64

Nick, me alegro de verte —dijo Sarah. Se inclinó hacia él—. Dime que te has portado bien —susurró.

—Depende de lo que entiendas por bien —contestó Danny, mientras se sentaba a su lado.

—No te habrás saltado ninguna entrevista con tu mujer favorita, ¿verdad?

Danny pensó en Beth, aunque sabía que Sarah se estaba refiriendo a la señorita Bennett.

—Ni una —dijo—. De hecho, vino a verme a casa hace poco y consideró que mi vivienda era apropiada; por supuesto, puso las marcas en las casillas pertinentes.

—¿Ni siquiera has pensado en ir al extranjero?

—No, a menos que ir a Escocia para ver al señor Munro cuente.

—Estupendo. ¿Qué más has hecho que puedas contar a tu abogada?

—Poca cosa —dijo Danny—. ¿Cómo está Lawrence? —preguntó, intrigado por saber si le había contado lo del préstamo.

—Mejor que nunca. El próximo jueves hará una prueba para Holby City, un papel nuevo que han escrito especialmente para él.

—¿Cómo se llama? ¿Testigo de asesinato? —pregunto Danny, y se arrepintió al instante de sus palabras.

—No, no —rio Sarah—. Estás pensando en el papel que interpretó en la adaptación televisiva de Testigo de cargo, pero eso fue hace años.

—Desde luego —dijo Danny—. Una interpretación que jamás olvidaré.

—No sabía que conocieras a Larry desde hace tanto tiempo.

—Solo de lejos —dijo Danny. Se sintió aliviado cuando le rescató una voz familiar.

—Hola, Sarah.

Charlie Duncan se agachó y la besó en la mejilla.

—Me alegro de verte, Nick —dijo Duncan—. Os conocéis, claro.

—Claro —dijo Sarah.

—Cuidado con lo que decís —susurró Duncan—, estáis sentados detrás de un crítico. Disfrutad del espectáculo —añadió en voz alta.

Danny había leído el texto de Bling Bling, pero había sido incapaz de seguir el hilo, de modo que sentía curiosidad por ver cómo funcionaba la obra en el escenario, y en qué había invertido diez mil libras. Abrió el programa y descubrió que etiquetaban la obra de «hilarante mirada a la Inglaterra de la era Blair». Volvió la página y empezó a leer la biografía del autor, un checo disidente que había escapado de… Las luces se apagaron y el telón se alzó.

Nadie rio durante el primer cuarto de hora de representación, lo cual sorprendió a Danny, puesto que se había calificado la obra de comedia ligera Cuando la estrella hizo por fin su entrada, se oyeron algunas risas, pero Danny no supo si se debían al texto. Cuando el telón bajó para el descanso, Danny se sorprendió reprimiendo un bostezo.

—¿Qué opinas? —preguntó a Sarah, mientras dudaba de si se habría perdido algo.

Sarah se llevó un dedo a los labios y señaló al crítico que tenían delante, el cual estaba escribiendo furiosamente.

—Vamos a tomar una copa —dijo ella.

Sarah le tocó el brazo mientras subían lentamente por el pasillo.

—Nick, ahora soy yo la que te pide consejo.

—¿Sobre qué? —preguntó Nick—. Porque debo advertirte que no sé nada de teatro. Ella sonrió.

—No, estoy hablando del mundo real. Gerald Payne me ha recomendado que invierta dinero en un negocio inmobiliario en el que anda metido. Tu nombre salió a colación, y quería saber si crees que es una inversión segura.

Danny no sabía qué contestar, porque pese a lo mucho que detestaba a su hermano, no sentía rencor alguno por aquella mujer encantadora que había evitado que le hubieran enviado de nuevo a la cárcel.

—Jamás aconsejo a los amigos que inviertan dinero en algo —dijo Danny—. Nunca ganas: si consiguen beneficios, se olvidan de que fuiste tú quien lo recomendó, y si pierden, nunca dejan de recordártelo. Mi único consejo es que no juegues con lo que no puedas permitirte, y no arriesgues jamás una cantidad que pudiera causarte una sola noche de insomnio.

—Buen consejo —dijo Sarah—. Te lo agradezco.

Danny la siguió hasta el bar. Cuando entraron en la abarrotada sala, Danny vio a Gerald Payne de pie junto a una mesa, sirviendo una copa de champán a Spencer Craig. Se preguntó si Craig se habría sentido tentado de invertir dinero en su solar olímpico, y confió en averiguarlo después, en la fiesta de estreno de la obra.

—Evitémoslos —dijo Sarah—. Spencer Craig nunca ha sido mi hombre favorito.

—El mío tampoco —reconoció Danny, mientras se abrían paso hasta el bar.

—¡Eh, Sarah, Nick! Estamos aquí —gritó Payne, agitando frenéticamente las manos—. Venid a tomar una copa de burbujas. Danny y Sarah fueron de mala gana a su encuentro.

—¿Te acuerdas de Nick Moncrieff? —preguntó Payne a Craig.

—Por supuesto —dijo Craig—. El hombre que está a punto de cambiar nuestra suerte.

—Esperemos que así sea —declaró Danny, que ya había obtenido la respuesta a una de sus preguntas.

—Necesitaremos toda la suerte del mundo después de la representación de esta noche —dijo Payne.

—Oh, podría haber sido peor —reconoció Sarah, mientras Danny le daba una copa de champán.

—Es una mierda —dijo Craig—. Una de mis inversiones echada a perder.

—No habrás invertido demasiado, espero —quiso averiguar Danny.

—Nada comparado con lo que he invertido en tu pequeño negocio —dijo Craig, que no podía apartar los ojos de Sarah.

—He transferido toda la cantidad esta mañana —susurró en tono conspiratorio Payne a Danny—. Intercambiaremos contratos en algún momento de los próximos días.

—Me alegra saberlo —dijo Danny con sinceridad, aunque los suizos ya lo habían informado de la transferencia justo antes de salir hacia el teatro.

—Por cierto —añadió Payne—, gracias a mis contactos políticos, he conseguido un par de entradas para la sesión de Preguntas Parlamentarias del próximo jueves. Si queréis acompañarme a escuchar la declaración de la ministra, seréis bienvenidos.

—Muy amable, Gerald, pero ¿no prefieres ir con Lawrence o Craig? Aún se resistía a llamarle Spencer.

—Larry tiene una prueba esa tarde, y Spencer una cita con el Lord Canciller al otro lado del edificio. Todos sabemos por qué —dijo, y guiñó un ojo.

—¿Sí? —preguntó Danny.

—Oh, sí. Spencer está a punto de ser nombrado QC —susurró Payne.

—Felicidades —dijo Danny, y se volvió hacia su enemigo.

—Todavía no es oficial —replicó Craig, sin ni siquiera mirar en su dirección.

—Pero será el próximo jueves —dijo Payne—. Nick, ¿por qué no nos encontramos a las doce y media delante de la entrada de St. Stephen de la Cámara de los Comunes, para escuchar la declaración de la ministra e ir a celebrar después nuestra buena suerte?

—Nos veremos allí —afirmó Danny, mientras sonaban los tres timbrazos.

Miró a Sarah, a quien Craig había acorralado en un rincón. Le habría gustado acudir en su rescate, pero la muchedumbre le arrastró cuando se produjo una avalancha hacia el interior del teatro.

Sarah volvió a su asiento justo cuando se alzaba el telón. La segunda mitad fue algo mejor que la primera, pero Danny sospechó que no lo suficiente para agradar al hombre que estaba sentado delante de ellos.

Cuando cayó el telón, el crítico fue el primero en salir de la platea; Danny tuvo ganas de acompañarle. Aunque la compañía saludó tres veces, Danny no tuvo que levantarse en esta ocasión, pues nadie se molestó en hacerlo. Cuando las luces se encendieron por fin, se volvió hacia Sarah.

—Si vas a la fiesta, ¿quieres que te lleve?

—No voy a ir —contestó Sarah—. Sospecho que tampoco irá mucha gente.

—Ahora me toca a mí pedir tu opinión —dijo Danny—. ¿Por qué no?

—Los profesionales siempre huelen el fracaso, de modo que evitarán que los vean en una fiesta donde la gente pueda pensar que están implicados de una manera u otra en el desastre. —Hizo una pausa—. Espero que no invirtieras demasiado.

—No lo suficiente para causarme una noche de insomnio —señaló Danny.

—No olvidaré tu consejo —dijo Sarah, y enlazó su brazo con el de él—. ¿Te apetece llevar a cenar a una chica solitaria?

Danny recordó la última vez que había aceptado una oferta similar, y en cómo había terminado la velada. No quería tener que dar explicaciones a otra chica, sobre todo a esta en particular.

—Lo siento —dijo—, pero…

—¿Estás casado? —preguntó Sarah.

—Ojalá.

—Ojalá te hubiera conocido antes que ella —dijo Sarah, y soltó su brazo.

—Eso no habría sido posible —replicó Danny sin dar más explicaciones.

—Tráela la próxima vez —dijo Sarah—. Me gustaría conocerla. Buenas noches, Nick, y gracias de nuevo por tu consejo. Le besó en la mejilla y fue a reunirse con su hermano.

Danny se abstuvo de advertirle que no invirtiera ni un penique en el negocio olímpico de Payne, pero sabía que sería demasiado arriesgado con una chica tan inteligente.

Se sumó a la silenciosa multitud que salía del teatro lo más deprisa posible, pero aun así no pudo esquivar a un deprimido Charlie Duncan, que se había apostado en la salida. Dedicó a Danny una débil sonrisa.

—Bien, al menos no tendré que gastar dinero en una fiesta de fin de temporada.