Mantua
Octubre de 1073
MATILDA SE SENTÍA DESDICHADA. No podía concentrarse en ninguno de los asuntos y actividades que solían absorber su intelecto tanto como su corazón. Hacía semanas que no comía ni dormía bien, y no tenía a nadie con quien compartir su tormento. Isobel estaba en Lucca por asuntos relacionados con la Orden, y para ver a Anselmo y al Maestro. Si bien Beatriz era una consejera y estratega política brillante, no servía para hablar de problemas sentimentales con su hija.
Fue en ese estado que Conn descubrió a la condesa, mientras paseaba sola por la linde del bosque. Pegó un brinco cuando se le acercó por detrás.
—Deberías ir armada si vas a pasear sin escolta por el bosque.
—Si fuera armada, estarías herido y los dos empapados en sangre.
—Y me sentiría complacido de haber hecho tan bien mi trabajo. ¿Por qué estás aquí sola y malhumorada?
—No estoy malhumorada.
—Me parece que sí.
Matilda exhaló un suspiro melodramático. Mentir a Conn era tan inútil como mentir a Isobel. Ambos conocían su mente y su corazón mejor que ella.
—Hace seis meses que no sé nada del Santo Padre.
—Ni de Gregorio.
—¿Qué quieres decir?
—No es al Papa a quien echas de menos, sino al hombre.
—Ahora sí que has dejado clara la cuestión. Soy patética.
—No eres patética. Estás enamorada. La última vez que lo consulté, era un sacramento para la Orden.
—Se ha olvidado de mí por completo, Conn. Me está matando. ¿Hay una sensación peor que ésta? ¿Cómo puede algo tan bello ser tan horrible?
—¿De veras crees que te ha olvidado? ¿O eres tú la que tiene mala memoria? Es el Papa, Tilda. El líder espiritual del mundo.
—Gracias por recordármelo —replicó ella—. Porque no estoy obsesionada con ese hecho cada minuto de cada día, por supuesto.
Él tuvo ganas de gruñir para mostrar su irritación, pero hizo acopio de paciencia.
—¿Te gustaría saber lo que pienso, o prefieres que te deje en paz para que puedas sentirte abatida y enferma de amor sin compañía?
—Como ya sé que no me dejarás en paz aunque te diga que lo hagas, te escucharé, suponiendo que vayas a contarme una historia que me haga sentir menos mal.
—Estás de suerte. Resulta que tengo la historia perfecta para ti. Vamos a sentarnos y te contaré la historia de la princesa Niamh del Cabello Dorado y del príncipe poeta conocido como Oisin.
Pronunció ambos nombres con marcado acento irlandés. El idioma celta sonaba a sus oídos exótico y hermoso. A veces, Conn recitaba poesía devota dedicada a Easa con sus líricas y mágicas sílabas.
—La princesa Niamh era la encantadora y dulce hija de Mannanan Mac Lir, el dios del mar, y vivía en la más hermosa isla occidental, llamada Tir n’Og, que significa País de los Jóvenes. La madre de Niamh era la reina de un mundo de hadas, y como hija de dos inmortales, Niamh no llevaba ni una gota de sangre humana en sus venas. Por eso su padre la retenía en la isla y no le permitía acceder al mundo de los mortales, pues si Niamh se enamoraba de un humano, las consecuencias serían terribles.
»Pero la bella Niamh había oído tantos relatos de héroes y poetas legendarios de Irlanda que estaba desesperada por verlos con sus propios ojos. Había oído las historias de los Fianna, la banda de guerreros que defendían a los inocentes y protegían a los débiles. Y sabía que había un príncipe entre los Fianna, un joven llamado Oisin, legendario por su caballerosidad, sus proezas en el campo de batalla y la maestría de su poesía y su música. Niamh jamás había visto un ser semejante en la isla, y estaba fascinada por la idea de varones humanos expertos tanto en el amor como en la guerra. Algo así era desconocido en los reinos mágicos, donde no existía la guerra ni, por tanto, guerreros. Y fue de esta forma que tras mucho insistir, pues ya sabemos cómo son las jóvenes cuando quieren conseguir algo, ¿verdad?, el dios del mar cedió ante su preciosa hija. Permitió que Niamh tomara su caballo blanco mágico, un animal capaz de cabalgar sobre las olas y llegar hasta el continente, si bien le aconsejó que se mantuviera fuera de la vista de los humanos y que evitara el contacto con ellos. Ella accedió y su viaje sobre las aguas comenzó.
»Niamh era una buena chica y no se lanzó a la aventura para desobedecer a su padre, pero mientras atravesaba al galope el bosque de avellanos, se topó con una partida de hombres. Eran jóvenes, fuertes y vitales, pues estos hombres eran los guerreros legendarios conocidos como Fianna. Niamh les observó con sigilo oculta entre los árboles, y escuchó mientras hablaban de su victoria en una batalla por salvar a un pueblo de las garras de un tirano que estaba aterrorizando a las mujeres. Todos los hombres eran ejemplares, pero uno destacaba por encima de los demás. Era de una belleza casi sobrenatural, con rizos color castaño y ojos color zafiro, y Niamh se quedó prendada de él al punto. El joven portaba un arpa de roble, y cuando los hombres callaron, empezó a tocar. Al igual que Orfeo, este bardo insuflaba magia en la música y la poesía, y la muchacha se dio cuenta de que estaba contemplando al legendario Oisin. Tan embelesada estaba por su interpretación que osciló y se cayó del caballo. Esto sobresaltó a los hombres, y como eran guerreros, corrieron hacia ella con las espadas desenvainadas. Pero fue el príncipe poeta el primero en llegar. Fue Oisin quien la rescató, pues tal era su destino.
»Debes recordar que Niamh no sólo era dolorosamente bella, con el pelo dorado destellando bajo la luz del sol y los ojos del color del mar, sino que era inmortal y, por tanto, estaba henchida de magia. Poseía un encanto, un poder, que ningún mortal podía resistir una vez quedaba expuesto a él. Y así, cuando los ojos de Oisin se encontraron con los de Niamh, se produjo un vínculo instantáneo e irrompible entre ellos. Uno jamás olvidaría al otro, desde aquel día y por toda la eternidad. Pero, ay, eran de mundos diferentes, ¿no? Oisin le suplicó que se quedara con él, pero Niamh no podía decepcionar a su padre de tal forma, ni renunciar a las responsabilidades para con su reino, como princesa favorita. Le dijo entristecida: “Tu mundo no es el mío, y el mío no es el tuyo”, y se encaminó hacia el caballo blanco que la devolvería a casa.
»“Llévame contigo”, suplicó Oisin, pues no quería que aquel ser mágico le abandonara. Pero Niamh no podía hacerlo, pues le amaba demasiado. Si él se iba con ella, jamás podría regresar al mundo de los mortales. Cuando un mortal se aventura en los lugares más profundos de magia e inmortalidad, ya no puede volver a la vida humana, sobre todo cuando besa a una mujer de los reinos mágicos.
»Y así Niamh le abandonó en el bosque con los Fianna y su música. Tenía el corazón entristecido, pero no podía pedirle que abandonara su vida ejemplar por ella, ni viceversa. Pero al año siguiente Oisin seguía suspirando por la princesa y el vislumbre de magia que había entrevisto. Soñaba con ella cada noche y preguntaba a sus compañeros qué habrían hecho en su lugar. Todos, como un solo hombre, le dijeron que consideraban irresistible a la dorada Niamh, y le aconsejaron que fuera en su busca.
»“Pero no puedo —les dijo—. Si voy en busca de esta mujer, sé que nunca podré regresar aquí, a esta tierra que conozco tan bien, donde todo me resulta familiar y soy considerado el mejor poeta y príncipe de mi pueblo. Jamás renunciaré a esto. Pondría en peligro demasiadas cosas.”
»Durante un año, Oisin intentó olvidar a su amada, sin éxito. Ella atormentaba sus sueños y su recuerdo hasta extremos insoportables para un humano. De modo que el día del aniversario de su encuentro fue a la orilla del mar y escribió una canción para convocar al gran dios Mannaman Mac Lir. Cuando el señor de los mares contestó, Oisin le informó de que deseaba desposar a su hija, y solicitó humildemente permiso. Mannaman le preguntó si sabía qué sacrificios debería llevar a cabo para casarse con Niamh, y le explicó que si efectuaba el viaje a lomos del caballo blanco sobre las olas hasta llegar a Tir n’Og, jamás volvería a ver a sus familiares y amigos. Debía renunciar a sus antiguas costumbres para abrazar las nuevas. Por supuesto, le tranquilizó Mannaman, la vida en la isla era dichosa, plácida y colmada de música y luz. Era una existencia sin igual, todo magia y felicidad, y sobre todo amor.
»Pero los humanos tienden a aferrarse al pasado y a lo que más conocen, ¿no es cierto? ¿Sería capaz Oisin de renunciar a ello y vivir feliz con su amada inmortal? Pues él también se convertiría en inmortal al contraer matrimonio con ella y consumar la unión física.
Conn interrumpió la historia para que Matilda hiciera comparaciones.
—Me halaga que me consideres tan seductora como la legendaria Niamh —comentó con una sonrisa irónica.
—No te engañes, hermanita. Eres tan encantadora como peligrosa. Sobre todo para un hombre que tiene tanto que perder como el pontífice. En este momento, Gregorio se enfrenta a la certeza de que, si se embarca en este fatídico viaje a lomos del caballo blanco, si experimenta el beso místico e inmortal de una mujer como tú…, será incapaz de volver al mundo humano. Por eso no has recibido noticias de él, Matilda. Porque está luchando con un poderoso demonio, el de su mortalidad, y todo lo que acarrea.
La condesa meditó unos momentos, y cayó en la cuenta de que se sentía mejor. Las historias de Conn siempre obraban ese efecto en ella.
—¿Cómo acaba la historia? —preguntó por fin.
Conn sonrió.
—Oisin cabalga hasta Tir n’Og, se casa con Niamh y descubre que el mundo mágico es inimaginablemente maravilloso, y que esta mujer inmortal es un arca repleta de amor y de sorpresas deliciosas que nunca le aburren. Niamh y él tienen un hijo, llamado Oscar, que es la dicha de sus vidas. Porque Oscar es humano e inmortal al mismo tiempo, viaja entre ambos mundos y aprovecha lo mejor de los dos. Y sus padres se regocijan en esto. De modo que hay final feliz, hermanita.
Conn calló que la leyenda de Niamh y Oisin tenía dos finales, según quien la contaba. El segundo final no era tan dichoso, pero prefirió revelar únicamente el desenlace más glorioso para elevar los ánimos de la joven. La responsabilidad del narrador requiere de tales decisiones.
—Un final feliz te está esperando, si tienes la paciencia de Niamh (y me atrevería a decir, su carencia de egoísmo), que dejó a Oisin tomar su decisión. Porque estoy dispuesto a jugarme todo cuanto he poseído a que llegará el momento en que él ansíe tu presencia hasta extremos irracionales y ensille el caballo blanco para cabalgar sobre las olas e ir en tu busca.
En el hieros-gamos, la unión sagrada de los amantes, Dios se halla presente en la cámara nupcial. Para que una unión sea bendecida por Dios, tanto la verdad como la conciencia han de expresarse en el abrazo.
Cuando los amantes se unen, celebran su amor en la carne: ya no son dos, sino uno. Fuera de la cámara, vivirán tal como se expresa el amor en el espíritu.
En su forma santificada, el amor está presente en seis aspectos de expresión:
Ágape: un amor henchido de goce mutuo y por el mundo, una de las formas más puras de expresión espiritual. En él se encuentra el abrazo sagrado que contiene la conciencia.
Filia: un amor que es antes que nada amistad, henchido de respeto. Es el de la hermana-esposa y el hermano-esposo, pero también el de los hermanos de sangre y los verdaderos compañeros. En él se encuentra el abrazo sagrado que contiene la verdad.
Charis: un amor definido por la gracia, la devoción y el agradecimiento por la presencia de Dios en los aposentos. En él se encuentra el amor de nuestros padres, en la tierra y en el cielo.
Eunoia: un amor que inspira profunda compasión y un compromiso con el servicio al mundo y a todo el pueblo de Dios. En él reside nuestro amor por la caridad y la congregación.
Storge: un amor puro henchido de ternura, afecto y empatía. En él se encuentra el amor de los niños.
Eros: un amor que es una profunda celebración física en el que las almas se funden en la unión de los cuerpos. Es la expresión suprema de los amantes, que encuentra su forma más santificada en el hieros-gamos.
No hay oscuridad que no pueda ser derrotada por la luz del amor en una de estas expresiones. Cuando todas están presentes en armonía sobre la tierra, la oscuridad no puede existir.
El Amor lo Conquista Todo.
Quienes tengan oídos para oír, que oigan.
DEL LIBRO DEL AMOR,
TAL COMO SE CONSERVA EN EL LIBRO ROSSO
Fiano, norte de Roma
Junio de 1074
CONN POCAS VECES se equivocaba en lo tocante a Matilda.
Transcurrió un año entero hasta que la condesa tuvo la oportunidad de iniciar a Gregorio en las enseñanzas del Camino del Amor. El clima político antagónico en el que se habían encontrado poco después de la investidura del Papa exigía a ambos su concentración como líderes y políticos, y no dejaba tiempo para nada que les distrajera de la protección del papado. El rey alemán Enrique IV se negaba a censurar a sus obispos y reconocer su excomunión, tal como había ordenado el Santo Padre, lo cual provocó que aumentaran las tensiones entre Alemania y Roma. Matilda demostró absoluta fidelidad al Papa en nombre de sus posesiones, lo cual enfureció todavía más a su esposo. Godofredo continuaba reclamando sus derechos como duque de Toscana, al tiempo que servía a Enrique IV, y la batalla entre marido y mujer era la más mortífera que se estaba gestando en Europa. Sin embargo, Matilda estaba en Toscana y Godofredo no. La condesa se hallaba al frente del pueblo de los Apeninos, de sus corazones y espadas, y Godofredo no. Como siempre, a ella le era indiferente lo que dijera o hiciera su marido, y hacía caso omiso de su existencia en todo momento. El Papa apoyaba su postura, se negaba a considerarla una mujer casada y la reconocía como corregente de Toscana con su serenísima madre. Para Gregorio VII, era como si Godofredo no existiera fuera de Lorena.
Al final, la naturaleza sangrienta de la rebelión sajona en los propios territorios de Enrique obligó a Alemania a solicitar una reconciliación humillante con Roma. Los recursos del monarca estaban agotados, y había abusado de sus nobles leales, incluido Godofredo, hasta el límite. En noviembre de 1073, el soberano juró lealtad al papa Gregorio VII en la ciudad de Núremberg, ante un público que incluía delegados papales. Pidió perdón por su desobediencia y juró participar en las reformas de la Iglesia dictadas por el Sumo Pontífice a partir de aquel momento. Aunque Gregorio confiaba en que la tregua se cumpliría, conocía demasiado bien el carácter de Enrique para saber que era un juramento forzado, de boquilla, pero al haber sido hecho en público, significaría que la sumisión del rey se prolongaría cierto tiempo, aunque sólo fuera para quedar bien. Como resultado de la nueva lealtad del monarca al Papa, Godofredo también se vio obligado a minimizar sus agresiones. Dejó en paz a Matilda y se concentró en sus tierras de Lorena y el norte.
Tras meses de silencio, el Papa empezó a escribir a Matilda de repente y sin tregua. La condesa toscana y el pontífice Gregorio VII mantuvieron una correspondencia frecuente durante los siguientes seis meses. Su afecto mutuo iba en aumento, y se hizo más profundo a pesar de la distancia que les separaba, o tal vez a causa de ella. Y como tales cartas eran por su propia naturaleza públicas, las escribían con un lenguaje muy cuidado, aunque todas contenían efusivos sentimientos de adoración. Matilda se refería con frecuencia a su «gran y eterno amor por san Pedro», y Gregorio expresaba sus sentimientos hacia ella con términos todavía más categóricos. La llamaba «mi hija en Cristo», pero sus expresiones escritas, con frases como «debéis saber el amor que siento por vos», traspasaban los límites de lo filial. Al final, casi le suplicó que volviera con él a Roma en una carta que rezaba:
Me siento extremadamente ansioso por celebrar más entrevistas con vos, pues deseo que me aconsejéis sobre mis asuntos como hija y hermana de san Pedro. Os ruego que no me hagáis esperar más.
En respuesta a su súplica, Matilda se desplazó hasta una villa particular de Fiano, situada en las afueras de Roma. Estaba ansiosa por «celebrar más entrevistas». Beatriz la acompañó, al igual que Isobel, para interpretar el papel de carabinas ante los ojos de cualquiera que considerara inapropiado un lugar de encuentro tan privado, alejado del intenso escrutinio de la corte papal de Roma, alejado de todos, salvo de los miembros de más confianza de sus mutuos círculos íntimos.
Los aposentos que Gregorio había preparado para sus entrevistas eran magníficos. Amueblados con opulencia y adornados con ricas telas de Oriente, las habitaciones eran dignas de la reunión del rey Salomón y la reina de Saba. Constituían un intento de seducción inteligente y deliberado. Pues si bien el Papa desconocía las costumbres de la amada Orden de Matilda, sabía muy bien que sus seguidores creían que todas las enseñanzas empezaban con los exóticos rey y reina de las Escrituras y su legendaria unión.
La condesa estaba igualmente preparada para su papel en el gran espectáculo. Isobel, quien todavía era una maestra en tales asuntos, dedicó horas a vestirla hasta transformarla en una visión de atrayente misterio femenino. Su señora llegó a los aposentos privados del Papa, cubierta de capas de seda azul turquesa sobre un canesú muy escotado e incrustado de joyas de damasco turco. Velos de gasa cubrían tanto el escote como el pelo, lo cual aportaba una sensación de decoro, pero el material era tan fino que parecía inexistente. Sus abundantes trenzas cobrizas habían sido cepilladas de tal forma que brillaban bajo el velo diáfano, y estaban sueltas por completo, lo cual habría resultado escandaloso en público. Aguamarinas y perlas estaban entretejidas en ristras en los suaves rizos, mientras joyas a juego colgaban de sus orejas. Por primera vez en su vida, Matilda se había perfumado y aplicado a todo el cuerpo aceite esencial de rosas mezclado con incienso, mirra y nardo de Tierra Santa. Esta costosa y sagrada preparación se había utilizado en los tiempos antiguos siguiendo el ejemplo del Cantar de los Cantares, con el fin de ungir a la novia en vistas al hieros-gamos, el sagrado matrimonio de los verdaderos amantes.
Gregorio se quedó sin habla cuando entró. Su recuerdo de la mujer le había arrastrado a la distracción durante todo el año, pero al verla de nuevo se dio cuenta de que su mente no le había hecho justicia. Besó su mano, y ella su anillo, pero por lo demás mantuvieron la distancia de rigor cuando se sentaron en bancos acolchados, uno delante del otro.
Ella empezó, tal como él sabía que haría, con la leyenda de Salomón y la reina de Saba. No había mejor lugar, pues éste era el inicio de las enseñanzas relacionadas con la unión sagrada.
Gregorio conocía bien los pasajes del Primer Libro de los Reyes, capítulo diez, que describía la llegada de la reina de Saba a Jerusalén. Pero la versión ampliada que enseñaba la Orden le asombró y fascinó. Era imposible pasar por alto las similitudes con la situación en la que se encontraban: dos grandes líderes de sexo opuesto se reúnen en una comunión de mentes y espíritus.
Decidió ponerla a prueba de inmediato, para ver cómo defendía la piedra angular de sus enseñanzas.
—¿De dónde sale esta versión de la historia? Nada en las Escrituras indica que Salomón y la reina de Saba mantuvieran relación semejante.
Matilda había estudiado el material durante toda su vida, creía firmemente en él y lo conocía tan bien como cualquier profesor oficial de la Orden. Su respuesta fue instantánea.
—Primer Libro de los Reyes, capítulo diez, versículos dos y tres: «Llegada que fue donde Salomón, le dijo todo cuanto tenía en su corazón. Salomón resolvió todas sus preguntas. No hubo ninguna proposición oscura que el rey no le pudiese resolver». Se pone énfasis en la palabra «ninguna». Eso indica que Salomón, pese al hecho de que es el rey más importante y sabio del mundo, no oculta nada a esa mujer. Es una indicación de profunda intimidad, como cuando afirma que «le dijo todo cuanto tenía en su corazón». Ninguna reina en misión política oficial abre su corazón a un hombre tan poderoso. Una vez más, implica una profunda intimidad y, creo yo, pasión.
Las similitudes flotaban en el aire, pero ambos estaban disfrutando demasiado de la naturaleza excitante del juego para abordarlo de una manera más directa, todavía.
—Tal vez, pero no nos aporta una biografía tan completa como vos parecéis creer.
—La historia se conserva así en el Libro Rosso, pues las tradiciones de nuestro pueblo fueron transmitidas y escritas de generación en generación. Pero también existen referencias de la unión de Salomón y la reina de Saba en el Libro del Amor, escritas de puño y letra del apóstol Felipe.
—Pero eso no es una prueba.
—No osaría dar lecciones al mismísimo pontífice en materia de fe, pero diré que, en todos los asuntos del espíritu, la única prueba existe en nuestros corazones. Ni tinta ni papel pueden aportar la verdad. Sólo nuestros corazones pueden decirnos si lo que hay en determinada página, sea de la Biblia o de mi Libro, es la verdad. Cada hombre o mujer ha de alcanzar esa decisión según su fe.
Él admiró su elocuencia.
—Ardo en deseos de ver este libro sagrado, y tal vez alcanzar una mayor comprensión de cómo os ha concedido una fe tan extraordinaria.
—Y yo ardo en deseos de enseñároslo. En un futuro no muy lejano debéis ir a Lucca, cuando vuestros compromisos os lo permitan, y tal vez tendremos la oportunidad de explorar juntos el Libro Rosso.
A continuación, Matilda le habló de la versión del Antiguo Testamento del Cantar de los Cantares, y de nuevo aportó una nueva interpretación (que era en esencia la antigua interpretación) a través de los ojos de la Orden, por mediación de su libro sagrado. Que un poema tan abiertamente erótico fuera un fragmento de las Escrituras tan aceptado y venerado era algo que los estudios bíblicos solían pasar por alto, incluso teniendo en cuenta la concienzuda educación de Gregorio. Los líderes de la Iglesia hacían hincapié en la idea de que el Cantar de los Cantares, escrito presuntamente por Salomón, y transcrito de nuevo a finales del siglo V, era una alegoría del amor de Dios por su pueblo y su Iglesia. Matilda afirmaba que era la prueba definitiva de que Salomón y la reina de Saba eran los amantes prototípicos de la unión sagrada, y como poema épico contenía los mayores misterios del amor, escritos por Salomón con la reina de Saba como musa. De hecho, señaló, la primera línea completa de este fragmento de la Biblia reza: «Cantar de los Cantares, de Salomón».
Gregorio aportó las argumentaciones tradicionales contra el Cantar de los Cantares como una alabanza al amor erótico, e insistió en que la Iglesia sólo podía adoptar la postura de que se trataba de un poema sacro sobre el amor de Dios por la Iglesia y sus hijos, y sólo el amor de Dios. Matilda contraatacó, con tanta destreza como cualquier sacerdote versado que él hubiera conocido.
—¿Por qué ha de ser uno u otro? El problema de muchas interpretaciones de las Escrituras aceptadas por la Iglesia es que son exclusivas. O el Cantar de los Cantares versa sobre el amor de Dios y el amor a la Iglesia, que es divino, o trata del amor humano, y por tanto es profano. Pero eso no es lo que Jesús nos dice en el Libro del Amor. Nos dice que ambos son verdaderos, y así ha de ser. Es mediante nuestro amor de humanos que encontramos a Dios. Él está presente en la cámara nupcial cuando los verdaderos amantes se unen. Esta esencia es la que se encuentra ya en el primer verso: «Con qué razón eres amado». Es lo que dicen los amantes cuando encuentran a Dios durante su unión. ¿Por qué no puede ser cierto, cuando es tan hermoso?
—Decidme, pues, Matilda: ¿encontrasteis a Dios en la cámara nupcial?
Ella se quedó estupefacta un momento, pues Gregorio había desviado el interrogatorio hacia temas mucho más personales. Nunca se había adentrado en ese territorio. Ella respondió de la única forma que sabía. Con sinceridad.
—Me obligaron a contraer matrimonio con un hombre que no era y no podía ser mi amado. Ni siquiera podía ser mi amigo. Ésa es la cruz de muchas mujeres, no conocer jamás el verdadero amor, de manera que se les niega este sendero particular de sentir y comprender a Dios. Creo que tales matrimonios forzados constituyen un crimen contra las enseñanzas del amor. No hubo jamás, en ningún momento, verdad o conciencia en mi lecho conyugal. Y las enseñanzas insisten en que ambos han de estar presentes para que una unión sea sagrada. Así que la respuesta a vuestra pregunta es no, no encontré a Dios en la cámara nupcial.
Él la estaba observando con suma atención, pues la estaba poniendo a prueba, y ella lo sabía.
—En consecuencia, os encontráis ante un dilema, ¿no? No habéis conocido nunca tal unión, pero es el mayor sacramento de vuestro pueblo. No estaréis completa desde un punto de vista espiritual sin el conocimiento de esta unión, ¿verdad? Pero buscar esa experiencia fuera del matrimonio es adulterio, y un pecado mortal. ¿Cómo reconciliáis eso con vuestro bienestar espiritual?
Matilda estaba preparada para la pregunta, pues había meditado sobre este concepto muchísimas veces.
—El adulterio, tal como lo definís, es un pecado mortal para la Iglesia católica, eso es cierto. Pero el Libro del Amor define el adulterio de una forma muy diferente. Nuestra escritura afirma que cualquier abrazo contrario a la voluntad del otro, o que viola el espíritu de confianza y conciencia, es adúltero. Por lo tanto, casi todos los matrimonios de conveniencia, en que las mujeres se ven obligadas a entregar sus cuerpos contra su voluntad, constituyen verdadero adulterio. No obstante, están consentidos por la Iglesia, así como por las leyes humanas.
»¿Cómo puede ser el verdadero amor adulterio, si el amor es el mayor don que nos ha concedido nuestro bondadoso Padre que está en los cielos? Salomón y la reina de Saba no estaban casados, de hecho estaban casados con otros, y no obstante jamás se les llamó adúlteros. Eso es debido a que su amor se regía por una ley superior. ¿Cómo es posible que dos almas, unidas por Dios en el cielo en el alba de la eternidad, puedan cometer pecado al reunirse en la carne sobre la tierra? Recordad esto: lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Yo os digo que la ley del amor siempre desafiará a las leyes de los hombres cuando deba hacerlo. Y que cada vez que Godofredo me tocaba era adulterio, pese a las leyes de los hombres y de la Iglesia, que le convierten en mi marido.
»Pero abrazar a la otra parte de mi alma, fundirme con ella por completo mediante la unión de nuestros cuerpos, como expresión de la unión más pura… es un sacramento libre de pecado, y así lo defenderé ante Dios el día del juicio.
Sostuvo la mirada del Papa. Como ninguno de ambos fue capaz de encontrar la voz después de tal discurso, fue Matilda quien continuó, pues descubrió cierta seguridad, al menos de momento, en seguir discutiendo acerca de las Escrituras.
—El Cantar de los Cantares contiene las enseñanzas de los seis aspectos de expresar el amor, que Jesús subraya más adelante de manera individual en su evangelio, nuestra escritura más sagrada. —Alzó la barbilla con un toque de altivez cuando utilizó el pronombre posesivo—. Y uno de estos aspectos es Eros, que es una expresión física intensa y hermosa. La unión sagrada.
Gregorio respondió al desafío mental con cierto grado de alivio, de nuevo en terreno seguro.
—Pero estáis dando por sentado de nuevo que los versos poseen connotaciones físicas íntimas. Las interpretaciones de los eruditos no dicen eso. Insisten en que esta canción no trata del amor erótico.
Matilda se dispuso a replicar, pero aguardó un momento. Cuando lo hizo, se inclinó hacia delante, lo cual causó que ondas de cabello cobrizo cayeran sobre su piel de porcelana. Sus ojos verde mar destellaron cuando empezó a recitar el Cantar de los Cantares, sin romper en ningún momento el contacto visual mientras lo entonaba con un susurro ronco:
¡Qué sabrosos tus amores! ¡Más que el vino! Miel virgen destilan tus labios, novia mía. Hay miel y leche debajo de tu lengua.
Con el movimiento más atrevido de una vida definida por la osadía, se levantó del banco y anuló la distancia que les separaba. Se arrodilló a los pies del Papa y continuó recitando, lenta y tortuosamente, mientras le miraba. Se quitó los velos que cubrían su pelo con dedos lentos y cautelosos, mientras continuaba sosteniendo su mirada.
He comido mi miel con mi panal, he bebido mi vino con mi leche. Yo dormía, pero mi corazón velaba. ¡La voz de mi amado que llama!: “¡Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi perfecta!”
Se quitó los siguientes velos, lenta y graciosamente, los que cubrían sus rotundos pechos. Flotaron hasta el suelo, abandonaron su piel cremosa y expusieron a la mirada del Papa los pezones rosados. Gregorio la miraba paralizado, mientras la poesía brotaba de sus labios y ella se inclinaba hacia delante para rozarle los muslos con las yemas de los dedos.
En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma. Mi amado metió la mano por la hendedura; y por él se estremecieron mis entrañas. Me levanté para abrir a mi amado.
Se acercó más a él, que continuaba en pie, apoyó la mejilla sobre un muslo, mientras sus dedos trepaban sobre el otro. Terminó la canción, respirando contra su erección mientras cantaba.
Y mis manos destilaron mirra, mirra fluida mis dedos, y abrí a mi amado.
Matilda recitó el último verso con delicada lentitud. Había algo más que un toque de triunfo en sus rasgados ojos color verde mar cuando tomó conciencia de su desasosiego, su fascinación, su pasión. Nunca la Escritura había sido tan seductora.
—Y yo te pregunto —susurró, mientras se erguía sobre sus rodillas para mirarle a los ojos, al tiempo que aumentaba la presión sobre sus muslos con las yemas de los dedos—, ¿te parece una canción sobre la castidad de la Iglesia?
—Lo reconozco —susurró él con voz ronca, su boca sobre la de ella. Se quedaron así un rato, respirando juntos y viviendo el momento de la intimidad prohibida. Ambos llegarían a saborear cada segundo de intimidad para tocarse así, pues la espera constituía una exquisita tortura. Cuando sus labios se encontraron por fin sin trabas, fue un preludio sensual y exquisito a la prolongada fusión de sus cuerpos. Pasaron las siguientes horas entrelazados, unidos en la magia alquímica que tiene lugar cuando la virilidad tumefacta penetra en la rendida suavidad femenina.
De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.
La suya fue una unión de confianza y conciencia, una expresión perfecta del hieros-gamos. Los amantes de las Escrituras se habían reencontrado una vez más.
Como émulos de Salomón y la reina de Saba, permanecieron juntos, casi sin interrupciones, durante la mayor parte de la semana. En la santidad de la cámara, Matilda introdujo a su amado en los secretos más íntimos del hieros-gamos, tal como se conserva en la Orden. Eran enseñanzas muy protegidas y sagradas, transmitidas de mujer a mujer durante mil años, con el fin de proporcionar éxtasis de una forma sólo imaginable para los iniciados. Era un enfoque que ponía énfasis en la adoración del cuerpo del amado, en el conocimiento de que era el receptáculo sagrado del alma. Aunque la condesa había aprendido estas lecciones durante su instrucción, jamás había imaginado qué se sentía al llevarlas a la práctica. Una vez experimentadas, alteraban la existencia de manera indeleble. Esto era cierto tanto para los hombres como para las mujeres.
Isobel había reído cuando había transmitido la información a Matilda, y dijo que sentía compasión por aquellos que jamás conocerían la unión divina.
—¿Sabes, querida hija, que ningún hombre en la historia de la Orden se ha separado jamás de su amada? —explicó—. Esto se debe a que, cuando el hieros-gamos se consuma según las enseñanzas secretas, no tienen otro lugar adonde ir. Nunca desearán copular con otra mujer, conscientes de que jamás podrán alcanzar con otra los mismos niveles de éxtasis. Es un éxtasis que roza la divinidad. El deseo de su amada compañera es tan singular e intenso que su compromiso con ella es eterno, y su fidelidad segura. Es un gran don de Dios.
Isobel se puso seria e indicó que era una tragedia que el conocimiento del placer se hubiera perdido para la mayoría. Este camino específico de encontrar a Dios mediante la unión sagrada sólo era conocido por unos pocos, y los tiempos cambiantes continuarían significando una amenaza para estos secretos, hasta que fueran eliminados casi por completo. Incluso la interpretación de las enseñanzas públicas, como las del Evangelio de Mateo, capítulo diecinueve: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre», se había edulcorado para erradicar la verdadera naturaleza sensual del hermoso don que Jesucristo había querido repartir.
El papa Gregorio VII no era un hombre superficial. Su atracción hacia Matilda no se limitaba a su belleza, poder y todo cuanto podía ofrecerle mediante la combinación de ambas cosas. Estaba profundamente enamorado de una mujer a la que consideraba creada por Dios en su honor. Había llegado a comprender la naturaleza del hieros-gamos como una experiencia religiosa, durante los días y noches pasados con su gloriosa condesa. Había encontrado a Dios con esta mujer de una forma que jamás había creído posible gracias a sus estudios. Además, estaba más fascinado que nunca, hasta el punto de la obsesión, por las enseñanzas de los primitivos cristianos. Había sido electo Papa como reformador, decidido a que la Iglesia recuperara su papel sagrado y espiritual, centrado en las enseñanzas de Cristo. Que Matilda representara un desafío tan inmenso a su posible significado real era importante e intrigante al mismo tiempo, casi inconmensurable.
—No me eligieron Papa por ser un hombre santo, Tilda —confesó mientras cenaban la última noche en Fiano—. Fui electo porque soy un hombre pragmático y un político avezado, preocupado por la suerte de Roma y de su Iglesia. Pero hablo en serio cuando digo que espero convertirme en un hombre santo mientras ocupe este puesto. ¿Y qué me convertirá en un hombre santo, mientras ocupe el trono del apóstol Pedro? Seré santo emulando a Jesucristo. Y cuanto más leo y estudio, y más aprendo de ti, más empiezo a cuestionarme qué significa emular a Cristo.
»¿Es posible, me pregunto, mantener una Iglesia con poder y estructura suficientes para influir en un rebaño que abarca toda Europa y más, pero basada en tus ideas sobre el amor? Es un gran dilema, porque no lo creo posible. El amor no conoce razón, Matilda. No conoce lógica, estrategia ni ley que no sea la suya. Es imposible obtener impuestos o beneficios de él. No es algo que pueda ser controlado, administrado o legislado. De hecho, he aprobado leyes que prohíben el amor a mi clero. He prohibido casarse a los curas y reforzado las leyes sobre el celibato. Y, no obstante, estas mismas leyes protegen elementos de la Iglesia que exigen ser conservados, la protegen como institución, cosa que he jurado hacer. Debo defender las leyes necesarias para alcanzar un bien superior.
»Pero ¿qué significa si este bien superior que estoy protegiendo es contrario a la naturaleza de lo que Nuestro Señor quería que comprendiéramos? Ésas son las pruebas a las que nos enfrentamos, pruebas de fe y libre albedrío. Te necesitaré a mi lado, lo más a menudo posible, para que me ayudes a navegar por estas aguas desconocidas. Dios nos ha puesto a los dos en este lugar, y nos ha puesto juntos. Tenemos la oportunidad de cambiar la historia, de conseguir que la Iglesia siga siendo fuerte y de que nuestro pueblo conserve a Cristo en el centro de su vida. Puede que no adopte la forma que tú imaginas, tal vez no sea posible introducir este Camino tuyo en el mundo tal como lo conocemos. Pero haremos lo posible por proteger el Camino tal como existe. Y mientras tanto exploraremos esta idea del amor.
Matilda le desafió, como sucedería cada día de su vida en común.
—Me atrevería a decir que, a medida que te vayas familiarizando más con el sencillo y asombroso poder que constituye el Camino del Amor, pensarás de manera diferente. El Camino es para todos, Gregorio, al igual que el Reino de Dios es para todos. Ricos y pobres, hombres y mujeres, humildes y nobles. Es lo bastante fuerte para resistirlo todo. Lo bastante fuerte para llevar la paz al mundo.
Él meditó sobre esta idea, mientras el político pragmático forcejeaba con el poeta que se había despertado en su interior.
—Amor. Es muy complicado, sobre todo en asuntos de Estado. Es preocupante. Es hermoso. Pero sobre todo es algo cuyos precedentes desconozco.
»Y por eso debo preguntarte antes de que regreses a Toscana mañana por la mañana: Matilda, ¿juras estar siempre a mi lado? ¿Ayudarme a comprender cómo vamos a proteger a la Iglesia, de forma que no se debilite debido a las grandes amenazas que afrontamos cada día, y no obstante proteger estas tradiciones que tú sabes verdaderas lo mejor que podamos?
Ella tomó sus manos y las retuvo entre las suyas, mientras contestaba con el juramento que jamás quebrantaría.
—Semper. Siempre.
Roma
En la actualidad
MAUREEN Y BÉRENGER recorrían sin prisas la iglesia de San Pietro in Vincola, cogidos de la mano. La llegada de Bérenger a Roma la había sorprendido, pero en cuanto se enteró de que primero había ido a reconciliarse con Peter, antes incluso de informarla de su llegada, experimentó un inmenso alivio. Era la forma de actuar de un hombre de verdad, que revelaba su humildad y su sentido de la responsabilidad.
Había cenado con él la noche anterior, y en el espacio de dos horas le había informado de todo lo que había descubierto sobre Matilda hasta el momento, a partir de sus documentos autobiográficos. También le había hablado del hombre de la sudadera con capucha que había visto desde su ventana.
—Subí corriendo a tu habitación, pero no estabas. Cuando volví a la mía, ya se había ido.
Bérenger la escuchaba con atención, preocupado.
—Bien, no volverás a ir a ningún sitio de Roma sin que uno de nosotros te acompañe.
Durante el curso de la cena, Maureen se permitió recordar todos los motivos por los que lo adoraba. Hablar con él era como volver a casa. La comprendía, era igual que ella, conseguía que se sintiera a gusto. Y ahora se había autoproclamado su cancerbero oficial durante su estancia en Roma. Siempre que ella deseaba visitar lugares importantes en la historia de Matilda, Bérenger insistía en acompañarla. Ella disfrutaba inmensamente de su compañía.
Mientras recorrían la iglesia de San Pedro de las Cadenas, Maureen repitió la historia del primer encuentro de Matilda y Gregorio.
—Fue amor a primera vista, por ambas partes y según todas las referencias.
Bérenger asintió.
—¿Lo fue? ¿Cuál es la causa del amor a primera vista? ¿Sería más preciso decir que es amor… por reconocimiento? ¿Nos enamoramos de alguien tan deprisa y con tanta pasión porque reconocemos a esa persona como alguien a quien amamos antes, y estamos destinados a amar de nuevo? ¿Sentimos atracción o conexión instantánea con alguien porque, de alguna manera, sabemos que representa otro fragmento de nuestra alma?
Maureen meditó al respecto mientras paseaban por la iglesia, que estaba abarrotada de turistas, la mayoría congregados alrededor de la estatua de Moisés obra de Miguel Ángel. Dejaron caer monedas de euro en la caja de la luz con un sonoro tintineo, para que la obra de arte quedara iluminada unos minutos. El edificio había cambiado mucho desde la elección de Gregorio como Papa, pues había sido remozado durante el Renacimiento y había sufrido otras transformaciones a lo largo de los siglos.
—Tal vez. Quizá sea otro aspecto de «El tiempo vuelve».
—Continúa.
—Bien, las parejas de las que habla la Orden. ¿Verónica y Pretorio están regresando como el modelo de otras grandes parejas que fueron maestros? ¿Easa y Magdalena significan el retorno de Salomón y la reina de Saba? Por lo visto, Matilda creía que Gregorio y ella lo eran. ¿Era literal, o estaban reviviendo un arquetipo, un arquetipo al alcance de todos los que tienen la suerte de encontrar este tipo de relación con otra persona? No lo sé. Estoy luchando con esta idea. Con todas estas ideas.
Bérenger la miró un momento. Era interesante que muchos seres humanos consideraran inimaginable esta idea del amor eterno, pero a él se le antojaba natural y sencilla. Y de una belleza indecible. No dijo nada, y reservó sus pensamientos más profundos para el momento en que ella estuviera preparada. La paciencia era la virtud que debía cultivar para conservar a este unicornio en el jardín de su libre albedrío.
Hicieron una breve cola para ver las reliquias de las que la iglesia recibía el nombre: las gruesas cadenas que se conservaban en un relicario de oro y cristal. Nadie sabía si eran las auténticas cadenas que habían inmovilizado a san Pedro, pero poseían un aura extraña, una pátina mística que sólo puede materializarse en un objeto que ha sido venerado durante siglos.
Salieron del templo unos minutos después al encuentro de la luz del sol ámbar del atardecer romano. Mientras bajaban poco a poco los escalones de mármol hacia la calle, fue Maureen quien decidió volver a abundar en el tema.
—¿Qué pasa cuando sólo le sucede a uno?
—¿Qué quieres decir?
—Bien, en este caso, vemos que Matilda y Gregorio reconocieron al instante la conexión, ambos lo supieron al momento. ¿Ocurre siempre así, en estos casos de amor predestinado? ¿O a veces se da cuenta sólo uno de los miembros de la futura pareja?
Bérenger no necesitó tiempo para pensar en su respuesta.
—Creo que sucede así con frecuencia: una persona se da cuenta de la conexión antes que la otra, incluso mucho tiempo antes. Creo que es una cuestión de paciencia, tal vez incluso la mayor prueba que afronta ese amor.
Pasearon con parsimonia por las estrechas calles del centro storico, absortos en su conversación y todo cuanto significaba para ellos.
—Debe de ser muy difícil para el miembro de la pareja que se da cuenta antes, mientras el otro sigue en la inopia. Es como si uno estuviera despierto y el otro dormido.
—Sin duda. Dicen que la ignorancia es una bendición. Y es verdad, si lo piensas. Cuando somos ignorantes, podemos ir por la vida convencidos de que controlamos nuestro destino. Pero cuando alcanzamos el conocimiento, cuando comprendemos que nuestro destino es entregarnos a la voluntad de Dios, bien… No siempre es tan venturoso, ¿verdad? Y tal vez la voluntad de Dios estriba en que tengamos una paciencia terrible con nuestro amado dormido, para que podamos despertarlo con delicadeza.
Maureen se detuvo.
—¿Qué pasa?
Bérenger pensó que se había excedido, que había formulado una alusión demasiado personal. Pero no era eso lo que había impelido a Maureen a detenerse. Él exhaló un suspiro de alivio cuando ella empezó a hablar de aquella forma entusiasta que adoptaba cuando los elementos de un rompecabezas empezaban a encajar.
—Lo que acabas de decir. «Despertarlo con delicadeza». Es como en los cuentos de hadas, ¿verdad? La Bella Durmiente se despierta. Blancanieves se despierta. Las dos se despiertan de algo llamado la «muerte dormida». Representa el alma antes de ser iluminada.
—Por un beso.
—El beso del amor verdadero. Queda muy claro en las versiones más antiguas de estas leyendas: el beso del amor verdadero despierta a la princesa. No cualquier beso. Ha de ser sagrado. Tal vez el beso que funde las fuerzas vitales de los amantes, el que representa la unión de las almas. La «muerte dormida» simboliza el alma antes de la iluminación.
Bérenger también estaba entusiasmado por aquel enfoque y la secundó.
—Una alegoría, por lo tanto. Una enseñanza sagrada que ha de estar oculta a la vista de todos, pero que debe ser cuidadosamente transmitida para que nunca se pierda.
Maureen asintió, y meditó antes de continuar.
—Sí, y ha de ser transmitida de tal manera que el concepto fundamental pueda ser enseñado a los niños. ¿Lo crees posible? Tú me enseñaste que las conexiones no cesan nunca, que son infinitos los lugares donde encontraremos la verdad escondida a la vista de todo el mundo, con sólo abrir los ojos. ¿Cabe la posibilidad de que los cuentos infantiles más queridos fueran creados para transmitir los secretos del Libro del Amor? ¿Qué cada vez que contamos uno de esos cuentos estemos rindiendo homenaje a las enseñanzas originales de Jesús, y que quizá se remonten a miles de años de antigüedad, cuando Salomón y la reina de Saba se unieron?
—Eres un genio, querida mía. Es una idea que nunca me había pasado por la cabeza. No obstante, sabemos que las culturas cátaras empezaron impartiendo las enseñanzas a sus hijos desde que eran muy pequeños. Hemos visto que Isobel enseñó a Matilda conceptos importantes de esta forma. Tal vez éste era el propósito original de los cuentos infantiles. Educar a nuestros hijos tanto como inspirar su imaginación. Asimilan los cuentos mientras duermen, el inconsciente los procesa en el sueño. Es una idea fantástica.
Maureen aún no había terminado.
—También hay versiones masculinas de la leyenda. Como el Príncipe Rana. La princesa cree que es su amado, pese al hecho de que parece un sapo lleno de verrugas. Ve más allá de la apariencia física, le reconoce, y a continuación le transforma en el príncipe que estaba destinado a ser. Le transforma en un príncipe de verdad, con un beso de amor verdadero. En la Bella y la Bestia, la Bella reconoce al príncipe que hay bajo la apariencia del monstruo, y le salva la vida cuando agoniza de amor… con su beso, por supuesto.
—Por supuesto.
Bérenger ardía en deseos de contarle uno de los grandes secretos que ella todavía no había descubierto. Que existía un motivo que justificaba que el amado siempre fuera un príncipe en estos cuentos. Pero aún no estaba preparada para saberlo todo. No iba a meterle prisa. Decidió preparar el terreno para futuras incursiones.
—Creo que has descubierto algo interesante.
—¿Qué?
—Que existe una versión masculina del cuento, al igual que existe la versión femenina. Siempre hay equilibrio donde se encuentra la verdad. Si hay una leyenda o profecía sobre una mujer, hay una leyenda o profecía equivalente de un hombre. Eso se llama alquimia. También física. La unión de los contrarios. Para cada acción existe una reacción igual y opuesta. Es tanto Isaac Newton como María Magdalena. Cerebral y emocional, tierra y agua, masculino y femenino, consciente e inconsciente.
—Príncipe y rana.
Maureen sonrió de una forma que Bérenger había visto pocas veces, con felicidad y luminosidad, sin disimulos, y quizás con algo más. Estaba desesperado por besarla en aquel mismo instante, pero se contuvo. Estaban llegando a un nuevo conocimiento concerniente a la santidad de lo que habían considerado un simple acto, un encuentro reflejo de los labios. Para ellos, ya no existía algo similar a un beso mecánico. Esperaría hasta el momento perfecto, hasta que ambos estuvieran comprometidos con lo que significaba en realidad encontrar la unión al compartir la fuerza vital y el aliento.
Hasta entonces, disfrutaría del tiempo que pasara en su compañía. Se dio cuenta de que, pese a los desafíos emocionales que les aguardaban en el futuro, eran muchísimo más afortunados que otras parejas predestinadas que les habían precedido en la historia.
Al menos, él no era Papa. Y ella no estaba casada con un jorobado traicionero. En comparación, era un buen comienzo.
Ciudad del Vaticano
En la actualidad
EL PADRE GIROLAMO repasó la lista. Estaba incompleta. Le faltaban algunas mujeres que encajaban con los criterios, y tendría que volver a echar un vistazo a sus notas. Pero debía admitir que su memoria estaba empezando a fallarle. En otro tiempo, la habría recitado de carrerilla, pero cada día era más difícil repetir esa hazaña. Daba igual. Constarían en los registros con los detalles necesarios, incluidas sus fechas de nacimiento verdaderas y la forma, en ocasiones trágica, en que estas mujeres, muchas de ellas celebradas santas y mártires, habían encontrado la muerte.
Había llegado a un callejón sin salida en su trabajo y se sentía muy frustrado. Confeccionó la lista de memoria, confiado en que le ayudaría a decidir el siguiente paso que debía dar. El listado seguía un orden cronológico:
Sarah-Tamar: siglo I, año de nacimiento y fallecimiento desconocidos (causa de la muerte desconocida).
Margarita de Antioquía: año de nacimiento desconocido, fallecida en 304 (torturada y decapitada).
Lucía: nacida en 284, fallecida en 304 (mancillada en un burdel, cegada y decapitada).
Catalina de Alejandría: nacida en 287, fallecida en 305 (torturada y decapitada).
Modesta: siglo IV (decapitada, y después arrojada a un pozo en Chartres).
Bárbara: nacida y fallecida en el siglo IV (decapitada). ¿Apócrifa?
Úrsula: nacida y fallecida en el siglo IV. Masacrada junto con un millar de vírgenes. ¿Apócrifa?
Godelina de Flandes: ¿nacida en 1046?, fallecida en 1070 (estrangulada, y después lanzada a un pozo).
Matilda de Toscana: nacida en 1046, fallecida en 1115 (complicaciones de gota).
Catalina de Siena: nacida en 1347, fallecida en 1380 (de una apoplejía a la edad de 33 años).
Juana de Arco: nacida en 1412, fallecida en 1431 (violada y quemada viva).
Lucrezia Donati: ¿nacida en 1455?, ¿fallecimiento? (por causas naturales).
Giovanna Albizzi: ¿nacida en 1465?, ¿fallecida en 1489? (de complicaciones de parto).
Teresa de Ávila: nacida en 1515, fallecida en 1582 (de enfermedad desconocida).
Germaine de Pibrac: nacida en 1579, fallecida en 1601 (envenenada).
Margherita Luti (La Fornarina): siglo XVI, fechas exactas desconocidas (¿envenenada?).
Lucía Santos: nacida en 1907, fallecida en 2005 (por causas naturales).
Satisfecho de haber encontrado un punto de inicio, añadió el nombre final. Esta mujer más reciente era especial, en el sentido de que había logrado lo que las demás no, y confiaba en comprender cómo y por qué.
Maureen Paschal.
Tal vez el pasado no era la clave, al fin y al cabo. Tal vez todo cuanto necesitaba se encontraba en Roma, en ese preciso momento.