VII

En la catedral de Nantes, el crepúsculo, poco a poco, avanza.

La sombra invade las bóvedas ojivales, colma las naves y baña a la humanidad petrificada del majestuoso edificio. A nuestros lados, las columnas, poderosas y graves, ascienden hacia los arcos trabados, los travesaños y las pechinas que la oscuridad en aumento oculta ahora a nuestros ojos. Una campana suena. Un sacerdote invisible recita a media voz la oración de vísperas, y el tañido de arriba responde a la plegaria de abajo. Tan sólo las llamas tranquilas de los cirios taladran con fulgores de oro las tinieblas del santuario. Luego, terminado el oficio, un silencio sepulcral pesa sobre todas estas cosas inertes y frías, testigos de un pasado lejano preñado de misterio y de enigmas…

Las cuatro guardianas de piedra, en su actitud fija, parecen emerger, imprecisas y suaves, del seno de esta penumbra. Centinelas mudas de la antigua Tradición, estas mujeres simbólicas que vigilan, en los ángulos del mausoleo vacío, las imágenes rígidas y marmóreas de cuerpos dispersos, trasladados no se sabe a dónde, emocionan y dan que pensar. ¡Oh, vanidad de las cosas terrestres! ¡Fragilidad de las riquezas humanas! ¿Qué queda hoy de aquellos cuya gloria debíais conmemorar y cuya grandeza debíais recordar? Un cenotafio. Menos aún: un pretexto del arte, un soporte de ciencia, obra maestra desprovista de utilidad y destino, simple recuerdo histórico, pero cuyo alcance filosófico y cuya enseñanza moral sobrepasan con mucho la trivialidad suntuosa de su primer destino.

Y ante esas nobles figuras de las Virtudes cardinales que velan los cuatro conocimientos de la eterna Sapiencia, las palabras de Salomón (Prov., III, 13 a 19) acuden por sí solas a nuestro espíritu:

«Bienaventurado el que alcanza la sabiduría y adquiere inteligencia;

»Porque es su adquisición mejor que la de la plata y es de más provecho que el oro.

»Es más preciosa que las perlas y no hay tesoro que la iguale;

»Lleva en su diestra la longevidad, y en su siniestra la riqueza y los honores. De su boca brota la justicia y lleva en la lengua la ley y la misericordia.

»Sus caminos son caminos deleitosos y son paz todas sus sendas.

»Es árbol de vida para quien la consigue; quien la abraza es bienaventurado.