Esculpida sobre el grupo del nombre del grifo, advertiréis una enorme cabeza que hace un visaje y que se adorna con una barba en punta. Las mejillas, las orejas y la frente se estiran hasta tomar el aspecto de llamas. Esta máscara llameante, de rictus poco simpático, aparece coronada y provista de apéndices cornudos adornados con lazos, los cuales se apoyan en el funículo de la base de la cornisa. Con sus cuernos y su corona, cl símbolo solar adquiere la significación de un verdadero Bafomet, es decir, de la imagen sintética en la que los iniciados del Templo habían agrupado todos los elementos de la alta ciencia y de la tradición. Figura compleja, en verdad, con apariencia simple, figura parlante, cargada de enseñanzas, pese a su estética ruda y primitiva. Si se encuentra en ellas en primer lugar la fusión mística de las naturalezas de la Obra que simbolizan los cuernos del creciente lunar colocados sobre la cabeza solar, no se sorprende uno menos de la expresión extraña, reflejo de un ardor devorador que desprende este rostro inhumano, espectro del Juicio Final. Incluso hasta la barba, jeroglífico del haz luminoso e ígneo proyectado hacia la Tierra no se justifica el conocimiento exacto que poseía el sabio acerca de nuestro destino…
¿Nos hallamos en presencia de la vivienda de algún afiliado a las sectas de iluminados o rosacruces que descendían de los viejos templarios? La teoría cíclica, paralelamente a la doctrina de Hermes, está allí expuesta con tanta claridad que como no sea por ignorancia o mala fe, no se podría sospechar el saber de nuestro adepto. En cuanto a nosotros, ya nos hemos hecho nuestra idea, y estamos ciertos de no equivocarnos ante tantas afirmaciones categóricas: lo que tenemos ante nuestros ojos se trata con seguridad de un bafomet, renovación del de los templarios. Esta imagen, sobre la cual no se poseen más que vagas indicaciones o simples hipótesis, jamás fue un ídolo, como algunos lo han creído, sino tan sólo un emblema completo de las tradiciones secretas de la Orden, empleado sobre todo exteriormente como paradigma esotérico, sello de caballería y signo de reconocimiento. Se reproducía en las joyas, así como en el frontón de las residencias de los comendadores y en el tímpano de las capillas templarias. Se componía de un triángulo isósceles con el vértice dirigido hacia abajo, jeroglífico del agua, primer elemento creado, según Tales de Mileto, que sostenía que «Dios es ese Espíritu que ha formado todas las cosas del agua»[123]. Un segundo triángulo semejante, invertido con relación al primero, pero más pequeño, se inscribía en el centro y parecía ocupar el espacio reservado a la nariz en el rostro humano. Simbolizaba el fuego y, más concretamente, el fuego contenido en el agua o la chispa divina, el alma encarnada, la vida infusa en la materia. En la base invertida del gran triángulo de agua se apoyaba un signo gráfico semejante a la letra H de los latinos o a la ητα de los griegos, pero más ancha y cuyo vástago central cortaba un círculo en la mitad. En estenografía hermética, este signo indica el Espíritu universal, el Espíritu creador, Dios. En el interior del gran triángulo, un poco por encima y a cada lado del triángulo de fuego, se veía, a la izquierda, el círculo lunar con el creciente inscrito y, a la derecha, el círculo solar de centro aparente. Estos circulitos se hallaban dispuestos a la manera de los ojos. Finalmente, soldada a la base del triangulito interno, la cruz rematando el globo completaba así el doble jeroglífico del azufre, principio activo, asociado al mercurio, principio pasivo y disolvente de todos los metales. A menudo, un segmento más o menos largo, situado en la cúspide del triángulo, aparecía cruzado de líneas de tendencia vertical en las que el profano no reconocía en absoluto la expresión de la radiación luminosa, sino una especie de barbichuela.
XII. LISIEUX - MANOIR DE LA SALAMANDRE – SIGLO XVI.
Bafomet - Combate del hombre y el Grifo.
Así presentado, el bafomet afectaba una forma animal grosera, imprecisa y de identificación problemática. Eso explicaría, sin duda, la diversidad de las descripciones que de él se han hecho, y en las cuales se ve el bafomet como una cabeza de muerto aureolada o como un bucráneo, a veces como una cabeza de Hapi egipcio[124], de buco y, mejor aún, el rostro horripilante ¡de Satán en persona! Simples impresiones, muy alejadas de la realidad, pero imágenes tan poco ortodoxas que, por desgracia, han contribuido a lanzar sobre los sabios caballeros del Templo la acusación de satanismo y brujería, que se convirtió en una de las bases de su proceso y en uno de los motivos de su condena.
Acabamos de ver lo que era el bafomet. Debemos ahora tratar de desprender de él el sentido escondido tras esta denominación.
En la expresión hermética pura, correspondiente al trabajo de la Obra, bafomet procede de las raíces griegas Βαφευς, tintorero, y μης, en lugar de μην, la luna, a menos que se quiera relacionar con μητηρ, genitivo μητρος, madre o matriz, lo que vuelve al mismo sentido lunar, ya que la Luna es, en verdad, la madre o matriz mercurial que recibe la tintura o semilla del azufre que representa al macho, al tintorero, Βαφευς, en la generación metálica. Βαφη tiene el sentido de inmersión y de tintura. Y puede decirse, sin divulgar demasiado, que el azufre, padre y tintorero de la piedra, fecunda a la luna mercurial por inmersión, lo que nos lleva al bautismo simbólico de Meté expresado una vez más por la palabra bafomet[125]. Éste aparece claramente pues, como el jeroglífico completo de la ciencia figurada en otra parte en la personalidad del dios Pan, imagen mítica de la Naturaleza en plena actividad.
La palabra latina Bapheus, tintorero, y el verbo meto, cosechar, recolectar, segar, señalan, asimismo, esta virtud especial que posee el mercurio o luna de los sabios para captar, a medida de su emisión, y ello durante la inmersión o el baño del rey, la tintura que abandona y que la madre conservará en su seno durante el tiempo requerido. Tal es el Graal, que contiene el vino eucarístico, licor de fuego espiritual, licor vegetativo, vivo y vivificante introducido en las cosas materiales.
En cuanto al origen de la Orden, su filiación, conocimientos y creencias de los templarios, no podemos hacer nada mejor que citar textualmente un fragmento del estudio que Pierre Dujols, el erudito y sabio filósofo, consagra a los hermanos caballeros en su Bibliographie générale des Sciences occultes[126].
«Los hermanos del Templo —dice el autor, y ya no sería posible contradecirle— estuvieron en verdad afiliados al maniqueísmo. Por lo demás, la tesis del barón de Hammer es conforme a esta opinión. Para él, los sectarios de Mardeck, los ismailíes, los albigenses, los templarios, los masones, los iluminados, etc., son tributarios de una misma tradición secreta emanada de aquella Casa de la Sabiduría (Dar el hickmet) fundada en El Cairo hacia el siglo XI por Hakem. El académico alemán Nicolai llega a una conclusión análoga y añade que el famoso bafomet, que hace derivar del griego Βαφομητος, era un símbolo pitagórico. No nos ocuparemos de las opiniones divergentes de Anton, Herder, Munter, etc., pero nos detendremos un instante en la etimología de la palabra bafomet. La idea de Nicolai es aceptable si se admite, con Hammer, esta ligera variante: Βαφη Μητεος, que podría traducirse por bautismo de Meté. Se ha encontrado, precisamente, un rito de este nombre entre los ofitas[127]. En efecto, Meté era una divinidad andrógina que figuraba la Natura naturante. Proclo dice textualmente que Metis, llamada también Ερικαρπαιος o Natura germinans, era el dios hermafrodita de los adoradores de la serpiente. Se sabe también que los helenos designaban con la palabra Metis a la Prudencia venerada como esposa de Júpiter. En suma esta discusión filológica evidencia de manera indiscutible que el Bafomet era la expresión pagana de Pan. Pues, al igual que los templarios, los ofitas practicaban dos bautismos: uno, el del agua o exotérico; el otro, esotérico, el del espíritu o del fuego. Este último se llamaba el bautismo de Meté. San Justino y san Ireneo lo llaman la iluminación. Es el bautismo de la luz de los masones. Esta purificación —la palabra es aquí verdaderamente tópica— se encuentra indicada en uno de los ídolos gnósticos descubiertos por De Hammer, quien ha publicado su dibujo. Sostiene en su regazo —advertid bien el gesto: habla— una bacinilla llena de fuego. Este hecho, que habría debido sorprender al sabio teutón, y con él a todos los simbolistas, no parece haberles llamado la atención. Sin embargo, el famoso mito del Graal tiene su origen en esta alegoría. Justamente, el erudito barón diserta con abundancia acerca de ese recipiente misterioso cuyo exacto significado aún se busca. Nadie ignora que, en la antigua leyenda germánica, Titurel eleva un templo al Santo Graal en Montsalvat, y confía su custodia a doce caballeros templarios. De Hammer quiere ver en ello el símbolo de la Sabiduría gnóstica, conclusión por demás vaga después de haber ardido tanto tiempo. Que se nos perdone si osamos sugerir otro punto de vista. El Graal —¿quién lo duda hoy?— es el más alto misterio de la Caballería mística y de la masonería, degeneración de aquélla. Es el velo del Fuego creador, el Deus absconditus en la palabra INRI, grabada sobre la cabeza de Jesús en la cruz. Cuando Titurel edifica, pues, su templo místico, es para que arda allí el fuego sagrado de las vestales, de los mazdeos e, incluso de los hebreos, ya que los judíos mantenían un fuego perpetuo en el Templo de Jerusalén. Los doce custodios recuerdan los doce signos del Zodíaco que recorre el Sol, arquetipo del fuego vivo. El recipiente del ídolo del barón De Hammer es idéntico al vaso pirógeno de los parsis, que se representa en llamas. También los egipcios poseían este atributo: Serapis se representa a menudo con el mismo objeto sobre su cabeza, llamado Gardal en las riberas del Nilo. En ese Gardal conservaban los sacerdotes el fuego material, como las sacerdotisas el fuego celeste de Ptah. Para los iniciados de Isis, el Gardal era el jeroglífico del fuego divino. Y ese dios Fuego, ese dios Amor se encarna eternamente en cada ser, ya que todo, en el Universo, tiene su chispa vital. Es el Cordero inmolado desde el comienzo del mundo, que la Iglesia católica ofrece a sus fieles bajo las especies de la Eucaristía conservada en el copón como el sacramento de Amor. El copón —y nadie conciba malos pensamientos—, así como el Graal y las crateras sagradas de todas las religiones, representa el órgano femenino de la generación, y corresponde al vaso cosmogónico de Platón, a la copa de Hermes y de Salomon y la urna de los antiguos Misterios. El Gardal de los egipcios es, pues, la clave del Graal. Es, en suma, la misma palabra. En efecto, de deformación en deformación Gardal se ha convertido en Gradal y, luego, con una especie de aspiración, en Graal. La sangre que bulle en el santo cáliz es la fermentación ígnea de la vida o de la mixtión generadora. No podemos por menos de deplorar la ceguera de aquéllos que se obstinaban en no ver en este símbolo, despojado de sus velos hasta la desnudez, más que una profanación de lo divino. El Pan y el Vino del Sacrificio místico es el espíritu o el fuego en la materia que, por su unión, producen la vida. He aquí por qué los manuales iniciáticos cristianos llamados Evangelios, hacen decir alegóricamente a Cristo: Yo soy la Vida; soy el Pan vivo; he venido a prender fuego en las cosas, y lo envuelven en el dulce signo exotérico del alimento por excelencia».