«Tocada con el gorro de las matronas —así se expresa Dubuisson-Aubenay en su Itinéraire en Bretagne, en 1636—, la Templanza de Michel Colombe está provista de atributos semejantes a los que le son asignados por Cochin. Según éste, aparece “ataviada con vestidos simples, un bocado con su brida en una mano, y en la otra el péndulo de un reloj o el volante de un reloj de bolsillo”. Otras figuras la presentan sosteniendo un freno o una copa. “Con bastante frecuencia —dice Noël—, aparece apoyada en una vasija caída, con un bocado en la mano o mezclando vino y agua. El elefante, que pasa por ser el animal más sobrio, es un símbolo. Ripa le atribuye dos emblemas: uno consiste en una mujer con una tortuga en la cabeza, que sostiene un freno y dinero; el otro, en una mujer en el acto de templar, con unas tenazas, un hierro al rojo en una vasija llena de agua”».
XXXIX. CATEDRAL DE NANTES.
Tumba de Francisco II - La Templanza (siglo XVI).
Con la mano izquierda, nuestra estatua aguanta la caja trabajada de un relojito de pesos, del modelo usado en el siglo XVI. Se sabe que las esferas de estos aparatos no tenían más que una sola aguja, como testimonia esta hermosa figura de ]a época. El reloj, que sirve para medir el tiempo, está tomado como el jeroglífico del tiempo mismo, y considerado, como el reloj de arena, como el emblema principal del viejo Saturno.
Algunos observadores un tanto superficiales han creído reconocer una linterna en el reloj, fácilmente identificable, sin embargo, de la Templanza. El error apenas modificaría la significación profunda del símbolo, ya que el sentido de la linterna completa el del reloj. En efecto, si la linterna ilumina porque da luz, el reloj aparece como el dispensador de esta luz, la cual no se recibe de un chorro, sino poco a poco, progresivamente, en el curso de los años y con la ayuda del tiempo. Experiencia, luz y verdad son sinónimos filosóficos, y nada, fuera de la edad, puede permitir adquirir la experiencia, la luz y la verdad. También figura el Tiempo, único maestro de la sabiduría, bajo el aspecto de un anciano, y los filósofos en la actitud senil y cansada de hombres que han trabajado largo tiempo para obtenerla. Esta necesidad del tiempo o de la experiencia la subraya François Rabelais en su Adición al último capítulo del quinto libro de Pantagruel, cuando escribe: «Cuando vuestros filósofos, gracias a Dios, acompañándose de alguna clara linterna, se entreguen a buscar e investigar cuidadosamente como es natural en los humanos (y de esta calidad son Herodoto y Homero, llamados Alfestes[328], es decir, investigadores e inventores), encontrarán que es verdadera la respuesta dada por el sabio Tales al rey de los egipcios, Amasis, cuando interrogado por éste acerca de en qué cosa hay más prudencia, contestó: En el tiempo, pues por tiempo han sido y por tiempo serán todas las cosas latentes inventadas. Tal es la causa por la que los antiguos han llamado Saturno al Tiempo, padre de Verdad, y Verdad hija del Tiempo. Infaliblemente también encontrarán todo el saber ellos y sus predecesores, pues apenas saben la mínima parte de lo que es».
Pero el alcance esotérico de la Templanza se halla por entero en la brida que sostiene con la mano derecha. Con la brida se dirige el caballo, y por medio de esta pieza, el caballero impone a su montura la orientación que le place. También puede considerarse la brida como el instrumento indispensable, el mediador situado entre la voluntad del jinete y la marcha del caballo hacia el objetivo propuesto. Este medio, cuya imagen se ha escogido entre las partes constitutivas del arnés, se designa en hermetismo con el nombre de cábala. De suerte que las expresiones especiales de la brida, la del freno y la de la dirección, permiten identificar y reconocer, bajo una sola fórmula simbólica, la Templanza y la ciencia cabalística.
A propósito de esta ciencia, se impone una observación, y la creemos tanto más fundada cuanto que el estudiante no prevenido asimila de buen grado la cábala hermética con el sistema de interpretación alegórica que los judíos pretenden haber recibido por tradición, y que denominan cábala. En realidad, nada existe en común entre ambos términos aparte su pronunciación. La cábala hebraica no se ocupa más que de la Biblia, así que se ve estrictamente limitada a la exégesis y a la hermenéutica sagradas. La cábala hermética se aplica a los libros, textos y documentos de las ciencias esotéricas de la Antigüedad, de la Edad Media y de los tiempos modernos. Mientras que la cábala hebraica no es más que un procedimiento basado en la descomposición y la explicación de cada palabra o de cada letra, la cábala hermética, por el contrario, es una verdadera lengua. Y como la gran mayoría de los tratados didácticos de ciencias antiguas están redactados en cábala, o bien utilizan esta lengua en sus pasajes esenciales, y como el mismo gran Arte, según la propia confesión de Artefio, es enteramente cabalístico, el lector nada puede captar de él si no posee al menos los primeros elementos del idioma secreto. En la cábala hebraica, tres sentidos pueden descubrirse en cada palabra sagrada, de donde se deducen tres interpretaciones o cábalas distintas. La primera, llamada Guematria, incluye el análisis del valor numérico o aritmético de las letras que componen el vocablo. La segunda, conocida por Notarikon, establece el significado de cada letra considerada por separado. La tercera o Temurá (es decir cambio, permutación) emplea ciertas transposiciones de letras. Este último sistema, que parece haber sido el más antiguo, data de la época en que florecía la escuela de Alejandría, y fue creada por algunos filósofos judíos deseosos de acomodar las especulaciones de las filosofías griega y oriental con el texto de los libros santos. No nos sorprendería lo más mínimo que la paternidad de este método pudiera atribuirse al judío Filón, cuya reputación fue grande en los comienzos de nuestra Era, porque él es el primer filósofo que se cita que intentó identificar una religión verdadera con la filosofía. Se sabe que trató de conciliar los escritos de Platón y los textos hebreos, interpretando éstos alegóricamente, lo que concuerda perfectamente con la meta perseguida por la cábala hebraica. Sea como fuere, según los trabajos de autores muy serios, no cabría asignar al sistema judío una fecha muy anterior a la Era cristiana retrocediendo incluso el punto de partida de esta interpretación hasta la versión griega de los Setenta (238 antes de J. C.). Pues bien, la cábala hermética era empleada mucho tiempo antes de esta época por los pitagóricos y los discípulos de Tales de Mileto (640-560), fundador de la escuela jonia: Anaximandro, Ferecides de Siros, Anaxímenes de Mileto, Heráclito de Éfeso, Anaxágoras de Clazomene, etc.; en una palabra, por todos los filósofos y los sabios griegos, como lo testimonia el papiro de Leiden.
Lo que generalmente también se ignora es que la cábala contiene y conserva lo esencial de la lengua materna de los pelasgos, lengua deformada, pero no destruida, en el griego primitivo; lengua madre de los idiomas occidentales, y particularmente del francés, cuyo origen pelásgico se evidencia de manera indiscutible; lengua admirable que basta conocer un poco para hallar con facilidad, en los diversos dialectos europeos, su sentido real desviado por el tiempo y las migraciones de los pueblos de lenguaje original.
A la inversa de la cábala judía, creada por entero a fin de velar, sin duda alguna, lo que el texto sagrado tenía de demasiado claro, la cábala hermética es una preciosa llave que permite a quien la posee abrir las puertas de los santuarios, de esos libros cerrados que son las obras de ciencia tradicional, de extraer su espíritu y de captar su significado secreto. Conocida por Jesús y sus Apóstoles (desdichadamente, debía provocar la primera negación de san Pedro), la cábala era empleada en la Edad Media por los filósofos, los sabios, los literatos y los diplomáticos. Caballeros de orden y caballeros errantes, trovadores, troveros y menestrales, estudiantes viajeros de la famosa escuela de magia de Salamanca, a los que llamamos Venusbergs porque decían proceder de la montaña de Venus, discutían entre ellos en la lengua de los dioses, llamada también gaya ciencia o gay saber, nuestra cábala hermética[329]. Lleva, por supuesto, el nombre y el espíritu de la caballería, cuyo verdadero carácter nos han revelado las obras místicas de Dante. El latín caballus y el griego καβαλλης, significan caballo de carga. Pues bien, nuestra cábala sostiene realmente un peso considerable, la carga de los conocimientos antiguos y de la caballería medieval, pesado bagaje de verdades esotéricas transmitidas por ella a través de las edades. Era la lengua secreta de los caballeros. Iniciados e intelectuales de la Antigüedad poseían todos el conocimiento. Los unos y los otros, a fin de acceder a la plenitud del saber, cabalgaban metafóricamente la yegua (cavale), vehículo espiritual cuya imagen típica es el Pegaso alado de los poetas helénicos. Sólo él facilitaba a los elegidos el acceso a las regiones desconocidas, y les ofrecía la posibilidad de verlo y comprenderlo todo a través del espacio y el tiempo, el éter y la luz… Pegaso, en griego Πηγασος, toma su nombre de la palabra πηγη, fuente, porque, según se dice, hizo brotar de una coz la fuente de Hipocrene, mas la verdad es de otro orden. Por el hecho de que la cábala proporciona la causa, da el principio y revela la causa de las ciencias, su jeroglífico animal ha recibido el nombre especial y característico que lleva. Conocer la cábala es hablar la lengua de Pegaso, la lengua del caballo cuyo valor efectivo y potencia esotérica indica expresamente Swift en uno de sus Viajes alegóricos.
Lengua misteriosa de los filósofos y discípulos de Hermes, la cábala domina toda la didáctica de la Ars magna, del mismo modo que el simbolismo abarca toda su iconografía. Arte y literatura ofrecen así a la ciencia oculta el apoyo de sus propios recursos y de sus facultades de expresión. De hecho, y pese a su carácter particular y su técnica distinta, la cábala y el simbolismo toman vías diferentes para llegar a la misma meta y para confundirse en la misma enseñanza. Son las dos columnas maestras levantadas sobre las piedras angulares de los cimientos filosóficos que soportan el frontón alquímico del templo de la sabiduría.
Todos los idiomas pueden dar asilo al sentido tradicional de las palabras cabalísticas porque la cábala, desprovista de textura y de sintaxis, se adapta con facilidad a cualquier lengua sin alterar su personalidad peculiar. Aporta a los dialectos constituidos la sustancia de su pensamiento, con el significado original de los nombres y de las cualidades. De suerte que una lengua cualquiera es siempre susceptible de ser transportada, de incorporarla, etc. y, en consecuencia, de convertirse en cabalística por la doble acepción que toma de este modo.
Aparte su papel alquímico puro, la cábala ha servido de intercambio en la elaboración de muchas obras maestras literarias que muchos diletantes saben apreciar sin sospechar, no obstante, qué tesoros disimulan bajo la gracia, el encanto o la nobleza del estilo. Y es porque sus autores —ya llevaran el nombre de Homero, Virgilio, Ovidio, Platón, Dante o Goethe— fueron todos grandes iniciados. Escribieron sus inmortales obras no tanto para dejar imperecederos monumentos del genio humano a la posteridad, como para instruir a éste acerca de los sublimes conocimientos de los que eran depositarios, y que debían transmitirse en su integridad. Así es como debemos juzgar, fuera de los maestros ya citados, a los artesanos maravillosos de los poemas de caballería, cantares de gesta, etc., pertenecientes al ciclo de la Tabla redonda y del Graal; las obras de François Rabelais y las de Cyrano Bergerac; el Quijote de Miguel de Cervantes; los Viajes de Gulliver de Swift; el Sueño de Polifilo de Francesco Colonna; los Cuentos de mi madre la oca de Perrault; los Cantares del Rey de Navarra de Teobaldo de Champaña; el Diablo predicador, curiosa obra española cuyo autor desconocemos, y gran cantidad de otros libros que no por ser menos célebres les son inferiores en interés y en ciencia.
Limitaremos esta exposición de la cábala solar, pues no hemos recibido licencia para escribir un tratado completo ni para enseñar cuáles son sus reglas. Nos basta con haber señalado el lugar importante ocupado por aquélla en el estudio de los «secretos de Naturaleza» y la necesidad para el principiante de volver a dar con su clave. Pero a fin de serle útil en la medida de lo posible, daremos, a título de ejemplo, la versión en lenguaje claro de un texto cabalístico original de Naxágoras[330]. Es nuestro deseo que el hijo de ciencia descubra en él la manera de interpretar los libros sellados y sepa obtener partido de una enseñanza tan poco velada. En su alegoría, el adepto se ha esforzado en describir la vía única y simple, la única que seguían antaño los viejos maestros.
Traducción del siglo XVIII del original alemán de Naxágoras |
Versión en lenguaje claro del texto cabalístico de Naxágoras |
|
Descripción |
Descripción |
|
bien detallada de la Arena de Oro que se encuentra cerca de Zwickau, en Misnia, en los alrededores de Niederhohendorf, y en otros lugares vecinos. |
bien detallada de la manera de extraer y liberar el Espíritu del Oro encerrado en la materia mineral vil, con objeto de edificar con él el Templo Sagrado de la Luz [331] y de descubrir otros secretos análogos, |
|
por |
por |
|
J.N.V.E.J.E. |
J.N.V.E.J.E. |
|
ac. 5 Pct. ALC. |
que comprende cinco puntos de alquimia |
|
1715 |
1715 |
Pronto hará dos años que un hombre de estas minas obtuvo, a través de una tercera persona, un pequeño extracto de un manuscrito en cuarto, de una pulgada de grueso y que provenía de otros dos viajeros italianos que se llamaban así. |
Pronto hará dos años que un trabajador hábil en el arte metálico obtuvo, gracias a un tercer agente [332], un extracto de los cuatro elementos conseguido manualmente reuniendo dos mercurios del mismo origen, cuya excelencia les ha valido el calificativo de romanos y que siempre se han llamado así. |
I. Un burgo llamado Hartsmanngrün, cerca de Zwickau. Bajo el burgo hay muchos granos buenos. La mina está en vena. |
I. Una escoria sobrenada la mezcla formada por el fuego de las partes puras de la materia mineral vil. Bajo la escoria, se encuentra un agua friable granulosa. Es la vena o la matriz metálica. |
II. Kohl-Stein, próximo a Zwickau. Hay buena vena de grava y de marcasitas de plomo. Detrás, en Gabel, hay un herrero llamado Morgen-Stern que sabe dónde hay una buena mina, y un conducto subterráneo, y donde han sido practicadas grietas Dentro hay congelaciones amarillas, y el metal es maleable. |
II. Tal es la piedra Kohl [333], concreción de las partes puras del estiércol o materia mineral vil. Vena friable y granulosa, nace del hierro, del estaño y del plomo. Sólo ella lleva la impronta del rayo solar. Ella es el artesano experto en el arte de trabajar el acero. Los sabios la llaman Estrella de la mañana. Ella sabe lo que busca el artista. Es el camino subterráneo que conduce al oro amarillo, maleable y puro. Camino rudo y cortado por las zanjas y los obstáculos. |
III. Yendo de Schneeberg al castillo llamado de Wissemburg, hay un poco de agua que fluye hacia la montaña y desemboca en el Mulda. Avanzando por el Mulda, frente a este curso de agua, se halla un vivero cerca del río. Hay poca agua donde se encuentra una marcasita que puede compensar bien la dificultad que ha significado el llegar hasta ella. |
III. Poseyendo esta piedra llamada montaña de la Tenaza[334], ascended hasta la Fortaleza blanca. Es agua viva, que fluye del cuerpo disgregado, en polvo impalpable, bajo el efecto de una trituración natural comparable a la de la muela. Esta agua viva y blanca se aglomera en el centro, en una piedra cristalina de color semejante al hierro estañado, que puede compensar ampliamente la dificultad que exige la operación. |
IV. En Kauner-Zehl, en la montaña de Gott, a dos leguas de Schoneck, hay una excelente arena de cobre. |
IV. Esta sal luminosa y cristalina, primer ser del Cuerpo divino, se formará, en un segundo lugar, en vidrio cúprico. Se trata de nuestro cobre o latón, y el león verde. |
V. En Grals, en Voitgland debajo de Schloss-berg hay un jardín donde se encuentra una rica mina de oro, lo que he advertido desde hace poco. Tomad buena nota. |
V. Esta arena, calcinada, dará su tintura a la rama de oro. El joven brote del Sol nacerá en la Tierra del fuego. Es la sustancia quemada de la piedra, roca cerrada del jardín [335] donde maduran nuestros frutos de oro, de lo que me he asegurado hace poco. Tened esto bien en cuenta. |
VI. Entre este producto y el segundo, más fuerte y mejor, es útil volver al estanque de la Luz muerta [336], por el extracto vuelto a su materia original. Volveréis a encontrar agua viva, dilatada, sin consistencia. Lo que resultará es la antigua Fuente [337], generatriz de vigor, capaz de cambiar en granos de oro los metales viles. |
VI. Entre Werda y Laugen-berndorff existe un vivero llamado Mansteich. Bajo ese vivero se ve una antigua fuente, en la parte baja de la pradera. En esta fuente, se encuentran pepitas de oro que son muy buenas. |
VII. En el bosque de Werda, hay un precipicio que llaman el Langrab. Yendo a lo alto de ese precipicio se encuentra en el mismo una fosa. Avanzad en esta fosa la distancia de un ana hacia la montaña, y encontraréis una veta de oro de la longitud de un palmo. |
VII. En el bosque verde se esconde el fuerte, el robusto y el mejor de todos [338]. Allí también se encuentra el estanque del Cangrejo [339]. Proseguid Dejad el hoyo; su fuente está en el fondo de una gruta donde se desarrolla la piedra encerrada en su mina: la sustancia se separará por sí misma. |
VIII. En Hundes-Hubel se encuentra una zanja donde hay pepitas de oro en cantidad. Esta zanja está en la aldea, cerca de una fuente a la que el pueblo acude en busca de agua para beber. |
VIII. En el aumento, al reiterar, veréis la fuente llena de granulaciones brillantes de oro puro. Como escoria o ganga, encierra la fuente de agua seca, generatriz del oro, que el pueblo metálico bebe ávidamente. |
IX. Después de haber realizado diferentes viajes a Zwickau, a la pequeña ciudad de Schlott, a Saume y a Crouzoll, nos detuvimos en Brethmullen, donde antaño estaba situado ese lugar. En el camino que antes conducía a Weinburg, que se llama Barenstein, cara o hacia la montaña yendo a Barenstein, o por detrás frente al Poniente, a la fíbula… que había en otro tiempo, hay un viejo pozo al que atraviesa una vena. Es fuerte y muy rica en buen oro de Hungría y, algunas veces, incluso en oro de Arabia. La señal de la vena está sobre cuatro separadores de metales Auff-seigers vier, y al lado está escrito Auff-seigers eins. Es una verdadera cabeza de vena. |
IX. Tras diferentes ensayos sobre la materia mineral vil hasta el color amarillo o fijación del cuerpo, y luego de ahí al Sol coronado, tuvimos que esperar que la materia se hubiera cocido por entero, según el método de antaño. Esta larga cocción, seguida en otro tiempo, conducía al Castillo luminoso o Fortaleza brillante, que es esta piedra pesada, occidente que aguarda, sin sobrepasarla, nuestra propia manera [340]…, pues la verdad sale del pozo antiguo de esta tintura poderosa, rica en semilla de oro, tan puro como el oro de Hungría, y, algunas veces, incluso más que el de Arabia. La señal, formada por cuatro rayos, designa y sella el reductor mineral. Es la más grande de todas las tinturas. |
Pero con el fin de cerrar con una nota menos austera este estudio del lenguaje secreto designado con el nombre de cábala hermética o solar, mostraremos hasta dónde puede llegar la credulidad histórica cuando una ignorancia ciega permite atribuir a ciertos personajes lo que jamás ha pertenecido sino a la alegoría y a la leyenda. Los hechos históricos que ofrecemos a la meditación del lector son los de un monarca de la antigüedad romana. Apenas tendremos necesidad de poner de manifiesto sus particularidades absurdas ni de subrayar todas sus relaciones cabalísticas; hasta tal punto se muestran evidentes y expresivas.
El famoso emperador romano Vario Avito Basiano, saludado por los soldados —no se sabe muy bien por qué— con los nombres de Marco Aurelio Antonino[341], recibió el nombre —tampoco se sabe la razón— de Elagábato o Heliogábalo[342]. «Nacido en 204 —nos dice la Encyclopédie— y muerto en Roma en 222, descendía de una familia siria[343] dedicada al culto del sol en Emesa[344]. Él mismo fue, desde muy joven, sumo sacerdote de ese dios, que era adorado bajo la forma de una piedra negra[345] con el nombre de Elagábalo. Se le suponía hijo de Caracalla. Su madre, Saemias[346], frecuentaba la corte y estaba por debajo de la calumnia. Sea como fuere, la belleza del joven gran sacerdote sedujo a la legión de Emesa, que lo proclamó Augusto a la edad de catorce años. El emperador Macrino marchó contra él, pero fue derrotado y muerto.
»El reinado de Heliogábalo no fue más que el triunfo de las supersticiones y de las orgías orientales. No existe infamia o crueldad que no haya inventado este singular emperador de mejillas afeitadas y túnica de cola. Había llevado a Roma su piedra negra, y forzaba al Senado y a todo el pueblo a rendirle un culto público. Habiéndose apoderado en Cartago de la estatua de Celeste, que representaba la Luna, celebró con gran pompa sus bodas con su piedra negra, que figuraba el Sol. Creó un senado femenino, se desposó sucesivamente con cuatro mujeres, entre ellas, una vestal, y un día reunió en su palacio a todas las prostitutas de Roma, a las que dirigió un discurso acerca de los deberes de su profesión. Los pretorianos dieron muerte a Heliogábalo y arrojaron su cuerpo al Tíber. Tenía dieciocho años y había reinado cuatro».
Si esto no es la Historia, al menos es una bonita historia, llena toda ella de «pantagruelismo». Sin faltar a su misión esotérica y contando con la pluma avisada, el estilo cálido y colorista de Rabelais, ganó muchísimo en sabor, en pintoresquismo y en truculencia.