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Alex estaba mirando el London Eye, al otro lado del Támesis, cuando ella llegó. Se levantó del banco para saludarla.

—¿Has estado en el London Eye? —preguntó, cuando Beth se sentó a su lado.

—Sí, una vez —respondió Beth—. Llevé a mi padre cuando lo inauguraron. Se podía ver nuestro taller desde arriba.

—Dentro de poco podrás ver Wilson House —anunció Alex.

—Sí. Fue todo un detalle por parte del promotor darle el nombre de mi padre. Le habría gustado —reconoció Beth.

—Debo estar de vuelta en el tribunal a las dos —dijo Alex—, pero quería verte con urgencia, porque tengo noticias.

—Has sido muy amable renunciando a tu hora de comer.

—Esta mañana he recibido esta carta de la oficina del Lord Canciller —dijo Alex—, y ha accedido a reabrir el caso. —Beth le estrechó entre sus brazos—. Pero solo si aportamos pruebas nuevas.

—¿La cinta no se consideraría una prueba nueva? —preguntó Beth—. Han hablado de ella dos periódicos locales desde que lanzamos la campaña pidiendo el indulto de Danny.

—Estoy seguro de que esta vez la tendrán en consideración, pero si creen que la conversación fue grabada bajo coacción, tendrán que rechazarla.

—Pero ¿cómo podremos demostrar su inocencia? —insistió Beth.

—¿Recuerdas que Danny y Big Al compartían la celda con un hombre llamado Nick Moncrieff?

—Por supuesto —replicó Beth—. Eran buenos amigos. Enseñó a Danny a leer y a escribir bien, y hasta asistió a su funeral, aunque no nos permitieron hablar con él.

—Bien, pues unas semanas antes de que Moncrieff fuera puesto en libertad, me escribió ofreciéndose a colaborar en lo que fuera posible, pues estaba convencido de la inocencia de Danny.

—Pero hay muchísimas personas que creen en la inocencia de Danny —dijo Beth—, y si opinas que Big Al no sería un buen testigo, ¿por qué Nick iba a ser diferente?

—Porque Danny me dijo una vez que Moncrieff llevaba un diario durante su encarcelamiento, de modo que es posible que el incidente de la cinta conste en él. Los tribunales se toman muy en serio los diarios, porque constituyen pruebas que se refieren al momento del delito.

—Entonces, lo único que has de hacer es ponerte en contacto con Moncrieff —dijo Beth, incapaz de disimular su entusiasmo.

—No es tan fácil —señaló Alex.

—¿Por qué? Si estaba tan ansioso por ayudar…

—Poco después de ser liberado, fue detenido por quebrantar su libertad condicional.

—¿Han vuelto a encerrarle? —preguntó Beth.

—No, y eso es lo raro. El juez le concedió una última oportunidad. Debió de defenderle un abogado estupendo.

—Entonces, ¿qué te impide intentar que te entregue los diarios? —preguntó Beth.

—Es posible que, después de su último roce con la ley, no reciba con agrado una carta de un abogado al que no conoce de nada, pidiéndole que intervenga en otro caso.

—Danny decía que siempre podrías confiar en Nick, pasara lo que pasase.

—En ese caso, le escribiré hoy mismo —dijo Alex.

Danny descolgó el teléfono.

—Payne ha transferido seiscientas mil libras por giro postal esta mañana —dijo la voz—, de modo que si paga los restantes cinco millones cuatrocientas mil libras a finales de semana, el solar del velódromo será suyo. Pensé que querría saber que esta mañana nos ha llegado otra oferta por diez millones, que por supuesto hemos rechazado. Espero que sepa lo que hace.

La comunicación se cortó. Era la primera vez que la voz daba su opinión sobre algo.

Danny marcó el número del director de Coutts. Estaba a punto de convencer a Payne de que el negocio no podía fracasar.

—Buenos días, sir Nicholas. ¿En qué puedo servirle?

—Buenos días, señor Watson. Quiero transferir un millón de libras de mi cuenta corriente a la cuenta de clientes de Baker, Tremlett y Smythe.

—Desde luego, señor. —Siguió una larga pausa—. Es consciente de que su cuenta quedará en números rojos, ¿verdad? —añadió.

—Sí —dijo Danny—, pero quedará compensada el 1 de octubre, cuando reciba el cheque mensual del fondo fiduciario de mi abuelo.

—Hoy mismo me encargaré del papeleo y le llamaré —anunció el señor Watson.

—Me da igual cuándo se encargue del papeleo, señor Watson, siempre que la cantidad exacta sea transferida antes de que finalice la jornada laboral. —Danny colgó—. Joder —maldijo.

En las mismas circunstancias, Nick no se habría comportado así. Debía volver cuanto antes al modo Nick. Se volvió y vio a Molly parada en la puerta. Estaba temblando, y parecía incapaz de hablar.

—¿Qué pasa, Molly? —preguntó Danny, al tiempo que se ponía en pie de un brinco—. ¿Te encuentras bien?

—Es él —susurró.

—¿Él? —repitió Danny.

—Ese actor.

—¿Qué actor?

—Ese doctor Beresford. Ya sabe, Lawrence Davenport.

—¿De veras? —dijo Danny—. Acompáñale al salón. Ofrécele café y dile que me reuniré con él dentro de un momento.

Mientras Molly bajaba corriendo la escalera, Danny escribió dos nuevas anotaciones en el expediente de Payne, y luego lo devolvió a su sitio. Después, abrió el expediente de Davenport y se puso al día.

Estaba a punto de cerrarlo, cuando reparó en una nota bajo el encabezado vida anterior, que le hizo sonreír. Devolvió el expediente al estante y bajó a reunirse con su imprevisto invitado.

Davenport se levantó como impulsado por un resorte cuando Danny entró en el salón, y esta vez le estrechó la mano. Su apariencia sorprendió por un momento a Danny. Ahora iba bien afeitado, y vestía un traje hecho a medida y una elegante camisa sin corbata. ¿Iba a devolverle las trescientas mil libras?

—Lamento irrumpir así —dijo Davenport—. No lo habría hecho de no haberse producido una emergencia.

—No te preocupes, por favor —dijo Danny, mientras se sentaba en una butaca frente a él—. ¿En qué puedo ayudarte? Molly dejó una bandeja sobre una mesita auxiliar y sirvió a Davenport una taza de café.

—¿Desea leche, señor Davenport? —preguntó.

—Nada, gracias.

—¿Azúcar, señor Davenport?

—Tampoco, gracias.

—¿Le apetece una galleta de chocolate? —preguntó Molly.

—No, gracias —dijo Davenport, y se palmeó el estómago.

Danny se reclinó en la butaca y sonrió. Se preguntó si Molly se sentiría tan impresionada de haber sabido que estaba sirviendo al hijo de un empleado del aparcamiento del ayuntamiento del distrito de Grimsby.

—Bien, avíseme si desea algo más, señor Davenport —dijo Molly antes de salir del salón, sin darse cuenta de que había olvidado por completo ofrecer a Danny su habitual chocolate caliente.

Danny esperó a que la puerta se cerrara.

—Lo siento —dijo—. Por lo general, no es tan nerviosa.

—No te preocupes, muchacho —dijo Davenport—. Uno se acostumbra a eso.

No por mucho más tiempo, pensó Danny.

—Bien, ¿en qué puedo ayudarte? —repitió.

Quiero invertir una cantidad considerable de dinero en un negocio. Solo temporalmente, ya sabes. No solo te lo devolveré dentro de unas semanas —dijo, y alzó la vista hacia el McTaggart colgado encima de la chimenea—, sino que también podré recuperar mis cuadros.

A Danny le habría disgustado perder sus adquisiciones recientes, pues sin darse cuenta se había encariñado enseguida con ellas.

—Lo siento, he sido muy desconsiderado —dijo, consciente de repente de que el salón estaba lleno de los antiguos cuadros de Davenport—. No te quepa duda de que volverán a tus manos en cuanto me devuelvas el préstamo.

—Eso podría suceder mucho antes de lo que había pensado —dijo Davenport—. Sobre todo si pudieras echarme una mano en este pequeño negocio.

—¿En qué cantidad has pensado? —preguntó Danny.

—Un millón —dijo Davenport vacilante—. El problema es que solo tengo una semana para reunir el dinero.

—¿Y qué aportarías como garantía esta vez? —preguntó Danny.

—Mi casa de Redcliffe Square.

Danny recordó las palabras de Davenport, la última vez que se habían visto: «¿Mi casa? No, nunca. Descartado, ni pensarlo».

—¿Y dices que devolverías toda la cantidad dentro de un mes con tu casa como garantía subsidiaria?

—Dentro de un mes, garantizado, sin la menor duda.

—¿Y si no logras devolver el millón a tiempo?

—En ese caso, al igual que mis cuadros, la casa será tuya.

—Trato hecho —dijo Danny—. Y dado que solo tienes unos días para reunir el dinero, me pondré en contacto con mis abogados ahora mismo y les daré instrucciones de que redacten un contrato.

Cuando salieron del salón al vestíbulo, encontraron a Molly esperando junto a la puerta, sosteniendo el abrigo de Davenport.

—Gracias —dijo Davenport, después de que la mujer le ayudara a ponerse el abrigo y le abriera la puerta.

—Seguiremos en contacto —se despidió Danny, sin estrechar la mano de Davenport cuando salieron al camino de entrada. Molly estuvo a punto de hacer una reverencia. Danny dio media vuelta y se encaminó hacia su estudio.

—Tengo que hacer algunas llamadas, Molly, así que bajaré a comer un poco más tarde de lo habitual —dijo sin volverse. Como no recibió respuesta, se giró y vio a su ama de llaves charlando en la puerta con una mujer.

—¿El señor la esperaba? —preguntó Molly.

—No —contestó la señorita Bennett—. He venido sin avisar.