Chartres
En la actualidad
DE NUEVO EN LA SEGURIDAD de la habitación del hotel, Maureen se relajó en los brazos de Bérenger. Él dejó que llorara, mientras la abrazaba con dulzura y acariciaba su pelo. Cuando se tranquilizó, se incorporó y la miró con atención.
—¿Qué pasa? —le preguntó ella—. Estoy hecha un desastre, ¿verdad?
Bérenger lanzó una leve carcajada.
—No, justo lo contrario. Siempre me has parecido una mujer bellísima, pero hoy estás radiante.
Maureen le contó todo lo sucedido en la cripta, y se esforzó por encontrar palabras capaces de expresar la profundidad de lo que había experimentado.
—Ojalá lo hubieras visto, Bérenger. Ojalá supieras lo que es sostener algo tan sagrado.
—Pero sí ya lo sé —susurró él, al tiempo que la estrechaba entre sus brazos y fundía su espíritu con el de ella mediante la profundidad de su beso.
París
En la actualidad
PETER ESCUCHABA CON ATENCIÓN mientras Marcelo Barberini y Tomas DeCaro le explicaban las piezas que faltaban en el rompecabezas. Hubo momentos en que se quedó estupefacto, y otros en que no pudo creer que hubiera pasado por alto algo tan evidente. El papa Urbano VIII fue el instigador de la reconstrucción de San Pedro, y el principal mecenas del genio de Gianlorenzo Bernini. Fue el hombre que tomó la decisión de trasladar los restos de Matilda de Toscana a un lugar de poder y autoridad sin parangón en pleno Vaticano, el lugar que ella merecía, enfrente de la obra maestra creada por el descendiente de la condesa, Miguel Ángel Buonarrotti.
El nombre de pila del papa Urbano VIII era Maffeo Barberini. El cardenal Barberini que Peter conocía era descendiente de la misma familia italiana, y del Papa toscano que surgió de la poderosa dinastía florentina. Fue el pontífice que vivió y trabajó en las regiones herejes de Francia como nuncio papal, el Papa que fue educado por los primeros jesuitas, el que canonizó tanto a Ignacio de Loyola como a su mano derecha, Francisco Javier, debido a lo que habían traído de España. Fue el primer obispo de Roma que trabajó en presencia del Libro del Amor y todo cuanto contenía.
—Urbano octavo se sintió impulsado a remodelar elementos de la basílica de San Pedro, a imitación de lo sucedido en la catedral de Chartres. Por consiguiente, llamó a Bernini para que creara esa escultura, con el fin de conservar el legado de nuestro pueblo dentro de los mismísimos muros del Vaticano.
El cardenal Barberini continuó explicando que la leyenda del Libro Rosso había obsesionado a este Papa durante todo su reinado. La naturaleza secreta del Libro del Amor, y su incapacidad de descifrarlo, constituyó la fuerza motriz de su papado y su vida. Convencido de que Matilda de Toscana tenía la clave, ordenó que sus restos fueran trasladados a Roma, con la esperanza de convertirlos en reliquias sagradas. Los enterró con deliberada intención en el centro de San Pedro por ese motivo, y porque creía que la condesa era miembro por derecho propio de la estructura de la Iglesia, como lo había sido su amado, Gregorio VII.
Peter iba relacionando las pistas.
—Por lo tanto, ¿siempre ha existido una facción en el Vaticano que sabe la verdad sobre el Libro del Amor, y la protege?
—La protegemos como podemos. —Barberini sacudió la cabeza con tristeza—. Depende del poder y de sus fluctuaciones. Mi familia padeció años de exilio tras la muerte de Maffeo, Urbano octavo, pues su sucesor era conservador y enemigo de las verdaderas enseñanzas.
—Y mi familia sufrió lo mismo, por supuesto
Era Tomas DeCaro quien hablaba. Peter le sonrió, consciente de que aquel hombre era descendiente de los Borgia, una familia que tenía mucho que decir acerca de verdades y mentiras.
—Ahora nuestra situación es crítica —continuó DeCaro—, como creo que ya sabes. Peter, hijo mío, lo que se diga mañana nos obligará a todos a tomar decisiones trascendentales sobre nuestra carrera y nuestro futuro. Nos hemos reunido en París, lejos de Roma, por si hemos de hacer una contradeclaración en relación con el material de Arques.
—Mañana podría pasar cualquier cosa —explicó Barberini—. Hemos de estar preparados para revelar la verdad si quieren encubrirla. ¿Está con nosotros, padre?
Peter nunca había estado más seguro de algo en toda su vida.
—Sí —contestó, y estrechó con firmeza la mano de cada uno de los hombres—. La verdad contra el mundo.
Chartres
En la actualidad
EL TELÉFONO DESPERTÓ a Maureen (y a Bérenger, que yacía junto a ella) muy temprano. Había sido una noche extraordinaria de revelaciones y confesiones. Maureen había descubierto que Peter, tras escuchar su mensaje de voz, había comprendido enseguida que algo sospechoso se estaba cociendo en Chartres. Había llamado a Sinclair para que fuera a buscar a Maureen a la cripta. Ella y Bérenger habían pasado el resto de la noche juntos, después de lágrimas, explicaciones y disculpas, después del perdón, para terminar en una unión eufórica de pasión y promesas.
—Enciende la televisión, Maureen. —Peter sonaba muy nervioso por teléfono—. Transmiten una conferencia de prensa en directo desde Roma. En relación con el Evangelio de Arques. Prepárate.
—¿Para qué?
El corazón martilleaba en su pecho.
Su primo exhaló un profundo suspiro.
—No estoy seguro. Ninguno lo está. Ése es el problema. Te volveré a llamar dentro de unos minutos.
Maureen localizó el mando a distancia y se lo dio a Bérenger, pues no estaba familiarizada con la televisión francesa. Él localizó enseguida la transmisión en directo, en inglés, de un canal de la BBC. Un reportero con acento de Oxford estaba contando la historia del Evangelio de Arques y su «presunto» descubrimiento en Francia, años antes, por una escritora norteamericana. La autora, Maureen Paschal, había escrito un controvertido libro muy vendido basado en el descubrimiento y su escandalosa, y decididamente torpe, interpretación del contenido.
Bérenger rezongó, pero no dijo nada. Maureen se quedó petrificada mientras escuchaba al reportero resumir el devenir del material de Arques durante los dos últimos años. Había sido entregado al Vaticano y sometido a un intenso escrutinio por las mejores mentes teológicas del mundo, que trabajaban en colaboración con científicos para fechar y autentificar el material. Las cámaras enfocaron fragmentos de papel escritos en griego, lo cual provocó que Maureen lanzara una exclamación ahogada y aferrara el brazo de Bérenger.
—¿Ves lo que yo veo?
Él asintió, sin apartar los ojos de la pantalla.
—¿Qué está pasando? ¿Qué están haciendo?
—No lo sé —susurró ella—. Pero lo que sí sé es que ese documento no es el evangelio que encontramos en Francia.
No era una experta, pero descubrir el evangelio perdido de María Magdalena no era algo que pudiera olvidarse con facilidad. La apariencia de aquellos rollos de pergamino (su perfección, su conservación) estaba grabada en su mente hasta el último detalle. Y lo que estaba apareciendo en la pantalla, los documentos exhibidos a la prensa en aquel circo mediático, no tenían nada que ver con lo que ella había descubierto.
El portavoz eclesiástico se acercó al podio y empezó a hablar, mientras Bérenger y Maureen contemplaban la escena con una mezcla de horror y estupor. Estaban hoy aquí para autentificar aquel magnífico documento, para verificar que aquel evangelio había sido escrito, en verdad, por María Magdalena. Pero lo más emocionante de todo consistía en que aquel evangelio era, en esencia, una hermosa versión del Evangelio de Juan. María Magdalena había sido una mujer bienaventurada y una santa, tal como la Iglesia siempre había dicho. La prueba era aquélla, la prueba de que su palabra estaba de acuerdo con las enseñanzas del Nuevo Testamento, tal como lo aceptaban los católicos desde los primeros días de la Iglesia. Era un día de regocijo. Era un día que acabaría de una vez por todas con las ridículas especulaciones sobre María Magdalena que habían entrado a formar parte de una cultura popular equivocada durante los últimos años. María Magdalena había hablado de una vez por todas, y sus palabras eran concluyentes, en armonía total con la doctrina de la Iglesia.
Entrevistaron a testigos expertos, que identificaron meticulosamente los numerosos párrafos del papiro idénticos al material del Evangelio de Juan.
Maureen dejó de escuchar. Esto sobrepasaba todo cuanto había esperado. Sí, sabía que la idea de que la Iglesia fuera capaz de autentificar el verdadero material de María Magdalena era improbable, tal vez incluso imposible. Pero pensaba que, en el mejor de los casos, harían caso omiso, lo enterrarían o, el desenlace más previsible, lo calificarían de fraude. Pero esto… Inventar todo un evangelio nuevo con el fin de encubrir la verdad era algo que jamás había sospechado.
—Sabes cuál es el objetivo de todo esto, ¿verdad? —le preguntó Bérenger con voz muy irritada—. El objetivo es desacreditar tu obra, dejándote como una mentirosa compulsiva.
Ella asintió.
—Lo sé. —Respiró hondo—. Pero también sé que no es por mí, ni siquiera por María. Es por el Libro del Amor. Saben que escribiré sobre él, que contaré al mundo todo lo que sé. Y si pueden destruir mi credibilidad antes de que lo haga, tal vez a nadie le importará la verdad.
Maureen se obligó a respirar. Capearía esta tormenta como había hecho con las demás. ¿Acaso no le había dicho Easa que la fe y el miedo no podían existir en el mismo lugar al mismo tiempo? En esta situación, elegiría la fe, como siempre.
Maureen y Bérenger paseaban con Destino junto a la orilla del pintoresco río Eure, en el borde de la propiedad que había pertenecido a la Orden durante ochocientos años. Destino les aleccionaba con dulzura.
—No deberíais estar disgustados por este nuevo giro de los acontecimientos. Antes al contrario. Deberíais aceptarlo por ser la voluntad de Dios. Es positivo que la Iglesia no declare auténtico el Evangelio de Arques, y también que repudie la existencia del Libro del Amor.
Maureen se quedó consternada por esta postura, y más que algo confusa.
—¿Me he perdido algo? ¿Cómo puede ser esto positivo?
—La fe —se limitó a decir Destino—. Si la Iglesia autentifica el Evangelio de Arques, o el Libro del Amor, nadie tendrá que pensar al respecto. No lo absorberán en sus corazones y espíritus, para luego decidir por sí mismos si consideran que es la verdad o no. No tendrán que proceder desde la fe absoluta. No existe peligro y, por lo tanto, beneficio espiritual. Todo esto se les ahorra, lo cual es un flaco favor. Queremos que la gente piense y sienta por sí misma, no que la conduzcan como ganado hacia lo que deben creer. Agradece este día. Dios te lo ha concedido por un buen motivo, y se lo ha concedido a la población del mundo por un buen motivo, para poner a prueba su fe. Los que reconozcan la verdad pese a toda la oposición, recibirán una gran recompensa en su corazón, mente y espíritu.
Maureen asintió para indicar que aceptaba su sabiduría. Sabía que Destino tenía razón, pero quizá tardaría un poco en aceptar este último encontronazo con la Iglesia como una fuerza positiva en su vida. El anciano la miró con aire de complicidad y sacudió su dedo en su dirección.
—Hágase tu voluntad, Madonna Maureen. Necesitas practicar el segundo pétalo del laberinto. Es Su voluntad —dijo, y señaló el cielo—, y no la nuestra la que obra aquí. Entrégate a ella, y encontrarás la paz que te elude.
Caminaron un momento en silencio, y luego Destino volvió a hablar. Les explicó la historia de cómo Conn y el Maestro habían llegado a Chartres con el Libro Rosso, sumado fuerzas con la escuela de la catedral y llegado a ser los cerebros del diseño del edificio, de forma que transmitieron su pasión y conocimientos a las sucesivas generaciones, responsables del magnífico monumento que hoy existía. Señaló hacia el norte, donde las dos enormes agujas apuntaban al cielo.
—¿Sabéis por qué las agujas no son iguales? ¿Creéis que fue debido a un accidente o a una distracción? Claro que no pensáis eso, porque sois unos iniciados. Sabéis que cada aspecto de este templo se encuentra en armonía con las verdaderas enseñanzas. Voy a contaros uno de los miles de secretos de la catedral de Chartres. La aguja de la izquierda se conoce como la Aguja del Sol, o la Aguja de El. Representa a Dios en su aspecto creador masculino, pues la aguja mide trescientos sesenta y cinco pies. Cada pie corresponde a un día del año solar. La aguja de la derecha se conoce como Aguja de la Luna, o Aguja de Asherah. Representa a Dios en su aspecto creador femenino, y como tal es veintiocho pies más corta que la otra, y veintiocho representa los días del mes lunar. Cuando entras por el portal occidental, caminas entre los principios complementarios de nuestro padre y nuestra madre, así en la tierra como en el cielo.
Continuó explicando que Chartres padeció otro incendio catastrófico en 1194, tan terrible que el plomo del edificio se fundió y destruyó las paredes de piedra, de forma que se partieron. No obstante, pese a la destrucción, toda la fachada occidental, con sus dos divinas torres, se salvó, así como otro elemento de la catedral: la vidriera de la Virgen Azul. El pueblo de Chartres, al darse cuenta de que era una señal celestial, se dedicó a la reconstrucción de este monumento a la divinidad en su forma más pura y equilibrada, y trabajó a partir del Libro Rosso para crearla tal como se alza hoy, narrando cada una de las historias con vidrieras y estatuas.
—Sabéis quién es la Virgen Azul, ¿verdad? —les preguntó Destino.
—Notre Dame —contestó Bérenger.
—Sí, pero ¿cuál?
—Da igual —dijo Maureen—. Todas son la misma, ¿no? Ya sea la Notre Dame original, que es Asherah, el Espíritu Santo, o la Virgen María, María Magdalena, Sarah-Tamar, o cualquiera de sus santas descendientes, todas representan la esencia femenina divina.
—Sí, sí, estás en lo cierto, pero os he reservado una pequeña sorpresa en esta espinosa cuestión. Entrad y os enseñaré algo.
Lo siguieron hasta un amplio edificio tipo bungaló en el que todavía no habían entrado. Era una construcción antigua, parte de un viejo monasterio que en otro tiempo se había alzado en estos terrenos. El interior era asombroso, pues las paredes estaban cubiertas desde el techo al suelo con lo que parecían tapices medievales; en ellos se ilustraba la caza del unicornio.
—¿Son copias de los famosos tapices?
Destino rio.
—No. Los famosos tapices son copias de éstos. Se hicieron dos juegos, uno para la Orden y otro para Ana de Bretaña. Es una mujer importante de nuestra historia, pero ya hablaremos de ella más adelante. Tenemos muchas biografías que escribir, Maureen. Mantendré tu pluma ocupada durante el resto de tu larga vida, si deseas convertirte en la nueva escriba de nuestra Orden.
Ella le sonrió con afecto.
—Ardo en deseos. Será un honor.
Se acercó al primer tapiz para examinarlo. Era una de las obras de arte más exquisitas que había visto en su vida. El detalle era asombroso. Cómo era posible lograr tal textura y color a base de hilvanar hilos era algo que escapaba a su comprensión.
—Los conoces, por supuesto. ¿Conoces la alegoría?
—¿El unicornio representa a Jesús? —preguntó Bérenger.
—El unicornio representa las verdaderas enseñanzas de Jesús. Es una rara y hermosa criatura que representa el Libro del Amor y el Camino del Amor que brota de él. O que brotaría, si le hubieran permitido florecer. Pero no, fue acosado y destruido, tal como plasman los tapices.
—¡Oh! —Maureen estaba escuchando, pero la proliferación de símbolos en los tapices había llamado su atención. En no menos de cinco lugares del primer tapiz aparecía la extraña combinación de la letra A con la E al revés, en todos los casos atadas mediante un cordel con borlas—. ¡Aparece en todas las tarjetas que me envió! ¿Qué significa?
El anciano se acercó al primer tapiz con su andar cojeante y empezó a seguir las iniciales con el dedo.
—¿Ves la cuerda? Se llama cordelière, y se utilizaba en la antigüedad para atar al novio y la novia en las ceremonias nupciales que precedían a la unión divina. Bien, el nudo que ves aquí es el nudo nupcial, también conocido como nudo de Isis. Y las letras… Bien, la A de Asherah y la E de El.
La explicación emocionó a Maureen. Era tan elegante, tan hermosa. Pero tenía una pregunta.
—¿Por qué la E está al revés?
—Porque cada amante es el reflejo del otro. Son reflejos exactos, por eso en las ceremonias nupciales de nuestro pueblo se regalan pequeños espejos. En el caso del monograma, es una celebración de la unión divina y sagrada de Asherah y El, y un recordatorio de que siempre veremos nuestro reflejo en los ojos del verdadero amor.
»Un hombre muy sabio dijo en una ocasión que el “arte salvará al mundo”, y los miembros de nuestra Orden lo han creído y practicado desde los días de Nicodemo y el Volto Santo. Pero no sólo es el simbolismo lo que importa —continuó Destino—. Es la intención del artista. Pues ése es el gran secreto del arte. El verdadero arte está imbuido del espíritu del artista. Eso es lo que crea una obra maestra: el amor por el tema y un intenso deseo de transmitir ese amor. Un iniciado puede contemplar una obra de arte y acoger en su corazón y su espíritu el significado de esa pieza. El arte no hay que verlo, sino sentirlo. Por eso la Iglesia afirma que algunas piezas auténticas son copias. Porque no quieren que la gente como vosotros dedique demasiado tiempo a su contemplación. Creedme cuando os digo que el Volto Santo es una obra de arte viviente. Alberga la pasión de Nicodemo, su recuerdo de la crucifixión, pero sobre todo alberga su recuerdo de las verdaderas enseñanzas de Jesús.
—Por eso habló a Matilda —observó Maureen.
—Sí, por supuesto. Era una niña y muy pura, por eso oyó la voz del artista con tanta claridad, como los niños de Fátima oyeron a Nuestra Señora. Pero si la Iglesia nos dice que no es en realidad el Volto Santo, que la obra maestra de la Santa Faz creada por Nicodemo se perdió, sin más explicaciones, y que es una copia, tal vez nadie intentará oír lo que está diciendo. Y, sin embargo, la mantienen encerrada en la catedral de San Martín, dentro de una jaula de hierro que dificulta mucho verla. Lo mismo puede decirse de la pintura de san Lucas que se encuentra ahora en lo alto de la Escalera Santa de Roma. La protegen tras muchos centímetros de vidrio grueso y barrotes, de forma que nunca puedes estar en su presencia por completo. Y por si hiciera falta más protección, dicen que es una falsificación, para que no te sientas demasiado inclinado a examinarla con detenimiento.
Tanto Bérenger como Maureen se quedaron sin habla. La idea de que el arte contuviera la verdad de tantas formas diferentes, incluso más allá del simbolismo básico, era emocionante.
—Tenéis que recordar —continuó Destino— que la idea del arte como salvador del mundo llegó a su máxima expresión durante el Renacimiento, y eso, querida mía, es lo que abordaremos a continuación. Cuando estés preparada, te pediré que te reúnas conmigo en Florencia y te contaré la historia de los hombres y mujeres más hermosos que… que han existido jamás. —El anciano enmudeció un momento. Hizo la pausa en honor de aquellos grandes personajes del pasado—. Encarnaban la comprensión de «el tiempo vuelve», y la utilizaron para impulsar el renacimiento de la comprensión humana. Te prometo que, en cuanto hayas descubierto la verdad sobre Lorenzo de Médici, sus amigos Sandro Botticelli y Miguel Ángel Buonarrotti, y las maravillosas mujeres que les inspiraron, nunca volverás a mirar el arte de la misma forma. Ni deberías hacerlo.
El anciano los condujo a través de la ciudad colina arriba, en dirección a su amada catedral. Aferraba contra su cuerpo una raída cartera, a la que iba dando palmadas mientras andaba. Quería enseñarles algo, un detalle concreto del exterior y otro del interior, antes de que terminara el día. Era el 22 de junio, y les recordó que cosas extraordinarias sucedían ese día del mes. Guiñó un ojo a Maureen cuando dijo esto, y ella le devolvió la sonrisa, mientras pensaba que el rostro de Destino, pese a estar envejecido y curtido por la intemperie, además de la ominosa cicatriz, era de una belleza increíble.
El hombre era un santo. De eso no cabía duda.
Siguieron su paso lento y cojeante, mientras él les iba contando la historia de aquella maravillosa ciudad que cubría el punto donde latía la tierra, una ciudad que dio nacimiento al templo más importante y espectacular del mundo cristiano. Rodearon la entrada occidental y pasaron ante las agujas, en dirección a la deliciosa escultura de santa Modesta.
—¿Conocéis su historia? —preguntó Destino.
—¿La de Modesta? Fue martirizada por su padre romano —contestó Bérenger.
—No de una manera literal. —El hombre sacudió la cabeza—. Todo es simbólico en la historia de Modesta. Era una hija de la profecía, una Esperada, en un momento en que el Libro del Amor residía aquí, en la Beauce. Había que eliminar todas las amenazas al creciente poder de la Iglesia, después de Constantino y sus concilios. Y Modesta, como todas las mujeres de la profecía, representaba una gran amenaza. ¿Qué podía simbolizar su «padre romano»?
Maureen comprendió de inmediato.
—Un patriarca de Roma. El Papa o la Iglesia. ¿Modesta fue ejecutada para dar ejemplo a cualquier mujer que quisiera desafiar las doctrinas de la Iglesia recién establecidas? ¿Una cristiana asesinada por su propio «padre»?
—En parte, pero su verdadero crimen fue éste. —Destino condujo a Maureen y Bérenger al otro lado del pilar y señaló la escultura paralela de un hombre—. Potenciano. Su marido. Fueron ejecutados juntos porque representaban el modelo de pareja de las enseñanzas procedentes de Jesús y María Magdalena. Los amantes que enseñaban el Libro del Amor eran más peligrosos que cualquier otra cosa, y siempre lo serán.
En respuesta, Maureen asió la mano de Bérenger y la apretó. Rindieron homenaje a Modesta cuando pasaron, y Destino se detuvo para señalar uno de los pilares.
—Fijaos con atención. Está deteriorado, pero es importante. Casi todo el mundo lo pasa por alto, incluso aquellos que reconocen su significado.
El pilar plasmaba un carro con ruedas, y sobre el carro había una especie de cofre.
—Un arca —dijo Bérenger.
—El Arca de la Nueva Alianza —añadió Maureen—. ¿El arca de Matilda?
Destino asintió, y una sonrisa tiró de la cicatriz.
—Sí, el arca de Matilda. Y estas palabras de aquí son las instrucciones para los artesanos y arquitectos al acabar la reconstrucción de la puerta de los Iniciados. Dice: Hic Amititur, Archa Cederis. Es latín defectuoso según los parámetros actuales, pero viene a expresar: «Aquí las cosas siguen su curso. Has de trabajar mediante el Arca». Y eso es lo que hicieron. Utilizaron el Libro Rosso, la Nueva Alianza, y trasladaron toda la obra a la piedra y el cristal, erigidos aquí como homenaje al amor y la verdad desde hace ochocientos años.
Los prodigios no cesaban de producirse, de eso Maureen estaba segura. Tambien vio en los ojos de Bérenger la misma sensación, mientras atravesaban la puerta y entraban en la iglesia con Destino. Éste se detuvo y señaló el rosetón occidental del templo, y después el suelo. El laberinto estaba tapado de nuevo con sillas, en otro acto de vandalismo.
—Os contaré algo que no os vais a creer: el diámetro del rosetón y el diámetro del laberinto son idénticos.
Tenía razón. Desde el suelo, y mirando el rosetón, que se hallaba a varios pisos de altura, era imposible darse cuenta de que medía trece metros de diámetro. Era otra asombrosa proeza arquitectónica. Destino no había terminado de alardear de los magníficos logros de los arquitectos de Chartres.
—Es geométricamente perfecto. Si el rosetón tuviera goznes, cubriría el laberinto a la perfección. ¿Podéis imaginar tamaña precisión?
No esperó a la respuesta y continuó adelante. El anciano se sintió muy complacido cuando les guió a través del crucero hacia la izquierda, y después se detuvo ante la majestuosidad de la Virgen Azul. Notre Dame de la Belle Verrière. Sonrió cuando se inclinó hacia ellos.
—Esto… Esto es sólo para los que tienen oídos para oír. Y para mí, se trata de un momento muy emocionante, pues gozo de pocas ocasiones de revelar este secreto. Ambos identificasteis bien la vidriera como la de Notre Dame, y todo cuanto su título comporta. Existió un modelo humano de esta vidriera. El modelo más adecuado de la historia de nuestra Orden.
El anciano hundió la mano en la cartera y extrajo con sumo cuidado un fragmento de pergamino pintado. Cuando lo mostró a Maureen y Bérenger, ambos comprendieron de inmediato su significado. El pergamino era el retrato de una mujer medieval, con un precioso vestido de seda azul celeste, una toca y velo blancos, y la corona del linaje real de Carlomagno sobre su cabeza, la corona con flores de lis grabadas y cinco joyas muy concretas. Sentado en su regazo había un niño de pelo oscuro. Destino señaló la fortaleza plasmada sobre la mujer y el niño en la vidriera.
—Canossa —dijo.
Para Maureen, éste se convertiría en el detalle más hermoso y poético del templo extraordinario en el que se encontraba. La Virgen de la Hermosa Ventana, la vidriera más famosa y gloriosa del mundo, representaba el aspecto femenino de Dios…, pero exhibía el rostro de Matilda de Canossa, condesa de Toscana.
Destino se volvió hacia Maureen, y ella observó que brillaban lágrimas en los ancianos ojos.
—Te pareces… mucho a ella —susurró el hombre.
Las lágrimas de Maureen fueron como un eco de las del viejo.
—Gracias, Maestro —contestó en un susurro.
—Y, al igual que ella —dijo el anciano, con los ojos clavados en un pasado muy remoto—, eres el orgullo de Dios.