Confraternidad de la Santa Aparición
Ciudad del Vaticano, Roma
En la actualidad
PETER ACOMPAÑÓ A MAUREEN Y BÉRENGER a la sala del Vaticano donde cada mes se celebraba la asamblea de la Confraternidad de la Santa Aparición.
Peter había ido aquella noche para mostrar su apoyo al padre Girolamo y a su ama de llaves, Maggie Cusack. Maggie era el miembro más dedicado de la confraternidad, y reservaba la mayor parte de su tiempo libre a la celebración y conmemoración de las apariciones milagrosas de Nuestra Señora en toda Europa: Fátima, La Salette, Medjugorje, París, Lourdes, así como las apariciones belgas de Beauraing y Banneaux. Estas asambleas, abiertas al público, tenían como aliciente principal la exposición de algún incidente específico de una aparición. Esta noche, la exposición giraba en torno a Nuestra Señora del Silencio, la aparición que tuvo lugar en Irlanda en el siglo XIX, en el pueblo de Knock. Maggie iba a encargarse de la exposición, que había estado preparando durante semanas, y a menudo había preguntado al padre Healy su opinión y perspectiva sobre la historia. La familia del sacerdote era de un condado vecino, y era fácil visitar Knock desde su casa de Galway. Maureen y él habían peregrinado a Knock con su madre varias veces cuando eran pequeños, y conocían bien el pueblo y su historia.
Bérenger Sinclair estaba fascinado por la idea de la confraternidad, y quería conocerla de cerca. No obstante, si confiaba en advertir algún parecido con las actividades de una sociedad secreta, que habían predominado en las confraternidades durante la Edad Media y el Renacimiento, iba a llevarse una decepción. La versión del siglo XXI estaba compuesta sobre todo por matronas católicas que horneaban deliciosos cantuccini, servían café a los recién llegados y entregaban folletos con información sobre la confraternidad, así como una oración a Nuestra Señora de Fátima. Reinaba un ambiente cordial y abierto. No tenía nada de misterioso o secreto. De vez en cuando entraba algún sacerdote, así como algunas familias de la ciudad que sin duda conocían a las cocineras de cantuccini. Peter observó con algo más que sorpresa que Marcelo Barberini, el cardenal que trabajaba con él en el comité, entraba con discreción y se quedaba de pie al fondo de la sala. Todo el mundo tomó asiento cuando el padre Girolamo se acercó al estrado situado en la parte delantera y les dio la bienvenida a la asamblea. Dio las gracias a Maggie Cusack por su esforzado trabajo y la presentó al grupo, que aplaudió con cortesía cuando la mujer subió al estrado y empezó a contar la historia del milagro de Knock.
Knock, condado de Mayo, Irlanda
21 de agosto de 1879
Era un lugar diminuto, carente de toda importancia, como la mayoría de pueblos pequeños, situado en el sudeste del condado de Mayo. Incluso su nombre carecía de imaginación. Cnoc. La palabra irlandesa que significa «colina», en honor del lugar barrido por los vientos sobre el cual se asentaba el pueblo. Ni siquiera era una colina, la verdad sea dicha. Por qué Nuestra Señora eligió este lugar para bendecirlo constituye todavía un gran misterio.
La única indicación de gracia en su historia había tenido lugar unos mil trescientos años antes de la aparición. El mismísimo san Patricio había tenido una visión allí y bendecido el lugar. Anunció que un día se convertiría en un centro de culto y devoción, que acudirían peregrinos de todas partes del mundo para venerar la santidad del lugar. La «colina» era ahora santa.
En 1859, la iglesia recién finalizada, pero carente de rasgos interesantes, de Knock fue consagrada a san Juan Bautista. Eran tiempos difíciles para los habitantes de Mayo, que todavía se estaban recuperando de la terrible hambruna que había devastado Irlanda y matado a un tercio de la población. Los terratenientes ingleses continuaban aprovechando la pobreza forzada por la hambruna para desalojar a los campesinos indigentes y confiscar sus propiedades, tierra que había estado al cuidado de los agricultores irlandeses desde el alba de los celtas. Muchas familias del condado de Mayo que no podían pagar el alquiler habían sido reducidas a la mendicidad por los ricos nobles ingleses, a quienes importaba un comino dejarles expuestos a los elementos, abandonados a un destino de pobreza extrema y muerte.
En 1867, durante este sombrío período, un hombre santo llamado padre Cavanaugh llegó a Knock. Durante los peores días de la Gran Hambruna, había trabajado sin descanso para aliviar a los pobres. Vendió todas sus posesiones, incluidos un excelente caballo y un reloj que le había regalado su padre, con el fin de recaudar dinero para dar de comer a los niños de su parroquia. Logró convencer a sus feligreses de que no serían pobres mientras conservaran la fe. El padre Cavanaugh se convirtió en el corazón y el alma de Knock, y era muy querido por los habitantes de su pueblo, y también de las parroquias cercanas.
A principios de agosto de 1879, una terrible tormenta de verano dañó la iglesia, abrió un agujero en el tejado y destruyó las dos estatuas del interior, una de la Virgen María y otra de san José. El padre Cavanaugh, con su paciencia y meticulosidad habituales, reparó el tejado y encargó que sustituyeran las estatuas. Pero debido a un estrambótico accidente, las dos nuevas esculturas quedaron destrozadas sin posibilidad de reparación mientras viajaban a Knock desde Dublín. El sacerdote, convencido de que, por algún motivo, las fuerzas del mal se estaban vengando en su pequeña parroquia, juró que no le derrotarían y rezó con más fervor que nunca por la liberación de Knock. Encargó dos estatuas más, que llegaron intactas y fueron instaladas en la iglesia.
A la noche siguiente se produjo otra gran tormenta. El ama de llaves del padre Cavanaugh, la señorita Mary McLoughlin, dejó al sacerdote en la casa parroquial para ir a ver a unos amigos, la familia Byrne, que vivían al otro lado del pueblo. Cuando pasó delante de la iglesia, observó tres extrañas estatuas en el exterior que parecían iluminadas a través de la lluvia. Se detuvo un momento a examinarlas, confusa. ¿Habría el buen padre encargado más esculturas para sustituir a las estropeadas? Era raro que no lo hubiera comentado, pues se lo contaba todo. Casi no habían hablado de otra cosa que de la maldición de las estatuas desde que las primeras habían sido destruidas. Y ella le había ayudado ayer a instalar las nuevas. ¿Cuáles eran éstas, y por qué estaban fuera, expuestas a la lluvia?
La familia Byrne estaba compuesta por devotos feligreses que se enorgullecían de su ocupación de porteros de la iglesia. Cuando el ama de llaves del sacerdote llegó a casa de los Byrne, la condujeron a la sala de estar para tomar un té bien caliente. La hija adolescente de la familia, Margaret, contó a Mary que acababa de cerrar la iglesia y que había observado una extraña luz blanca cerca del gablete sur. Era extraño, pero podía ser una ilusión óptica causada por la lluvia. Volvió a fijarse en ella al salir y se detuvo a mirar un momento, antes de volver a casa algo perpleja.
Otra feligresa, la señora Carty, llegó poco después a casa de los Byrne. Ella también había visto las estatuas y la luz, y se preguntó por qué el padre Cavanaugh estaba aumentando la nueva colección de la iglesia. ¿No era una exageración? Teniendo en cuenta las penurias que tantos estaban sufriendo en la zona circundante del pueblo, los fondos podrían utilizarse de mejor manera. Añadir esculturas al exterior de la iglesia, tan poco tiempo después de la hambruna y los desahucios, se le antojaba frívolo e irresponsable. Tampoco parecía muy propio del carácter humanitario del sacerdote, que tanto entregaba a su rebaño. El ama de llaves le aseguró que el padre Cavanaugh nunca se portaría así.
Intrigadas por el hecho de que las tres hubieran sido testigos de extraños acontecimientos en tan breve plazo, las dos mujeres mayores decidieron ir a investigar. Caminaron juntas bajo el tiempo inclemente, y aminoraron el paso cuando se acercaron a la iglesia y pudieron ver las estatuas bajo la lluvia.
—¿Cuándo ha colocado el padre Cavanaugh esas estatuas? —preguntó la señora Carty.
—No lo ha hecho —contestó Mary McLoughlin—. Estoy segura. Eso es lo que no entiendo.
Continuaron mirando, y forzaron la vista a través de la lluvia para ver si podían distinguir a qué santos correspondían las esculturas.
Margaret Byrne lanzó un chillido.
—¡Se están moviendo! No son estatuas. ¡Mira!
Observaron en silencio y se dieron cuenta de que en efecto no eran estatuas. A la izquierda había un hombre mayor con barba gris, a la derecha un joven de pelo largo, y en el centro una mujer luminosa. La figura femenina estaba flotando sobre la hierba, rodeada de una luz blanca incandescente. Ambas mujeres la identificaron al punto como la Virgen María, y más tarde informaron de que estaban muy seguras de que las demás figuras eran san José y san Juan Evangelista. Cuando las interrogaron, ninguna supo explicar por qué o cómo habían identificado a las figuras, aparte de la edad de los hombres.
Margaret Byrne corrió a casa e informó a su familia, falta de aliento, de que estaba teniendo lugar un milagro en la iglesia. Todos la siguieron para presenciar la aparición de las tres figuras santas bajo la lluvia. En las posteriores investigaciones oficiales de la iglesia, catorce personas testificaron acerca de la visión: seis mujeres, tres hombres y cinco chicos, tres de los cuales eran muchachas adolescentes.
Todos hablaron de la luz mágica, dorada al principio, pero que luego viró a un blanco brillante que iluminaba toda la pared de la iglesia. Cada testigo vio tres figuras, pero los detalles variaban. Una mujer afirmaba que había visto un cordero sobre el altar, e insistió en que el cordero miraba hacia el oeste, y era importante subrayar que miraba hacia el oeste. Lo llamó el Cordero Pascual. Varios testigos más afirmaron haber visto ángeles, que volaban y flotaban sobre la iglesia, o sobre un cordero y una cruz grandes.
Nuestra Señora iba vestida con un manto blanco resplandeciente que parecía hecho de plata líquida. Sobre su cabeza llevaba una corona centelleante, y en el centro una rosa rojo sangre. Extendía las manos, y los testigos dijeron: «Estaba en la misma postura que un cura cuando dice misa». Miraba a los cielos, como si estuviera rezando, mientras otros llegaron a afirmar que estaba predicando. Pero al contrario que en otras apariciones marianas, Nuestra Señora no interactuó con los ciudadanos de Knock. No les habló ni reveló secretos.
Todos los testigos describieron a una figura masculina como san José, debido a su barba gris, tal vez debido a que las estatuas de Knock eran de María y José. Éste aparecía a la izquierda, y la figura joven identificada como san Juan Evangelista estaba a la derecha. Cosa extraña, el joven de pelo largo llevaba mitra y ropaje de obispo, en contraste con la indumentaria del siglo I de Nuestra Señora y san José. «Juan» sostenía un libro muy grande en la mano izquierda y gesticulaba como si predicara con la derecha. Uno de los niños también hizo hincapié en que Juan estaba predicando, y que esto era importante, pero no oyó sus palabras. Algunos testigos más hicieron hincapié en el significado del libro, y en su tamaño extraordinario.
Mary McLoughlin volvió corriendo bajo la lluvia para contárselo al padre Cavanaugh, pero éste ni se inmutó y le dijo que debía ser el reflejo de la vidriera en la lluvia. Se arrepentiría durante el resto de su vida de esta reacción y de su decisión de no ir a ver las imágenes. Knock se convirtió en un centro legendario de apariciones marianas.
Y Patricio estaba en lo cierto, como todos los santos. Su visión fue infalible. Peregrinos de todo el mundo acudieron a Knock, pues fue una de las últimas apariciones marianas que fueron reconocidas como auténticas. El papa Juan Pablo II visitó Knock en 1979, el centenario de la aparición, y regaló al pueblo una rosa de oro en conmemoración de la sagrada aparición. La ciudad construyó un aeropuerto internacional para albergar al enorme número de peregrinos que acuden a este lugar en honor de la aparición de Nuestra Señora.
Más de un millón de personas visitan cada año Knock en celebración de su más Sagrada Aparición.
Tras la exposición, Maureen guardó un silencio poco habitual, mientras Bérenger, Peter y ella atravesaban las calles que se alejaban de San Pedro. Bérenger se dio cuenta.
—¿En qué estás pensando?
Ella se encogió de hombros. Maggie había sido muy sincera y entregada en su exposición, pero la historia que había contado no acababa de convencerla. De hecho, incluso cuando iba a Knock de pequeña, la población se le había antojado preocupante. Era un lugar entregado al comercio, lleno de tiendas de recuerdos y botellas de plástico de agua bendita. Siempre había considerado este aspecto antiespiritual, pero algo más la molestaba ahora.
—Bien… Hay muchas suposiciones, ¿no? Quiero decir, las apariciones no se identificaron. Ella no dijo: «Hola, soy la Virgen María, y éstos son mi amigo Juan Evangelista y mi marido José». Yo he tenido bastantes visiones, y eso no ocurre. Haces suposiciones basándote en lo que sabes con certeza. La gente de Knock, que eran católicos muy conservadores y tradicionales de la Irlanda rural del siglo XIX, supusieron que estaban viendo aquello basándose en su marco de referencia.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Peter.
Maureen meditó otro momento antes de continuar.
—¿Es posible que vieran otra cosa? ¿Y si todas estas apariciones de toda Europa, en que una hermosa mujer se aparece a unos niños y les cuenta secretos, no tienen nada que ver con lo que se ha dado por sentado siempre? ¿Una María diferente, tal vez? Algunos testigos de Knock dicen que parecía estar predicando, algo que es propio del legado de María Magdalena, pero no del legado de la Virgen María. Y la figura de Juan es fundamental, sobre todo porque sostiene un enorme libro, desproporcionado en relación con todo lo demás, cuyo contenido predica. Sí, lo sé, es su Evangelio, por eso a él se le llama Evangelista. Pero ¿de veras es Juan Evangelista? Entonces, ¿por qué va vestido de obispo y no concuerda con el resto de su iconografía? ¿Podría ser porque es otra persona, o representa una tradición diferente? ¿Son esas tres figuras algo muy distinto de lo que se ha asumido?
—¿Adónde quieres ir a parar? —preguntó Peter.
—Todavía no lo sé. Pero lo que sí sé es que existe una verdad sobre los orígenes del cristianismo y sus auténticas enseñanzas que ha sido ocultada a propósito. Por lo tanto, debo preguntarme si quizá Dios ha estado haciendo milagros durante todo este tiempo para dirigir nuestra atención hacia la verdad. O puede que yo haya estado inmersa en todo esto demasiado tiempo. Tengo la impresión de que no paro de ver conspiraciones por todas partes. Supongo que me estoy formulando la pregunta: ¿y si todas estas apariciones marianas no son lo que nos han dicho?
Peter guardó silencio mientras reflexionaba sobre la pregunta. Bérenger contestó.
—Una idea fascinante, pero que me conduce a pensar en esa idea tuya de que las apariciones tuvieron lugar en una Irlanda asolada por la hambruna, a finales del siglo diecinueve, cuando nadie contaba con el marco de referencia del panorama que acabas de exponer.
—¿Para qué molestarse? —continuó Peter—. Si nos basamos en tu teoría herética, ¿por qué las apariciones se materializan ante gente que ni siquiera podía empezar a comprender lo que intentaban comunicarle?
Maureen se detuvo en seco cuando se le ocurrió algo.
—Porque el mensaje no iba dirigido a ellos.
—¿Qué quieres decir?
Peter se sentía desorientado.
—Que tal vez… nos estaban transmitiendo el mensaje a nosotros. Al futuro. A una época en que pudiera reinterpretarse.
Fue el turno de Bérenger de preguntar.
—Pero ¿por qué?
—¿No crees que es un poco arrogante afirmar que esos acontecimientos tuvieron lugar para llamar nuestra atención? —preguntó Peter.
—No estoy diciendo que fuera para nosotros en concreto. Estoy diciendo que ocurrieron con el fin de dejar pistas para quien estuviera motivado para encontrarlas e inspirado para seguirlas. Nuestra obligación es no permitir que estas pistas se pierdan.
—Para quienes tuvieran oídos para oír y ojos para ver —musitó Peter.
Bérenger tuvo una idea.
—Maggie habló de san Patricio en la exposición, y dijo que había declarado a Knock lugar sagrado. Piénsalo bien. ¿Qué sabemos de tu santo patrón?
El sacerdote fue el primero en contestar. Era un apasionado del legado de Patricio en Irlanda.
—El milagro de Patricio es que no derramó ni una gota de sangre en la conversión de los irlandeses paganos al cristianismo. Los convirtió mediante la comprensión y la integración.
—¿Y dónde crees que aprendió esta estrategia?
Maureen no estaba segura de adónde quería ir a parar y escuchó a Bérenger cuando continuó.
—Del Príncipe de la Paz, que era su antepasado. San Patricio era el sobrino de san Martín de Tours, el santo francés que aparece en toda la historia del linaje. He seguido el rastro de su linaje y puedo demostrar, casi de manera definitiva, que es descendiente directo de Sarah-Tamar.
—¡San Martín! —Maureen estaba entusiasmada por las implicaciones de esta relación—. La iglesia de la Santa Faz de Lucca que Matilda mandó construir recibió su nombre por san Martín de Tours.
Peter también había caído en la cuenta.
—Y fue construida por san Finnian, irlandés, inspirado por Patricio.
Peter sacudía la cabeza, estupefacto.
—¿Recordáis quién fue el verdadero sucesor de san Patricio? Santa Brígida. Una mujer. Una mujer muy poderosa. Una de las grandes líderes de la Iglesia de los primeros tiempos.
Maureen se puso a hablar a toda prisa, mientras encajaba las piezas del rompecabezas.
—De modo que Patricio es descendiente directo de Jesús y María Magdalena, y afirma que Knock será un lugar sagrado después de tener su visión. Su sucesor es una mujer poderosa, y también profetisa. ¿Estamos diciendo que la primitiva Iglesia celta fue fundada por nuestro pueblo? ¿Por herejes?
Bérenger asintió.
—Creo que vale la pena investigarlo. Tal vez otras personas de Knock presenciaron las apariciones aquella noche, pero vieron algo diferente, algo que la Iglesia no quiso documentar, después de escuchar a los testigos, por motivos evidentes.
—¿Una visión para quienes tengan ojos para ver? —preguntó Peter—. ¿Crees que vivían herejes en el condado de Mayo en el siglo diecinueve?
—Creo que no podemos descartarlo —dijo Bérenger.
Maureen asintió para mostrar su acuerdo, mientras barajaba diversas posibilidades en su mente. Cruzaron el Tíber por el puente monumental que comunica la periferia de la Ciudad del Vaticano con el resto de Roma. Las majestuosas esculturas de ángeles de Bernini brillaban bajo la luz de la luna cuando pasaron.
—Algo que siempre me ha fascinado de estas visiones de María es que muchas les ocurren a niños. —Maureen dirigió su siguiente pregunta a Peter—. Se aparece a los muy inocentes, los muy jóvenes y los muy pobres. Y les cuenta secretos, ¿verdad?
Él asintió.
—Por lo general, sí. También tiende a aparecer en épocas de grandes tensiones. La aparición de Knock ocurre cuando Irlanda se está recuperando de la hambruna, la visión de La Salette cuando Francia está curando las heridas de la Revolución, y Fátima tiene el telón de fondo de la Primera Guerra Mundial. En medio de toda esta confusión, la Santa Madre revela secretos de fe a niños. Esto ocurre en todas las apariciones. Knock es único en el sentido de que se trata de una de las escasas apariciones marianas en que no existen secretos ni se produce contacto, tal vez porque la ven tanto adultos como niños. Por eso se llama Nuestra Señora del Silencio.
—Pero Knock también es único, y corrígeme si me equivoco, en que María no está sola. Va acompañada por personajes tan importantes como ella.
Peter asintió.
—Eso es cierto.
—¿Qué sabemos de los secretos que María confía a los niños en sus demás apariciones? —preguntó Maureen—. ¿Son revelados?
—A veces, como en Fátima, algunos secretos son revelados con el paso de los años —explicó Peter—, pero otros se los llevaron los niños a la tumba, porque se negaron a contarlos.
—¿Cuál crees que es el motivo? ¿Porque María les dijo algo que les asustó demasiado para revelarlo? ¿Algo que podría considerarse… herético?
Bérenger descubrió que, cuanto más tiempo pasaba con Maureen, más se parecían los procesos mentales de ambos.
—¿Crees que la Virgen María se aparece a niños para decirles: «No se están honrando las verdaderas enseñanzas de mi hijo?».
—Eso he deducido yo.
Peter sacudió la cabeza.
—No tenemos forma de saberlo, ¿verdad? Debo confesar que nunca lo había considerado desde este punto de vista, y creo que ahora tampoco puedo. Creo que se trata de hermosas experiencias religiosas experimentadas por creyentes puros, durante épocas en que el fortalecimiento de la fe era vital para sus comunidades. Los niños pueden ver a Nuestra Señora porque son puros como ella. Creo que es inútil buscar más.
Maureen estaba cansada, y ni siquiera estaba segura de querer defender que las apariciones marianas eran otra cosa. Sólo necesitaba verbalizar aquellas preguntas. Era interesante para ella que Knock se hubiera convertido en un punto focal del movimiento católico conservador de Irlanda. Programas críticos contra la anticoncepción, el divorcio y la homosexualidad nacían y se alimentaban alrededor de Knock. ¿No sería irónico que estas apariciones se utilizaran como telón de fondo de la intolerancia, cuando en realidad eran de naturaleza herética? Había que pensarlo, pero era una más de tantas cosas que Maureen debía meditar, mientras el tortuoso sendero de la historia continuaba conduciéndola en un viaje impredecible por completo.
Los tres cenaron tarde en la plaza de la Rotonda, pero Maureen participó poco en la conversación. Por fin, admitió que deseaba estar sola durante unas horas para reflexionar sobre todo lo que le estaba dando vueltas en la cabeza. Algo la estaba atormentando, y debía ceder para saber adónde la conduciría.
De vuelta en su habitación, encendió el ordenador portátil y empezó a navegar para descubrir algo más sobre las apariciones marianas. No estaba segura de qué estaba buscando, ni de por qué se sentía tan interesada de repente en el tema, pero había aprendido a hacer caso de su instinto en relación con esos asuntos. Tal vez algo la ayudaría a comprender por qué se le antojaba de repente tan importante.
Peter tenía razón. Con la excepción de Knock, todas las apariciones que Maureen encontraba poseían similares características: eran presenciadas por niños muy pobres, que también eran analfabetos. A todos estos niños les contaban «secretos». Algunos los guardaban a perpetuidad, otros los revelaban al mundo en determinados momentos. ¿Censuraba la Iglesia esos secretos? ¿Los inventaba? Algunos de los relatos de los testigos estaban escritos en un lenguaje recargado y florido, con frases que jamás habrían podido salir de la boca de niños analfabetos.
Una de las jóvenes visionarias de un pueblo francés cercano a la frontera suiza, La Salette, era una pastora de quince años, Mélanie Calvat, tan pobre que sus padres la habían enviado a mendigar por las calles cuando sólo contaba tres años de edad. Pese a su falta de cultura, había proporcionado este testimonio verbal de su visión a la Iglesia:
Las ropas de la Virgen María eran de un blanco plateado y muy brillantes. Eran casi intangibles. Estaban hechas de luz y gloria, centelleantes y deslumbrantes. No existe expresión ni comparación posibles en la tierra […] Llevaba un mandil más brillante que varios soles juntos. Estaba compuesto de gloria, y la gloria destellaba y era de una belleza sobrecogedora. La corona de flores que llevaba sobre la cabeza era tan hermosa, tan brillante, que desafiaba a la imaginación. La Virgen María era alta y bien proporcionada. Parecía tan ligera que una mera brisa podría haberla movido, pero estaba inmóvil y mantenía un equilibrio perfecto. Su rostro era majestuoso, impresionante. La voz de la Hermosa Señora era suave. Era encantadora, bellísima, dulce a los oídos.
Maureen meditó unos momentos. No conocía a ninguna chica del siglo XXI que utilizara palabras como «centelleante» o «intangible», y mucho menos que hablara con este tipo de prosa. Parecía imposible que estas palabras hubieran sido pronunciadas por una niña inculta y aterrorizada de 1851. Era el equivalente de una nota de prensa del Vaticano: una descarada herramienta de marketing.
Se fijó en una interesante frase del testimonio de Mélanie Calvat, que invitaba a analizarla en profundidad. Era la frase referente al «segundo secreto»:
Entonces la Virgen Santa me dio la regla de una nueva orden religiosa. Después de darme la regla de esta nueva orden religiosa, la Virgen Santa continuó hablando de la misma manera.
Mientras Maureen buscaba más documentos sobre el testimonio de Mélanie Calvat, no encontró más información sobre esta «nueva orden religiosa», ni daba la impresión de que el Vaticano hubiera aportado más detalles. ¿Podría haberse referido la Virgen a la Orden del Santo Sepulcro? ¿Era la «nueva» orden religiosa una referencia a la restauración de las verdaderas enseñanzas de su Hijo… y de su esposa?
Un elemento más importante que Maureen observó: prácticamente todos los informes acerca de un secreto revelado durante una aparición presentaban algunas discrepancias u objeciones. O el niño se retractaba después, o afirmaba que le habían malinterpretado. Algunos hasta se negaban a hablar de las revelaciones que les había confiado María.
Y a otros no se les dejaba hablar.
La más famosa de las videntes era Lucía Santos, la niña de mayor edad que presenció las múltiples apariciones en la aldea portuguesa de Fátima. Lucía era una niña especial, de temperamento alegre, y según decían sus parientes tenía algo «mágico». Hizo la primera comunión a los seis años, antes de lo acostumbrado, porque era tal su naturaleza espiritual que daba lecciones a otros niños sobre la naturaleza de Dios. A la edad de diez años, la pequeña pastora, junto con sus dos primos, Jacinta y Francisco, presenció una aparición de Nuestra Señora mientras atravesaban los campos cercanos a su casa. La fecha fue el 13 de mayo de 1917. Lucía describiría más tarde su visión con palabras similares a la aparición del Apocalipsis, capítulo doce: «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol». La aparición se identificó como Nuestra Señora del Rosario y subrayó la importancia de rezar el rosario a diario. La Señora explicó a los niños que era la clave de la salvación personal, pero también de la paz en el mundo. Desde mayo a octubre de 1917, la Señora apareció el día 13 de cada mes a la misma hora.
Más de setenta mil personas presenciaron la última aparición el 13 de octubre de 1917. Aunque el día amaneció oscuro y lluvioso, cuando la Señora apareció, el sol se había abierto paso en el cielo en un espectáculo de luz y color, y dio la impresión de que se movía de un lado a otro del cielo. Este asombroso acontecimiento astronómico fue conocido en Portugal como el Milagro del Sol, y aquel día convirtió a muchos escépticos en creyentes. De todas las apariciones marianas, Fátima llegó a ser la más famosa debido a que este milagro, en que dicen que el sol bailó, fue presenciado por muchos testigos.
Lo más importante de las apariciones de Fátima fueron los tres secretos que la Señora contó a los niños. No fueron revelados de inmediato al público. En realidad, fueron conservados en secreto entre los niños y sus consejeros espirituales durante muchos años después de las apariciones. Por desgracia, los dos primos de Lucía, Jacinta y Francisco, murieron poco después de los sucesos de Fátima. Se cree que fueron dos de los numerosos niños que murieron a causa de una epidemia de gripe que asoló la Península Ibérica en aquel tiempo.
Lucía Santos fue la única niña superviviente que conocía los secretos de la Señora. Fue enviada a una serie de conventos durante su larga vida, y tomó los votos de silencio como monja carmelita. La profunda espiritualidad de Lucía indicaba que sus votos fueron voluntarios, impulsada por su vocación. Sin embargo, Maureen se sentía intrigada por los votos de silencio, algo que se le antojaba muy radical. Lucía no sólo cumplió el voto de silencio monástico tradicional, sino que el Vaticano le prohibió hablar de las apariciones con nadie sin la expresa aprobación de la Santa Sede. Cuando se hizo mayor, estas restricciones se reforzaron hasta el punto de la asfixia, pues prohibieron a Lucía que recibiera visitantes que no fueran considerados aceptables por la Iglesia. Hasta a su confesor personal durante veinte años se le negó el derecho a visitarla. En los últimos años de su vida, nadie, excepto el papa Juan Pablo II y el cardenal Joseph Ratzinger, podía tener acceso a Lucía Santos, quien vivía en un confinamiento solitario impuesto. Pese a que la Iglesia afirma que Lucía era un miembro querido y venerado de su comunidad, murió en 2005 a causa de complicaciones de una infección respiratoria de las vías superiores, porque la celda en la que vivía era húmeda y mohosa, y su cuerpo envejecido no pudo recuperarse de las múltiples y prolongadas infecciones que padeció.
Nada más morir, el cardenal Ratzinger, responsable de la Inquisición (ahora conocida con los términos políticamente correctos de Congregación para la Doctrina de la Fe), promulgó un edicto. Ordenaba que la celda de Lucía fuera cerrada a cal y canto, como si fuera la escena de un crimen. Se había informado en vida de Lucía que nunca había dejado de tener visiones, y tal vez había escrito sobre ellas. Por lo visto, la Iglesia no quería correr el riesgo de que esta visionaria hubiera escondido informes escritos de sus experiencias en algún lugar de la celda. Nadie sabe lo que encontraron, salvo el Papa, su congregación general y el selecto consejo de eclesiásticos responsables de la conservación de las sagradas apariciones. Si bien durante el curso de su vida se publicaron algunos libros que afirmaban ser las memorias personales de Lucía, salían a la luz bajo el control de la Iglesia. Como Lucía tenía prohibido hablar de cualquier aspecto de las apariciones, era imposible saber si estas biografías aprobadas por el Vaticano representaban sus visiones y experiencias, pese al hecho de que su nombre figuraba en la portada. No es de extrañar que los misterios de Fátima, cuando fueron revelados por fin, se concentraran en la conversión del mundo al catolicismo, empezando por Rusia, y otros temas muy concretos de los católicos y la conservación de la fe en su forma tradicional y establecida.
La pantalla del ordenador portátil de Maureen se nubló cuando las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. La historia de la muchacha la había conmovido hasta lo más hondo. Algo terrible había sucedido, una injusticia que pedía a gritos ser examinada. Lucía Santos, que había presenciado uno de los milagros más famosos y aceptados de la historia, era considerada una mística y visionaria excepcional, tal vez la más grande de su época. No obstante, había estado encarcelada durante ochenta y ocho años con orden de guardar silencio, a menudo en terribles condiciones, por la misma institución que afirmaba venerarla. En su vejez, asediada por la enfermedad, no se le permitió ni siquiera el consuelo de un lugar protegido y seco donde dormir.
Maureen tenía ganas de lanzar el grito de Boudica: la verdad contra el mundo. Sólo podía existir un motivo para impedir hablar a esa mujer, un motivo para negarle el consuelo de amigos y familiares, incluso de su confesor personal, al final de su vida: alguien tenía miedo de lo que pudiera decir. Ese alguien era la jerarquía de la Iglesia católica. ¿De qué tenía tanto miedo la Iglesia, que sus carceleros eran nada más y nada menos que el Papa y su mano derecha, el hombre que sucedió a Juan Pablo II y se convirtió en el papa Benedicto XVI? ¿Contradecía su verdad la historia ficticia de las visiones de Fátima? ¿O se trataba de algo más importante, algo verdaderamente escandaloso y peligroso para la Iglesia, que había sido revelado a aquella niña tan especial?
¿Era cierto que Lucía jamás había dejado de tener visiones?
El mundo nunca lo sabría. Lucía Santos había sido silenciada con éxito, y todo cuanto quedaba de su historia era la versión aséptica oficial, la versión inventada por sus carceleros. La Iglesia controlaba por completo los acontecimientos documentados para el cumplimiento de sus propósitos. No permitiría que la verdad se interpusiera en el camino de su política, poder y economía. Nunca lo había permitido. Tal vez no lo permitiría jamás, reflexionó Maureen.
Mientras se preparaba para terminar su investigación, un detalle final saltó de la página, algo sobre la vida de Lucía en que no se había fijado antes. Contuvo el aliento cuando vio aquel dato estremecedor de la biografía de la muchacha.
Ahora comprendía por qué la Iglesia había tratado como a un peligro a la bienaventurada Lucía Santos.
Según los documentos portugueses, la fecha de nacimiento documentada de Lucía Santos era el 22 de marzo de 1907.
Lucía Santos era una Esperada.
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—HE DE SABER ALGO más sobre Lucía Santos. Por favor.
El padre Girolamo se había llevado una agradable sorpresa cuando recibió la llamada telefónica a primera hora de la mañana, avisándole de que Maureen Paschal estaba ansiosa por verle de inmediato. Peter se encargó de concertar la cita.
—Ah, veo que nuestra exposición sobre Knock le ha despertado interés por las apariciones de Nuestra Señora. Pero ¿por qué se interesa en concreto por Lucía Santos?
Maureen sostuvo su mirada sin pestañear.
—Dígamelo usted.
El sacerdote sonrió.
—Ha hecho bien los deberes en un breve período de tiempo, querida mía. Veo que no hará falta fingir, de modo que no nos andemos con rodeos. Yo conocí a Lucía Santos.
Maureen se quedó estupefacta. Aunque sabía que el padre Girolamo era considerado un experto en apariciones, no había supuesto que pudiera haber conocido en persona a la famosa testigo de Fátima.
—¿Recuerda cuando hablamos de su sueño? Supe, antes de que me lo dijera, que el Libro que Nuestro Señor parecía estar escribiendo proyectaba una luz azul, y usted me preguntó cómo lo sabía.
Maureen asintió, pero no dijo nada, esperando a ver dónde conducía esto.
—Lo supe porque Lucía tenía los mismos sueños.
Maureen lanzó una exclamación ahogada, y luego se serenó.
—De modo que estamos… relacionadas. Aparte de la fecha de nacimiento.
—Sí, en efecto. Lucía Santos fue una de las visionarias más extraordinarias de todos los tiempos. Debería sentirse honrada de hacerle compañía.
—Entonces, ¿por qué? —preguntó Maureen cuando encontró la voz—. Si cree que fue una visionaria tan grande…, ¿por qué fue silenciada durante tanto tiempo? ¿Y tratada con tal bajeza?
—No fue tan duro como usted cree. Lucía no era como usted, aparte de las visiones. Usted, de hecho, es un caso raro, ¿no se da cuenta? La mayoría de mujeres que vivieron estas experiencias eran incapaces de funcionar en la vida cotidiana como usted. Entraron en conventos por voluntad propia, y para estar protegidas. Muchas de ellas eran incapaces de vivir al margen de sus experiencias visionarias, y había que cuidarlas. Lucía fue una de éstas. Casi nunca vivía en nuestro mundo, y necesitaba soledad. Así lo exigió. Le aseguro que todos cuantos la rodeaban la trataron muy bien.
Maureen tenía un millón de preguntas, pero sabía que debía meditar la siguiente con cuidado.
—Los secretos. ¿Giraba alguno de ellos en torno al Libro del Amor?
La contestación del anciano sacerdote fue firme, pero no áspera.
—Se adentra en un terreno del que no puedo hablar con nadie. De momento, le debe bastar con saber que Lucía tenía el mismo sueño de Nuestro Señor que usted. Tal vez debería rezar por ello. Tiene mucho en común con Lucía Santos, y ella constituyó una gran ayuda para la Iglesia. Inspiró a muchos fieles, y todavía lo hace. Tal vez debería cambiar su centro de atención, desviarlo hacia todo lo bueno que nos ha dado su legado, y dejar de intentar descubrir lo malo. Eso es lo que Lucía le pediría si estuviera aquí hoy. De eso estoy seguro.
Mientras Peter regresaba con Maureen al hotel, hablaron de la revelación del padre Girolamo. Iban a encontrarse con Bérenger en su suite para acabar de leer las últimas páginas de la autobiografía de Matilda.
Maureen necesitaba volver a su habitación para recoger el ordenador portátil y la libreta en vistas a su encuentro. Abrió el pequeño armario para recuperar la maleta con ruedas de piel donde guardaba los útiles de escribir.
La maleta había desaparecido, al igual que el ordenador y la libreta.
Fue la gota que desbordó el vaso de los nervios de Maureen, tensos como cuerdas de violín durante las últimas semanas.
—¿Qué será lo siguiente? —Miró a Peter, sentado en el borde de la cama—. No estoy segura de si podré aguantar mucho más.
Él apoyó una mano sobre su hombro.
—Respira, Maureen, respira. Es terrible, pero no es lo peor que te ha pasado. Y lo has superado todo.
Ella asintió.
—Lo estoy intentando, Pete, pero cada vez es más difícil. Lo que ocurrió en Orval me asustó mucho. Y ahora, esto. Estoy empezando a sentirme en peligro constante. Me disgusta la sensación de no poseer el menor control sobre mi vida.
—Eso no es cierto. Gozas de libre albedrío.
—No estoy seguro de que eso sea cierto.
—Pues claro que sí. Ahora estás aquí, en Roma, buscando pistas y tratando de descubrir la verdad sobre el Libro del Amor, y creo que eso es exactamente lo que Dios quiere que hagas. Pero tú eliges. Tu libre albedrío. Puedes decirle a Dios ahora mismo que se busque otra novelista, coge tu pasaporte y sube al siguiente vuelo a Los Ángeles. Puedes renunciar a todo el proceso en cualquier momento que quieras. Eso significa libre albedrío.
Maureen se revolvió contra sus palabras, agotada.
—Pero ¿qué haremos con «el tiempo vuelve»? Si ésa es mi misión, hacer este trabajo, no puedo abandonarlo, por más que lo desee.
Ahora fue Peter quien alzó la voz. Notó que la rabia y la frustración se agitaban en su interior. Esas emociones se habían ido gestando a lo largo de casi dos años, y ahora estaban empezando a encontrar la forma de expresarse.
—¿Por qué crees que es necesario decir «el tiempo vuelve»? Porque los humanos son incapaces de cumplir su misión. Si hiciéramos aquello para lo que fuimos creados, el tiempo no tendría que volver. Pero no podemos conseguirlo. No podemos ser obedientes y seguir el plan de Dios, por sencillo que sea, porque toda nuestra basura humana se interpone en los momentos difíciles: nuestro ego, nuestra rabia, nuestra envidia, nuestra codicia. Eso es lo que Jesús nos está intentando decir. Éste era su verdadero mensaje: que todo es muy sencillo. Es una cuestión de amor, fe y comunión. Y punto. ¿Sabes lo que considero más importante de todo cuanto he aprendido durante mis años de sacerdocio? ¿La única certeza espiritual que cuenta de verdad? Que puedes desprenderte de la Biblia entera si cumples lo que Jesús nos dice en Mateo veintidós, en los versos que van del treinta y siete al cuarenta: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas». Punto final. Finito. Es lo único que necesitas saber. Y me expulsarían del Vaticano por decir esto, pero podemos hacer cursos sobre la Biblia de tres minutos de duración, porque todas las enseñanzas están resumidas ahí. Todo lo demás se interpone y enmaraña el mensaje.
Respiró hondo, pero estaba lejos de haber terminado.
—Es fácil, ¿verdad? Debería serlo. Fue creado con este propósito. Pero la raza humana se ha hecho un lío durante dos mil años, ha causado estragos y la destrucción más horrible en nombre de Nuestro Señor, porque somos incapaces de vivir según esos dos mandamientos, los más básicos. Por lo tanto, Dios ha de seguir enviando almas a la tierra, las que Él considera adecuadas para la tarea de recordarnos la forma de vivir en ese sencillo amor. Pero el factor libre albedrío nos puede en cada ocasión. En cada ocasión. Y somos incapaces de crear el cielo en la tierra con tan sólo unas cuantas personas que alberguen esa intención. Hemos de subir a bordo a todo el mundo con estas sencillas interpretaciones. Es una tarea ridícula, desalentadora y demencial, pero no cabe duda de que Dios la considera factible, por eso hemos de continuar insistiendo. Por eso hemos de continuar investigando, y por eso tú has de continuar escribiendo, pase lo que pase. Es tu trabajo y tu misión, y por lo visto tu promesa. Pero aún gozas de libertad para hacerlo o no.
Ella le estaba escuchando, como siempre, y tenía razón, pero estaba muy cansada y alterada. Lo que necesitaba en ese momento era alguien como Tammy, una amiga que la dejara llorar y le dijera que su trabajo no consistía en salvar al mundo. Porque no estaba a la altura de la tarea. Esta noche no.
—A veces, me siento muy… utilizada.
—¿De veras? Qué tragedia. Dios te ha elegido para una tarea tan especial, que hasta su propio Hijo te habla en sueños, y tú te sientes utilizada. No paran de suceder milagros a tu alrededor, caen cosas literalmente del cielo para proporcionarte lo que necesitas, y tú te sientes utilizada. Tu trabajo cambia vidas, tal vez incluso salva vidas, y tú no puedes tomarte la molestia de pensar que es algo bueno porque estás demasiado ocupada inmersa en la autoconmiseración. Olvídalo, Maureen. Siento mucho que esto te esté preocupando, pero has de sacudírtelo de encima. Tenemos trabajo que hacer.
Peter esperó en el silencio que siguió. Su última parrafada había sido un riesgo calculado. A veces, ese enfoque funcionaba con ella. A veces, Maureen se limitaba a llorar con más sentimiento. En otras ocasiones, le tiraba cosas a la cabeza y no le dirigía la palabra durante semanas.
Contuvo el aliento, pero no tuvo que agacharse.
—De acuerdo. —Maureen se enderezó en su asiento y se pasó las manos por el pelo, mientras recobraba la serenidad y se concentraba en el trabajo que les esperaba—. Digamos que el tiempo está volviendo y algunos de nosotros estamos aquí para cumplir una promesa. Así que… ¿cuándo hicimos esa promesa? Easa habló de esa promesa en mi sueño. Dijo: «Sigue el camino que te ha sido trazado y encontrarás lo que buscas. Cuando lo hayas encontrado, has de compartirlo con el mundo y cumplir la promesa que has hecho». ¿Es una promesa que hicimos en el cielo? ¿Es una promesa a Dios? ¿Una promesa mutua? ¿A nosotros mismos? ¿Nos sentamos todos juntos en una gran sala de conferencias del cielo, planeamos esto y decimos: «Bien, te veré allí abajo, no tardes»? No lo entiendo.
—No puedo contestarte a eso, Maureen. En este momento, es una cuestión de fe, de creer en algo que no vemos y no comprendemos. Tal vez necesitemos encontrar el Libro del Amor para comprender a la perfección lo que deba ser comprendido.
La miró un momento con fijeza, y empezó a sentirse culpable por haberla reprendido. Su prima estaba ojerosa y tenía un aspecto de suma fragilidad. Era un peso muy grande para cualquiera, y la mayoría se habría venido abajo debido a esa presión mucho tiempo antes. Tal vez había ido demasiado lejos.
—¿Desde cuándo no duermes bien?
Maureen se detuvo a pensar y se encogió de hombros.
—Define «dormir».
—Bien, te conozco lo bastante como para no decir toda la noche, pero sí unas cuantas horas seguidas.
Ella sacudió la cabeza.
—No me acuerdo. Hace mucho.
—Tu cerebro necesita descansar y procesar toda la información almacenada, y nunca goza de la oportunidad de hacerlo. Has de dormir un poco.
Maureen asintió.
—Detesto tomar somníferos. Me dejan aturdida y hecha un guiñapo. Entumecen mi cerebro, y no me lo puedo permitir.
—¿Has probado a rezar?
Ella le dedicó un amago de sonrisa.
—¿Por qué no se me había ocurrido?
—Teniendo en cuenta que tienes línea directa con los que tienen oídos para oír, creo que deberías intentarlo. Pedid y se os dará. Entretanto, me voy a casa. Y no volveré mañana a menos que me digas que has intentado dormir un poco y te has aclarado con el Señor tu Dios. ¿Te parece una buena motivación?
—No es motivación, es chantaje, pero estoy demasiado cansada para discutir contigo. Sí, lo prometo.
Fiel a su palabra, Maureen se arrodilló al lado de la cama, como había hecho de niña. Pidió a Easa que la ayudara, que le concediera un poco de descanso y consuelo. Sabía que estaba actuando de una forma ingrata, debido a toda la gracia que le había sido concedida, y lo sentía de todo corazón. Pero a veces era difícil. La responsabilidad era demasiado grande. Necesitaba dormir un poco mejor y sentirse más protegida en todo este proceso.
Después hizo algo que no había hecho en años. Recitó el padrenuestro y trató de recordar cómo encajaba en una rosa de seis pétalos.
—Hágase tu voluntad —susurró—. Lo digo en serio. Y lo siento.
Se acostó y se permitió la liberación que sólo proporciona llorar a solas, tanto rato y con tantas ganas como sea necesario. Esta noche, fue durante mucho rato. Había una letanía en su alma que debía sobrellevar: el dolor, la inseguridad, el peligro, todo cuanto acompañaba las experiencias sobrenaturales que se estaban convirtiendo en algo cotidiano de su vida. Todos los sentimientos y miedos que no podía mostrar al mundo, ni siquiera a sus íntimos. Tal vez, en especial, a sus seres más queridos. Todos necesitaban que fuera fuerte, dependían de ello. Al igual que Matilda, ella era la Esperada, y no tenía derecho a dudarlo ni un momento, ni a ser menos que eso.
Lo peor de todo era la soledad. Parecía de locos decir que estaba sola cuando tanta gente se preocupaba por ella. No sufría de carencia de amor, por lo cual estaba agradecida. Pero la soledad nacía de algo que no podía controlar, la sensación de que nadie podía comprender lo que estaba padeciendo. Era imposible. ¿Cómo podía saber alguien lo que significaba estar en su lugar, cargar con su responsabilidad y no sentirse afectada por ello, sin dejarse atrapar y quedar paralizada? Porque casi nunca podía permitirse el lujo de pensar en la gravedad de lo que estaba intentando conseguir, o por qué se le había encomendado esta misión, para empezar. Tenía que vivir al día y hacer el trabajo recibido, y ser lo bastante fuerte para apechugar con lo que se le cruzaba en el camino.
Y ése era el verdadero dilema, tanto emocional como mental: la paradoja de su vida consistía en que debía ser sensible y vulnerable, abierta desde un punto de vista emocional con el fin de experimentar visiones, escucharlas, creer en ellas. Pero actuar de acuerdo con ellas en el mundo del siglo XXI, duro y cínico, y que había renunciado desde hacía mucho tiempo al misticismo y la fe, exigía una energía tremenda.
No era que sintiera pena de sí misma. Deseaba que al menos una persona en el mundo comprendiera la carga que pesaba sobre sus hombros, para así hablar con ella. Tal vez por eso se estaba sintiendo tan cerca de Matilda, otro ser humano que había experimentado este extraño destino que tenía el poder de ser milagroso y maligno. Eran hermanas separadas por el tiempo y el espacio. Por desgracia, Matilda llevaba muerta mil años y no le servía de gran ayuda. Maureen confiaba en seguir desvelando la vida de la condesa, para así encontrar más consuelo que preguntas.
Cuando se quedó agotada debido a la introspección y más lágrimas de las que había derramado en mucho tiempo, se sintió mejor. Y cansada. Se puso de costado y, por primera vez en años, durmió plácidamente, sin soñar, hasta que el alba rompió sobre Roma y los primeros rayos del sol se reflejaron en el mármol del Panteón.
El padre Girolamo se sintió desconcertado cuando Maureen salió de su despacho. No había previsto esa entrevista con ella ni había esperado que llegara a aquellas conclusiones, y mucho menos tan pronto. O era la visionaria más dotada de todas las mujeres que había estudiado, o estaba recibiendo una extraordinaria guía divina a lo largo de su viaje. Ambas posibilidades despertaban en él un interés tremendo.
Tomó la llave que llevaba colgada alrededor del cuello y abrió el cajón del escritorio. Extrajo los manuscritos proféticos y empezó a pasar las páginas una vez más, sin soltar su precioso relicario.
Canossa
Enero de 1077
GREGORIO Y MATILDA necesitaban tiempo para reencontrar su amor y curar las heridas, después de la penosa exhibición de arrepentimiento de Enrique. Dios les concedió tal gracia, pues el invierno que se acercaba era demasiado severo para permitir el regreso del Papa a Roma. De hecho, Gregorio VII encontró la forma de prolongar su visita hasta un período de seis meses de descanso en Toscana al lado de su amada, que estaba embarazada.
El monje benedictino Donizone escribió más tarde acerca de la temporada que Matilda y Gregorio pasaron en Canossa: «Al igual que Marta sirvió a Jesús, y María se sentó a los pies de Jesús, Matilda escuchaba todas y cada una de las palabras pronunciadas por el Papa».
Vivieron juntos como marido y mujer en Canossa, pues la servidumbre de la fortaleza estaba compuesta por los empleados más fieles, todos los cuales eran miembros de la Orden y habían jurado guardar el secreto de la esposa e hijo del Papa. El día que Matilda dio a luz, se hallaba rodeada de quienes más la amaban.
Al contrario que en su primer parto, se sintió a gusto y bien. Sobre todo, estaba enamorada del padre de su hijo, un bebé concebido de manera «inmaculada», tal como lo definía el Libro del Amor, creado mediante la unión de la confianza y la conciencia. Y como Isobel ofició de comadrona, Matilda supo que el niño y ella estarían cuidados a la perfección. Gregorio se quedó en la capilla, donde Conn le visitaba con frecuencia, y rezó por el final feliz del parto de su amada.
El bebé nació sin grandes esfuerzos por parte de la madre. Era pequeño, pero bien proporcionado. Su llanto vigoroso indicaba pulmones fuertes y buena salud en general. Matilda lloró de alivio cuando apoyó al recién nacido contra su pecho. Sentía una gratitud infinita hacia Dios por aquel hijo, aunque en aquel momento de dicha no podía permitirse pensar en el futuro. No podía pensar en la triste realidad de que jamás podría reconocer en público que aquel preciado ser era su hijo. El mundo no debía saber que Matilda de Canossa había dado a luz a este niño. El mundo no debía saber que este niño era hijo del papa Gregorio VII.
La condesa acercó el niño a su cara, y él la miró con ojos de una sabiduría impropia de un recién nacido. La madre lanzó una exclamación ahogada, al darse cuenta de que ya había establecido contacto visual con este mismo ser en otra ocasión. Le estaban mirando los ojos de su primera hija, la pequeña marcada por la tragedia a la que había puesto el nombre de Beatriz Magdalena pocos minutos antes de que pasara a mejor vida.
¿Era posible que fuera el mismo espíritu, el mismo niño que regresaba en una forma diferente? Matilda estaba segura de que los ojos que estaba mirando eran los mimos que se habían puesto en contacto con ella un brevísimo momento, tiempo atrás. Los ojos eran en verdad las ventanas del alma, y ella sabía que ésas ya las había escudriñado. Su bebé había vuelto con ella en un tiempo y lugar donde su espíritu estaría a salvo.
El tiempo vuelve.
El bebé, a quien ella y Gregorio llamaron Guidone, se quedó con sus padres hasta que el Papa regresó a Roma. Matilda lo conservó a su lado hasta el final del verano, cuando tuvo que ir a reunirse con el pontífice en el palacio de Letrán con el fin de llevar a la práctica el complicado plan que habían trazado durante su confinamiento. El día antes de partir hacia Roma, la condesa confió a su hijo al cuidado de los hermanos de San Benedetto de Po, hermanos de la Orden que le educarían en las tradiciones sagradas de su pueblo. Si Matilda no podía reconocer al niño como propio, al menos le consagraría a Dios.