LA SALAMANDRA DE LISIEUX

VII. LISIEUX – MANOIR (CASA SOLARIEGA) DE LA SALAMANDRA – SIGLO XVI.

El hombre con el tronco de árbol del poste de serbal.

I

Pequeña ciudad normanda que debe a sus numerosas casas de madera y a sus fachadas rematadas con piñones escalonados el pintoresco aspecto medieval con que la conocemos, Lisieux, respetuosa hacia el tiempo pasado, nos ofrece, entre otras muchas curiosidades, una hermosa y en extremo interesante mansión de alquimista.

Casa modesta, en verdad, pero que demuestra en su autor el deseo de humildad que los afortunados beneficiarios del tesoro hermético hacían voto de respetar durante su vida entera. Este edificio suele designarse con el nombre de «Manoir de la Salamandre», y ocupa el número 19 de la rue aux Fevres.

Pese a nuestras investigaciones, nos ha resultado imposible obtener la menor información acerca de sus primeros propietarios, a los que no se conoce. Nadie sabe en Lisieux o fuera de ella por quién fue construida la casa en el siglo XVI, ni quiénes fueron los artistas que la decoraron. Para no defraudar a la tradición, sin duda, la Salamandra guarda celosamente su secreto y el del alquimista. Sin embargo, en 1834 se escribió acerca de la mansión[87], pero limitándose a la descripción pura y simple de los temas esculpidos que el turista puede admirar en la fachada. Esta mención y algunas líneas en la Statistique monumentalle du Calvados, de Caumont (Lisieux, tomo V) representan todo cuanto ha aparecido sobre la mansión de la Salamandra. Es poco, y lo sentimos, pues la minúscula pero deliciosa morada, edificada por la voluntad de un verdadero adepto, decorada con motivos tomados del simbolismo hermético y de la alegoría tradicional, merece mejor suerte. Bien conocida por los lexovianos es ignorada por el gran público, tal vez incluso por muchos amantes del arte, pese a que su decoración, tanto por su abundancia y su variedad como por su hermosa conservación, autoriza a clasificar el edificio entre los mejores del género. Hay aquí una laguna molesta, y trataremos de colmarla subrayando, a la vez, el valor artístico de esta elegante mansión y la enseñanza iniciática que se desprende de sus esculturas.

El estudio de los motivos de la fachada nos permite afirmar, con la convicción nacida de un análisis paciente, que el constructor del «Manoir» fue un alquimista instruido que dio la medida de su talento; en otros términos, un adepto poseedor de la piedra filosofal. Certificamos, asimismo, que su afiliación a algún centro esotérico, que tenía muchos puntos de contacto con la dispersa orden de los templarios, se revela como indiscutible. Pero ¿cuál podía ser aquella fraternidad secreta que se honraba en contar entre sus miembros al sabio filósofo de Lisieux? Forzados nos vemos a confesar nuestra ignorancia y a dejar la cuestión en suspenso. Sin embargo, y aunque sintamos una invencible repugnancia por la hipótesis, la verosimilitud, la relación de fechas y la proximidad de los lugares nos sugieren ciertas conjeturas que vamos a exponer a título de indicación y con todas las reservas.

Aproximadamente un siglo antes de la construcción del «Manoir» de Lisieux, tres compañeros alquimistas «laboraban» en Flers (Orne), donde realizaban la Gran Obra en el año 1420. Eran Nicolas de Grosparmy, gentilhombre, Nicolas o Noel Valois, llamado también Le Vallois, y un sacerdote de nombre Pierre Vicot o Vitecoq. Este último se califica a sí mismo de «capellán y servidor doméstico del señor de Grosparmy[88]». Tan sólo De Grosparmy poseía alguna fortuna con el título de señor y el de conde de Flers. Sin embargo, fue Valois quien descubrió primero la práctica de la Obra y la enseñó a sus compañeros, como lo da a entender en sus Cinq Livres. Tenía entonces cuarenta y cinco años, lo que sitúa la fecha de su nacimiento en el año 1375. Los tres adeptos escriben diferentes obras entre los años 1440 y 1450[89]. Ninguno de estos libros ha sido impreso jamás, por supuesto. Según una nota anexa al manuscrito número 158 (125) de la biblioteca de Rennes, un gentilhombre normando, Bois Jeuffroy, habría heredado todos los tratados originales de Nicolas de Grosparmy, Valois y Vicot. Vendió la copia completa de los mismos «al difunto señor conde de Flers, mediante 1.500 libras y un caballo de precio». Este conde de Flers y barón de Tracy es Louis de Pellevé, muerto en 1660, bisnieto, por línea femenina, del autor Grosparmi[90].

Pero estos tres adeptos que residían y trabajaban en Flers en la primera mitad del siglo XV se citan sin la menor razón como si pertenecieran al siglo XVI. En la copia que posee la biblioteca de Rennes, se dice con claridad, no obstante, que habitaban en el castillo de Flers, del que Grosparmy era propietario, «en el cual lugar hicieron la Obra filosófica y compusieron sus libros». El error inicial, consciente o no, procede de un anónimo autor de las notas tituladas Remarques, escritas al margen de algunas copias manuscritas de las obras de Grosparmy que pertenecieron al químico Chevreul. Éste, sin controlar, por lo demás, la cronología fantástica de estas notas, aceptó las fechas, sistemáticamente atrasadas un siglo por el escritor anónimo, y todos los autores lo siguieron y arrastraron a porfía aquel error imperdonable. Vamos a restablecer la verdad brevemente. Alfred de Caix[91], después de haber dicho que Louis de Pelleve murió en la miseria en 1660, añade: «Según el documento que precede, la tierra de Flers habría sido adquirida por Nicolas de Grosparmy, pero el autor de las Remarques está aquí en contradicción con el señor de la Ferrière[92], que cita en la fecha de 1404 a un tal Raoul de Grosparmy como señor del lugar». Nada es más cierto, aunque, por otra parte, Alfred de Caix parezca aceptar la cronología falsificada del anotador desconocido. En 1404, Raoul de Grosparmy era, en efecto, señor de Beauville y de Flers[93], y aunque no se sepa a título de qué se convirtió en propietario, el hecho no puede ser puesto en duda. «Raoul de Grosparmy —escribe el conde Hector de la Ferrière— debe de ser el padre de Nicolas de Grosparmy quien dejó tres hijos de Marie de Roeux, Jehan de Grosparmy, Guillaume y Mathurin de Grosparmy, y una hija, Guillemette de Grosparmy, casada el 8 de enero de 1496 con Germain de Grimouville. En esta fecha, Nicolas de Grosparmy había muerto, y Jehan de Grosparmy, barón de Flers, su primogénito, y Guillaume de Grosparmy, su segundo hijo, concedieron a su hermana, en consideración a su casamiento, trescientas libras tornesas en dinero contante, y una renta de veinte libras por año readquirible por el precio de cuatrocientas libras tornesas[94]».

He aquí, pues, perfectamente establecido que las fechas que constan en las copias de los diversos manuscritos de Grosparmy y de Valois son rigurosamente exactas y del todo auténticas. A partir de ese momento, podríamos considerarnos eximidos de buscar la concordancia biográfica y cronológica de Nicolas Valois, ya que está demostrado que fue el compañero y comensal del señor y conde de Flers. Pero es conveniente todavía descubrir el origen del error imputable al comentarista, tan mal informado, de los manuscritos de Chevreul. Digamos, asimismo, que podría proceder de una homonimia molesta, a menos que nuestro anónimo, cambiando todas las fechas, haya querido hacer el honor a Nicolas Valois del suntuoso palacio de Caen, construido por uno de sus sucesores.

Nicolas Valois pasa por haber adquirido, hacia el final de su vida, las cuatro tierras de Escoville, de Fontaines, de Mesnil-Guillaume y de Manneville. El hecho, no obstante, no ha sido probado en absoluto, pues ningún documento lo confirma aparte la afirmación gratuita y sujeta a reservas del autor de las Remarques ya citadas. El viejo alquimista, artesano de la fortuna de los Le Vallois y señores d’Escoville vivió como un sabio, según los preceptos de disciplina y de moral filosóficas. Quien escribía a su hijo, en 1445, que «la paciencia es la escalera de los filósofos, y la humildad, la puerta de su jardín» no podía seguir el ejemplo ni llevar la vida de los poderosos sin traicionar sus convicciones. Es probable, pues, que a los setenta años, sin otra preocupación material que sus obras, acabara en el castillo de Flers una existencia de labor, de calma y de simplicidad en compañía de los dos amigos con quienes había realizado la Gran Obra. Sus últimos años, en efecto, fueron consagrados a la redacción de las obras destinadas a moldear la educación científica de su hijo, conocido tan sólo con el epíteto del «piadoso y noble caballero[95]» al que Pierre Vicot dispensaba instrucción iniciática oral. El sacerdote Vicot es quien se sobrentiende, en efecto, en ese pasaje del manuscrito de Valois: «En el nombre de Dios todopoderoso, sabe, hijo mío bienamado cuál es mi intención por los extremos que a continuación declaro. Cuando, en los últimos días de mi vida, mi cuerpo esté presto a ser abandonado por mi alma y no haga sino esperar la hora del Señor y del último suspiro, es mi deseo dejarte como testamento y última voluntad estas palabras, por las cuales te serán enseñadas muchas cosas hermosas relativas a la muy digna transmutación metálica… Por eso te he hecho enseñar los principios de la filosofía natural, a fin de hacerte más capaz para esta santa ciencia[96]».

Los Cinco Libros de Nicolas Valois, en el comienzo de los cuales figura este pasaje, llevan la fecha de 1445 —sin duda, la de su terminación—, lo que permitiría pensar que el alquimista, contrariamente a la versión del autor de las Remarques, murió a una edad avanzada. Puede suponerse que su hijo, educado e instruido según las reglas de la sabiduría hermética, tuvo que contentarse con adquirir las tierras del señorío de Escoville, o de percibir las rentas si había heredado aquéllas de Nicolas Valois. Sea como fuere, y aunque ningún testimonio escrito venga en nuestra ayuda para colmar esta laguna, una cosa sigue siendo cierta, y es que el hijo del alquimista, adepto a su vez, jamás mandó edificar todo o parte de esa propiedad, no dio un solo paso para la confirmación del título que estaba vinculado a ella y nadie, en fin, sabe si vivió en Flers como su padre o si fijó su residencia en Caen. Probablemente, se debe al primer poseedor reconocido de los títulos de hidalgo y señor de Escoville, de Mesnil-Guillaume y otros lugares a quien se debe el proyecto de edificación del palacio del Grand-Cheval, realizado por Nicolas Le Vallois, su primogénito, en la ciudad de Caen. En todo caso, sabemos de buena fuente que Jean Le Vallois, primero de ese nombre, nieto de Nicolas, «compareció el 24 de marzo de 1511 vestido con brigantina y con celada a la prueba de los nobles de la bailía de Caen, según un certificado del teniente general de dicha bailía, fechado el mismo día». Dejó a Nicolas Le Vallois, señor de Escoville y de Mesnil-Guillaume, nacido el año 1494 y casado el 7 de abril de 1534 con Marie du Val, que le dio por hijo a Louis de Vallois, hidalgo, señor de Escoville, nacido en Caen el 18 de setiembre de 1536, el cual se convirtió, a continuación, en consejero secretario del rey.

Es, pues, Nicolas Le Vallois, bisnieto del alquimista de Flers, quien manda emprender los trabajos del palacio de Escoville, los cuales exigieron unos diez años, aproximadamente, de 1530 a 1540[97]. Al mismo Nicolas Le Vallois nuestro anónimo, engañado tal vez por la similitud de los nombres, atribuye los trabajos de Nicolas Valois, su antepasado, transportando a Caen lo que tuvo por teatro Flers. Según informe de De Bras (Les Recherches et antiquitez de la ville de Caen, p. 132), Nicolas Le Vallois habría muerto joven, en 1541. «El viernes, día de Reyes, de mil quinientos cuarenta y uno —escribe el historiador—, Nicolas Le Vallois, señor de Escoville, Fontaines, Mesnil-Guillaume y Manneville y el más opulento de la ciudad entonces, cuando debía sentarse a la mesa, en la sala del pabellón de esa hermosa y soberbia morada, cerca del Carrefour Saint-Pierre, que había hecho edificar el año precedente, al comer una ostra, a la edad, más o menos, de cuarenta y siete años, cayó muerto de súbito de una apoplejía que le sofocó».

VIII. – MANOIR DE LA SALAMANDRA.

Puerta de entrada (siglo XVI).

En la localidad, se designaba el palacio de Escoville con el nombre de Hôtel du Grand-Cheval[98]. Según el testimonio de Vauquelin des Yveteaux, Nicolas Le Vallois, su propietario, habría consumado la Gran Obra «en la ciudad donde los jeroglíficos de la mansión que hizo construir y que se ve aún, en la plaza de Saint-Pierre, frente a la gran iglesia de ese nombre, dan fe de su ciencia». «Habría, pues, jeroglíficos —añade Robillard de Beaurepaire— en las esculturas del palacio del Grand-Cheval, y sería entonces posible que todos esos detalles, que parecen incoherentes, tuvieran una significación muy precisa para el autor de la construcción y para todos los adeptos de la ciencia hermética, versados en las fórmulas misteriosas de los antiguos filósofos, de los magos, de los bracmanes y de los cabalistas». Por desgracia, de todas las estatuas que decoraban aquella elegante morada, la pieza principal, desde el punto de vista alquímico, era «aquélla que, colocada encima de a puerta, chocaba primero a la vista del transeúnte y había dado su nombre a la vivienda, el Grand-Cheval descrito y celebrado por todos los autores contemporáneos ya no existe hoy». Ésta estatua fue implacablemente destrozada en 1793. En su obra titulada Les origines de Caen, Daniel Huet sostiene que la escultura ecuestre pertenecía a una escena del Apocalipsis (cap. XIX, V. II), contra la opinión de Bardou, párroco de Cormelles, que veía en ella a Pegaso, y de De la Roque, que reconocía la propia efigie de Hércules. En una carta dirigida a Daniel Huet por el padre De la Ducquerie, éste dice que «la figura del gran caballo que se halla en el frontispicio de la mansión de Monsieur Le Valois d’Escoville no es, como ha creído Monsieur De la Roque, y tras él muchos otros, un Hércules, sino una visión del Apocalipsis. Ello viene reforzado por la inscripción que hay debajo. En el muslo de ese caballo aparecen escritas estas palabras del Apocalipsis: Rex Regum et Dominus Dominantium, el Rey de reyes y Señor de señores». Otro corresponsal del sabio prelado de Avranches, el médico Dubourg entró a este respecto en detalles más circunstanciados. «Para responder a vuestra carta —escribía—, empiezo por deciros que hay dos representaciones en bajo relieve: una, arriba, donde se representa este gran caballo en el aire, con las nubes bajo sus pies delanteros. El hombre que está debajo tenía ante sí una espada, pero ésta ya no está. Sostiene en su mano derecha una larga verga de hierro. Encima y detrás de él, aparecen en el aire caballeros que lo siguen y delante y encima, un ángel en el sol. Bajo el bocel de la puerta hay todavía una representación del hombre a caballo en pequeño, sobre un montón de cuerpos muertos y de caballos que devoran las aves. Está de cara a Oriente, al contrario que el otro, y ante él aparece representado el falso profeta, así como el dragón de muchas cabezas y unos jinetes contra los que parece ir el caballero. Vuelve la cabeza atrás como para ver la representación del falso profeta y del dragón, que entra en un viejo castillo de donde salen llamas y en las que ese falso profeta tiene ya metido medio cuerpo. Hay una inscripción en el muslo del gran caballero, y en muchos sitios, como Rey de reyes, Señor de los señores y otras tomadas del capítulo XIX del Apocalipsis. Como esas letras no están grabadas, creo que han sido escritas no hace mucho, pero hay un mármol en lo alto donde aparece escrito: “Y era su nombre, la palabra de Dios”»[99].

Nuestra intención no es, en absoluto, emprender aquí el estudio de la estatuaria simbólica encargada de expresar o exponer los principales arcanos de la ciencia. Esta morada filosofal, muy conocida y a menudo descrita, podrá ser tema de interpretaciones personales de los amantes del arte sagrado. Nosotros nos limitaremos a señalar algunas figuras particularmente instructivas y dignas de interés. En primer lugar, está el dragón del tímpano mutilado de la puerta de entrada, a la izquierda, bajo el peristilo que precede la escalera del cimborrio. En la fachada lateral, dos bellas estatuas que representan a David y Judit deben merecer atención. La última va acompañada de una sextilla de la época:

Ont voit icy le pourtraict

De Judith la vertueuse

Comme par un hautain faict

Coupa la teste fumeuse

D’Holopherne qui l‘heureuse

Jerusalem eut defaict[100].

Encima de esas grandes figuras, se ven dos escenas, una de las cuales representa el rapto de Europa, y la otra, la liberación de Andrómeda por Perseo, y ambas ofrecen un significado análogo al del fabuloso rapto de Deyanira, seguido de la muerte de Neso, que analizaremos más tarde al hablar del mito de Adán y Eva. En otro pabellón, se lee en el friso interior de una ventana: Marsyas victus obmutescit. «Se trata —dice Robillard de Beaurepaire— de una alusión al torneo musical entre Apolo y Marsias, en el que figuran, en calidad de comparsas, los portadores de instrumentos[101] que distinguimos más arriba». Finalmente, para coronar el conjunto, encima del linternón hay una figurilla, hoy muy desgastada, en la que Sauvageon creyó poder reconocer, hace muchos años, a Apolo, dios del día y de la luz, y debajo de la cúpula de la gran claraboya, en una especie de templete áptero, la estatua muy reconocible de Príapo. «Nos veríamos, por ejemplo —añade el autor—, en un gran aprieto para explicar qué significado preciso hay que atribuir al personaje de grave fisonomía que se toca con un turbante hebraico; al que emerge tan vigorosamente de un óculo pintado, mientras que su brazo atraviesa el espesor del entablamento; a una hermosísima representación de santa Cecilia tañendo una tiorba; a los forjadores, cuyos martillos, en la parte baja de las pilastras, golpean un yunque inexistente; a las decoraciones exteriores, tan originales, de la escalera de servicio con la divisa: Labor improbus omnia vincit[102]… Tal vez no hubiera sido inútil, por otra parte, para penetrar el sentido de todas esas esculturas, investigar acerca de las tendencias espirituales y de las ocupaciones habituales de quien así las prodigó en su casa. Se sabe que el señor de Escoville era uno de los hombres más ricos de Normandía, y lo que se sabe menos es que, desde siempre se había entregado con apasionado ardor a las investigaciones misteriosas de la alquimia».

De esta sucinta exposición debemos retener, sobre todo, que existía en Flers, en el siglo XV, un núcleo de filósofos herméticos; que éstos pudieron formar discípulos —lo que viene confirmado por la ciencia transmitida a los sucesores de Nicolas Valois, los señores de Escoville— y crear un centro iniciático; que la ciudad de Caen se halla a una distancia casi igual de Flers y de Lisieux, por lo que sería posible que el adepto desconocido, retirado al Manoir de la Salamandre hubiera recibido su primera instrucción de algún maestro perteneciente al grupo oculto de Flers o de Caen.

En esta hipótesis no hay imposibilidad material ni inverosimilitud, pero aun así no nos atreveríamos a otorgarle más valor del que puede esperarse de esta clase de suposiciones. Asimismo, rogamos al lector que la admita como la ofrecemos, es decir, con la mayor reserva y a simple título de probabilidad.