Kinross, enero de 1883
Queridísima Elizabeth:
Si todo sale como lo planeé, Jasmine te dará esta carta cuando el barco se haya alejado del puerto de Ceilán. Supongo que podrías volver y tomar un barco desde Colombo, pero ya estás a mitad de travesía. Es mejor que sigas adelante.
A finales de julio, cuando Lee se fue después de haberme dado la noticia de este viaje, finalmente crecí. Alexander siempre decía que lo que más ama de mí es la niña que llevo dentro, y ahora comprendo a qué se refería. Soy tan despreocupada y mi sentido de la diversión y de la aventura están tan exacerbados que he atravesado cada situación, positiva o negativa, rechazando displicentemente las opiniones de los demás porque no las consideraba importantes. Si yo fuera una mujer respetable, tal vez las cosas hubieran sido diferentes, pero se podría decir que nací sin nada que perder. Si nunca recibiste una opinión positiva de la gente, ¿por qué habrías de esforzarte por ganar su favor? Así que me paseé descaradamente con Alexander por todas partes, inclusive en Sydney. Por supuesto, yo consideraba que tenía el derecho principal a sus afectos y me sentí reivindicada cuando volvió a mí después de casarse contigo. No soy una persona moral, de verdad no lo soy.
Cuando Lee me dio la noticia, en lo único que podía pensar era en volver a ver a Alexander. Tomé el hecho de que nos hubiera mandado a llamar como una señal de que no tenía intenciones de volver en el futuro inmediato. Mi mente se llenó de imágenes acerca de cómo sería mi vida de vuelta en sus brazos, y eran imágenes que me gustaban y que sabía que tú no desaprobarías, porque te estaría liberando de Alexander.
Y después me di cuenta de que, tal vez, él pensaba superar a Benjamin Disraeli paseándose con su amante y su esposa en el mismo carruaje abierto. Pero eso nunca funcionaría. El escándalo conmocionaría a Londres.
A mí ¿qué me importa un pequeño escándalo? En cambio para ti sería un desastre terrible. Por lo que pude imaginar de lo que pasaba por la cabeza de Alexander, su idea era hacerme pasar como tu mejor amiga, de esa manera no admitía nuestra verdadera relación. Pero hoy en día la gente de Sydney viaja constantemente a Inglaterra, sobre todo a Londres. No pasaría mucho tiempo antes de que la noticia se supiera y Alexander no es el príncipe de Gales.
Por esa razón decidí quedarme en casa, querida. Éste es tu momento, así que disfrútalo como un regalo de mi parte. El problema es que nosotros tres somos producto de un pueblo pequeño y seguimos viviendo en un pueblo pequeño. Gracias al oro de Apocalipsis podemos hacer lo que nos place. En Sydney quizá también, pero en Londres no.
Que te diviertas, Elizabeth. Pasea mucho y ¡al diablo con Alexander! Lo único que te pido es que le des mis saludos a Lee y que trates de llevarte bien con él, hazlo por mí.
Con mucho afecto,
RUBY
Ceilán, marzo de 1883
¡Ay, Ruby!
Te escribo desde Colombo porque aquí hay una saca de correo que va a Sydney. La carta te llegará en tres o cuatro semanas. Lo mismo que tardaría yo si hubiera decidido volver.
¡Qué astutos fuisteis! El doctor Markham, Jasmine y Peach Blossom me engañaron por completo. Nunca se me ocurrió pensar que pudieras no estar en la bodega sufriendo terriblemente, porque recuerdo lo mal que se sentía la señora Watson cuando vinimos en el Aurora para que yo me casase con Alexander. Yo también estuve un poco mal cuando cruzamos el Gran Golfo Australiano, pero soy bastante buena a la hora de navegar. Según parece, Nell y Anna también. Las muchachas chinas lo pasan un poco peor, pero el océano Indico es como una laguna, de modo que una vez sobrepasemos Perth se recuperarán.
No sé si será porque el barco se mueve o por qué otra razón, pero Anna ha decidido caminar. Se bambolea un poco, pero ahora que ha descubierto para qué sirven las piernas no para de caminar hasta que se duerme. Su gordura de bebé ha desaparecido, se ha vuelto esbelta y está en buena forma. Su palabra favorita siendo «¡Lee!», pronunciada con un chillido, aunque está incorporando algunas otras a paso acelerado: barco, costa, soga, humo, hombre. Aquí en Colombo ha aprendido a decir palabras más complejas, como marinero, puerto y mujer.
Agradezco mucho tu preocupación, pero Lee me había explicado la situación y era como te la imaginabas: tú y yo íbamos a ser para todos las mejores amigas. Me tiemblan las rodillas de sólo pensar lo que dirá él cuando se entere de que no estás con nosotros, pero Jasmine me dijo que escribiste una carta para que se la demos a Alexander apenas lleguemos a Inglaterra.
Mi queridísima Ruby, acepto tu sacrificio de todo corazón y comprendo tus razones. Te prometo que iré a saludar a Lee.
Con mucho afecto,
ELIZABETH
Londres, abril de 1883
Mi adorada aguafiestas:
¡Nadie tenía por qué enterarse de lo nuestro! Si Elizabeth no fuera una hermosísima mujer, la gente podría sospechar, pero teniendo una esposa para presentar ante las personas más importantes, aun cuando alguno supiera lo nuestro, no lo podrían probar y no habría represalias. En realidad, es bastante común aquí que las personas de los círculos más elevados estén involucrados en el tipo de ménage à trois en que la esposa y la amante pertenecen al mismo círculo social. Aunque tengo que admitir que, por lo general, las amantes son las esposas de otros hombres y no solteronas como tú.
De todos modos, ahora nada de eso tiene importancia. Cumpliré con mi deber y escoltaré a mi hermosísima mujer a todas partes sin su mejor amiga.
Te echo de menos y te amo.
ALEXANDER
Londres, noviembre de 1883
Querida Ruby:
¡Ha sucedido algo extraordinario! Seguramente tú tenías un presentimiento acerca de esto, por eso te quedaste en casa. Si hubieras venido y se hubiera descubierto nuestra situación real, nada de esto hubiera sido posible. Alexander no tenía la menor idea, ¿entiendes?
¡Ahora soy lady Kinross! Alexander fue nombrado Caballero Comendador de la Orden Real del Cardo, lo cual significa que tiene un rango superior al de Henry Parkes y John Robertson, que fueron relegados a la de Saint Michael y Saint George. La reina Victoria en persona le confirió el título en una ceremonia privada. Por supuesto, Alexander me compró un conjunto de diamantes. Hay que vestirse de blanco y ponerse plumas blancas de avestruz en el pelo. Me sentía como uno de esos caballos blancos todos enjaetados que tiraban del carruaje que llevaba a Cenicienta al baile. Pienso que Alexander debe de haber recibido el título por ser un escocés casado con una escocesa. La Reina ama a los escoceses. Se rumorea que amó a uno de ellos en particular más que a los otros.
Londres es inquietante pero fascinante. La casa que arrendó Alexander es enorme y magnífica. La decoración es bastante similar a la que había antes en la casa Kinross: felpa, dorado, brocado, candelabros de cristal… Tiene teléfono, ¿te lo puedes imaginar? Cada una de mis hijas tiene un ala propia y Alexander contrató a un tutor para Nell, el enésimo hijo de un canónigo de la Iglesia anglicana. A ella no le agrada pero reconoce que es bastante erudito. Anna ya puede caminar sola distancias más largas, aunque Jade siempre lleva una cosa llamada cochecito con nosotras: es una especie de silla con cuatro ruedas y un manubrio. Tenemos que cubrirla con algo porque Anna todavía se hace pis encima, pero de unos meses a aquí ya no se hace caca.
En cuanto a su problema, hemos hecho que revisen a la niña todos los grandes de la neuropatología, como la llaman aquí, en Londres, incluido el señor Hughlings Jackson y el señor William Gower. La examinaron con gran detenimiento y, cito al señor Jackson, no encontraron «nada puntual» en su demencia, que es el término que usa él. Deduzco de esto que lo que está dañado es todo su cerebro. Sin embargo, los señores Jackson y Gower dicen que el hecho de que haya adquirido un pequeño vocabulario y que haya empezado a caminar podría indicar que terminará siendo una persona «simple». Algo así como la idiota del pueblo. Lo peor es que, según el señor Gower (que es un hombre más accesible), su cuerpo se seguirá desarrollando de manera normal; es decir, que tendrá la menstruación, le crecerán los pechos y todo eso. Dicen que el problema se originó en el nacimiento y no es algo hereditario.
Pero yo le mentí a Alexander, que está tan ocupado que me dejó a mí la tarea de ir a ver a los neuropatólogos. El señor Gower me dijo que no creía que una tercera gravidez (¡qué lenguaje tan formal utilizan!) pudiera provocar eclampsia. Admite que la posibilidad existe pero su impresionante colección de aparatos para controlar la sangre, el corazón, la circulación y Dios sabe cuántas cosas más demuestran que mi salud ha mejorado. Considera que una dieta estricta con frutas, vegetales y pan negro sin manteca podría evitar los edemas durante el embarazo. Pero no pude decírselo a Alexander.
No es que no quiera tener más bebés, Ruby, es que no soporto la idea de tener que retomar mis obligaciones conyugales. Si él supiera lo que opina el señor Gower, me obligaría a volver a esa vida y yo me volvería loca.
Por favor, te lo suplico, no reveles mi secreto. Es que necesitaba decírselo a alguien y no tengo a nadie más que a ti.
Con mucho afecto,
ELIZABETH
Kinross, enero de 1884
Querida Elizabeth:
Tu secreto está a salvo conmigo. A mi me conviene, ¿no crees? Además, sir Edward Wyler dijo que no tendrías una segunda eclampsia y la tuviste. Para ellos es fácil hablar; son hombres y no tienen bebés.
No mencionas a Lee. ¿Has visto a mi gatito de jade? Mejor dicho, ¡a mi gato de jade! Aunque para mí seguirá siendo un cachorrito siempre.
Con cariño,
RUBY
Cambridge, abril de 1884
Mi preciosa mamá:
Para alegría de la universidad, sir Alexander Kinross (¡vaya, menuda sorpresa!) ha donado un nuevo laboratorio metalúrgico. Como hay un tren directo desde Liverpool Street hasta Cambridge, me visita bastante seguido. Los sábados que hay carreras en Newmarket, viene a buscarme y vamos juntos a verlas. En realidad vamos más para ver correr a los caballos que para apostar, pero cuando lo hacemos, por lo general ganamos.
Me visitó lady Kinross. Como, obviamente, no podía recibirla en mi departamento de Parker’s Piece, la invité a tomar el té en la sala de descanso de Caius, donde conoció a todos mis compañeros. Hubieras estado orgullosa de ella. Yo lo estaba. Se puso un vestido de seda color azul lavanda, uno de esos pequeños sombreros nuevos con plumas en el borde, guantes de cabritilla haciendo juego y un par de botas de lo más elegante. Mi conocimiento sobre moda femenina se lo debo a Carlotta, mi amiga, que sería capaz de eclipsar a una condesa española en un desfile de modas.
Creo que Elizabeth está un poco más desenvuelta, porque sonrió a los muchachos y conversó animadamente con ellos. Cuando se fue, todos estaban enamorados de ella. Esto ha dado pie a cantidades ingentes de mala poesía y sonatas para piano aún peores. Como los parques están llenos de narcisos, la llevamos a pasear por la orilla del río Cam antes de dejarla reverentemente en su carruaje.
Terminaré mi segundo año en Cambridge con las mejores notas en todas las materias. Te amo y te extraño terriblemente, pero entiendo bien por qué tomaste la decisión de quedarte en Kinross. Eres maravillosa, mamá.
Con mucho cariño de tu gatito de jade,
LEE
Kinross, junio de 1884
Queridos Alexander y Elizabeth:
No sé dónde os hallará esta carta ahora que estáis viajando por Italia, especialmente porque tengo entendido que el correo italiano no merece mucha confianza, con todos esos estados pequeños que luchan por la unificación, como Alemania. ¡Espero que no os veáis envueltos en ninguna revolución!
Tengo malas noticias. Charles Dewy falleció en su casa hace una semana y lo enterraron allí. Fue repentino y, según me dijo Constance, no sufrió nada. Su corazón se detuvo mientras tomaba un whisky de malta. Murió con su sabor favorito en la boca y una expresión de placer en el rostro. Era una persona muy alegre que disfrutaba mucho de la vida. Si el cielo es como lo pintan los predicadores, creo que se aburrirá terriblemente. Como Constance, que pasa el tiempo haciendo comentarios extraños acerca de las patillas de Charles.
Tenemos una plaga de moscas en Kinross; tiene algo que ver con el procesamiento de aguas residuales. Cuando tengas un minuto, Alexander, ¿te importaría ocuparte del asunto? Sung y Po están terriblemente desinformados acerca de la mierda, aunque Po piensa importar a un experto desde Sydney. Quién hubiera dicho que un experto de Sydney pudiera saber más sobre la mierda que Po. Popó, ¿entendéis? Bueno, no importa.
¿No es fantástico mi gatito de jade? Aunque dice que no volverá a casa cuando se gradúe: quiere hacer un doctorado en geología en Edimburgo. Os echo mucho de menos.
Con afecto,
RUBY
Londres, noviembre de 1884
Querida tía Ruby:
Nuevamente tengo problemas con mi tutor, el señor Fowldes, que se chivó de mí a mi padre otra vez. Mis últimos crímenes son: no mostrar interés en las clases de comportamiento, buenos modales y religión; interesarme sólo por el cálculo; echarle en cara que sus razonamientos matemáticos son incorrectos y los míos acertados, y regocijarme triunfalmente por haberlo descubierto; decir ¡Mierda! cuando derramo el tintero, y burlarme de él porque cree que Dios creó el mundo en siete días. Eso sí que es una estupidez, tía Ruby.
Me llevó de la oreja hasta la biblioteca de papá y le recitó todos mis crímenes de un modo espantoso. Después, habiéndose liberado de ese peso, le dio un largo sermón a papá acerca de la idea de educar a las niñas para que creyeran que podían competir con los hombres. Dios prohíbe eso, dijo. Papá lo escuchó solemnemente y después le preguntó si no le molestaría soltarme la oreja. Por supuesto, el señor Fowldes se había olvidado de que todavía la tenía agarrada, así que la soltó. Entonces, papá me preguntó qué tenía para decir en mi defensa, cosa que enfureció aún más al señor Fowldes. Yo le dije que era tan buena como cualquier niño en matemáticas y en mecánica, que mi nivel de griego, latín, francés e italiano era más elevado que el del señor Fowldes y que tenía todo el derecho del mundo a emitir mi opinión sobre Napoleón Bonaparte, aun cuando lo hayan alabado más que al viejo tonto del duque de Wellington, quien no podría haber ganado nunca la batalla de Waterloo con los prusianos y que, de todas formas, era un primer ministro mediocre. En el libro del señor Fowldes, los británicos nunca se equivocan y el resto del mundo nunca tiene razón, especialmente si son franceses o norteamericanos.
Papá escuchó, después suspiró y me dijo que me fuera. No sé qué le habrá dicho al señor Fowldes, pero debe de haber sido algo en mi favor porque, desde ese momento, el señor Fowldes renunció a tratar de convertirme en una niña. Yo esperaba que lo mandara a freír espárragos y me consiguiera otro tutor más parecido al señor Stephens, pero no fue así. Más tarde, me dijo que a lo largo de mi vida me encontraría con muchos hombres como el señor Fowldes, así que era mejor que empezara a acostumbrarme a ellos desde ahora. ¡Ja, ja, me salí con la mía! Le hice una cama corta y se la llené de melaza. ¡Se puso furioso! Así fue como me gané mi primera paliza con el bastón. Duele de verdad, tía Ruby, pero lo único que hice fue levantar el labio de arriba y ni siquiera me estremecí. Estuve tentada de mandarlo a tomar por culo, pero ni siquiera papá sabe que conozco esa expresión, así que preferí no hacerlo. Se lo diré el último día que esté bajo su tutela. No puedo esperar a ver la expresión que pondrá. ¿Crees que se pueda impresionar tanto que le dé una apoplejía y se muera?
La verdad es que preferiría mucho más estar en Kinross con el señor Stephens y mi poni. Sin embargo, el amigo de mamá, el doctor Gower, me llevó a ver un museo de especímenes anatómicos. Fue la mejor invitación que jamás me hayan hecho. Estantes y estantes llenos de frascos con órganos, piernas y brazos amputados, embriones, cerebros y hasta un bebé con dos cabezas. Ah, y dos bebés unidos por uno de sus costados. Si me dejaran, pondría una cama allí y me pasaría un año examinando todo en detalle, pero papá está más contento cuando me intereso por las rocas y la electricidad. No le gusta mucho la anatomía.
Él y Lee pasaron las vacaciones de tu hijo investigando nuevas ideas para el tratamiento de las aguas residuales. No te olvides de controlar que Chang dé de comer a las ratas, por favor. Me gustan las ratas, son animalillos muy alegres e inteligentes. También me gustas tú, tía Ruby.
Con afecto,
TU AMIGA, NELL
Londres, abril de 1885
Querida Ruby:
Finalmente estamos a punto de volver a casa. Bueno, en realidad lo haremos a principios del otoño. ¡Oh, estoy tan contenta! Alexander ha decidido viajar con nosotras, gracias a tu correspondencia continua acerca del problema de las aguas residuales. Estoy de acuerdo, es un divertido juego de palabras lo de Po-popó. También hay un río en Italia que se llama Po. Es un río espléndido, muy caudaloso y ancho y no está muy alejado del sitio más hermoso y pacífico que haya visto en mi vida, los lagos de Italia. Italia es el país que más me ha gustado de toda Europa, incluyendo Gran Bretaña. La gente tiene una actitud muy positiva frente a la vida, aunque son terriblemente pobres. Y pasan el tiempo cantando, cantando y cantando. Los galeses también lo hacen, pero son más melancólicos.
Es muy extraño ser lady Kinross. Alexander, en cambio, está encantado con su título. Yo lo entiendo. Es como una forma de revancha contra los Kinross de Escocia. Desgraciadamente, el doctor Murray y mi padre estaban muertos desde hacía tiempo cuando Alexander se convirtió en sir Kinross. Así que, ahora, Alexander espera que sí exista la vida después de la muerte, para que esos dos se enteren de que es un caballero y se reconcoman por la envidia. En cambio, yo pienso que ni todos los honores ni la inmensa riqueza de Alexander podrían impresionar al doctor Murray y a mi padre, ni en esta vida ni en ninguna otra. Simplemente resoplarían y dirían que ninguna de esas cosas puede cambiar el hecho de que Alexander no sea hijo de su padre; algo que marca tanto como el pecado original.
Finalmente no volví a Kinross de Escocia. Oh, Ruby, me desanimó la idea de pasearme por ese pequeño pueblo con todo mi esplendor francés y mis joyas. Hubiera sido una actitud mezquina de mi parte. Yo podré ser tonta, pero ¿mezquina? ¡Jamás! Sin embargo, hace poco, Alexander me llevó a Edimburgo, porque Lee tiene que ir allí en octubre para empezar su doctorado. En Edimburgo me encontré con mi hermana Jean, la esposa de Robert Montgomery, de Princes Street. Nunca pude olvidar lo mal que trató a Alastair y a Mary cuando me acompañaron a tomar el tren a Londres. Sí, la perdoné, pero eso no es lo mismo. Así que pedí a Alexander que invitara a Alastair y Mary a Edimburgo y que los hospedase en un lujoso hotel. ¡Qué estupidez, Ruby! Parecían dos peces fuera del agua. Se sentían espantosamente incómodos y muertos de miedo por cometer algún error. ¿Por qué será que cometemos nuestros peores pecados en nombre de la caridad? De todas formas, tengo que admitir que me gustó refregarle por la cara mi título de lady a Jean. Alexander dice que a su marido le gustan demasiado los muchachos jóvenes y que todo Edimburgo lo sabe. Pobre Jean. Ahora entiendo por qué no tienen hijos. Ella es bastante irritable y bebe demasiado.
Nell ha cumplido nueve años, y Anna, ocho. Nell tiene serios problemas con su tutor, que no la puede controlar ni enseñarle más: ella lo ha superado en sus conocimientos. Anna descubrió cuatro verbos: necesito, quiero, jugar, se fue.
Las muchachas chinas se lo han pasado de maravilla. Me aseguré de que tuvieran la mayor cantidad de días libres posibles. Cuando estamos en Londres están a todas horas en el museo de Madame Tussaud o en el zoológico.
Lamento no haber podido ver más a Lee, el problema es que está muy ocupado. Imagino que te sentirás orgullosa de que se gradúe con honores. Es un joven refinado y encantador, y su sobrenombre es, como no podía ser de otra manera, «el príncipe». Muchos de sus compañeros de Proctor que fueron a Cambridge lo confirmaron.
Te escribiré de nuevo en estos días, por supuesto, pero quería que supieras lo antes posible que pronto regresaremos a casa.
Con mucho afecto,
ELIZABETH