He aquí, según nuestra opinión, la obra maestra de Michel Colombe y la pieza capital de la tumba de los Carmelitas. «Por sí sola —escribe Léon Palustre[324]—, esta estatua de la Fortaleza bastaría para dar la gloria a un hombre, y al contemplarla, no puede evitarse una viva y profunda emoción». La majestad de la actitud, la nobleza de la expresión y la gracia del gesto —que se desearía más vigoroso— son otros tantos caracteres reveladores de una maestría consumada y de una incomparable habilidad de factura.
XXXVIII. CATEDRAL DE NANTES.
Tumba de Francisco II - La Fortaleza (siglo XVI).
Con la cabeza cubierta por un morrión plano, decorado con un león, y el busto revestido con la armadura finamente cincelada, la Fortaleza sostiene una torre con la mano izquierda, y con la derecha arranca del interior de aquélla no una serpiente, como le atribuye la mayoría de las descripciones, sino un dragón alado al que estrangula apretándole el cuello. Un amplio manto de largas franjas, y cuyos repliegues se apoyan en los antebrazos, forma un rizo por el que pasa una de sus extremidades. Este lienzo, que en el espíritu del escultor debía recubrir a la emblemática virtud, viene a confirmar lo que hemos dicho con anterioridad. Al igual que la Justicia, la Fuerza aparece desvelada.
Hija de Júpiter y de Temis, hermana de la Justicia y de la Templanza, los antiguos la honraban como a una divinidad, aunque sin adornar sus imágenes con los atributos singulares que le vemos presentar hoy. En la antigüedad griega, las estatuas de Hércules, con la maza de héroe y la piel del león de Nemea, personificaban a la vez la fuerza física y la moral. Los egipcios, por su parte, la representaban como una mujer de complexión poderosa, con dos cuernos de toro en la cabeza y un elefante a su lado. Los modernos la expresan de maneras muy diversas. Botticelli la ve como una mujer robusta, simplemente sentada en un trono. Rubens le añade un escudo con figura de león o hace que la siga ese animal. Gravelot la muestra pisoteando víboras, con una piel de león echada sobre la espalda y la frente ceñida por una rama de laurel, sosteniendo un haz de flechas, mientras que a sus pies hay coronas y cetros. Anguier, en un bajo relieve de la tumba de Henri de Longueville (Louvre), se sirve, para definir la Fortaleza, de un león que devora un jabalí. Coysevox (balaustrada del patio de mármol de Versalles) la reviste de una piel de león y la hace llevar una ramita de encina en una mano, y la base de una columna en la otra. Finalmente, entre los bajo relieves que decoran el peristilo de la iglesia de San Sulpicio de París, la Fortaleza es figurada armada con la espada flamígera y el escudo de la Fe.
En todas estas figuras y en gran cantidad de otras cuya enumeración resultaría fastidiosa, no se encuentra ninguna analogía, respecto a los atributos, con las de Michel Colombe y los escultores de su tiempo. La bella estatua de la tumba de los Carmelitas adquiere, por tanto, un valor especial y se convierte para nosotros en la mejor traducción del simbolismo esotérico.
No puede negarse, razonablemente, que la torre, tan importante en la fortificación medieval, encierra un sentido netamente definido aunque no hayamos podido descubrir en ella ninguna parte de interpretación. En cuanto al dragón, se conoce mejor su doble expresión: desde el punto de vista moral y religioso, es la traducción del espíritu del mal, demonio, diablo o Satán. Para el filósofo y el alquimista, ha servido siempre para representar la materia prima, volátil y disolvente, llamada por otro nombre mercurio común. Herméticamente, se puede considerar la torre como el envoltorio, el refugio, el asilo protector —los mineralogistas dirían la ganga o la escoria— del dragón mercurial. Por otra parte, es la significación de la palabra griega πυργος, torre, asilo, refugio. La interpretación sería aún más completa si se asimilara al artista la mujer que extirpa el monstruo de su cubil, y su gesto mortal, con la meta que debe proponerse en esta penosa y peligrosa operación. Así, al menos, podríamos encontrar una explicación satisfactoria y prácticamente verdadera del tema alegórico que sirve para revelar el aspecto esotérico de la Fuerza. Pero nos sería preciso dar por conocida la ciencia a la que se refieren estos atributos. Pues bien, nuestra estatua se encarga por sí misma de informarnos a la vez sobre su alcance simbólico y sobre las ramas conexas de este todo que es la sabiduría, figurada por el conjunto de las Virtudes cardinales. Si se hubiera preguntado al gran iniciado que fue François Rabelais cuál era su opinión, hubiera respondido por la voz de Epistemon[325] que torre de fortificación o de castillo fuerte es tanto como decir esfuerzo[326], y el esfuerzo reclama «coraje, sabiduría y poder; coraje porque hay peligro, sabiduría porque se requiere el debido conocimiento, y poder porque aquél que nada puede no debe emprender nada». Por otra parte, la cábala fonética, que hace de la palabra francesa tour (torre) el equivalente del ático τουρος, viene a completar la significación pantagruélica del esfuerzo (tour de force[327]). En efecto, τουρος sustituye a το ορος de το (el cual, el que) y ορος (meta, término, objetivo que se propone), marcando así la cosa que hay que alcanzar, que constituye la meta propuesta. Nada, como se ve, podría convenir mejor a la expresión figurada de la piedra de los filósofos, dragón encerrado en su fortaleza, cuya extracción fue considerada siempre un esfuerzo. La imagen, por otra parte, es elocuente, pues si se experimenta alguna dificultad en comprender cómo el dragón, robusto y voluminoso, ha podido resistir la presión ejercida entre las paredes de su estrecha prisión, no se capta mejor por qué milagro pasa entero a través de una simple grieta de la fábrica. Una vez más, se reconoce la versión del prodigio, de lo sobrenatural y de lo maravilloso.
Señalemos por fin que la Fortaleza presenta otras improntas del esoterismo que refleja. Las trenzas de su cabellera, jeroglíficos de la irradiación solar, indican que la Obra, sometida a la influencia del astro, no puede ejecutarse sin la colaboración dinámica del sol. La trenza, llamada en griego σειρα, se adopta para figurar la energía vibratoria, porque entre los antiguos pueblos helénicos, el Sol se llamaba σειρ. Las escamas imbricadas sobre la gorguera de la armadura son las de la serpiente, otro emblema del sujeto mercurial y réplica del dragón, también escamoso. Escamas de pescado dispuestas en semicírculo decoran el abdomen y evocan la soldadura al cuerpo humano de una cola de sirena. Pues bien, la sirena, monstruo fabuloso y símbolo hermético, sirve" para caracterizar la unión del azufre naciente que es nuestro pez, y del mercurio común llamado virgen, en el mercurio filosófico o sal de sabiduría. El mismo sentido nos lo suministra la galleta de Reyes, a la que los griegos daban el mismo nombre que a la Luna: σεληνη. Esta palabra, formada por σελας, brillo, y ελη, luz solar, había sido escogida por los iniciados para mostrar que el mercurio filosófico obtiene su brillo del azufre, como la Luna recibe su luz del Sol. Una razón análoga hizo atribuir el nombre de σειρην, sirena, al monstruo mítico resultante de la unión de una mujer y de un pez. Σειρην, término contracto que procede de σειρ, Sol, y de μηνη, Luna, indica asimismo la materia mercurial lunar combinada con la sustancia sulfurosa solar. Es, pues, una traducción idéntica a la del pastel de Reyes, revestido del signo de la luz y de la espiritualidad —la cruz—, testimonio de la encarnación real del rayo solar emanado del Padre universal en la materia grave, matriz de todas las cosas, y terra inanis et vacua de la Escritura.