VI

De la chimenea simbólica, sólo nos falta hablar de la cornisa. Está dividida en seis artesones oblongos, adornados de motivos simétricos repetidos dos a dos, y resume los principales puntos de la práctica.

Dos égidas reniformes ocupan sus extremos y tienen su borde cóncavo prolongado en forma de concha. Su campo ofrece la imagen de una cabeza de medusa, con su cabellera de serpientes, de donde surgen dos rayos. Se trata de los emblemas de las materias iniciales; la una, ardiente e ígnea, representada por la máscara de Gorgona y sus rayos, y la otra, acuosa y fría, sustancia pasiva representada bajo el aspecto de una concha marina que los filósofos llaman mérelle, de las palabras griegas μητηρ y ελη, madre de la luz. La reacción mutua de estos elementos primarios, agua y fuego, proporciona el mercurio común, de calidad mixta, que es esta agua ígnea o este fuego acuoso que nos sirve de disolvente para la preparación del mercurio filosófico.

Sucediendo a las égidas, los bucráneos indican las dos mortificaciones que aparecen al comienzo de los trabajos preliminares; la primera realiza el mercurio común, y la segunda da nacimiento al rebis hermético. Estas testas descarnadas de buey solar ocupan el lugar de los cráneos humanos, de los fémures cruzados, de las osamentas esparcidas o de los esqueletos enteros de la iconografía alquímica. Son, como ellos, llamados cabezas de cuervo. Es el epíteto ordinario aplicado a las materias en vías de descomposición y corrupción, las cuales vienen caracterizadas en el trabajo filosofal por el aspecto aceitoso y graso, el olor fuerte y nauseabundo, la calidad viscosa y adherente, la consistencia mercurial, la coloración azul, violeta o negra. Nótese que los cordoncillos que atan los cuernos de estos bucráneos están cruzados en forma de X, atributo divino y primera manifestación de la luz, antes difusa en las tinieblas de la tierra mineral.

En cuanto al mercurio filosófico, cuya elaboración jamás es revelada, ni siquiera tras el velo del jeroglífico, hallamos, no obstante, sus efectos en uno de los escudos decorativos que se hallan junto al acanto mediano. Aparecen dos estrellas grabadas encima del creciente lunar, imagen del mercurio doble o rebis, que la cocción transforma primero en azufre blanco, medio fijo y fusible. Bajo la acción del fuego elemental, la operación proseguida y continuada conduce a las grandes realizaciones finales representadas, en el escudo opuesto, por dos rosas. Éstas, como se sabe, marcan el resultado de los dos Magisterios, el pequeño y el grande, medicina blanca y piedra roja, de las que la flor de lis, que se ve debajo de ellas, consagra su verdad absoluta. Es el signo del conocimiento perfecto, el emblema de la Sabiduría, la corona del filósofo, el sello de la Ciencia y de la Fe unidas al poder, espiritual y temporal, de la Caballería.