrobador contraste con el Valle del Nilo que se presenta, desde El Cairo hasta Asuán, como un oasis de 900 km de largo entre dos desiertos. En la Antigüedad, la vegetación era mucho más exuberante y las tierras cultivadas más extensas.

Esta realidad geográfica no dejó de tener consecuencias para la conservación de los edificios. En el Delta, rico sin embargo en espléndidos monumentos, no queda en pie ni un solo templo. Tras la invasión árabe, los monumentos fueron desmantelados y los fellahs hicieron desaparecer los bloques de piedra caliza en los hornos de cal. El Alto Egipto fue parcialmente respetado, pero tuvo que producirse la valerosa intervención de Champollion para impedir que el albano Mehmet Ali transformase en fábricas y muelles un patrimonio que pertenece por entero a la humanidad.