Ciudad del Vaticano
En la actualidad
MAUREEN ENTRÓ EN SAN PEDRO con un propósito muy diferente esta vez: rendir homenaje a la mujer a la que había ido a conocer, y a la que ahora creía conocer íntimamente: la milagrosa, inspiradora y extraordinaria condesa toscana, Matilda de Canossa.
La versión completa de la autobiografía de Matilda terminaba con la partida de Conn y el Maestro hacia Chartres. Era como si la condesa hubiera perdido interés por los detalles de su propia vida después de eso. Gregorio había muerto, y su consejero espiritual y mejor amigo había partido hacia Francia. Anselmo también había fallecido, e Isobel se hallaba al mando de la Orden en Lucca. Matilda continuaba luchando contra Enrique y por Toscana, y sobre todo para defender el trono de San Pedro de cualquier influencia seglar. Todo ello porque se lo había prometido a Dios, a ella misma y a su pueblo. Y no descansaría hasta haber cumplido esa promesa.
Había más páginas en la autobiografía de Matilda, pero eran anotaciones que destacaban acontecimientos importantes. Una en la que Peter reparó rezaba: «Carta de Patricio, que abandona Orval y se dirige a Chartres». No indicaba por qué Patricio abandonaba su querido Orval, pero Matilda estaría luchando por conservar sus territorios de Lorena, y era un lugar peligroso para mostrarse partidario de ella durante las guerras.
Peter estaba decidido a investigar la vida posterior de Matilda, por si podía dar por concluida la historia, ya que Maureen estaba obsesionada con la condesa toscana. Ansiaba saber si ésta había saldado las cuentas con Enrique IV, y Peter tuvo el placer de confirmárselo. Tardó muchos años, pero al final Matilda ganó la guerra contra el rey alemán. La esposa y el hijo del monarca acabaron desertando al campo de la condesa y buscaron refugio en Toscana del tiránico Enrique, quien había maltratado a su esposa con tal violencia que ella emprendió acciones legales contra él. Documentos históricos indicaban que la reina Adelaida, una antigua princesa rusa, suplicó refugio a Matilda y le confesó las espantosas inclinaciones sexuales del rey, incluidas orgías y misas negras.
Maureen se quedó estupefacta por este asombroso aspecto de la historia de Matilda. Era un icono de los derechos de la mujer, cientos de años antes de que esa expresión adquiriera popularidad. Fue tal vez la primera mujer que exigió un acuerdo prenupcial, y también la primera que acogió a víctimas de la violencia doméstica y las protegió de los perpetradores, incluso cuando se trataba de un rey.
Lenta y cuidadosamente, con la estrategia de un maestro del ajedrez, Matilda reconstruyó Toscana. Recuperó poco a poco su fuerza política y su riqueza, y cuando lo hizo, atacó las fortalezas de Enrique en Italia. En otoño de 1092, protegida con su legendaria armadura cobriza, la condesa lideró un ejército contra las tropas del soberano germano, que habían retenido la región circundante de Canossa durante demasiado tiempo. Según todas las referencias históricas, fue uno de los más ingeniosos ejemplos de estrategia militar. Matilda, con Ugo Manfredi y Arduino della Paluda a su lado, aplastó a los alemanes. Recuperada su base de operaciones, los ejércitos toscanos eliminaron la presencia alemana de la gran mayoría de los territorios condales durante los tres años siguientes, y reinó sin oposición durante el resto de su larga vida.
Una vez recuperado el poder político, Matilda apoyó la causa de un nuevo Papa comprometido con la memoria de Gregorio y su determinación compartida de separar el papado de la influencia seglar. Era un firme partidario de la independencia de Roma, y un feroz enemigo de la interferencia real en los asuntos espirituales. La condesa mantuvo una estrecha relación con este nuevo papa, Pascual II, durante el resto de su vida.
Pascual. Maureen advirtió el parecido entre el nombre del Papa y su apellido. Las conexiones en esta historia nunca cesaban.
Se acercó a la tumba de mármol con una nueva certidumbre. La magnífica mujer aquí plasmada sostenía la tiara papal y las llaves de San Pedro porque había vivido y gobernado aquí con su amado. Juntos eran la manifestación de Salomón y la reina de Saba en su tiempo, e incluso quizá de Jesús y Magdalena, El y Asherah. Encarnaban el concepto sagrado: el tiempo vuelve.
Y Bernini, el gran maestro del Barroco que había heredado los diseños para San Pedro del descendiente de Magdalena, Miguel Ángel, lo sabía. Creó un diseño poderoso y elegante que conservaría la verdad en mármol para quienes tuvieran ojos para ver.
El arte salvará el mundo.
Maureen pasó la mano por el frío mármol, diseñado por un artista que sabía más de lo que decía, y examinó la plasmación de la escena de la vida de Matilda que adornaba el revestimiento de la tumba. Antes, no había significado nada para ella. Era la escena de Canossa en que Enrique, de rodillas, suplicaba perdón. El papa Gregorio VII constituía el motivo central sobre su trono. Matilda, por supuesto, se alzaba a su lado, como había sucedido literal y figuradamente durante sus años de convivencia.
La historia de la condesa toscana inspiraba a Maureen más que cualquiera de las que había investigado, con la posible excepción de su antepasada común, María Magdalena. Esa mujer, con su compromiso sin precedentes con la igualdad entre todos los hombres y mujeres bajo el gobierno de Dios, su pasión por la caridad y la mejora de la suerte de los pobres, había contribuido a la desaparición de la Edad Oscura al permitir una nueva era de luz. En muchos aspectos, era la primera mujer moderna.
Por encima de todo, Matilda cumplía sus promesas. Jamás dejó de luchar por las reformas que su amado había intentado llevar a la práctica. Mil años después, las reformas introducidas por Gregorio VII, con Matilda a su lado, fueron consideradas fundamentales para los cimientos de la Iglesia.
Matilda dedicó su vida al pueblo de Toscana y a su prosperidad, y construyó y restauró centros de estudios espirituales en toda Italia, al tiempo que conseguía la canonización de su querido obispo Anselmo, recordado después como un santo. Diseñó puentes, edificios con hermosas obras de arte: pinturas, mosaicos y esculturas, y se convirtió así en la primera mecenas de las artes de Toscana. Sería la predecesora de los grandes mecenas artísticos de finales de la Edad Media y del Renacimiento, quienes alimentaron y apoyaron a diversos artistas. La condesa insistió en que sus artistas y escultores firmaran sus obras, cuando tal cosa era inaudita, porque creía que la posteridad debía recordar los nombres de quienes creaban tal belleza.
Como regalo para su amada Lucca, diseñó y financió un magnífico puente sobre el Serchio, que facilitaría el comercio y el desplazamiento a su pueblo. Lo llamó puente de la Magdalena, y fue una obra de arte e ingeniería digna del nombre y el legado de la gran Señora. El puente fue construido en semicírculos que daban la impresión de alzarse del río. Vistas desde lejos, las formas reflejadas en el agua crean círculos geométricamente perfectos. En su reflejo, los círculos se completaban.
Matilda de Conessa continuó comprometida con la enseñanza del Camino del Amor durante todo su extraordinario reinado. Impulsó la igualdad y la tolerancia entre su pueblo en un momento de la historia en que no existían palabras para tales conceptos. Fue una mujer única, en vida épica y en legado.
Fue, simplemente, Matilda. Por la Gracia de Dios Que Es.
Cuando Adán, el primer hombre, suplicó al arcángel san Miguel que le visitara en su lecho de muerte, Micha-el, el ángel cuyo nombre significa El Que Es Como Dios, fue a verlo y se prestó a concederle su última voluntad. Adán pidió que le diera una semilla del Árbol de la Vida, el símbolo de la Santa Madre Asherah, para poseer toda su sabiduría y conocer las respuestas a los misterios de la existencia sobre la tierra antes de abandonar este lugar, pues tal vez, sólo tal vez, las propiedades vivificantes de su gran divinidad le salvarían.
Miguel le concedió su petición y depositó la semilla en la boca de Adán. Pero nada más ingerirla, el primer hombre exhaló su último suspiro. En lugar de salvarle, el Árbol de la Vida le causó la muerte. Demasiados conocimientos para que un solo hombre los contuviera. Adán fue enterrado, y a la siguiente primavera creció un arbolillo de la semilla de su boca, que hendió la tierra y se convirtió en un árbol poderoso. Floreció durante muchos siglos, antes de que hachas de hombres ignorantes, que no creían en su poder ni santidad, lo talaran. La leña del árbol sagrado fue utilizada para construir un puente que cruzaría las aguas y conduciría a Jerusalén.
Cuando Makeda, la reina de Saba, se presentó ante Salomón después de su largo viaje desde Saba, cruzó el puente el último día de su viaje. Se dice que, debido a su gracia, reconoció de inmediato que aquel puente estaba construido con una madera especial. La madera proclamó a gritos que antes era el Árbol de la Vida, antes de que hombres carentes de sabiduría lo destruyeran. La belleza de Asherah, en otro tiempo un elemento vital y vivo de la tierra, había sido hecha pedazos por ignorantes.
La reina de Saba cayó al suelo admirada y veneró la madera, al darse cuenta de que había recibido un regalo divino. Pero la tristeza por tan enorme pérdida partió su corazón, y lloró. Cuando las lágrimas cayeron sobre la madera, la sabiduría pisoteada durante tanto tiempo se liberó, y la reina de Saba tuvo una visión de Dios. Makeda vio que un nuevo orden, una nueva alianza y un nuevo mesías nacerían del linaje de David y Salomón para cambiar el mundo. Por desgracia, también vio tragedia en la visión. Este mesías de la luz sería asesinado a causa de sus hermosas creencias, asesinado por la misma madera sobre la que estaba arrodillada.
Durante su tiempo de comunión con el rey Salomón, la reina de Saba le contó su experiencia. La visión alarmó al soberano, y creyó que había sido concedida a su amada con el fin de tomar precauciones para salvar a este descendiente de la profecía. Ordenó destruir el puente, y que enterraran la madera en las afueras de Jerusalén. Guiado por su fe y sabiduría, Salomón confiaba en que al devolver la madera a la tierra, el Árbol de la Vida volvería a florecer. Si esto no era posible, tal vez eliminaría la posibilidad de que fuera utilizada para destruir a este hombre santo del futuro. Así se hizo, y la madera quedó enterrada durante catorce generaciones.
Durante el reinado de Poncio Pilatos, la madera fue descubierta por casualidad cuando un batallón de soldados romanos estaba cavando tumbas para enterrar a insurgentes judíos. La llevaron a Jerusalén, donde la utilizaron para fabricar los travesaños de la cruz en la que Nuestro Señor encontró su divino destino en lo alto del Gólgota.
Cuando el destino de un hombre está escrito en las estrellas, no puede huir de él.
También se dice que el lugar donde Salomón y la reina de Saba celebraron su primer encuentro predestinado se convirtió en el emplazamiento exacto del Santo Sepulcro. Por lo visto, hay zonas de la tierra que poseen su propio destino, elegidas por Dios como lugares de poder.
Quienes tengan oídos para oír, que oigan.
LA LEYENDA DE LA VERA CRUZ, PRIMERA PARTE,
TAL COMO SE CONSERVA EN EL LIBRO ROSSO
Roma
En la actualidad
BÉRENGER Y MAUREEN paseaban hacia la plaza de la Rotonda cogidos de la mano, de regreso al hotel. El Panteón centelleaba a la luz de los focos y la fuente gorgoteaba, todo en armonía con el bullicio que tenía lugar cada noche en la antigua plaza. Los vendedores ofrecían juguetes y recuerdos baratos a los turistas que todavía no se habían hartado de pagar demasiado por pasta mediocre en cafeterías situadas en lugares privilegiados. Maureen había aprendido a caminar deprisa para alejarse algunos pasos de los grandes espacios de Roma, y así descubrir una cocina mucho más apetitosa a precios que no incluían el alquiler de los monumentos históricos. Esta noche habían cenado en la pequeña plaza cercana dedicada a María Magdalena, donde un hermoso retrato de su Señora se conservaba en un marco con forma de medallón situado en una esquina de la plaza.
Maureen y Bérenger rodearon la bulliciosa plaza, tan pletórica de vida como el Trocadero de París o Times Square de Nueva York en una noche de primavera. Cuando entraron en el refugio del vestíbulo del hotel, el portero de noche reconoció a la escritora y le hizo un ademán.
—Han dejado algo para usted. Un momento.
Corrió a un cuarto interior y salió con un paquete del tamaño de una caja de zapatos, envuelto en papel marrón. El sencillo envoltorio despertó de inmediato las sospechas de Bérenger.
—¿Vio a la persona que lo trajo?
—Un correo. De un servicio local. Tuve que firmar el recibo.
Maureen le dio las gracias y tomó el paquete. Confió por un momento en que contuviera al menos sus cuadernos perdidos. Era demasiado pequeño para dar cobijo a su ordenador. Mientras esperaban el ascensor, los dos lo inspeccionaron. En la esquina superior izquierda, escrita a mano en el papel marrón, había garabateada una sola palabra: DESTINO.
—Maldita sea, ¿quién es este tipo? —gruñó irritado Bérenger.
El misterio le estaba afectando, aunque no deseaba que Maureen se diera cuenta de su preocupación. Era un hombre acostumbrado a controlar la situación en todo momento, y estaba empezando a internarse en un juego en el que no controlaba ni a los jugadores ni las reglas.
—Sabe demasiado sobre nuestras idas y venidas. Conoce tu historia. Está claro que también sabe algo sobre mí. Y…
—Y sabe con qué sueño. ¿Cómo es posible?
Depositaron la caja sobre la cama y se sentaron a cada lado para abrirla juntos. Cuando Maureen dejó el papel marrón a un lado, lanzó un grito.
—¡Ay!
Se había cortado con el papel, un corte bastante profundo en el dedo medio, y empezó a sangrar. El dolor era desproporcionado, como suele suceder con los cortes producidos por un papel. Se levantó para lavarse las manos y enrolló una toalla alrededor del dedo herido durante un momento, hasta que dejó de sangrar. Después volvió con Bérenger para acabar de desenvolver el paquete. Él besó primero su dedo herido con delicadeza y lo inspeccionó para asegurarse de que el corte no era demasiado profundo.
Aunque el exterior del paquete iba dirigido sólo a Maureen, el interior contenía dos cajas más pequeñas, una para ella y otra para Bérenger.
—Tú primero —dijo ella, al tiempo que le entregaba la cajita con su nombre. Era del mismo tamaño de un estuche para una joya pequeña, y cuando él lo abrió descubrió que se trataba de algo raro y valioso, como una joya. El estuche contenía un pequeño relicario de plata ovalado, con una tapa que se deslizaba sobre la parte superior, como la de una caja diminuta. La tapa cubría el sello rojo de cera utilizado para proteger y autentificar objetos religiosos. En este caso, el sello era tan antiguo y estaba tan deteriorado que resultaba imposible determinar cuál era el aspecto original de la imagen, pero se veían diminutas estrellas formando un dibujo circular, incrustadas en la cera.
Aunque era más pequeño que la uña del pulgar de Maureen, el estuche era muy ornamentado y estaba bien conservado. Estampado en relieve, en la tapa plateada había un paso de la crucifixión en miniatura. Al pie de la cruz, una María Magdalena arrodillada y de pelo largo se aferraba a los pies de su amado agonizante. Parecía extraño, pero el segundo elemento, trabajado con gran destreza, era un templo con columnas posado sobre una colina, detrás de los personajes. El templo tenía aspecto griego y se parecía al de la Acrópolis de Atenas, construido en honor de la sabiduría y la energía femeninas.
Bérenger lo reconoció de inmediato.
—Es un templo que simboliza el elemento de Sofía en la espiritualidad —dijo—. El conocimiento divino femenino. Los artistas relacionados con el linaje lo utilizaban cuando pintaban a Magdalena para indicar que ella era la guardiana del conocimiento, como han hecho las sociedades secretas relacionadas con las tradiciones del linaje durante siglos. Los templos de Sofía son fáciles de identificar, pues tienen techos redondeados que representan las curvas femeninas.
Maureen contempló la imagen y asintió. En sus investigaciones sobre el arte de la Magdalena, había visto cierto número de retratos italianos de la crucifixión con configuraciones similares: su María al pie de la cruz, por lo general abrazada a la madera. En varios casos, había un edificio que semejaba un templo griego clásico al fondo. Algunos artistas plasmaban templos en ruinas, los cuales simbolizaban la pérdida de la sabiduría divina femenina en la espiritualidad contemporánea.
Bérenger dio la vuelta al estuche para ver la reliquia. Era minúscula, tan diminuta que resultaba casi invisible, pero allí estaba. Una astilla de madera pegada con una especie de resina en el centro de una flor dorada. Debajo de la reliquia había una hoja de papel, escrita a mano con letra casi ilegible: V. Croise.
Era una abreviatura que ambos entendieron, incluso en francés antiguo. Vraie Croise. Se miraron y dijeron al unísono:
—La Vera Cruz.
Hubo un tiempo, tan cercano como la semana anterior, en que Bérenger Sinclair habría rechazado indignado cualquier reliquia que afirmara ser un fragmento de la Vera Cruz, sobre todo si costaba determinar la procedencia del objeto. Pero teniendo en cuenta los acontecimientos recientes, así como la presencia de Maureen en Roma, sabía que no había lugar a escepticismos. El minúsculo tamaño de la diminuta astilla prestaba crédito a su autenticidad. Si un malvado deseaba sacarse de la manga una falsificación dirigida al mercado negro de venta de reliquias, ¿no fabricaría una astilla visible a simple vista?
Maureen pegó un bote de repente y lanzó un gritito.
—¿Qué pasa?
Había estado sosteniendo el relicario en la palma de la mano. Cuando dio el salto, cayó sobre la cama. Él se inclinó para recogerlo.
—Tócalo —dijo Maureen.
Los ojos de Bérenger se abrieron de par en par cuando lo levantó.
—Quema.
Ella asintió. Cuando había sostenido el objeto en la mano, el metal había empezado a calentarse, y tuvo que dejarlo caer.
Ya se estaba enfriando, de modo que Bérenger lo devolvió a la caja.
—Mira. El corte del dedo… ha desaparecido…
Extendió la mano para enseñárselo. Había sostenido el relicario en la mano herida. El corte, de unos dos centímetros de longitud, que Bérenger y ella habían visto unos minutos antes, se había difuminado.
Él asintió en silencio, y después tomó la tarjeta con el extraño monograma que ya conocían, la A atada a la E invertida, y la leyó en voz alta a Maureen.
Esto perteneció al Príncipe Poeta, el más grande que ha vivido. Has de asumir su responsabilidad. Hazlo con elegancia y Dios te recompensará tal como promete la profecía.
Amor vincit omnia.
Destino
Por primera vez desde que lo conocía, Maureen vio que Bérenger Sinclair estaba desorientado. La sangre se había retirado de su rostro y parecía acongojado. Angustiado
Ella tocó su mano con suavidad.
—¿Qué ocurre? ¿Qué significa?
Él besó su mano para suavizar el impacto de sus evasivas.
—Significa… que debo decirte algo. Pero todavía no. Vamos a ver los otros objetos de esta misteriosa caja de Pandora.
Maureen no quería cambiar de tema, pero de momento respetó sus deseos, pues también sentía curiosidad por lo que quedaba en el cofre del tesoro. Introdujo la mano en su paquete y extrajo otro estuche destinado a joyas, más grande que el de Bérenger. El de ella estaba forrado de exquisito raso añil, una rica tela de un tono entre el azul más profundo y el violeta. Sobre el raso descansaba un medallón de aspecto antiguo de cobre batido. Él lo reconoció al instante.
—El laberinto de la catedral de Chartres.
Escrito en el reverso, en francés moderno, estaban las palabras:
Marie a choisi la meilleure part, et personne ne la lui enlèvera.
Bérenger, que hablaba el francés a la perfección, tradujo en voz alta más deprisa de lo que Maureen habría conseguido, pero ambos reconocieron al párrafo al instante.
—María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.
—Lucas, diez, cuarenta y dos —contestó Maureen.
Todos los estudiantes devotos de María Magdalena se sabían de memoria este párrafo. Viene a continuación de las quejas de Marta por encargarse de todas las tareas domésticas, mientras María está sentada a los pies de Jesús y le escucha. Jesús sale en defensa de María con esa enigmática frase.
—¿Qué crees que significa? —Maureen fue la primera en hablar—. Porque ambos sabemos que no será una interpretación literal de la Escritura.
—Claro que no. Está en el reverso de la imagen del laberinto de Chartres, y en francés, de modo que ambos elementos tienen que estar relacionados. Lee la tarjeta.
Maureen sacó la tarjeta, sin molestarse en disimular su sorpresa cuando la leyó:
El Libro del Amor está en la catedral de Chartres. Éste es tu destino y destinación el 21 de junio. Ventana 10.
Si bien la primera línea obró efecto (¿era posible que el Libro del Amor estuviera en la catedral de Chartres?), las líneas siguientes la dejaron sin habla.
He aquí el Libro del Amor. Sigue el camino que te ha sido trazado y encontrarás lo que buscas. Cuando lo hayas encontrado, has de compartirlo con el mundo y cumplir la promesa que has hecho. Nuestra verdad ha permanecido en la penumbra durante demasiado tiempo.
Amor vincit omnia.
Destino
Las palabras eran idénticas a las pronunciadas por Jesús en sus sueños del Libro del Amor. El autor de esta misiva, Destino, ¿era un mensajero de la divina providencia? ¿O era el ladrón que había robado su ordenador portátil y el cuaderno, y se burlaba de Maureen con sus propias notas?
Tras el sacrificio de Nuestro Señor el Día Negro de la Calavera, el honorable José de Arimatea, en compañía de los bienaventurados Nicodemo y Lucas, recogió todos los objetos que habían intervenido en su destino. Los travesaños de la cruz, los clavos, las espinas y el cartel escrito por Poncio Pilatos fueron transportados a casa de Nicodemo, donde la Orden del Santo Sepulcro los ocultó en una cámara subterránea. Después de la resurrección, el santo sudario que había envuelto el cuerpo de Nuestro Señor fue transportado también por la Orden a este lugar secreto. Sellaron la cámara con enormes pedruscos, que exigieron la fuerza de muchos hombres para moverlos. Protegieron lo mejor posible estas sagradas reliquias, pues su poder se consideraba muy grande e intenso para que hombres o mujeres normales se expusieran a sus efectos.
Lo más sagrado de todo era la madera de la Vera Cruz, pues la madera contenía en su interior toda la historia de nuestro pueblo. Representaba el espíritu de Asherah atrapado y oprimido, y simbolizaba la persecución de todos los que deseaban recuperarla a ella y a la verdad, en la forma de Nuestro Señor, quien vino a enseñarnos el Camino del Amor, que es el Camino de El y Asherah.
El acceso a las reliquias sólo estaba permitido a los miembros más íntimos de la Orden, a la familia y, una vez al año, a los discípulos, con el fin de conmemorar el sacrificio de Nuestro Señor, que es desde el Viernes Santo hasta el día de su resurrección. En todos los demás momentos, las reliquias estaban ocultas.
Cuando el bienaventurado san Lucas fue a Italia, enseñó un detallado plano a los hermanos de la Orden del Santo Sepulcro de Calabria, una guía para acceder al emplazamiento exacto de las reliquias. Como reinaba un gran descontento en Jerusalén, Lucas tenía miedo de que éstas corrieran peligro, o tal vez fueran olvidadas por las futuras generaciones si los miembros supervivientes de la Orden se veían obligados a abandonar su tierra natal. Y sucedió que el malvado Tito destruyó el Templo de Jerusalén y trató de aniquilar tanto a los judíos como a los primeros cristianos en el año 70, y las reliquias quedaron abandonadas cuando la gente huyó para salvar su vida o murió peleando.
Dos siglos y medio después, el plano dibujado por san Lucas fue confiado a la madre del emperador Constantino, como regalo por su generosidad y por proteger a la Orden. Santa Helena alistó a un noble grupo de guerreros y conversos para realizar un viaje sin precedentes a Tierra Santa, en una expedición dirigida a encontrar los tesoros de nuestro pueblo. Utilizando el plano dibujado por Lucas, los miembros de la tropa de Helena fueron capaces de identificar la caverna que albergaba el tesoro, gracias a la gran equis grabada en el exterior. La equis ha sido utilizada desde entonces para indicar el emplazamiento del tesoro que procede de la iluminación. Además de las reliquias de la Pasión, también recuperaron de la caverna la cuna que acogió al Señor y a su hija santa en su sueño cuando eran pequeños.
Estas reliquias de Nuestro Señor Jesucristo fueron transportadas a Roma y guardadas por la gran señora. Sin embargo, en honor de aquellos que las protegieron, astillas de la Vera Cruz fueron obsequiadas a los líderes de la Orden del Santo Sepulcro en Calabria, Roma y Lucca. Éstos son los objetos más santos y poderosos de la historia de la humanidad. Como tales, las reliquias de la Vera Cruz fueron divididas en diminutas astillas, con el fin de compartir su santidad con las numerosas familias italianas que conservaron las verdaderas enseñanzas del Camino. Estos fragmentos contienen la sabiduría de Asherah, el aliento de Adán, las lágrimas de la reina de Saba y la sangre de Nuestro Señor.
Aunque los no creyentes puedan desdeñar la validez de tales reliquias, cualquiera que haya sentido el goce de sostener incluso la pieza más diminuta de la Vera Cruz jamás olvidará la sagrada experiencia. Los poderes curativos son milagrosos, y sólo deberían caer en las manos de quienes sean dignos de ello.
Quienes tengan oídos para oír, que oigan.
LA LEYENDA DE LA VERA CRUZ, SEGUNDA PARTE,
TAL COMO SE CONSERVA EN EL LIBRO ROSSO