Buenos días, señor Munro —dijo Danny, al tiempo que le tendía la mano—. Me alegro de volver a verle.
—Confío en que haya disfrutado de un viaje agradable, sir Nicholas —contestó Munro.
Nick había descrito a Fraser Munro tan bien, que Danny casi pensó que le conocía en persona.
—Sí, gracias. El viaje en tren me permitió repasar una vez más nuestra correspondencia, así como reconsiderar sus recomendaciones —dijo Danny, mientras Munro le invitaba a tomar asiento en una confortable butaca situada junto a su escritorio.
—Temo que mi última carta tal vez no haya llegado a tiempo —dijo Munro—. Le habría telefoneado, pero claro…
—No era posible —le interrumpió Danny, interesado tan solo en el contenido de la última carta.
—Temo que no sean buenas noticias —anunció Munro, mientras tamborileaba con los dedos sobre el escritorio, una costumbre de la que Nick no había hablado—. Han interpuesto una demanda contra usted. —Danny aferró los brazos de la butaca. ¿Estaría la policía esperando fuera?—. Su tío Hugo. —Danny exhaló un audible suspiro de alivio—. Tendría que haberlo previsto —reconoció Munro—, y por tanto me siento culpable.
Continúa, quiso decir Danny. Nick no dijo nada.
—La demanda afirma que su padre legó la finca de Escocia y la casa de Londres a su tío, y que usted no tiene derecho legal a ninguna de ellas.
—Pero eso es una tontería —objetó Danny.
—Estoy completamente de acuerdo con usted, y con su permiso contestaré que pronto podremos defendernos con todas nuestras fuerzas. —Danny aceptó la decisión de Munro, aunque se dio cuenta de que Nick habría sido más cauteloso—. Para colmo —continuó Munro—, los abogados de su tío han planteado lo que ellos definen como un acuerdo. —Danny asintió, incapaz de opinar todavía—. Si acepta la primera oferta de su tío, es decir, que él conserve la posesión de ambas propiedades, junto con la responsabilidad de pagar las hipotecas, dará instrucciones de retirar la demanda.
—Se está echando un farol —dijo Danny—. Si no recuerdo mal, señor Munro, su primer consejo fue llevar a mi tío a los tribunales y reclamar el dinero que mi padre pidió prestado por ambas casas, una cantidad que asciende a dos millones cien mil libras.
—Ese fue mi consejo —continuó Munro—, pero si no recuerdo mal su respuesta en aquel momento, sir Nicholas… —Se caló sus gafas de media luna en el extremo de la nariz y abrió una carpeta—. Sí, aquí está. Sus palabras exactas fueron: «Si esos eran los deseos de mi padre, no me opondré a ellos».
—Así pensaba en aquel momento, señor Munro —reconoció Danny—, pero las circunstancias han cambiado desde entonces. No creo que mi padre hubiera aprobado que tío Hugo interpusiera una demanda contra su sobrino.
—Estoy de acuerdo con usted —dijo Munro, incapaz de ocultar su sorpresa ante el cambio de opinión de su cliente—. ¿Puedo proponer, pues, sir Nicholas, que le retemos a demostrar que dice la verdad?
—¿Cómo podríamos hacerlo?
—Podríamos interponer una contrademanda —replicó Munro—, solicitando al tribunal que dirima si su padre tenía derecho a pedir dinero prestado por las dos propiedades sin consultarle a usted. Aunque soy por naturaleza un hombre precavido, sir Nicholas, llegaría hasta el extremo de afirmar que la ley nos apoya. Sin embargo, estoy seguro de que leyó Casa desolada en su juventud.
—Hace muy poco —admitió Danny.
—En tal caso, estará familiarizado con los peligros de iniciar una acción semejante.
—Pero al contrario que Jarndyce y Jarndyce —dijo Danny— sospecho que tío Hugo accederá a alcanzar un acuerdo al margen de los tribunales.
—¿Por qué cree eso?
—No querrá ver su foto en la primera plana del Scotsman y del Edinburgh Evening News. A estos periódicos les encantaría recordar a sus lectores dónde ha estado residiendo su sobrino durante los últimos cuatro años.
—Un aspecto que no había tomado en consideración —reconoció Munro—, pero ahora que lo pienso, debo darle la razón. —Tosió—. Cuando nos vimos la última vez, no parecía ser de la opinión de…
—Cuando nos vimos la última vez, señor Munro, estaba preocupado por otros asuntos, y por tanto me sentía incapaz de comprender exactamente el significado de lo que usted me estaba diciendo, y…
Danny había ensayado estas frases una y otra vez en su celda, con Big Al en el papel de Munro.
—En efecto —dijo Munro. Se quitó las gafas y miró con atención a su cliente—. En tal caso, con su permiso, me ocuparé de tomar las riendas del asunto en su representación. Sin embargo, debo advertirle que es posible que el problema tarde en solucionarse.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Danny.
—Podría pasar un año, tal vez más, antes de que el caso llegue a los tribunales.
—Eso podría representar un problema —señaló Danny—. No estoy seguro de que haya suficiente dinero en mi cuenta de Coutts para cubrir…
—No tengo la menor duda de que me informará en cuanto se haya puesto en contacto con sus banqueros.
—Por supuesto —dijo Danny. Munro volvió a toser.
—Hay un par de asuntos más de los que deberíamos hablar, sir Nicholas. —Danny se limitó a asentir, mientras Munro volvía a calarse las gafas y rebuscaba entre sus papeles de nuevo—. En fecha reciente, otorgó testamento mientras estaba en la cárcel —dijo Munro, y extrajo un documento del fondo de la pila.
—Recuérdeme los detalles —pidió Danny, que reconoció la letra de Nick en el papel rayado de la cárcel.
—Ha legado el grueso de sus propiedades a un tal Daniel Cartwright.
—Oh, Dios mío —exclamó Danny.
—¿Debo entender que desea reconsiderar su postura, sir Nicholas?
—No —dijo Danny, recuperándose al instante—. Es que Danny Cartwright murió hace poco.
—En ese caso, tendrá que redactar un nuevo testamento en algún momento. Pero lo cierto es que hay asuntos más apremiantes en este instante.
—¿Por ejemplo? —preguntó Danny.
—Hay una llave que su tío parece muy ansioso por poseer.
—¿Una llave?
—Sí —dijo Munro—. Por lo visto, está dispuesto a ofrecerle mil libras por una cadena de plata y una llave que cree que están en su poder. Es consciente de que poseen escaso valor por sí mismas, pero le gustaría que quedaran en la familia.
—Y así será —respondió Danny—. En confianza, señor Munro, ¿tiene idea de qué abre esa llave?
—No —admitió Munro—. Su abuelo no me habló nunca sobre esa cuestión en particular. De todos modos, me atrevería a aventurar que, si su tío está tan ansioso por apoderarse de esa llave, deberíamos considerar que el contenido de lo que abra la llave debe de valer mucho más que mil libras.
—Así es —dijo Danny, imitando a Munro.
—¿Cómo respondemos a esa oferta? —preguntó Munro.
—Dígale que desconozco la existencia de dicha llave.
—Como desee, sir Nicholas, pero no me cabe duda de que será difícil disuadirle, y atacará con una oferta más elevada.
—Mi respuesta será la misma, ofrezca lo que ofrezca —sostuvo Danny con firmeza.
—Como quiera. ¿Puedo preguntarle si tiene la intención de establecerse en Escocia?
—No, señor Munro. Regresaré a Londres en breve para solucionar mis asuntos económicos, pero no le quepa duda de que seguiremos en contacto.
—En ese caso —señaló Munro—, necesitará las llaves de su residencia de Londres que han estado en mi caja fuerte desde la muerte de su padre. —Se levantó de la butaca y se dirigió hacia una caja fuerte de notables dimensiones, situada en un rincón de la habitación. Tecleó un código y abrió la pesada puerta, que reveló varios estantes abarrotados de documentos. Sacó dos sobres del estante de arriba—. Me hallo en posesión de las llaves de la casa de The Boltons y de su propiedad de Escocia, sir Nicholas. ¿Desea hacerse cargo de ellas?
—No, gracias —dijo Danny—. De momento, solo necesito las llaves de mi casa de Londres. Le agradecería que conservara las llaves de la finca. Al fin y al cabo, no puedo estar en dos sitios a la vez.
—Así es —y le tendió uno de los abultados sobres.
—Gracias —dijo Danny—. Ha servido lealmente a mi familia durante muchos años. —Munro sonrió—. Mi abuelo…
—Ah —suspiró Munro. Danny se preguntó si había ido demasiado lejos—. Lamento interrumpirle, pero la mención de su abuelo me recuerda que hay otro asunto sobre el que me gustaría llamar su atención. —Volvió a la caja fuerte y, después de rebuscar unos momentos, extrajo un sobre pequeño—. Ah, aquí está —anunció, con una expresión de triunfo—. Su abuelo me ordenó que le diera esto en persona, pero no hasta después de que su padre muriera. Tendría que haber cumplido su deseo en nuestro encuentro anterior, pero con todas las, hum, restricciones a que estaba sometido usted en aquel momento, confieso que se me fue de la cabeza.
Entregó el sobre a Danny, que examinó el interior, pero no encontró nada.
—¿Significa esto algo para usted? —preguntó Danny.
—No —confesó Munro—, pero recordando la gran afición de su abuelo, tal vez el sello contenga algún significado.
Danny guardó el sobre en un bolsillo interior sin más comentarios.
Munro se levantó de la silla.
—Espero, sir Nicholas, que no pase mucho tiempo antes de que volvamos a vernos en Escocia. En el ínterin, si necesita mi ayuda, no dude en llamarme.
—No sé cómo agradecerle su amabilidad —reconoció Danny.
—Estoy seguro de que, después de haber solucionado el problema de su tío Hugo, seré más que adecuadamente compensado. Sonrió con sequedad, acompañó a Nicholas hasta la puerta, le estrechó la mano con afecto y le dijo adiós.
Mientras Munro veía cómo se alejaba su cliente en dirección al hotel, no pudo evitar pensar en lo mucho que sir Nicholas se parecía a su abuelo, si bien se preguntó si había sido prudente ponerse la corbata del regimiento… teniendo en cuenta las circunstancias.
—¿Que ha hecho qué? —gritó Hugo por el teléfono.
—Ha interpuesto una demanda contra usted, reclamando los dos millones cien mil libras que consiguió por ambas propiedades.
—Fraser Munro tiene que estar detrás de esto —señaló Hugo—. Nick sería incapaz de oponerse a los deseos de su padre. ¿Qué hacemos ahora?
—Aceptar el reto y decirles que ya nos veremos en los tribunales.
—Pero no podemos permitirnos eso —dijo Hugo—. Usted siempre ha dicho que si este caso acabara en los tribunales, perderíamos… y sería un día glorioso para la prensa.
—Es verdad, pero no llegará a los tribunales.
—¿Por qué está tan seguro?
—Porque me encargaré de que el caso se vaya arrastrando durante un par de años, como mínimo, y su sobrino se quedará sin dinero mucho antes. No olvide que conocemos el saldo de su cuenta corriente. Tendrá que ser paciente mientras le chupamos hasta la última gota de sangre.
—¿Y la llave?
—Munro afirma que no sabe nada de la llave.
—Ofrézcale más dinero —dijo Hugo—. Si Nick descubre alguna vez que abre esa llave, será a mi a quien chupará hasta la última gota de sangre.