Reanudemos ahora el estudio de los curiosos motivos imaginados por Louis d’Estissac para la decoración hermética de su chimenea.
En el panel de la derecha, opuesto al que acabamos de analizar, se señala la máscara de anciano antes identificada, que sostiene en su mandíbula dos tallos vegetales provistos de hojas y cada uno de los cuales lleva un botón floral a punto de entreabrirse. Esos tallos engarzan una especie de mandorla abierta en cuyo interior se advierte una vasija decorada de escamas, la cual contiene botones florales, frutos y mazorcas. Encontramos ahí la expresión jeroglífica de la vegetación, de la nutrición y del crecimiento del cuerpo naciente del que hemos hablado. Por sí solo, el maíz, voluntariamente colocado al lado de las flores y los frutos, es símbolo muy elocuente. Su nombre griego, deriva de ζαω vivir, subsistir, existir. El vaso escamoso figura esa sustancia primitiva que la naturaleza ofrece al artista al salir de la mina, y con la cual comienza su trabajo. De ésta extrae los diversos elementos que necesita, y de ella y por ella se efectúa la labor entera. Los filósofos la han pintado con la imagen del dragón negro cubierto de escamas al que los chinos llaman Lung, y cuya analogía es perfecta con el monstruo hermético. Como él, es una especie de serpiente alada, con cabeza cornuda, que arroja fuego y llamas por las narices, cuyo cuerpo negro y escamoso se apoya en cuatro patas rechonchas armadas de cinco garras cada una. El dragón gigantesco de las banderas escitas se llamaba Apophis. El griego αποφυσις, que significa excrecencia, desecho, tiene por raíz αποφυω, en el sentido de empujar, crecer, producir, nacer de. El poder vegetativo indicado por las fructificaciones del vaso simbólico está, pues, expresamente confirmado en el dragón mítico, el cual se desdobla en mercurio común o primer disolvente. Como consecuencia, ese mercurio primitivo, junto con cualquier cuerpo fijo, lo hace volátil, vivo, vegetativo y fructificante. Cambia entonces de nombre cambiando de cualidad y se convierte en el mercurio de los sabios, el húmedo radical metálico, la sal celeste o sal florecida. «In Mercurio est quicquid quaerunt Sapientes»: todo cuanto buscan los sabios está en el mercurio, repiten hasta la saciedad nuestros viejos autores. No cabía expresar mejor en la piedra la naturaleza y la función de esa vasija que tantos artistas conocen, sin saber lo que es capaz de producir. Sin ese mercurio tomado de nuestra Magnesia, nos asegura Filaleteo, es inútil encender la lámpara o el horno de los filósofos. Nada más diremos aquí porque ya tendremos ocasión de volver de nuevo sobre este tema, y de desvelar más adelante el arcano mayor del gran arte.