Antica Torre, barrio de Santa Trinità
Florencia
En la actualidad
A ORILLAS DEL río Arno se extiende el barrio de Santa Trinità, una zona que lleva el nombre de la Santísima Trinidad. Una misteriosa y hermética comunidad de monjes, relacionada con la Orden, construyó un monasterio en el siglo X, bajo el mecenazgo de Sigfrido de Lucca, el legendario tatarabuelo de Matilde de Canossa. Los monjes no sólo se sentían bien dispuestos hacia los orígenes de la Orden, sino que algunos descendían de las más poderosas familias del linaje, y eran miembros juramentados. Aquí se conservaban las enseñanzas del Libro Rosso, la santidad de la unión y la verdad de la Trinidad eran reconocidas como las piedras angulares de las verdaderas enseñanzas.
Las antiguas torres de la familia Gianfigliazza se habían alzado al borde del barrio conocido como Santa Trinitá desde hacía casi ochocientos años. Hoy, ambas torres, perfectamente remozadas, se alzaban a cada lado de la calle comercial de moda, que recibía el apellido de la madre de Lorenzo de Médici, la Via Tornabuoni. Una torre había sido convertida en un museo dedicado a la moda, y albergaba la tienda que era el buque insignia del diseñador ultrachic italiano Salvatore Ferragamo. La otra torre albergaba un hotel, así como una serie de apartamentos particulares. En un piso de la torre sur se hallaban los aposentos de Petra Gianfigliazza. El apartamento también era la sede actual de la Orden del Santo Sepulcro.
Petra, una rubia elegante e impresionante, había comprado este apartamento de la torre en un esfuerzo por recuperar la propiedad ancestral de su familia en Florencia, utilizando el dinero que había ahorrado mientras trabajaba de modelo en Milán. Ahora era demasiado mayor para desfilar por la pasarela, aunque seguía siendo más hermosa que la mayoría de modelos actuales a las que doblaba en edad. El mundo de la moda había cambiado demasiado para su gusto en los últimos años, con su énfasis enfermizo en chicas a las que alentaban a morir de hambre y utilizar estimulantes artificiales para matar su apetito. Había trabajado en ese mundillo hasta que no pudo aguantar más. Por lo tanto, Petra sintió una gran alegría cuando Destino le telefoneó para decirle que quería volver a Florencia. Hacía años que no le veía, aunque mantenían el contacto, como había ocurrido desde que era una niña y una devota estudiante. Su familia todavía conservaba algunas propiedades no lejos del pueblo de Montevecchio, donde Destino guardaba los objetos de la Orden y había vivido la última vez que estuvo en la ciudad del Arno.
Desde su regreso a Italia, Destino se alojaba casi siempre en Montevecchio. A Petra le preocupaba que viviera solo en aquella casa antigua. Había envejecido tremendamente desde que le había visto por última vez, y su aspecto era muy frágil. Se sintió aliviada cuando él decidió que alojarse en la ciudad sería lo mejor, en cuanto Maureen y sus amigos llegaran. Había muchas cosas en Florencia pertenecientes a la Orden que podrían enseñarle, y sería muchísimo más fácil si todos estaban en el mismo sitio. Petra se alegraba de poder vigilarle de cerca al mismo tiempo.
Y ahora, después de las últimas excentricidades de Vittoria Buondelmonti, Petra se sentía más protectora de Destino que nunca. Había intentado ponerse en contacto con Vittoria después de su insultante comportamiento en Nueva York y sus anuncios en público de que Bérenger Sinclair era el padre de su hijo. Vittoria no le había devuelto las llamadas. Todavía. A la larga, lo haría. Petra había sido la mentora de Vittoria en las pasarelas, pero también en la Orden, pues ambas descendían de antiguas familias toscanas de similar extracción. Su relación conseguía que las erráticas acciones de Vittoria durante la semana anterior se le antojaran todavía más irritantes.
En el ínterin, Petra había ocultado la noticia a Destino. La salud de su amado maestro era más frágil que nunca, y no quería disgustarle con el relato de los últimos acontecimientos. Destino quería a todos sus estudiantes como si fueran sus hijos, de manera que cuando uno se descarriaba, como en el caso de Vittoria, se disgustaba sobremanera. Petra temía que el descarado intento por parte de Vittoria de destruir la relación entre Maureen y Bérenger obrara un profundo efecto en Destino. Sabía que no podría callar durante mucho tiempo, pues sin duda Maureen le pediría consejo al respecto, si Bérenger no lo hacía antes. Petra tendría que avisarle con anterioridad a que eso sucediera, pero primero necesitaba hablar con Vittoria.
Destino compartía en la actualidad el espacioso apartamento de Petra, mientras Maureen y sus amigos se habían instalado en el hotel contiguo. Podrían reunirse tanto en la sala de estar de Petra como en la azotea de la torre, con su impresionante vista del Duomo a un lado y el Ponte Vecchio al otro.
Fue en la azotea donde Destino y Petra, los líderes modernos de la Orden del Santo Sepulcro, se reunieron con el pequeño grupo de Maureen, que incluía a Tammy, Roland y Peter. Bérenger estaba ausente, después de haber volado a Escocia para investigar las acusaciones contra su hermano. Nadie sabía nada de él desde hacía veinticuatro horas, y todos estaban nerviosos por los acontecimientos ocurridos en la mansión Sinclair.
El grupo, sin Bérenger, estaba reunido bajo el sol de Florencia. La iglesia de Santa Trinità, donde la condesa Matilde se había iniciado mil años antes (con el mismo hombre sentado ahora frente a ellos, si había que creer en su palabra), se veía bajo sus pies.
Petra, una anfitriona impecable, había elegido vinos y quesos locales para sus invitados. Se presentó humildemente como la secretaria de Destino y, de momento, pareció contentarse con retirarse a un segundo plano. Pero a pesar de su deferencia, era una presencia poderosa de la que todos los reunidos eran muy conscientes.
Destino abrió la reunión como lo había hecho durante dos mil años, con la oración de la Orden:
Honramos a Dios mientras rezamos por un tiempo
en que estas enseñanzas sean bienvenidas
en paz por todo el mundo
y ya no haya más mártires.
Entonces, empezó la lección.
—Hijos míos, el hombre o la mujer plenamente realizados, el anthropos, sabe cuál es su promesa y se esfuerza por cumplirla. Seres menos esclarecidos vagan por la tierra sin un norte espiritual. No saben que hicieron una promesa, así que no pueden cumplirla. Pero vosotros sí que lo sabéis, consciente o inconscientemente, y por eso estáis aquí.
»Nuestra misión es cumplir nuestra promesa, que consiste en restablecer la edad de oro a base de devolver las verdaderas enseñanzas al mundo. Lorenzo y su «familia espiritual» nos prepararon el camino. Pese a la grandeza y belleza que proyectaron sus vidas, no pudieron cumplir su misión por completo. Estudiaremos la vida de Lorenzo y aprenderemos de ella. Comprenderemos en qué fracasó y en qué triunfó, para continuar la obra de devolver la belleza al mundo.
»El hecho de que hayáis venido envía el mensaje a nuestra madre y nuestro padre que están en los cielos de que nuestros hijos son agradecidos y obedientes, dispuestos a cumplir la misión encomendada en la tierra. Estoy seguro de que el cielo se regocija hoy. El tiempo vuelve.
—El tiempo vuelve —repitieron todos al unísono. Cuando Peter alzó su copa para participar en el brindis, se dio cuenta de que los ojos castaños de Petra Gianfigliazza le estaban examinando con mucho detenimiento.
Peter abrió su copia de las traducciones del Libro Rosso, y pasó las páginas hasta encontrar los párrafos que Petra les había encargado estudiar. Pensó en ella un momento, en todo lo sucedido durante los últimos días. Petra Gianfigliazza era una mujer impresionante, y su devoción a Destino era algo que valía la pena ver. Por ser un hombre que había dedicado toda su vida al sacerdocio, nunca había tenido una profesora.
Y Petra Gianfigliazza era una profesora, de eso no cabía duda. Aunque se hubiera presentado como secretaria de Destino, estaba claro que ella era la fuerza de la Orden en el nuevo milenio.
Abrió las páginas sobre Salomón y la reina de Saba, y leyó.
Y así fue que la reina del Sur fue conocida como la reina de Saba, es decir, la Reina Sabia del pueblo de Saba. Su nombre verdadero era Makeda, que en su lengua significa «la fogosa». Era una reina-sacerdotisa, dedicada a una diosa del sol famosa por arrojar belleza y abundancia sobre el dichoso pueblo de los sabeos.
El pueblo de Saba era sabio sobre todos los demás del mundo, poseía conocimientos sobre la influencia de las estrellas y la santidad de los números que procedía de sus deidades celestiales. La reina fue la fundadora de grandes escuelas que enseñaban arte y arquitectura, y los escultores que trabajaban a su servicio labraron en piedra imágenes de hombres y dioses de belleza excepcional. Su pueblo era culto y comprometido con la palabra escrita y la gloria de la escritura. Poesía y canción florecieron durante su reinado compasivo.
Sucedió que el gran rey Salomón se enteró de la existencia de esta reina Makeda sin parangón, por mediación de un profeta que le anunció: «Una mujer que es tu igual y equivalente reina en un país lejano del sur. Aprenderías mucho de ella, y ella de ti. Conocerla es tu destino». Al principio, Salomón no creyó que tal mujer pudiera existir, pero su curiosidad le impulsó a enviarle una invitación. La petición de que visitara su reino, en lo alto del sagrado monte Sión. Los mensajeros que fueron a Saba para informar a la gran y fogosa reina Makeda de la invitación de Salomón descubrieron que su sabiduría ya era legendaria en el país, al igual que el esplendor de su corte, y ella había oído hablar del rey. Sus profetisas habían previsto que ella viajaría un día a tierras lejanas para encontrarse con el rey, con el cual llevaría a cabo el hieros-gamos, el sagrado matrimonio que combinaba el cuerpo con la mente y el espíritu en el acto de la divina unión. Sería el hermano gemelo de su alma, y ella se convertiría en su hermana-novia, mitades de un mismo todo, sólo completos en su unión.
Pero la reina de Saba no era una mujer fácil y no iba a entregarse a una unión tan sagrada con cualquiera, sino con el hombre al que reconocería como parte de su alma. Mientras efectuaba el largo viaje hasta el monte Sión con su caravana de camellos, Makeda preparó una serie de pruebas y preguntas que plantearía al rey. Sus respuestas la ayudarían a decidir si era su igual, su alma gemela, concebida como una unidad en el alba de la eternidad.
Quienes tengan oídos para oír, que oigan.
LA LEYENDA DE SALOMÓN Y LA REINA DE SABA, PRIMERA PARTE,
TAL COMO SE CONSERVA EN EL LIBRO ROSSO
Peter hizo una pausa antes de leer la segunda parte. La frase final, «su alma gemela, concebida como una unidad en el alba de la eternidad», le intrigaba y removía algo en su interior. Nunca se había permitido reflexionar sobre esta idea de las almas gemelas y el amor predestinado. Como sacerdote, dedicaba todo su amor a Dios, al hijo de Dios y a su santa madre. Había tomado los votos de celibato a una edad muy temprana y los había respetado siempre. Durante casi toda su vida, Peter había creído que era una de esas personas singulares creadas por Dios con un fin concreto, y para llevar a cabo tareas concretas. Era muy extraño que sintiera lo contrario. Pero en el fondo de su alma, si quería ser sincero consigo mismo, le asaltaban momentos de duda. Eran breves, pero existían. Despertaban cuando veía a una pareja pasear de la mano por el Pont Neuf de París, o a una familia joven jugando en el parque. Esos momentos le llevaban a preguntarse si se estaba perdiendo algo, algún aspecto de la vida que Dios tal vez quisiera que experimentara.
Pero Dios no podía pedir ambas cosas, ¿verdad? Si la vocación de Peter era el sacerdocio, su vocación no era enamorarse ni formar una familia. Al menos, eso había creído durante toda su vida.
Pasar dieciocho meses en una prisión francesa había proporcionado al padre Peter Healy mucho tiempo para reflexionar. El Evangelio de Arques de María Magdalena, el documento por el que había arriesgado la vida y la libertad, demostraba que Jesús conocía el amor humano y lo celebraba. Peter lo creía a pies juntillas, y lo había creído incluso cuando estaba comprometido firmemente con su vocación y el catolicismo. Le costaba, desde luego, pero había descubierto una forma de vivir con aquella idea que no quebrantaba sus votos. Sin embargo, estas enseñanzas del Libro Rosso, que incluían un evangelio escrito de puño y letra de Jesús, subrayaban que el principal motivo de la encarnación humana era experimentar el amor en todas sus formas, humana y divina, platónica y erótica.
Cuanto más leía, más vibraban las enseñanzas en su interior.
Durante los últimos cuatro años, casi todo lo que Peter había considerado verdades inamovibles se había venido abajo. ¿Continuaba siendo sacerdote? El Vaticano no le había despojado del alzacuello, pero no lo había utilizado desde que salió de la cárcel, ni tampoco albergaba el deseo de hacerlo. De momento, no le interesaba dar clases, y mucho menos en un entorno católico. Peter Healy era ahora un hombre sin vocación. Había seguido a Maureen y a los demás porque no sólo eran su familia de sangre y espíritu, sino también sus colegas en una empresa más importante.
Peter aún estaba intentando decidir cuál era su papel en la misión de la que Destino había hablado antes. La misión que Petra abrazaba con alegría e intensidad. Sabía que había hecho una promesa, y estaba dispuesto a cumplirla, pero… ¿qué promesa? Continuaría estudiando lo que le habían asignado, más intrigado a cada momento por saber adónde le conduciría esta historia, en un momento fundamental de su turbulenta vida.
Continuó leyendo:
Makeda, la reina de Saba, llegó a Sión con regalos para el gran rey Salomón. Acudió a él sin astucia, pues era una mujer pura y sincera, incapaz de fingimientos. Y así Makeda confió a Salomón todo cuanto anidaba en su mente y en su corazón. Supo, nada más llegar ante su presencia y mirarle a los ojos, que era parte de ella, desde el principio hasta el fin de la eternidad.
Salomón se quedó muy impresionado por la belleza y presencia de Makeda, y desarmado por su absoluta sinceridad. La sabiduría que vio en sus ojos era un reflejo de la de él, y supo al punto que los profetas estaban en lo cierto. Aquí estaba la mujer que era igual a él. ¿Cómo podía ser de otra manera, si ella era la otra mitad de su alma?
Y fue entonces cuando la reina de Saba y el rey Salomón se unieron en el hierosgamos, el matrimonio que une a los esposos en un esponsal espiritual cuyo único fundamento es la ley divina. La Diosa de Makeda se fundió con el Dios de Salomón en la unión más sagrada, la combinación de lo masculino y lo femenino en un solo ser. Por mediación de Salomón y la reina de Saba, El y Asherah se unieron una vez más en la carne.
Permanecieron en la cámara nupcial durante el ciclo completo de la luna, en un lugar de verdad y conciencia, y no permitieron que nada se interpusiera en su pasión, y se dice que durante este tiempo les fueron desvelados los secretos del universo. Juntos descubrieron los misterios que Dios compartía con el mundo, pues quien tenga oídos que oiga.
Salomón escribió más de mil canciones, inspirado por Makeda, pero ninguna mejor que el Cantar de los Cantares, el cual transmite los secretos del hierosgamos, de cómo se descubre a Dios mediante esta unión. Se dice que Salomón tuvo muchas esposas, pero sólo una era parte de su alma. Si bien Makeda jamás fue su esposa según las leyes de los hombres, fue su única esposa según las leyes de Dios y la naturaleza, es decir, la ley del Amor.
Cuando Makeda partió del sagrado monte Sión, fue con el corazón desgarrado por abandonar a su amado. Tal ha sido el destino de muchas almas gemelas de la historia, reunirse a intervalos y descubrir los secretos más profundos del amor, para al final quedar separadas por su destino. Tal vez es la mayor prueba y misterio del amor, la comprensión de que no existe separación entre quienes se aman de verdad, con independencia de las circunstancias físicas, el tiempo o la distancia, la vida o la muerte.
Una vez consumado el hierosgamos entre almas predestinadas, los amantes nunca se separan en espíritu.
Quienes tengan oídos para oír, que oigan.
LA LEYENDA DE SALOMÓN Y LA REINA DE SABA, PRIMERA PARTE,
TAL COMO SE CONSERVA EN EL LIBRO ROSSO
Peter cerró el libro y se levantó. Necesitaba pensar, y también pasear. Las lecturas de la historia de Salomón y la reina de Saba eran profundas, y para él, inquietantes. Le impulsaban a cuestionarse todo lo que siempre había creído acerca de sí mismo. Recordaba la mirada fija que le había dedicado Petra Gianfigliazza en el momento en que le había dado los deberes. Sabía que le estaba poniendo a prueba con estos párrafos, sabía que le había dado algo para meditar sobre cosas en las que jamás se había parado a pensar. No cabía duda de que Destino la habría informado bien acerca de todas las personalidades que se reunirían en Florencia, pero también se trataba de una elección intuitiva.
Peter se puso los zapatos y decidió dar un largo paseo por la orilla del Arno. De noche, Florencia era impresionante, y tal vez era justo lo que necesitaba para ayudarle a asimilar la información.
Peter empujó la enorme puerta de seguridad de madera que mantenía alejado al mundo exterior de las residencias particulares de la Antica Torre. Cuando abrió la puerta, vio a una joven que atravesaba corriendo la calle en su dirección, al tiempo que agitaba las manos.
—¡Sujete la puerta, por favor!
Estaba sin aliento, pero consiguió dedicarle una sonrisa mientras empujaba la puerta para mantenerla abierta.
—He olvidado la llave —explicó, al tiempo que señalaba la cerradura magnética que sellaba la entrada—. Los imanes. Desmagnetizan mis tarjetas de crédito, así que no puedo llevar la llave en el bolso. He de guardarla en otro sitio. ¡Menudo fastidio!
Peter asintió, preocupado por todo lo que daba vueltas en su cabeza.
—Buenas noches —dijo cortésmente, mientras la joven le saludaba y entraba en el edificio camino del ascensor.
De no haber estado tan distraído, Peter quizá se habría fijado en que el punto donde la mujer había tocado la puerta estaba cubierta de sangre.
Hacía una noche mágica en Florencia. El aire transportaba la esencia sedosa de finales de primavera, y una leve brisa soplaba desde el Arno. Tamara y Roland estaban sentados en la azotea de la Antica Torre, mientras se embriagaban de la atmósfera y los míticos tejados de Florencia cobraban vida bajo la luna llena. Si existía algún lugar creado a propósito para que dos enamorados pasaran una velada tranquila, era esta terraza tan especial.
Roland había dedicado los últimos días a ayudar a Tamara con su trabajo, investigando aspectos de la leyenda de Longinos. Aún estaban intentando decidir si pedirían a Destino que hablara de sus afirmaciones, o esperarían a que sacara el tema a colación.
—¿Qué protocolo hay que seguir para tratar con un hombre que afirma tener dos mil años de edad? —preguntó Tammy.
Roland rio con ella. Como heredero del legado de una sociedad secreta, sabía algunas cosas sobre el decoro.
—Esperaremos, a ver qué pasa. Confiará más en nosotros si no insistimos ni intentamos extraerle información. Además, nos ha traído aquí por algún motivo, de modo que me contentaré con esperar a que nos lo revele.
—¿Crees que Bérenger le interrogará sobre la lanza?
Roland reflexionó un momento antes de asentir.
—Eso espero. Lo necesita. Creo que le costará reprimir la tentación, no sólo para acumular más conocimientos esotéricos.
—Sino porque, en este momento, Bérenger se halla enfrentado a su destino personal —terminó Tammy la frase inconclusa de Roland, como solía suceder.
Roland asintió.
—Exacto. Siempre he creído que la Lanza del Destino era un símbolo de la lucha interior de cualquier hombre. Contiene una especie de energía o vibración que amplifica lo que se halla en el corazón del hombre que la posee. Un hombre bueno se convierte en grande, como Carlomagno, y un hombre avieso puede transformarse en un monstruo, como Hitler.
—Bérenger es un buen hombre, así que podría llegar a ser grande.
Roland asintió, pero profundas arrugas surcaban su frente, debido a los pensamientos que pasaban por su cabeza.
—Pero ¿qué es para él el sendero de la grandeza, Tamara? ¿Qué debería hacer? ¿Debería anteponer su felicidad, o la de Maureen? ¿O debería responsabilizarse de ese niño que, al parecer, ha nacido bajo estrellas muy especiales?
Tammy se quedó boquiabierta. Amaba a Roland, y si bien le conocía y comprendía en lo más hondo, aún poseía la capacidad de sorprenderla. Había sido educado en un extraño y complejo mundo de sociedades secretas europeas. Su padre había sido el líder de la clandestina Sociedad de las Manzanas Azules, y había sido brutalmente asesinado como resultado de intrigas familiares. En el mundo en el que vivía Roland, tales intrigas no eran meros juegos o rituales sin sentido. Eran secretos a vida o muerte que influían en la historia y en la humanidad. A veces, como mujer urbana norteamericana, le costaba comprender por completo la profundidad (y los peligros) de ese mundo. Había visto muchas cosas durante los últimos años, durante la búsqueda de Maureen de evangelios perdidos de valor incalculable, y no obstante cada día parecía traer consigo un misterio mayor. A veces, se trataba de un emocionante elemento de su nueva vida con Roland, pero a veces resultaba frustrante, incluso amenazador.
Tammy tartamudeó unos momentos, antes de formular la pregunta.
—No… No estarás diciendo que Bérenger debería casarse con Vittoria, ¿verdad?
Los ojos dulces de Roland se posaron sobre los de ella. Vio dolor en ellos, pero también la comprensión de algo antiguo y profundo que ella no captaba todavía.
—Te quiero, Tamara. Y Bérenger quiere a Maureen de la misma forma, así que me parte el corazón tener que decirte esto, pero… No has sido educada en las antiguas costumbres de nuestro pueblo. Las comprendes, sí, y has aprendido a quererlas y adoptarlas como propias. Pero no has crecido con las leyendas de parientes masacrados, mártires que creían en su fe. En el Languedoc, ésas eran nuestras historias para dormir. Fuimos educados con las leyendas de los líderes cátaros que tuvieron la valentía de lanzarse a las llamas, de sufrir y morir por sus creencias en el amor de Jesús y María Magdalena, arriesgarlo todo para mantener vivas las enseñanzas del Camino del Amor.
—Lo sé —protestó Tammy—, pero no sé qué tiene que ver eso con lo que está pasando.
Roland continuó con paciencia.
—Bérenger se crio en el Languedoc, como heredero de su legado. ¿Qué hay en el centro de nuestras tradiciones? ¿Cómo se conocieron Bérenger y Maureen? ¿Qué tienen en común?
La luz de la comprensión empezó a alumbrar en el cerebro de Tammy, y contestó como debía.
—Las profecías.
—Sí, las profecías. Las profecías de la Esperada y del Príncipe Poeta han guiado a nuestro pueblo durante dos mil años. Siempre hemos vivido acorde con ellas, elegido a nuestros líderes acorde con ellas, y nunca nos han fallado. Cada día de la infancia de Bérenger, su abuelo le recordó que era el príncipe elegido de esta profecía. Le ha atormentado toda su vida. Vive en el temor de no cumplir su destino, de decepcionar a su pueblo, de fracasar. Y ahora, para colmo, se presenta la responsabilidad de un hijo nacido de la misma profecía. Y hay algo más que no sabes todavía…
Tammy estaba escuchando, pero el insistente pitido de su móvil la distrajo un momento. Echó un vistazo al mensaje de texto que acababa de llegar y lo leyó a Roland.
—Mensaje de Destino vía Petra. Nos encontraremos todos mañana por la mañana, a las nueve, en los Uffizi, para recibir una lección sobre Botticelli. Bien, ¿qué estabas diciendo?
Tan inmersos se hallaban en su conversación Tammy y Roland, que no se habían fijado en la joven sentada no lejos de ellos, escribiendo en lo que parecía ser un diario de viaje. No se fijaron en que anotaba todo cuanto decían, ni vieron que la palma de su mano derecha sangraba y manchaba la libreta.
—¿Te encuentras bien, Maestro?
Petra habló en voz baja cuando entró en la habitación de Destino, quien estaba sentado en su sencilla cama con los ojos cerrados, concentrado. Destino no utilizaba luz eléctrica, prefería velas y lámparas de aceite antiguas. Insistía en vivir con sencillez, pese a los ricos seguidores que insistían en proporcionarle cualquier cosa que necesitara. Pero necesitaba muy pocas cosas. Parte de la penitencia que se había infligido tantos años antes era vivir con austeridad, y siempre había cumplido esta promesa.
Como Destino se dormía a veces mientras rezaba, Petra le vigilaba cada noche para comprobar que las velas estaban apagadas y las lámparas también.
—Entra, querida. Y deja de preocuparte por mí. Sabía que esto se avecinaba, y le doy la bienvenida.
Petra sonrió en la penumbra. Claro que lo sabía.
—Pero ¿a qué das la bienvenida, Maestro? ¿Al niño? ¿Al Segundo Príncipe?
Destino abrió los ojos poco a poco.
—Doy la bienvenida a la oportunidad. Doy la bienvenida a los análisis. Doy la bienvenida a las enseñanzas que surgirán de todo eso.
—Pero Vittoria…
—Vittoria está desempeñando un papel, el papel de adversario, el papel de contrincante.
Petra comprendió.
—Vade retro, Satanás —respondió.
Destino asintió.
—Satanás significa literalmente «adversario», como sabes muy bien, y en ese sentido ella es ahora el Satanás personal de Bérenger. Pero no creas que Vittoria es mala. Va desencaminada y sus intenciones son corruptas, pero lo que está haciendo tiene mérito para nuestro pueblo. Ningún héroe ha logrado jamás su corona de laurel sin afrontar una fuerte y peligrosa oposición. Si Bérenger sale de ésta tras haber comprendido la verdadera lección, será digno de esa corona. Merecerá convertirse en el heredero espiritual de Lorenzo.
—¿Y si no?
Los ojos de Destino, descoloridos y legañosos a causa de la edad, se ensombrecieron todavía más, y se le escapó un suspiro entrecortado.
—Entonces, tendré que seguir con vida tantas generaciones más como sean necesarias para encontrar al príncipe digno de esa profecía.
Bérenger había telefoneado a Maureen desde el aeropuerto de Edimburgo para decirle que iba camino de Florencia en el jet privado de Sinclair Oil. Su hermano, Alexander, se hallaba en una especie de limbo legal como resultado de su detención. Puesto que existían acusaciones de conspiración que implicaban al Gobierno, estaba retenido bajo circunstancias especiales y sin fianza. Bérenger aún no sabía con certeza cuáles eran las acusaciones, pero el juez le había informado de que no le permitiría ver a Alexander durante otros tres días. Era inútil quedarse en Escocia a esperar. Sobre todo cuanto tenía que arreglar su relación con Maureen.
Sentado en la pequeña terraza de la Antica Torre, con el Duomo brillando a sus espaldas, se confesó.
—Te mentí.
—Lo sé.
Bérenger asintió y la miró a los ojos. Sabía que jamás sería capaz de mentirle cara a cara. Era imposible. Su intimidad era demasiado grande, estaban demasiado conectados. Ella siempre leería en su alma con sus penetrantes ojos verdes, y él siempre desearía que lo hiciera. Esto era lo que había llegado a comprender mientras estaba en Escocia. Nunca más querría ocultarle algo. Quería que estuvieran tan unidos como pareja, que nada se interpusiera entre ellos. Bérenger había volado a Florencia para estar con ella, para explicarse y para suplicar perdón.
Pero ella no le obligó a suplicar.
Maureen también había llegado a comprender algo durante los últimos días. Aquel mismo día, sentada en la terraza con Destino, había echado de menos con desesperación a Bérenger. Era parte integral del viaje desenfrenado, impredecible y bienaventurado en el que se habían embarcado juntos. Estar sin él era como añorar un miembro. Había leído y releído las páginas del Libro Rosso que detallaban la relación de las almas gemelas, de los seres creados de la misma esencia, uno para el otro. Era la más bella enseñanza de la Orden, y había descubierto su verdad por la forma en que Bérenger la amaba. No lo creía, lo sabía. Sabía que Bérenger era su alma gemela, sabía que sus destinos estaban tan entrelazados como sus mentes y espíritus. Y si sabía que eso era cierto, ¿cómo podía dejarlo? Era imposible. Sería una ofensa al don del amor que Dios les había concedido a ambos.
—Maureen, tú me has enseñado el significado del amor. Me has transformado, antes era un ser que se limitaba a existir y ahora estoy vivo. Siento muchísimo, más de lo que soy capaz de expresar, lo sucedido con Vittoria. Y… debo decirte que es posible que el niño sea mi hijo.
—También lo sé —contestó Maureen. Volvió a entrar en el dormitorio para recoger un sobre que descansaba sobre el tocador—. Vittoria me ha dejado esto hoy.
Bérenger abrió el sobre y sacó las tres fotografías de 24 x 30 que contenía. Eran fotos de un guapo niño de apenas dos años de edad. Con su pelo oscuro largo y rizado y los ojos verde azulados, parecía una versión diminuta de Bérenger Sinclair.
—No lo habías visto.
Maureen se dio cuenta al ver su inesperada reacción emocional a las fotos.
—No —contestó con voz estrangulada, al ver las fotos de su hijo por primera vez.
—¿Qué vas a hacer?
Bérenger guardó un silencio estupefacto durante un momento. Las fotos de Dante habían mitigado su anterior determinación. Nada habría podido prepararle para el impacto de ver esta diminuta y perfecta versión de sí mismo. Sintió algo cercano al dolor mientras miraba al niño de la fotografía. En aquel momento, se dio cuenta de que su vida había cambiado de forma indeleble. Había perdido el control sobre ella. Dante era carne de su carne, y no iba a negarlo.
La voz de Bérenger se quebró cuando contestó.
—Es mi hijo, Maureen. Basta con mirarle. No necesito una prueba de ADN porque tengo ojos. Y…
—¿Qué?
—Es hijo de la profecía. No hace falta que te diga lo que significa eso, y no puedo dar la espalda a su importancia. Y hay algo más, algo que no sabes todavía.
Maureen hizo acopio de fuerzas para prepararse. Estaba temblando. Todo su mundo se estaba derrumbando a su alrededor, y estaba segura de que la bola de demolición iba a acabar con lo que quedaba de sus ilusiones.
—La profecía. Hay otro fragmento, Maureen. Muy pocas veces se recita, porque el acontecimiento del que habla nunca ha sucedido. Se titula el Segundo Príncipe.
Hizo una pausa para tomar aliento antes de recitarla.
El Hijo del Hombre regresará
como el Segundo Príncipe.
Cuando llegue el momento y las estrellas se alineen,
un Príncipe Poeta nacerá de un Príncipe Poeta
y se convertirá de nuevo en Rey de Reyes.
Maureen, aunque familiarizada con el poder de la profecía que había influido en su propia vida, estaba aterrorizada. No deseaba correr el riesgo de malinterpretar lo que estaba intentando decirle.
—¿Qué me estás diciendo exactamente, Bérenger? —preguntó en un susurro, al cabo de un terrible silencio.
Bérenger tomó sus manos entre las de él, con tal fuerza que ella se encogió, mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos.
—Ningún Príncipe Poeta ha nacido de otro. Nunca ha sucedido en la historia de nuestro pueblo que un padre y un hijo hayan compartido todas las cualidades de la profecía. Por lo tanto, el Segundo Príncipe…
—Es la Segunda Venida.
Maureen concluyó la frase como si fuera una sentencia de muerte, con una voz que no reconoció como suya.
—Maureen, sé que parece una locura, pero piensa en todo lo que hemos pasado juntos. Hemos visto muchas cosas imposibles. Las profecías nunca han fallado. Si existe alguna posibilidad de que Dante sea…
Bérenger hizo una pausa. Ni siquiera era capaz de decirlo en voz alta, tan perturbadora era la idea.
—Si Dante es en verdad especial —continuó—, me va a necesitar. Y no sólo visitas esporádicas y envíos de dinero, sino como padre. Necesitará guía permanente, y también será necesario mantener a raya las ambiciones de su madre. Eso exigirá mi presencia constante.
Maureen sintió que el nudo de su garganta ardía como un carbón al rojo vivo cuando repitió la pregunta cuya respuesta jamás habría deseado oír.
—¿Qué vas a hacer?
—Lo debido. Lo siento, Maureen. Lo siento muchísimo, pero he de demostrar que soy digno de la posición que ocupo. He de superar esta prueba. —Derramó las lágrimas que había estado reprimiendo, y después habló con una voz que parecía procedente de otro lugar—. Tal vez sea nuestra obligación ser nobles antes que felices.
Maureen se levantó como a cámara lenta, mientras intentaba comprender cómo un momento tan dichoso se había transformado en una pesadilla en cuestión de segundos. En un momento dado, estaban afirmando la naturaleza inmutable y eterna de su amor; al siguiente, Bérenger la abandonaba para ir a vivir con Vittoria y su hijo.
Reprimió un sollozo cuando dio media vuelta, recobró el equilibrio y salió corriendo de la terraza.
Arezzo, Toscana
21 de julio de 1463
ALESSANDRO DI FILIPEPI se sentía muy agradecido por la vida que llevaba. A la edad de dieciocho años, había sido aprendiz de los más grandes artistas de Italia, y estaba demostrando encontrarse a la altura de cualquier pintor de Florencia. Tal vez más importante, había sido adoptado por la familia Médici en todo salvo en el apellido, vivía y trabajaba bajo el techo de Pedro y Lucrezia de Médici, y hacía las veces de hermano mayor del Príncipe Poeta y de Giuliano, más pequeño. Lorenzo y Sandro se habían hecho inseparables, y los dos acompañaban muy emocionados a Cosme en este peregrinaje a Sansepolcro, la sede espiritual de la Orden del Santo Sepulcro. Cosme estaba débil, pero la idea que había tenido de llevar a los chicos con él le había reanimado. Sería probablemente su última excursión, pues la gota le imposibilitaba casi por completo montar a caballo. Iba a lomos de su pacífica mula blanca a paso lento, al lado de Fra Francesco. Su mutua compañía era ideal para el viaje. Y si bien los muchachos ardían en deseos de acelerar el ritmo, sentían demasiado respeto por Cosme y el Maestro para darles prisas.
La fecha no había sido elegida al azar, por supuesto. La Orden y sus servidores nunca dejaban nada al azar. Mañana, 22 de julio, era la festividad de María Magdalena, y la confraternidad oficial que llevaba su nombre celebraría el evento. Lorenzo y Sandro presenciarían el desfile en honor de la mujer que ambos reverenciaban como uno de sus grandes líderes espirituales. Después de la fiesta se sumergirían en una semana de estudio intensivo bajo la dirección del Maestro, y en presencia de las grandes reliquias de la Orden sobre las que se había erigido Sansepolcro.
Pero eso era el futuro. Hoy, los muchachos estaban con Cosme y Fra Francesco camino de encontrarse con el artista oficial que residía en la Orden: el gran Piero Della Francesca. Éste era el origen de la admiración y gratitud de Sandro. Piero Della Francesca era el «angélico» vivo más grande, descubierto cuando era un muchacho por Fra Francesco en persona. Había sido anunciado por los Magos y nació en la extraña ciudad santa de Sansepolcro. Piero era un pintor de frescos sin igual, y estaba terminando un ciclo en la antigua iglesia de San Francesco, la sede de la Orden en Arezzo. Los trabajados frescos, desde el suelo al techo, que cubrían una enorme capilla situada detrás del altar, plasmaban la leyenda de la Vera Cruz y el encuentro de Salomón y la reina de Saba. Para los miembros de la Orden, esta última historia era sagrada en extremo. Gracias a la unión de Salomón y la reina de Saba se habían transmitido las enseñanzas más importantes de la historia humana, enseñanzas de amor y sabiduría que obraban una transformación sin igual. La Orden predicaba que muchas de las enseñanzas secretas que Jesús transmitió a sus seguidores habían pasado de rama en rama del linaje de David, del que Jesús era heredero.
La práctica sagrada del hierosgamos, la idea de que Dios se encuentra en la cámara nupcial cuando un hombre y una mujer se unen en un lugar de confianza y conciencia, se remontaba a la unión de Salomón y la reina de Saba. De hecho, el Cantar de los Cantares del Antiguo Testamento, el poema definitivo de la pasión que afirma la vida y la sagrada unión, se atribuía a Salomón.
El Maestro habló a los muchachos cuando entraron en la iglesia románica, construida en honor de san Francisco de Asís en el siglo XIII.
—Aunque ahora consideramos una idea cristiana la profecía del Príncipe Poeta, la llegada de hombres que recuperarán y protegerán las verdaderas enseñanzas de Cristo, no siempre fue así. Las profecías son antiquísimas. Son eternas. Proceden de Dios, y se refieren a hombres y mujeres, sin barreras de tiempo y distancia, que vendrán para llevar a cabo la obra de Dios, da igual que sean judíos, cristianos, musulmanes, hindúes o paganos. No importa. Salomón y David eran Príncipes Poetas. Pensad en esto un momento: David escribió salmos, su hijo Salomón escribió centenares de poemas, incluido el sublime Cantar de los Cantares, y ambos cambiaron el mundo cada uno a su manera. Jesús fue un Príncipe Poeta, pero no el primero. Fue sólo uno más de una larga serie, y el más excepcional, sin duda, pero no el primero, el único ni… el último.
Sonrió a Lorenzo.
Detuvo a los muchachos cuando llegaron al centro de la nave.
—Mirad el altar. Deteneos aquí para contemplar algo muy importante que nuestro Piero ha creado. Antes de permitir que vuestra vista admire la magnificencia de los frescos, mirad primero a cada lado del altar.
A ambos lados del gigantesco altar se alzaban columnas largas y estrechas. Pintados como si fueran gemelos había enormes retratos de Jesús a la izquierda y de María Magdalena a la derecha. Habían sido pintados a la perfección como iguales, pero también como pareja.
—Los retratos de los verdaderos amantes. Iguales ante Dios —dijo una voz masculina a sus espaldas.
Piero Della Francesca, que sostenía un pincel y cubierto de pigmentos, sonrió con ternura a los muchachos mientras explicaba su obra.
—Yo no creé los retratos originales de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Los hizo otro natural de Arezzo, un gran pintor que me precedió aquí, llamado Luca Spinello. Por desgracia, su obra se ha deteriorado, pero yo la he restaurado. Sólo espero haberle hecho justicia. Era un genio, que aprendió de Giotto. —Piero cabeceó en dirección a Fra Francesco y continuó—. Tal vez debería decir que aprendió a pintar de Giotto. Todo lo demás lo aprendió de nuestro Maestro.
Piero hizo una pausa para saludar a Cosme con el respeto debido al patriarca de los Médici. Aunque nacido en las regiones más al sur de Toscana, Piero Della Francesca había estudiado en Florencia bajo el mecenazgo de Cosme. Aunque la familia Médici quería que Piero no se moviera de Florencia, comprendía que el Maestro le necesitara en Arezzo y Sansepolcro. Era adecuado que, como escriba oficial de la Orden, creara obras de arte perdurables en esta región santa para conservar las enseñanzas.
Eso formaría parte del aprendizaje de Sandro y Lorenzo durante la semana siguiente. Así comprenderían mejor los logros de Piero en el inigualable arte narrativo de sus frescos. Arezzo era el terreno de pruebas de estas enseñanzas de la Orden que «se ocultaban a plena vista». Ahora les tocaría a los florentinos ampliar este enfoque, llevar estas obras maestras poderosas y simbólicas a un público más amplio y difícil. La Orden estaba dando pasos atrevidos para conquistar Florencia por mediación de los Médici y su ejército angélico de artistas. Si lograban sus objetivos en Florencia, se propagarían por toda Italia, con la vista puesta en Roma.
La poderosa hermandad fundada por Lorenzo y Sandro iniciaría la revolución que conduciría a una edad de oro del arte y la cultura. La misión era restablecer las verdaderas enseñanzas del cristianismo primitivo mediante épicas obras de arte.
A Ficino le gustaba recordar a sus estudiantes, cuando se daban demasiadas ínfulas por la importancia de su misión, que ellos no la iniciaban. Eran los bienaventurados herederos de una inmensa fortuna, conquistada gracias a la sangre y el sacrificio de hombres y mujeres asombrosos anteriores a ellos. Citaba al gran erudito y líder de la Orden en el siglo XII Bernardo de Chartres:
«Recordad que sólo somos enanos encaramados en los hombros de gigantes».
Florencia
En la actualidad
—RECORDAD QUE SÓLO somos enanos encaramados en los hombros de gigantes.
Peter Healy citaba con frecuencia a Bernardo de Chartres, siempre interesado en recordar la grandeza de aquellos que les habían precedido y habían dado todo para que no camináramos en la oscuridad. Pero la cita parecía singularmente adecuada delante de las estatuas que plasmaban a Cosimo Pater Patriae y Lorenzo el Magnífico, contiguas a la Galería de los Uffizi.
Peter y Maureen habían paseado por la orilla del río antes de desviarse hacia los Uffizi, uno de los más importantes museos de arte del mundo. El camino que conducía a este tesoro del arte renacentista estaba flanqueado de estatuas de los artistas que habían dado forma a Florencia: pintores, escritores, arquitectos. Pasaron ante Donatello y Leonardo, y hacia el extremo de la entrada a la plaza se hallaba la estatua de Cosme, con aspecto sabio y sorprendentemente cordial, erguido al lado de su nieto. La estatua de Lorenzo también era notable y pletórica de vida. El Magnífico estaba plasmado con la mano sobre un busto de Minerva, la diosa de la sabiduría.
Maureen se detuvo ante la estatua de Lorenzo, alzado sobre el pedestal, y lo estudió un momento en silencio. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando miró su rostro. Estaba esculpido con el rasgo extraño que le había hecho famoso, la nariz aplastada en el puente. No obstante, pese al hecho de que solían calificarle de poco agraciado, o incluso feo, Maureen se quedó impresionada por su belleza. Proyectaba una extraordinaria nobleza, palpable incluso en este bloque de piedra, que había sido modelado cientos de años después de su muerte.
Era, sin la menor duda, magnífico.
Se estremeció, aunque el sol iba camino de dar lugar a un día de mayo abrasador en Toscana.
Peter observó el estremecimiento.
—¿Qué pasa?
Maureen tragó saliva, y de repente sintió que se ahogaba.
—Se parece… a él. Quiero decir, he visto retratos de él sin experimentar otra reacción que pensar en su aspecto peculiar. Pero éste… éste es Lorenzo. Es como si estuviera atrapado en esa piedra. Su imagen. Perfecta.
Maureen estaba fascinada por Lorenzo, al tiempo que intentaba analizar sus sentimientos.
—No puedo explicarlo, pero cuando miro a este hombre me siento comprometida con él. Como si fuera a seguirle para combatir contra el mismísimo demonio. Haría cualquier cosa por él. Pero no es el único significado de la palabra «comprometida» en este contexto. Él estaba comprometido. Con su causa, con su misión. Por eso inspiró tanta lealtad a tantos. Lorenzo nunca pidió a nadie algo que él no estuviera dispuesto a llevar a cabo. Miro esta estatua y lo sé.
»Es uno de los gigantes sobre cuyos hombros nos encaramamos —añadió, y reflexionó en aquel momento sobre el significado de Príncipe Poeta, compromiso y deber.
Maureen y Peter entraron en los Uffizi y subieron la inmensa escalinata, que ponía en jaque incluso a los turistas más en forma, todos los cuales jadeaban al llegar a lo alto para entregar las entradas a los porteros.
Maureen observó otro busto de Lorenzo de Médici a la derecha, justo en la entrada de la galería de pintura. Esta escultura era también el poderoso retrato de un gran hombre. Era extraño que, cuando se paraba ante estas imágenes de Lorenzo, experimentaba la sensación de estar viendo a alguien a quien conocía bien. Si bien ya antes se había sentido en comunicación con los personajes sobre los que había escrito, solía ocurrir cuando soñaba o cuando estaba inmersa en la escritura de sus obras. Nunca le había pasado de una manera tan visceral y consciente.
Mirar las imágenes de Lorenzo de Médici conseguía que Maureen se sintiera como si estuviera llorando la pérdida de un gran amor.
Reparó en que Destino, que estaba esperando delante de ellos con Tammy y Roland, la estaba mirando. Le indicó con un gesto que se acercara y le dedicó una breve sonrisa.
—En cuanto entres, comprenderás más que nunca. Esto es un museo de arte, pero también es una biblioteca de volúmenes importantísimos. Las paredes de los Uffizi contienen algunos de los mayores secretos de toda la historia de la humanidad
Borgo Sansepolcro, Toscana
22 de julio de 1463
LA LEYENDA OFICIAL DE la fundación de Sansepolcro afirma que la población fue fundada por dos santos, uno llamado san Egidio, que llegó con san Arcano, quien regresó a Toscana en 934 desde Tierra Santa. Con ellos trajeron importantes reliquias del Santo Sepulcro y construyeron el primer oratorio para proteger las reliquias. Era un lugar muy apartado para llevar reliquias de tal importancia, destinadas a ser veneradas por los cristianos de toda Italia.
¿O no? La leyenda secreta de Sansepolcro decía justo lo contrario: que esta diminuta ciudad agazapada en las colinas del sur de Toscana había sido elegida precisamente porque estaba apartada y era difícil encontrarla. Sería fácil defenderla y protegerla, un lugar al que sólo podrían acceder aquellos que conocían su existencia y lo que contenía. La naturaleza de las reliquias sagradas traídas de Jerusalén nunca había sido revelada.
Era un lugar ideal para aprender secretos, y Lorenzo y Sandro vibraban con la energía de la promesa que les aguardaba. Estaban en casa de Piero Della Francesca, quien se encontraba examinando el estandarte procesional que pasearía delante del desfile aquella noche.
—¿No es magnífica? —Piero sacudió la cabeza, parado ante la imagen a tamaño natural de María Magdalena, majestuosa, hermosa y entronizada. Acunaba amorosamente en el regazo un crucifijo, pero éste no era el centro de atención del estandarte, ni mucho menos—. Creo que es una de las obras de arte más importantes jamás creadas. Nadie había capturado nunca a Nuestra Señora con tanta perfección. El gran Luca Spinello Aretino creó en su honor la Confraternidad de María Magdalena, que como tal vez sepáis es la representación oficial de la Orden en esta parte de Toscana. A veces, me siento delante de ella para recibir inspiración. Mirad su rostro, la expresión de serenidad…, y de poderío. ¡Esta Magdalena no tiene nada de penitente! Es el retrato de una reina. Nuestra reina.
—¿Todos los de la confraternidad lleváis capuchas como ésas?
Lorenzo sentía curiosidad, pues los hombres que adoraban a María Magdalena, postrados a sus pies, parecían penitentes. Y no obstante, la Orden tenía muy claro que no debía representarse a la Magdalena de aquella manera. Rebajaba su verdadera posición y era una invención de la Iglesia católica.
—Una alegoría, hermanos míos. Es importante que lo recuerdes cuando pintes, Sandro —explicó paciente Piero. Su carácter sereno y mesurado le convertía en un profesor nato—. Spinello, y todos los grandes artistas magistrales, utilizaron capas de simbolismo superpuestas para transmitir con claridad nuestro mensaje. ¿Ves los tarros en sus mangas? Un recordatorio de quién es Magdalena en realidad. Es la mujer que unge a Jesús porque está reconociendo su realeza, y porque es su esposa. Está exaltada. Pero van encapuchados para recordarnos que la verdad de Magdalena sigue velada, y que todavía es una herejía identificarnos como seguidores de ella en público.
»Bien, ¿veis aquí, donde se abre la parte posterior de sus hábitos, como si fueran a azotarse hasta la mutilación? Es una referencia a lo que nuestro Spinello ha añadido en el reverso del estandarte.
Dio la vuelta al estandarte con los muchachos para que vieran el lado opuesto. Era una secuencia de la flagelación, con Cristo atado a un poste, mientras dos soldados romanos le azotaban.
—La flagelación también es una alegoría, que Spinello utiliza para conseguir un efecto impresionante, que yo espero emular. Concibió el mensaje mientras trabajaba con el Maestro. Decidieron que la flagelación era una representación simbólica apropiada de lo que le ocurre a Jesús cada vez que negamos la verdad de su vida y de sus enseñanzas. Vuelve a ser torturado. La verdadera flagelación de Cristo es el hecho de que deshereden a su familia y todo cuanto tenía que dar al mundo.
»Lo mismo se repite en la parte delantera del estandarte con los hábitos de «penitente», que proporcionan espacio para que descienda el látigo en el acto de automutilación. El mensaje consiste en que nos estamos haciendo daño al no reconocer lo que esta hermosa reina vino a enseñarnos. Hermosa, ¿no es cierto?
Sandro Botticelli se detuvo ante la Magdalena del manto rojo, admirando su belleza y abrumado por las ricas capas de simbolismo que los artistas predecesores tanto se habían esforzado en integrar en su obra. Pero Piero aún no había terminado.
—Sandro, te veo tan fascinado por ella como yo lo estoy desde mi perspectiva de pintor. La miras arrobado y te preguntas por qué despierta tal emoción en ti, dejando aparte su evidente belleza. ¿Sabes por qué?
Sandro no había sido estudiante de Fra Filippo Lippi y Andrea Della Verrocchio en balde. Asintió con una sonrisa mientras daba la respuesta que sabía correcta.
—Porque fue creada utilizando el proceso de infusión.
—Bien dicho, hermano. Es cierto. Además, el enfoque de la infusión utilizado por Spinello fue muy, muy especial. Si quieres que tus vírgenes y diosas salten de la obra y cuenten sus historias como en este ejemplo, necesitarás aprender esta técnica. Supongo que no estarás interesado en recibir hoy la lección, ¿verdad?
Todos rieron, pues sabían la respuesta. Lorenzo se dispuso a marchar y dejar que los dos artistas continuaran profundizando en la naturaleza más concreta de la clase. Iba a reunirse con su abuelo y el Maestro, con el fin de llevar a cabo los últimos preparativos de los festejos de la noche.
El monótono resonar de unos cánticos remolineaba en la oscuridad, mientras la solemne procesión serpenteaba por las estrechas calles adoquinadas de Borgo Sansepolcro. Los hombres que desfilaban portaban antorchas. Estaban cubiertos de pies a cabeza con sus hábitos, provistos de capuchas que cubrían su cabeza por completo. Sus hábitos eran prístinos, tal era la blancura de la tela, como la nieve. En las mangas de los hábitos había un símbolo bordado con hilo escarlata: el tarro de alabastro que simbolizaba su devoción a María Magdalena y a la Orden.
La procesión desfilaba por las calles. En el centro, dos figuras encapuchadas cargaban con el majestuoso estandarte de Spinello, pintado con la imagen a tamaño natural de la Magdalena entronizada. Estaba plasmada con la majestuosidad del aspecto femenino de Dios, y era aclamada mientras desfilaba por las calles.
—¡Madonna Magdalena! ¡Madonna Magdalena!
Lorenzo contemplaba la procesión con su abuelo. Pese a su entusiasmo juvenil, se trataba de una ocasión solemne para él. Cosme se estaba muriendo, y Lorenzo sabía que éste sería el último acontecimiento importante al que tendría la oportunidad de asistir en compañía del anciano. Por eso había decidido no desfilar con Sandro, porque no quería abandonar a Cosme durante la santa procesión. Era algo que deseaba compartir con su adorado abuelo, un recuerdo que guardaría para siempre.
Lorenzo estaba emocionado por los sentimientos que recorrían su ser: dolor por la pérdida inminente, que destrozaría el mundo tal como lo conocía; profunda devoción religiosa por la mujer a la que llamaban su reina. Dichos sentimientos se combinaron en el juramento que hizo aquella noche a Cosme. Las lágrimas rodaban sobre su rostro mientras veía que la procesión se aproximaba. Sus ojos se iluminaron cuando formuló su promesa en voz alta.
—No te fallaré, abuelo. Nada me detendrá. No fallaré a Nuestro Señor ni a Nuestra Señora, y no fallaré al legado de los Médici.
Cosme le rodeó con el brazo y lo estrechó contra sí un momento, consciente de que era un momento culminante para ambos.
—Lo sé, Lorenzo. Lo sé más que cualquier otra cosa en esta vida. No fracasarás porque tu destino es triunfar. Serás el salvador de todos nosotros. Serás el Príncipe Poeta más grande que haya vivido jamás. Ya lo eres.
El estandarte se detuvo ante ellos, y Lorenzo vio que Sandro desfilaba justo debajo. Sus ojos se encontraron, y Sandro le indicó por señas que se reuniera con él para desfilar juntos hasta el final de la procesión. Lorenzo miró a su abuelo, que estaba sonriendo.
—¡Ve! —Empujó a Lorenzo hacia Sandro—. ¡Ve a demostrar tu devoción a nuestra Reina de la Compasión, desfilando en su procesión!
Lorenzo le devolvió la sonrisa y se abrió paso entre la multitud hasta llegar a Sandro y desfilar a su lado. Cuando empezaron a avanzar de nuevo, uno de los porteadores se acercó más e iluminó la parte posterior del estandarte. Lorenzo alzó la vista hacia la obra maestra de Spinello que representaba la flagelación de Cristo, y observó algo en lo que no había reparado antes. La luz había caído sobre la imagen de un centurión romano. Luca Spinello había pintado una cicatriz dentada en la parte izquierda de su cara.
Colombina.
Fue mi primera musa. La primera mujer real que me inspiró para pintarla una y otra vez. Era la belleza en su principio activo, una fuerza considerable a la que nunca se debía subestimar. Desde que tenía dieciséis años hasta ahora, nunca he conocido a una mujer de tanta fortaleza. Y no obstante… Es tanto Belleza como Fortaleza. Su energía nunca es agresiva, sino que fluye de su bondad. Cuando se escriba la historia de estos días dorados, temo que el nombre de Colombina no quedará documentado en los anales. Será como tantas mujeres anteriores, que se han perdido en este ciclo de la historia donde, por lo que sea, en algún momento, las mujeres fueron abandonadas. De esa forma, y de otras, sigue los pasos de la santa esposa, nuestra Señora, Magdalena.
La mitad de nuestra naturaleza y herencia espiritual como seres humanos ha sido borrada por omisiones de la historia.
Pero no permitiré que Colombina se pierda. La he pintado, utilizando técnicas de infusión, para plasmar su energía y dedicación únicas a nuestra causa (y a nuestro príncipe), con el fin de que el mundo pueda conocerla algún día.
Así pues, fue un gran día preñado de una deliciosa sensación de sincronicidad cuando fui elegido para el encargo de pintar la encarnación de la Fortaleza.
Los jueces que componen el gran Tribunal de los Comerciantes han encargado cuadros de las siete virtudes para decorar las paredes de su sala, con la esperanza de que tal arte les inspire a la hora de dictaminar sabias resoluciones cuando presidan los pleitos de su oficio, grandes y pequeños. En principio, el encargo de los siete cuadros fue a parar a Piero del Pollaiuolo. Si bien es un pintor competente, su nombre indica que desciende de criadores de pollos. Hay momentos en que medito sobre su obra y creo que nos iría mejor tener más pollos en la mesa que cuadros de Pollaiuolo.
Algunos dirán que soy un poco duro, pero el destino dispuso que Piero de los Pollos fuera incapaz de entregar los siete cuadros. Me hicieron llamar (por la gracia de Dios y los Médici) para plasmar la séptima virtud, la que no estuve lo bastante inspirado para representar: la Fortaleza.
Y fue así que Colombina acabó siendo la modelo oficial, sentada en aquella postura que tanto me inspira, con la cabeza ladeada sobre su largo cuello, con su adorable rostro, de una sabiduría tan superior a su edad, meditando sobre las importantes tareas que la aguardaban. Al tener a Colombina delante de mí, descubrí que lo más importante era plasmar el exquisito color de sus ojos, que estaba decidido a reproducir. La luz se reflejaba en su vestido aquel día, de un terciopelo dorado, y sus ojos eran del color del ámbar al sol. Y no obstante, como siempre sucede, nos reímos con tanta frecuencia y con tanto gusto, que no siempre podía inmovilizar el pincel para pintarla.
En honor a nuestra Orden, y en referencia al gran Piero Della Francesca, ejecuté la plasmación de su vestido rojo en un estilo similar al de su Magdalena de Arezzo, con la suficiente sutilidad para que sólo quienes tienen ojos para ver comprendieran el guiño, pero me divierten mucho esos juegos, al igual que a Lorenzo.
Lorenzo se quedó tan complacido por el retrato de Colombina que amenazó con cometer constantes delitos como comerciante para ser conducido ante el tribunal y gozar de la oportunidad de ver el cuadro. Le dije que sería mucho más sencillo que encargara una obra para él.
Lo que empezó como una broma entre mi hermano espiritual y yo se convirtió en una seria discusión sobre lo que sería el cuadro definitivo: la perfecta colaboración entre el arte y la sabiduría, la belleza y la energía. A continuación, repasamos las posibilidades, entusiasmados por las ideas cuando empezaron a expandirse y desarrollarse entre nosotros. Fue una discusión que condujo al mejor cuadro que he pintado con el pincel y el corazón, la perfecta plasmación de le temps revient…
Pero ésta es otra historia, que merece ser narrada otro día.
Yo continúo,
Alessandro di Filipepi, conocido como «Botticelli»
DE LAS MEMORIAS SECRETAS DE SANDRO BOTTICELLI
Galería de los Uffizi
Florencia
En la actualidad
RECORRIERON JUNTOS los salones de los Uffizi, Destino encabezaba el grupo con su cojera peculiar, Maureen a su lado, escuchando con atención, con Peter, Tammy y Roland muy cerca. El museo era abrumador en lo tocante al volumen de extraordinarias obras maestras italianas reunidas en un solo lugar. Estaba ordenado de forma cronológica, empezando con las galerías de la Edad Media, donde una enorme Madonna de Cimabue recibía a los visitantes de la sala principal. A partir de allí, era un laberinto de salas y pasillos, cada uno de los cuales conducía a la siguiente era artística.
—Siento muchísimo ir tan deprisa, pues cada pieza de este museo merece especial consideración —se disculpó Destino—, pero nuestro objetivo es muy específico por determinado motivo, y contiene pinturas también muy particulares.
Les condujo a través de la sala final de la Edad Media, hasta llegar a una sala dominada por siete pinturas similares, todas y cada una retratos espectaculares de majestuosas mujeres entronizadas.
—Las virtudes.
Maureen las reconoció de inmediato por la iconografía de cada una. La Justicia blandía una espada. La Fe sostenía un cáliz. Pero estaba claro que seis de los cuadros eran idénticos en términos de estilo y ejecución. La séptima virtud era la que destacaba, diferente por completo en esencia de sus seis hermanas.
Tammy lanzó un silbido cuando paseó la vista alrededor de la sala, y después cantó una canción de su infancia.
—Ah, «One of these things is not like the other».[2]
De las siete pinturas de la sala, seis las había pintado el mismo artista. Y si bien eran encantadoras a su manera, la séptima las eclipsaba a todas.
El cuadro de la Fortaleza brillaba como el diamante Hope engastado entre ágatas en bruto. Este artista había utilizado colores más vibrantes y trabajado los detalles, y la elegancia de la ejecución era impresionante. Pero lo que realmente realzaba la pintura era la modelo. La joven plasmada era una extraordinaria combinación de belleza etérea y energía acerada. Era asombrosa.
—El primer encargo de Botticelli —explicó el Maestro, mientras señalaba el cuadro de la Fortaleza—. Estaba decidido a demostrar que su producción era de una calidad infinitamente superior a la de los artistas que estaban recibiendo todos los encargos de Florencia. Se entregó en cuerpo y alma a esta obra. Pobre Pollaiuolo. Cuando vio que la luz de la Colombina en su plasmación de la Fortaleza oscurecía a sus seis cuadros, se sumió en una profunda depresión y estuvo meses sin pintar.
—¿Ésa es Colombina?
Maureen se había detenido ante la imagen, falta de aliento. Destino la había instruido con las historias de Colombina y Lorenzo cuando eran niños, empezando la noche anterior después de la cena hasta bien entrada la madrugada. Maureen estaba fascinada con su historia y con la relación fraternal de Sandro con ambos. El Renacimiento estaba cobrando vida de una forma que jamás había imaginado, tan humana, tan real. Era fácil considerar seres míticos a aquellos asombrosos personajes de la historia, olvidando que eran seres humanos de carne y hueso que reían, amaban y perdían. Destino estaba cambiando la historia en honor a ella de una forma deliciosa e inesperada.
—Es Colombina, no cabe duda —contestó Destino, con los ojos clavados en el cuadro—. Sandro llevó a cabo su propósito. La plasmó con exactitud. Y si bien la pintó muchas veces (la versión más famosa te espera en la siguiente sala), éste es el retrato que me despierta más nostalgia de ella.
Maureen seguía embelesada delante de Colombina. La mujer ya le estaba «hablando». Notaba que se estaba sumergiendo en aquel estado que la llevaba a fundirse con sus personajes. Empezó a experimentar lo que Colombina había sentido en aquel período de su vida cuando Sandro la inmortalizó en el lienzo. Fue una época hermosa, pero también dolorosa. Sentía amor, pero también dolor. El reciente dolor de Maureen se mezcló con las cuitas de Colombina, que se comunicaba con ella más allá del tiempo y el espacio, gracias a la magia del arte de Botticelli. Maureen sabía que sólo estaba empezando a comprender las complejidades de esta «palomita», la musa no reconocida de los hombres más grandes del Renacimiento.
Maureen comprendió más tarde que su destino estaba entrelazado con la bella pero enigmática mujer que la llamaba desde el lienzo.