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Chartres, Francia

En la actualidad

LA CATEDRAL DE CHARTRES puede verse desde más de treinta kilómetros de distancia, posada en lo alto de la colina sagrada, con las agujas desparejas a cada lado del pórtico occidental, y alzada sobre la llanura de la Beauce. Maureen, Peter y Bérenger comentaron su belleza cuando llegaron en el coche conducido por un chófer la mañana del 20 de junio. Bérenger había organizado que les recogieran al llegar al aeropuerto de Orly, en las afueras de París.

Maureen fue la primera en explayarse sobre el poder del lugar, pues lo sintió en los huesos cuando aún se encontraban a kilómetros de distancia. Ciertamente, irradiaba magia. Los dos hombres que la acompañaban habían estado ya allí, y no lo experimentaban desde la misma perspectiva inédita. Maureen se pasó las manos sobre los brazos cuando se le erizó el vello.

Después de registrarse en su encantador hotel, situado cerca de la plaza principal, se dispusieron a subir la colina en dirección a la catedral. Su objetivo consistía en hacerse una idea del trazado del terreno, determinar dónde se hallaba exactamente la vidriera diez y echar el primer vistazo al laberinto. Tammy y Roland vendrían en coche desde el Languedoc para reunirse con ellos.

Maureen contuvo el aliento cuando se detuvo ante la catedral por primera vez. Era el edificio más majestuoso que había visto en su vida. Insistió en dar la vuelta alrededor de él antes de entrar, con el fin de asimilar la enormidad del lugar y la exquisita decoración que cubría cada centímetro del exterior con trabajados bajorrelieves y estatuas. Era impresionante. Se trataba de un monumento de belleza inigualable, un testimonio del poder y la gracia del talento humano nacido del corazón y el espíritu. Bérenger Sinclair ejerció de guía improvisado, pues conocía bastante bien la naturaleza esotérica de Chartres gracias a sus estudios. Condujo a Maureen y Peter hacia la izquierda de la catedral, a la puerta norte, llamada de los Iniciados, y les enseñó algunas de las estatuas más famosas, las de los patriarcas. Pero no fueron las esculturas de Moisés, Abraham y David las que llamaron la atención de Maureen. Reparó de inmediato en que la iglesia estaba repleta de mujeres. Algunas eran famosas: aparecían Judith, la heroína del Antiguo Testamento que salva a su pueblo; la Virgen María en la Anunciación y, con su prima Elizabeth, en la Visitación, y una secuencia de la reina de Saba cuando acude ante la presencia de Salomón, cada una coronada con una trabajada representación del Templo original. Otras no eran tan fáciles de identificar, pero había secuencias de mujeres que cubrían gran parte de la fachada norte.

Bérenger les informó.

—Hay varios centenares de imágenes de mujeres en esta iglesia, y se cree que más de ciento setenta son de María la Mayor, la Virgen María. Ninguna otra iglesia del mundo acoge tantas representaciones de mujeres. Ninguna se le aproxima.

Maureen estaba fascinada por lo que veía, pero se detuvo admirada ante la magnífica escultura de una mujer, instalada en un pilar exterior de un arco situado a la derecha de la puerta. Era joven y hermosa, y portaba un libro en una mano, mientras la otra, aunque dañada por ochocientos años de intemperie y guerras, daba la impresión de estar alzada para bendecir.

Bérenger le sonrió.

—Sabía que te gustaría. A mí también. De las mil o más imágenes de esta catedral, ésta es la que me obsesionó desde el primer día que vine. Y ahora que conocemos bien la historia de Matilda, empiezo a comprender por qué esta señora en particular ha sido tan especial para mí. Maureen, te presento a Modesta. Es la patrona de este lugar.

De pronto, Maureen se sintió al borde de las lágrimas a causa de la mención de Matilda. Sabía que su corazón y su espíritu estarían siempre inextricablemente ligados a la condesa toscana.

—La historia de Modesta es trágica, pero importante —dijo Bérenger, al tiempo que señalaba a la santa.

—Por supuesto.

Maureen se paró bajo la estatua de Modesta, cuyos pies quedaban justo encima de su cabeza. La escala y tamaño de Chartres eran engañosos, debido al uso experto de la perspectiva. Era fácil olvidarse de lo enormes (y exquisitamente detalladas) que eran todas las obras de arte, a menos que se las examinara con mucha atención.

El rostro de Modesta era adorable y sereno. Su pelo largo caía suelto bajo un velo. Daba la impresión de que el libro que sostenía en la mano izquierda estaba bellamente encuadernado.

—Me he dado cuenta de que muchas de estas figuras sostienen libros —comentó Maureen.

—Suelen simbolizar la Palabra —explicó Peter—. Las Escrituras. Los Evangelios. Es habitual en el arte cristiano.

Ella procuraba no enfadarse con su primo cuando ofrecía sus explicaciones tópicas y típicas desde su perspectiva de sacerdote. Sabía cuál era el simbolismo tradicional del libro, por supuesto. También sabía que era necesario mirar todas aquellas obras de arte con nuevos ojos, teniendo en cuenta la información recién adquirida sobre ellas. ¿Podía existir otro motivo de que aquellos personajes, sobre todo tantas mujeres, sostuvieran libros? ¿Podía tratarse de un libro diferente, una referencia específica al Libro del Amor? Puso los ojos en blanco y se volvió hacia Bérenger.

—Dime lo que sabes de Modesta.

—La leyenda habitual de las guías afirma que era la hija virgen de un gobernador romano muy cruel e intolerante llamado Quirino, enviado a Chartres con la misión concreta de aplastar el creciente culto cristiano. Según todas las referencias, Modesta era una jovencita adorable que se sentía horrorizada por la persecución de los cristianos, de modo que empezó a ayudarlos. Por ejemplo, los avisaba cuando su padre iba a atacar sus lugares secretos de culto, uno de los cuales se hallaba en el emplazamiento de esta catedral. Se dice que, durante esta época, Modesta se enamoró de un joven llamado Potenciano, quien la convirtió al cristianismo. Cuando el gobernador Quirino descubrió que su hija se había convertido y le estaba traicionando con sus hermanos cristianos, mandó que la torturaran en público para dar ejemplo de su política de tolerancia cero. Ni siquiera la propia hija del gobernador se encontraba a salvo del poder de Roma. Fue decapitada y su cuerpo arrojado a un profundo pozo que se halla en la cripta de la catedral, y por eso se la llama con frecuencia el espíritu guardián de este lugar. Se dice que puede oírse en la cripta, susurrando secretos desde las profundidades a quienes tengan oídos para oír.

Maureen se estremeció al escuchar la historia, y presintió de inmediato que en la biografía de Modesta se ocultaban más cosas de las que aparecían a simple vista.

Bérenger se dio cuenta.

—¿Qué pasa?

Ella alzó la vista hacia la escultura de la hermosa y serena mujer que aferraba el libro. Meneó la cabeza poco a poco.

—Hay algo más. Aunque la historia sea trágica e importante, no está completa. Lo sé.

La mención de la cripta, y del pozo, había llamado su atención. Tal vez, si pudiera entrar, Modesta le susurraría sus secretos.

—¿Podemos bajar a la cripta?

Bérenger negó con la cabeza.

—No, por desgracia. No está abierta al público, salvo una vez al día, una visita guiada en francés muy breve a las once de la mañana. Me he preguntado con frecuencia por qué la iglesia no permite que la gente acceda a la cripta. El pozo está bien tapado, de modo que no puede ser por motivos de seguridad. La Virgen Negra que se exhibe en la cripta, Nuestra Señora del Subsuelo, es una copia de la que fue quemada durante la Revolución, de manera que no es para proteger reliquias antiguas. Pero por algún motivo… el acceso a la cripta está prohibido al público en general.

Continuaron explorando el lugar, y Maureen perdió la cuenta de las figuras femeninas que adornaban el exterior de la iglesia, aunque se fijó en que santa Ana, la abuela de Jesús, aparecía también con cierta frecuencia. Lo más significativo era que ocupaba un lugar de poder en la gran puerta de los Iniciados. Cuando dieron la vuelta y siguieron hacia la entrada sur, donde las puertas estaban cerradas, descubrieron que la figura central era una hermosa estatua de Cristo del siglo XIII, una escultura conocida como Cristo el Profesor. En la mano izquierda sostenía un hermoso libro muy adornado. Maureen miró a Peter, pero no dijo nada. Era curioso que Cristo apareciera con libros tan a menudo, pero la Iglesia afirmaba que jamás había escrito.

Maureen estaba muy ocupada tomando notas mentales de los elementos que poseían significado esotérico. Los apóstoles estaban plasmados en estatuas, de pie sobre bellas columnas entorchadas. Había descubierto, gracias a leer todo lo que caía en sus manos sobre Salomón y la reina de Saba, que el rey sabio había creado las primeras columnas entorchadas para adornar su legendario templo, y esos detalles arquitectónicos constituían un homenaje a su genio. También en este lado de la catedral, en una arquivolta situada sobre el pórtico, estaban los signos del Zodíaco en orden. Maureen suspiró cuando los vio. Era frustrante intentar fijarse en todos los detalles de Chartres en tan poco tiempo. Tardaría años en ver y apreciar cada detalle del exterior de la catedral, tan inmensa era y tan majestuoso el arte que cubría el exterior.

—Creo posible que la galería de arte más grande del mundo esté a la vista de todos —dijo a nadie en particular—, y así ha sido durante ochocientos años.

Habían recorrido todo el círculo y llegado a la fachada de la catedral. Era la entrada occidental, conocida como Pórtico Real. En los peldaños había varios hombres que parecían mendigos. Pedían limosna con las veneras extendidas. Uno se hallaba en lo alto de la escalinata y cantaba en francés. Otro estaba acurrucado junto a la puerta, con aspecto desastrado. Bérenger dejó caer con discreción billetes de euros en ambas veneras cuando pasó a su lado. Maureen se dio cuenta y añadió su propia contribución. El hombre que cantaba sacó una flor silvestre del bolsillo y se la dio con un guiño.

Tanto Bérenger como Maureen se detuvieron, con Peter detrás, para examinar la estatua que les daba la bienvenida a la derecha de la puerta occidental. ¿Era una coincidencia que las puertas de entrada principales de la catedral de Chartres albergaran esculturas del rey Salomón y la reina de Saba? Daba la impresión de que los épicos amantes estaban bien representados en el edificio.

Los tres entraron en el nártex a través de las enormes puertas y se encaminaron de inmediato a la tienda de regalos para comprar un plano de la catedral, con el fin de identificar el vitral diez. La tienda estaba llena de libros y láminas de las esculturas y los vitrales, pero la superestrella de la catedral de Chartres era la Virgen Azul, la magistral vidriera del siglo XII conocida como Notre Dame de la Belle Verrière. Se vendía en carteles, tarjetas de felicitación y puntos de libro. Y pese a su omnipresencia en la tienda de regalos, no quedaba disminuida. Había algo intenso y poderoso en la imagen, algo en la pureza del arte que trascendía el mercantilismo.

Maureen no lamentaba la comercialización de la catedral. Que aquel monumento al amor de Dios estuviera disponible al público gratis cada día era un regalo al mundo. Si vender postales y carteles de obras de arte contribuía a su mantenimiento y conservación, tanto mejor. Los tres hicieron su contribución a las arcas, comprando guías y planos. Peter se dispuso a buscar el vitral diez, y dejó a Bérenger y Maureen solos en la entrada de uno de los templos más importantes de la historia de la humanidad.

Ella respiró hondo y entró en la nave de la catedral más grande del mundo. Su enormidad inspiraba admiración, pero no obstante deparaba una extraña y hermosa intimidad. Aunque la altísima bóveda y los cientos de toneladas de piedra tendrían que haber resultado abrumadores, la atmósfera general de Chartres era acogedora y cálida. Era… sagrada. Fue la única palabra que se le ocurrió cuando se dejó deslumbrar por los colores de las vidrieras que flanqueaban la nave en dos pisos, uno encima del otro. Leyó en la guía el famoso comentario de Napoleón, cuando entró en esta catedral por primera vez: «Chartres no es lugar para ateos».

Desde luego.

—Mira detrás de ti —dijo Bérenger—. Y hacia arriba.

Maureen suspiró debido a la belleza de la vista. El enorme rosetón occidental y las tres ventanas ojivales de debajo, instaladas en el siglo XII junto con la ubicua Virgen Azul, brillaban con el sol de la tarde. Eran las vidrieras más antiguas de Chartres, y muy especiales. Si bien el cristal era magnífico en general, estas vidrieras en concreto precedían a las demás en casi un siglo. Maureen no había visto jamás gracia y colorido semejantes en ninguna iglesia. Los rosetones de Notre Dame de París eran espléndidos, pero en Chartres sucedía algo excepcional. Las tres ventanas ojivales situadas bajo el rosetón irradiaban la misma esencia poderosa.

—Es el azul —explicó Bérenger en voz baja—. No existe uno igual en ninguna iglesia del mundo. Se llama azul Chartres porque sólo se encuentra en este lugar. Nadie ha sido capaz de determinar qué utilizaron los vidrieros cuando crearon estos vitrales. El otro vitral de esta época ha sido restaurado en fechas recientes. Es la Virgen Azul. Está allí…

Bérenger no terminó la frase, pues vio la expresión afligida de Maureen. Comprendió de inmediato y asintió con solemnidad. Mientras miraban las vidrieras que había encima de la puerta, habían caminado entre varias hileras de sillas plegables. Ella bajó la vista y cayó en la cuenta de que se encontraban en mitad del laberinto, el símbolo más sagrado creado por la combinación de la sabiduría y fe extraordinarias de Salomón y Jesús.

El símbolo sagrado que estaba oculto y dañado por las filas de sillas que lo cubrían.

Maureen se sentó enseguida, convencida de que iba a vomitar. De repente, se sentía muy mareada.

—¿Te encuentras bien?

Asintió, pero había lágrimas en sus ojos. El impacto de ver el laberinto sembrado de sillas era algo para lo que no estaba preparada. Conocía la verdad, pero carecía de marco de referencia para lo que iba a sentir, la ira, la indignación.

—¿Cómo han podido hacer esto? —se limitó a preguntar.

Bérenger no tenía respuestas. Había pasado la mayor parte de su azarosa vida formulándose las mismas preguntas una y otra vez.

Peter se acercó a ellos, al tiempo que agitaba la guía. Se detuvo cuando vio la cara de Maureen y cabeceó.

—Lo sé —dijo—. Aunque parezca extraño, yo siempre he sentido lo mismo por el hecho de que el laberinto estuviera tapado de esta manera, antes incluso de saber qué era y por qué me importaba tanto. En fin, como nota positiva, debo deciros que he localizado la vidriera diez.

Maureen se levantó para seguirle, contenta de alejarse de la tragedia del laberinto. El sacerdote les guió hasta el crucero sur y señaló el primer vitral de la derecha. Estaba dedicado a un santo italiano que fue el primer obispo de Rávena, san Apolinar.

—Fue discípulo de san Pedro, y se le atribuyen diversos milagros, que están plasmados en el vitral. Pero creo que no es el santo que andamos buscando —explicó—. Lo que nos interesa es el agujero circular de la ventana.

Un círculo de luz blanca brillaba a través de los colores más oscuros de la vidriera, la luz pasaba por un agujero que parecía practicado a propósito en el borde derecho.

Peter señaló el suelo, a escasa distancia de donde se encontraban.

—¿Veis esa losa? ¿La que está situada en ángulo con respecto a las demás?

Bérenger asintió.

—Es de un color diferente, más clara que las otras. Además, está colocada de forma distinta, con el fin de que destaque. —Se acuclilló para pasar la mano sobre la piedra y sonrió—. Y fijaos en esto, aquí hay un pincho de latón hincado en la piedra, y señalado con una equis.

—¿Qué significa?

Maureen no le había entendido del todo.

—¿Te acuerdas cuando nos encontramos por primera vez en Saint-Sulpice? —preguntó Bérenger.

Se trataba de una pregunta retórica. El día que se conocieron había cambiado sus vidas de manera indeleble y ninguno de los dos lo olvidaría. Pero aquel encuentro también había sido dispuesto de manera que tuviera lugar en el solsticio de verano, el 21 de junio, porque Bérenger quería demostrar a Maureen la precisión de los constructores de la iglesia de Saint-Sulpice. Aquellos arquitectos habían señalado el solsticio mediante una línea de latón incrustada en el suelo. A mediodía del solsticio, el sol brillaba a través de las ventanas e iluminaba el latón.

—Un acontecimiento similar ocurre aquí. Mañana al mediodía, el sol brillará por ese agujero de la ventana, con el fin de iluminar este pincho de latón en la losa oblicua, y así señalar el punto culminante del día más largo del año.

Maureen comprendió ahora.

—Lo cual significa la celebración de la luz, el momento de todo el calendario en que la luz del sol brilla con más fuerza.

—Iluminación —dijo en voz baja Peter, lo cual provocó que los dos se volvieran a mirarle. Aquella sencilla palabra contenía un significado muy profundo—. Es una celebración de la iluminación que puede tener lugar en este espacio sagrado.

Todos guardaron silencio un momento, mientras apreciaban la obra de los arquitectos, albañiles y astrónomos que habrían trabajado al unísono para crear tan extraordinaria anomalía, más de ochocientos años antes.

—La orquestación de tal efecto es fenomenal —comentó Maureen—. Cada aspecto de esta catedral tuvo que ser creado con absoluta intencionalidad. Aquí no se dejó nada al azar. Nada. Lo siento en lo más hondo. Nos lo están gritando desde cada centímetro de este lugar extraordinario.

Se sentaron en los bancos contiguos al vitral diez, de cara al rosetón norte y las ventanas ojivales de debajo. La figura central era una enorme imagen de santa Ana, plasmada al estilo de una Virgen Negra.

—Como eso. Es muy concreto. Santa Ana es una Virgen Negra, y se halla en el centro. La encontramos por toda la catedral, y en cada caso está representada en un lugar de autoridad. Eso no puede ser casual.

—No tengo una respuesta para explicar la presencia de santa Ana, pero sí puedo deciros esto —intervino Peter de nuevo—. El movimiento gótico empieza poco después de la muerte de Matilda, hacia 1130, y aparece de la nada. Pero en realidad no es gótico, ¿verdad? Proviene de los visigodos, que según todas las referencias eran un pueblo bárbaro y guerrero, poco propenso a las obras de arte delicadas construidas con piedra y cristal.

Bérenger se sumó a un tema del que poseía cierta información.

—Es porque la expresión «arte gótico» es un error de traducción. La palabra que originalmente se aplicaba a lo que llamamos catedrales góticas era argotique, no «arte gótico». Argotique es una palabra que significa «jerga», y se refiere a un dialecto concreto perdido. El gran alquimista Fulcanelli dijo que argotique era un «lenguaje peculiar de todos los que necesitaban comunicarse sin que los profanos los entendieran».

Peter asintió.

—O sea, estás diciendo que esta catedral no es el «arte de los godos», sino arte codificado con un idioma concreto y secreto.

—Dedicado a los que tienen oídos para oír —añadió Maureen.

—Exacto. También se llamaba argotique al lenguaje de los forajidos, lo cual describe a las culturas heréticas.

Peter continuó, todavía más animado.

—Todo encaja a la perfección. De repente, en el siglo doce, hay más de veinte catedrales góticas en construcción, y también de repente aparecen albañiles, matemáticos, arquitectos y vidrieros que saben con exactitud cómo ejecutar estas obras maestras de la arquitectura inéditas hasta el momento, y que, además, es arte codificado.

Maureen y Bérenger le habían escuchado con el máximo interés. Peter pocas veces disertaba así. Cuando lo hacía, era necesario prestarle toda la atención. Era evidente que había estado reflexionando sobre el asunto durante sus recientes investigaciones.

—Este movimiento arquitectónico aparece de la noche a la mañana, y florece —continuó Peter—. Sin embargo, nadie sabe cómo o por qué. Del mismo modo, nadie sabe quién financió estas catedrales, en particular ésta. Aquí hay intencionalidad, como tú has indicado, Maureen. Hay voluntad, y fuerte. Pero ¿por qué, y por qué aquí? Chartres tiene algo privilegiado, más allá de lo que las guías y la Iglesia tradicional nos dicen.

—¿Cuál crees que es la respuesta, Peter?

El sacerdote se puso muy serio y se tomó un momento antes de dedicar una sonrisa a su prima y contestar con un solo nombre.

—Matilda.

Maureen se quedó anonadada por la inesperada respuesta.

—¿Matilda?

El padre Peter Healy asintió.

—Era una devota de la arquitectura. Piensa en lo mucho que le gustó construir Orval, en cómo retó a los arquitectos y constructores de su tiempo con el tamaño y la forma de los arcos. ¿Qué sabemos del Libro Rosso? Contenía dibujos arquitectónicos secretos. ¿De dónde procedían esos dibujos? De Jesús. ¿De dónde los sacó Jesús? Fueron transmitidos de generación en generación de su estirpe, del mismísimo Salomón, y puede que también de la reina de Saba.

Maureen pensó en voz alta.

—La versión escrita por Matilda de la leyenda de Salomón y la reina de Saba nos recuerda que los sabeos eran conocidos como el Pueblo de la Arquitectura, y que la reina fue fundadora de escuelas de escultores en piedra.

Peter asintió. Aquél era el punto preciso.

—Y hemos visto en el exterior que tanto Salomón como la reina de Saba están bien representados, pues hay dos esculturas de ellos de tamaño natural y elementos del templo original.

Bérenger fue el primero en captar la enormidad de la idea.

—¿Estamos diciendo que Chartres, y en esencia todo el movimiento gótico, fue iniciado por Matilda? ¿Y que se basaba en los dibujos originales del Templo de Salomón?

—Tal como se conservan en el Libro Rosso —añadió Maureen, entusiasmada por la idea—. Y… traídos a Chartres. ¿Por Conn y el Maestro? Dios mío…

Peter abundó en la idea y habló muy deprisa, lo cual demostró que había concebido esa teoría hacía cierto tiempo.

—Todo encaja. Recordad que Fulberto reconstruyó la catedral después del incendio de 1020. Pero se produce otro incendio, todavía más catastrófico, que destruye todo, salvo la cripta, en 1134. Quizá fue un accidente, quizá no. Pero la catedral fue reconstruida por completo con un nuevo modelo sin precedentes, y se convirtió en la obra maestra del arte y la arquitectura que sigue siendo hoy. La altura de esta bóveda jamás ha sido igualada en ninguna parte del mundo.

Maureen se sintió culpable al instante por haberse enfadado antes con Peter. Había recorrido un largo camino en dos años. Era una teoría asombrosa, y progresista.

Bérenger continuó desarrollando la idea.

—Han pasado unos treinta años desde 1100, que es más o menos cuando Conn y el Maestro llegan a Chartres, en 1134, momento en que empieza la reconstrucción. Sabemos que luego se les unió Patricio, quien era el cerebro arquitectónico, junto con Matilda, del magnífico Orval. Debieron tener tiempo suficiente para perfeccionar las técnicas, los planos y la geometría, para iniciar la construcción de un tipo de templo completamente nuevo. Y tal vez incluso para adiestrar a toda una generación en esos principios y técnicas. Después se produce otro incendio en el siglo siguiente, y entonces se crea una ornamentación todavía más trabajada para los nuevos elementos.

Maureen concluyó la idea.

—Porque ahora los residentes eran unos expertos en las modalidades arquitectónicas necesarias para crear este tipo de perfección.

Estaban paseando con parsimonia por la catedral mientras hablaban y pensaban, al tiempo que asimilaban la inmensidad del lugar y su historia. Bérenger los detuvo delante de la famosa vidriera de la girola sur.

—Aquí está la reina de Chartres —explicó, y señaló la adorable Virgen con el Niño que se alzaba sobre ellos—. Se llama Notre Dame de la Belle Verrière, y ya podéis comprender por qué. Es la vidriera más antigua superviviente, porque data de 1137.

La espléndida Virgen de la vidriera, que había sido calificada como «la más hermosa del mundo», presentaba un aspecto majestuoso con su corona de oro, incrustada de joyas y cubierta de flores de lis, ataviada con el azul más exquisito, el famoso azul de Chartres que no podía imitarse, destacado por un fondo rojo muy intenso. Las fotografías no hacían justicia a los tonos que brillaban a través del cristal gracias al sol de la mañana. Detrás de ella, y por encima del trono, había una fortaleza y una enorme paloma blanca, el emblema del Espíritu Santo, que flotaba sobre la figura de la Virgen y su Hijo.

—La postura oficial de la Iglesia es que la catedral está dedicada a la Virgen María, y que todas las imágenes de vírgenes son de ella en diversas guisas. Pero yo creo que podemos llegar a la conclusión de que hay varias Marías plasmadas —dijo Bérenger.

—Estoy de acuerdo —admitió Peter—, pero corro el peligro de que Maureen me dé una patada en la espinilla, pues quiero añadir algo más. —Continuaron andando siguiendo la curva de la girola, hasta que el sacerdote les detuvo delante de una capilla del lado noreste que albergaba un relicario grande y exquisito. Dentro de la vitrina acristalada estaba expuesto un fragmento de seda blanca—. La Sancta Camisa. El Velo de la Virgen. Es una de las reliquias más sagradas de la cristiandad, y ha estado en Chartres desde el siglo nueve. Todo el mundo os dirá que es el motivo de que la catedral esté dedicada a la Virgen María, como debería ser.

—No quiero negarlo ni por un momento —contestó Maureen—. Ya lo he dicho antes, pero vale la pena repetirlo. Nunca ha sido mi intención disminuir la importancia de la Madre de Jesús. Lejos de ello. Creo que fue elegida para darle a luz y educarle porque era singularmente inteligente, fuerte y pura de corazón. Sólo digo que la cosa no termina con ella, ¿verdad? Y basándome en todas las imágenes de su madre, santa Ana, que alberga la catedral, también quiero decir que no empezó con ella. Y no me cabe duda de que ella no desearía que pensáramos eso.

Cada año, el 21 de junio, la archidiócesis de Chartres dejaba al descubierto el laberinto. Como lo sabían, Maureen, Bérenger y Peter se encontraron con Tammy y Roland para desayunar temprano y acordaron ir a la catedral poco después de que abriera sus puertas. Todos estaban ansiosos por ver el laberinto y recorrer sus once círculos. Tammy y Roland habían llegado la noche anterior, y pudieron disfrutar de una cena tardía. Por suerte, la tradición francesa de cenas prolongadas les concedió tiempo para enterarse de los recientes acontecimientos.

Cuando los cinco llegaron a la escalinata de la entrada oeste, Maureen se fijó en que había un hombre diferente en la escalera. También extendía una venera para las limosnas, y también estaba cantando. Pero cuando se acercaron más, se detuvo para escucharle, y dio una palmada en el hombro de Tammy, que estaba hablando con Bérenger.

—Chisss. Escucha.

El hombre, que parecía lleno de vitalidad para su edad, se erguía de costado, de modo que sólo se le veía el perfil cuando el pequeño grupo subió los escalones. Por lo visto, era a propósito: no quería mirarles. Estaba cantando, en voz baja pero clara, y Maureen sintió que un escalofrío recorría su cuerpo cuando oyó la canción en inglés.

María tenía un corderito

que vellón blanco de nieve tenía,

y por todas partes donde María iba,

el corderito la seguía.

La siguió a la escuela un día,

y no era permitido.

Los niños se rieron y jugaron

al ver en la escuela un cordero.

Pero fue el segundo verso, el que pocas veces se oía en el patio de la escuela, el que estrujaba el corazón de Maureen cada vez. La hacía llorar siempre. Sin embargo, lo había entendido hacía muy poco.

¿Por qué el cordero quiere tanto a María?,

preguntaron los niños.

Pues María quiere al cordero, sabéis,

respondió el maestro.

Cuando el hombre cantó el último verso, se volvió hacia Maureen, lo cual provocó que ella se parara en seco.

Todo un lado de la cara curtida por la intemperie estaba recorrida por una cicatriz que zigzagueaba desde el pómulo hasta el cuello.

—Destino.

El hombre le sonrió y asintió. Los demás, que la seguían detrás, estaban empezando a comprender lo que acababa de suceder, pero aunque todos tenían motivos para encontrarse presentes, el hombre al que llamaban Destino estaba concentrado en Maureen. Los demás se rezagaron y les dejaron hablar a solas, esperando en los peldaños de la catedral mientras el calor hacía acto de presencia.

—Tengo… muchas preguntas —dijo ella, sin saber muy bien cómo empezar.

—Tenemos tiempo, Madonna. Mucho tiempo. Contestaré a una ahora, pero el resto tendrá que esperar a que todos entremos. Hay algo que hemos de hacer juntos, y pronto.

Maureen reparó en la cadencia de su acento.

—¿Es usted italiano? —preguntó.

—¿Ésa es la pregunta que deseaba formularme?

—¡No! Concédame un segundo. —Era como si un genio te preguntara si estabas seguro de tu deseo. Maureen tenía que estar segura de elegir con sabiduría—. ¿Cómo supo lo que aparecía en mis sueños? —preguntó tras un momento de reflexión—. ¿Cómo supo las palabras exactas que me dirigió Easa?

El anciano se encogió de hombros.

—¿Cree que es usted la única a la que habla?

Su respuesta encrespó a Maureen. No era la que esperaba.

—¿Es ésa la respuesta?

—Es la única respuesta que puedo darle. Venga conmigo, hija mía, y traiga a sus amigos. Nos espera un trabajo sagrado.

Maureen indicó con un gesto a los demás que la siguieran, y entraron en la catedral con Destino. Todos se quedaron sorprendidos al ver que el laberinto continuaba cubierto de sillas.

—Pero yo creía que abrían el laberinto el día del solsticio de verano —dijo Maureen.

Destino sacudió la cabeza con pesadumbre.

—No. Es un gran sacrilegio, una terrible falta de conocimiento… Nunca me acostumbraré, y he sido testigo durante innumerables años. Ellos, la Iglesia, dejan que el laberinto se abra ciertos días del año, pero no han de hacerlo sus manos, han de ser las nuestras. Nuestro deber es apartar las sillas. Pero no lo lamenten. Es sagrado. Ya lo verán.

Destino hizo un gesto a Roland y los dos les demostraron la técnica de sacar las sillas. Estaban sujetas en hileras y eran voluminosas, pero no tan pesadas como parecían. Sin embargo, moverlas sin arañar el suelo y dañar todavía más las antiguas piedras que componían el laberinto era laborioso. Destino les enseñó el lugar donde debían colocar las sillas, detrás de los bancos adicionales y a lo largo de los lados de la nave. Trabajaron por parejas: Maureen y Bérenger, Tammy y Peter, Roland y Destino. El laberinto medía trece metros de diámetro, y el trabajo de apartar las sillas era un poco desalentador, pero cuando empezaron a apartarlas y el laberinto apareció a la vista, Maureen y los demás se dieron cuenta de lo que Destino quería decir cuando habló de que era un deber sagrado. Era liberador, y la metáfora de liberar el laberinto de lo que intentaba ocultarlo era poderosa, y todos eran conscientes.

Era catártico. Maureen pensó un momento en la palabra. Catár-tico. Puro y purificador, gracias a las verdaderas enseñanzas del amor.

Roland miró a sus compañeros mientras trabajaban y sonrió.

—Uno para todos y todos para uno. Ése es nuestro lema, ¿no?

Mientras llevaban a cabo su tarea sagrada en armonía, un grupo de estudiantes entusiastas, llegados en peregrinaje desde Bélgica, entraron en la catedral y preguntaron si podían ayudar. Se sumaron con júbilo, y era evidente que experimentaban la misma euforia producto de liberar el espíritu del laberinto, en el día más largo del año, cuando más luz entraba por aquellos vitrales tan especiales. Reinaba una sensación de comunidad y solidaridad, y finalmente el laberinto se mostró en todo su esplendor. Todos retrocedieron para admirar la obra de arte espiritual creada por unos artesanos hacía ochocientos años. Destino indicó con un gesto que dejaran entrar primero a los estudiantes en el laberinto, pues quería enseñarles a ellos algunos detalles.

El anciano dio media vuelta y se alejó con su extraña cojera del laberinto en dirección a la puerta occidental, para detenerse con brusquedad en el pasillo de la nave. Señaló el suelo, indicando que era demasiado viejo para arrodillarse y tensar sus cansadas articulaciones. Todos miraron el lugar que señalaba. Una placa de hierro estaba incrustada en el suelo.

—Madonna Ariadna —dijo a modo de explicación, con el fin de indicar que en otro tiempo había existido allí una anilla de hierro. Destino señaló el vitral alineado con la anilla de hierro, la vidriera más cercana a la entrada del laberinto.

—Había ciento ochenta y seis vidrieras cuando la catedral fue terminada en el siglo trece. ¿Consideran casual que la más cercana a la entrada del laberinto cuente la historia de María Magdalena? ¿Consideran también una coincidencia que esta vidriera tenga veintidós paneles? Vengan.

Los cinco le siguieron y se acercaron a la magnífica vidriera de Magdalena. Destino explicó que las vidrieras se leían como libros, pero de un modo muy concreto. El lector empieza en la esquina inferior izquierda y lee las imágenes de izquierda a derecha, subiendo una línea cada vez. La hilera inferior de la ventana contaba con tres imágenes, todas de hombres cargados con jarros y sirviendo agua.

—¿Aguadores? ¿Es una referencia a Acuario? —preguntó Tammy.

Destino se encogió de hombros.

—Sí. Y no. Todo en Chartres posee diversos significados. Todo. Y con frecuencia, existen varias explicaciones, todas relacionadas entre sí. Aquí no se pueden comprender todas las lecciones de un tirón. Éste es el hogar del conocimiento estratificado, y cuanto más se contempla el arte, más velos caen. Cada centímetro de este monumento fue meditado por los hombres y las mujeres que lo crearon. Sí, he dicho mujeres. Porque este lugar… es un monumento al amor, un templo. ¿No se dan cuenta? Para deparar esta sensación, tenía que existir un equilibrio en el diseño y el edificio. Pero en respuesta a su pregunta… Sí. Acuario. ¿Porque anuncia que entramos en la era de Acuario, tal vez? Pero piensen un poco más.

Peter ofreció la explicación de la Iglesia, que había leído la noche anterior mientras estudiaba la literatura sobre la catedral.

—Se dice que los aguadores que contribuyeron a la construcción de la catedral, proporcionando a los obreros el agua de los pozos cercanos que necesitaban, eran los mecenas que pagaron esta vidriera, y por eso están representados al principio de la historia.

Destino asintió.

—Sí, sí. Pero hay un fallo en esa versión, ¿no? Los hombres y mujeres que trabajaban de aguadores eran los más pobres de los habitantes. Carecían de aptitudes o de vocación artística, y eran incapaces de trabajar los detalles de este templo sagrado. Lo único que podían hacer era cargar agua. No quiero minimizar su contribución, pues todas las personas que utilizaron sus manos y corazones en la construcción de este lugar son bienaventuradas por igual. Ningún trabajo es más elevado que otro. Los pobres y analfabetos, ya fueran hombres o mujeres, que cargaban agua eran tan iguales a los ojos de Dios como el hombre culto que era el arquitecto. Ésa no es la cuestión. La cuestión es que los aguadores no tenían riqueza para sufragar esta vidriera tan trabajada. Esa explicación es ridícula. Y como ustedes son un grupo muy especial de buscadores, espero que interpreten esto. Adelante. Yo espero.

Se quedó inmóvil mirando la vidriera, decidido a no decir ni una palabra más hasta que uno de sus estudiantes demostrara ser merecedor de dedicarle su tiempo con una respuesta correcta. Los cinco se pusieron a hablar en voz alta.

—El hombre del medio está sumergido en la corriente —observó Bérenger—. El río subterráneo, conocimiento secreto.

Destino asintió.

—Sí. Más.

—La wouivre —habló Roland—. El agua representa a veces la corriente telúrica que atraviesa la tierra, y es más fuerte en Chartres, porque corre desde aquí hasta el Languedoc.

—Sí, sí —le animó Destino—. Pronto hablaremos más de esta corriente, ya que se acerca el mediodía.

—Aguadores. Podrían simbolizar… ¿coperos? —apuntó Tammy.

—Y otra forma de interpretar «copa» en el mundo esotérico —intervino Maureen— es Grial.

Destino le sonrió.

—Los de la Orden siempre la hemos llamado la vidriera del Grial. Miren aquí. Suele creerse que Magdalena está lavando los pies de Jesús con lágrimas, pues representa la pecadora anónima del Evangelio de Lucas. Pero es una auténtica blasfemia, llamar pecadora a Nuestra Señora. Está ungiendo los pies de su amado con aceite, y el simbolismo de su pelo suelto alrededor de él demuestra que se están preparando para la cámara nupcial, que tiene lugar en el Evangelio de Juan. Pues ungir los pies es el principio del hieros-gamos, cuando la novia prepara al novio. Es el primer paso del matrimonio sagrado, por eso es la primera vidriera de la historia de Magdalena.

Maureen y los demás sabían muy bien que María Magdalena no era la pecadora anónima del Evangelio de Lucas, y que la Iglesia había combinado estas historias en el siglo VI para inventar una visión de ella como prostituta arrepentida. Pero aparte de la autobiografía de Matilda, jamás habían escuchado esta explicación del ungimiento con nardo como un ritual preparatorio de la cámara nupcial.

—Las siguientes vidrieras muestran la presencia y participación de Magdalena en la resurrección. Pues es su amor la clave de que la vida venza a la muerte, y aquí se nos recuerda que el amor aparece de muchas maneras, y todas son lo bastante fuertes como para conquistar a la muerte. En primer lugar, está presente en la resurrección de su hermano Lázaro. Además de eso, es la primera que ve al Señor resucitado, y aquí le dice que su misión es informar a los demás de la Buena Nueva, y que su responsabilidad consiste en propagar la palabra del Camino del Amor. Si se fijan con atención, verán que porta un rollo de pergamino, un símbolo de la autoridad que Él le ha conferido, cuando se acerca a los demás para decirles que el Libro del Amor se halla en su poder y sus enseñanzas se derivarán de él. Y aquí arriba, la ven en un barco, en dirección a Francia. Este rombo central plasma al bienaventurado san Maximino estableciendo la primera iglesia en Provenza. Pero fíjense en esta última vidriera, porque es la más importante. Representa la muerte terrenal de Magdalena. Verán que a sus pies hay tres personas, un hombre mayor, una mujer y un hombre más joven. Sus hijos. Sobre ella se yergue Maximino, su gran compañero, que la amaba por encima de todo, y que lee un libro que descansa sobre un atril de oro. No debería decirles a qué libro se refiere. Se ve en el panel de al lado, donde Nuestra Señora es llorada y enterrada. A sus pies, están representados los amantes santos, Verónica y Pretorio. El romano Pretorio está plasmado con hábito de sacerdote, para explicar que se ha convertido al cristianismo. ¿Ven este otro hombre, el que carga con una cruz? No adivinarían quién es, de modo que yo se lo diré: es el antiguo y malvado legionario romano llamado Longinos.

Peter pegó un bote.

—¿Longinos Gaio? ¿El centurión que atravesó a Jesús con su lanza?

—El mismo maldito Longinos. Como debe saber por sus recientes estudios, se convirtió en un devoto cristiano gracias a la misericordia de María Magdalena, a quien sirvió hasta su muerte. Longinos es el ejemplo perfecto de que hasta las almas perdidas más desesperadas pueden redimirse mediante el amor que no juzga. Se ganó un lugar de honor en la narración de esta historia.

Destino señaló el último panel, en lo alto de la vidriera, que plasmaba a Jesús en el cielo, a la espera de la entrega del alma inmaculada de María Magdalena.

—Aquí está ella, su espíritu pintado en blanco para expresar su santidad, conducida por ángeles al encuentro con su amado.

Maureen estaba llorando de nuevo. La vidriera se le antojaba de una belleza indescriptible, pues plasmaba la versión de la historia de María Magdalena que ella sabía cierta, gracias al material de Arques y a todo cuanto sentía en el corazón y el espíritu. Destino apoyó la mano sobre su nuca en un cariñoso gesto paternal.

—Ahora, hija mía, verá cómo rendimos homenaje a las señoras del laberinto antes de iniciar nuestro recorrido. Creo que ya estamos preparados. Usted entrará primero, y el resto la seguiremos. Adelante. Su Creador la aguarda. Solvitur ambulando.

Destino había explicado que no existía forma acertada o incorrecta de recorrer el laberinto, sólo la forma personal. Pero existía un protocolo, y consistía en dejar tiempo de sobra a la persona que te precedía para entrar en el laberinto antes de seguirla. Si te cruzabas con alguien que entraba o salía, había que apartarse en silencio y dejar que el otro pasara. Cuando varias personas andaban a la vez, el laberinto se transformaba en una especie de danza de espíritu comunitario. Cada persona celebraba su propio viaje, pero no obstante cada viaje se cruzaba con el de los demás a lo largo del camino. El laberinto estaba plagado de metáforas acerca de los caminos de la vida.

Maureen se acercó al laberinto, embelesada por la belleza artística y perfección geométrica de la construcción. Destino la había animado a quitarse los zapatos, advirtiéndola de que el tacto de los pies sobre la piedra era una parte importante del ritual, y de que sería prudente por su parte observar lo que sentía. Los cinco se descalzaron y dejaron los zapatos al borde del laberinto. Maureen fue la primera en entrar, con la cabeza gacha, mientras observaba los giros y curvas elegantes del sendero. Alzaba la vista de vez en cuando, para maravillarse de la forma en que la luz de ciertas vidrieras caía sobre el laberinto. Estaba segura de que ninguna era accidental. Como ya habían señalado algunos hombres sabios, cada centímetro de la catedral de Chartres había sido meditado con sumo cuidado.

La luz continuaba remolineando a su alrededor, y los mágicos colores añil que se proyectaban desde el enorme rosetón occidental bailaban sobre el suelo, lo cual causó que Maureen se sintiera algo aturdida cuando dobló otro recodo del recorrido. Su visión se empañó cuando vio la pila de zapatos vacíos que sembraban el borde del laberinto.

Zapatos vacíos.

Maureen se sintió de repente abrumada por el simbolismo, mientras pensaba en las mujeres de esta gran historia que se estaba desplegando a través de los siglos. María Magdalena, Matilda. Ambas mujeres quedaron olvidadas durante muchos años después de la muerte de sus amados esposos. Continuaron su obra, para que el mensaje no muriera. Ambas afrontaron el desafío de llenar aquellos zapatos vacíos. Y, no obstante, la historia había olvidado sus verdaderas contribuciones, de inestimable valor para la humanidad. ¿Cuál era la mayor tragedia? Maureen sabía lo que diría cada una de estas mujeres, nobles, leales, henchidas de fe y amor. Dirían que afrontar los zapatos vacíos era mucho más duro que cualquier otro desafío que les presentara la vida.

Acarició el amuleto de cobre que rodeaba su cuello, con la inscripción del Evangelio de Lucas, «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada». Tal vez éste era el verdadero significado de la «la parte buena». Era la opción de seguir adelante contra viento y marea, con el fin de lograr que las sagradas enseñanzas perduraran, ser la encarnación viva del Camino.

Mientras pensaba en esto, Bérenger Sinclair entró en el laberinto y se cruzó con ella en uno de los círculos. En aquel momento, la miró con tanto amor que Maureen se paró un momento. Había recibido una nueva lección en el laberinto, una lección que le recordaba que debía disfrutar del gran amor que se le había concedido mientras pudiera hacerlo. Aquí, ahora, sin miedo.

Maureen se acercó al centro del laberinto y rezó en silencio el padrenuestro dentro de los seis pétalos, como Matilda le había contado en su autobiografía. Cuando terminó la oración, Bérenger entró en el centro de la rosa de seis pétalos, donde ella le esperaba. En silencio, le tomó ambas manos y se miraron, en el centro del laberinto, donde la primera luz deslumbrante del verano se filtraba a través de los cristales antiguos y arrojaba franjas azules sobre el antiguo templo del amor.

Justo antes de mediodía, el pequeño grupo de peregrinos se dirigió a la vidriera diez para esperar la llegada del rayo de luz que iluminaría el pincho de latón clavado en la piedra oblicua. Como siempre, llegó con puntualidad. El rayo de sol atravesó el agujero perfectamente redondo y se posó sobre el objeto de latón, el tiempo suficiente para que brillara a la luz.

—La wouivre —sonrió Destino, y el lado de su cara surcado por la cicatriz se arrugó mientras continuaba su explicación—. Su corazón está en la tierra, bajo nuestros pies, en el lugar de la cripta que cubría el montículo primitivo. Este lugar —señaló el pincho de latón— es la fuente exacta de la corriente. Es, nada más y nada menos…, que el latido del planeta Tierra.

El anciano les dejó con aquella extraordinaria información y la catedral. Antes de marcharse, les invitó a pasar el día siguiente con él en la sede francesa de la Orden del Santo Sepulcro, situada en las afueras de Chartres. Les explicó que era una extensa propiedad junto al río Eure, con una vista magnífica de la catedral desde las tierras bajas. Todos ansiaban ver al hombre en su hábitat natural y descubrir más cosas sobre él. Era enigmático, fascinante, y una brillante fuente de información. Además, estaba aquel pequeño detalle de la cicatriz en la cara. ¿Cabía la posibilidad de que, en pleno siglo XX, los líderes de la Orden todavía se infligieran aquella terrible cicatriz? No cabía duda de que tal era el caso. Maureen se preguntó en qué momento eligieron al sucesor del Maestro, y cuándo se infligió la cicatriz. ¿Sería correcto preguntarlo? No estaba segura, pero sentía una terrible curiosidad por aquellas viejas costumbres que todavía se conservaban en las sociedades secretas más antiguas.