En diciembre de 1945 un campesino árabe hizo un asombroso descubrimiento arqueológico en el Alto Egipto. Los rumores oscurecieron las circunstancias del hallazgo, quizá porque el descubrimiento fue accidental y su venta en el mercado negro fue ilegal. Durante años ni siquiera se conoció la identidad del hombre que hiciera el descubrimiento. Corría un rumor en el sentido de que se trataba de un individuo empeñado en una venganza de sangre; otro rumor afirmaba que había hecho el hallazgo cerca de la población de Nag ‘Hammadi, en la Jabal al-Tarif, una montaña en la que había más de 150 cuevas. Algunas de estas cuevas, que en principio eran naturales, habían sido labradas, pintadas y utilizadas como tumbas en tiempos de la sexta dinastía, hace de ello unos 4300 años.
Treinta años más tarde el propio descubridor, Muhammad ‘Ali al-Samman, contó lo sucedido.[1] Poco antes de que él y sus hermanos vengasen el asesinato de su padre, habían ensillado sus camellos para dirigirse a Jabal con el propósito de extraer sabakh, nombre de una tierra blanda que utilizaban para fertilizar sus cultivos. Al cavar alrededor de un enorme peñasco encontraron una jarra de barro que medía casi un metro de altura. Muhammad ‘Ali vaciló antes de romperla, puesto que temía que en su interior morase un jinn o espíritu. Pero, pensando que tal vez también contuviera oro, alzó su azadón, rompió la jarra en pedazos y en su interior descubrió trece papiros encuadernados en cuero. Al volver a su casa de al-Qasr, Muhammad ‘Ali arrojó los libros y las hojas de papiro sueltas sobre la paja apilada en el suelo cerca del horno. ‘Umm-Ahmad, la madre de Muhammad, reconoce que quemó muchos papiros en el horno junto con la paja que utilizaba para alimentar el fuego.
Al cabo de unas semanas, según cuenta Muhammad ‘Ali, él y sus hermanos vengaron la muerte de su padre asesinando a Ahmed Isma’il. Su madre les había dicho que tuvieran los azadones bien afilados: cuando se enteraron de que el enemigo de su padre rondaba por las inmediaciones, los hermanos aprovecharon la oportunidad, «le cortaron las extremidades… le arrancaron el corazón y entre todos lo devoraron, como acto final de su venganza de sangre».[2]
Temiendo que la policía, al investigar el asesinato, registrase su casa y diera con los libros, Muhammad ‘Ali pidió al sacerdote al-Qummus Basiliyus Abd al-Masih que le guardase uno o más de ellos. Durante los días en que Muhammad ‘Ali y sus hermanos fueron interrogados por los investigadores, Raghib, un maestro de historia de la localidad, había visto uno de los libros y empezaba a sospechar que podía ser valioso. Habiendo recibido uno de al-Qummus Basiliyus, Raghib se lo envió a un amigo de El Cairo para que tasara su valor.
Los manuscritos, que fueron vendidos en el mercado negro a través de los comerciantes de antigüedades, no tardaron en atraer la atención de funcionarios del gobierno egipcio. En circunstancias que, como veremos, revistieron gran dramatismo, los funcionarios compraron un manuscrito y confiscaron diez libros encuadernados en piel y la mitad de otro de los trece que existían. Estos libros, llamados «códices», fueron depositados en el Museo Copto de El Cairo. No obstante, gran parte del códice XIII, que contenía cinco textos extraordinarios, fue sacado clandestinamente de Egipto y puesto en venta en América. La noticia de la existencia de dicho códice no tardó en llegar a conocimiento del profesor Gilíes Quispel, distinguido historiador de la religión en Utrecht, en los Países Bajos. Entusiasmado por el descubrimiento, Quispel pidió a la Fundación Jung de Zurich que comprase el códice. Una vez hubo conseguido sus propósitos, descubrió que faltaban algunas páginas, por lo que en la primavera de 1955 voló a Egipto con la intención de buscarlas en el Museo Copto. Al llegar a El Cairo se presentó inmediatamente en el museo, pidió que le prestasen fotografías de algunos de los textos y regresó apresuradamente a su hotel para descifrarlas. Al descifrar la primera línea Quispel se sobresaltó y luego, sin apenas dar crédito a sus ojos, leyó: «Éstas son las palabras secretas que Jesús vivo pronunció y que el mellizo, Judas Tomás, anotó».[3] Quispel sabía que su colega H.-Ch. Puech, utilizando las notas de otro estudioso francés, Jean Doresse, había identificado las primeras líneas con fragmentos de un Evangelio de Tomás griego descubierto en la década de 1890. Pero el descubrimiento del texto completo planteó nuevas dudas: ¿Tenía Jesús un hermano gemelo como daba a entender este texto? ¿Podía ser el texto una crónica auténtica de las palabras de Jesús? A juzgar por el título, contenía el Evangelio según Tomás; sin embargo, a diferencia de los evangelios del Nuevo Testamento, este texto se identificaba a sí mismo como un evangelio secreto. Quispel descubrió también que contenía gran número de dichos que eran conocidos gracias al Nuevo Testamento; pero tales dichos, al parecer en contextos poco conocidos, sugerían significados distintos. Quispel comprobó que otros pasajes se apartaban completamente de todas las tradiciones cristianas que se conocían: el «Jesús vivo», por ejemplo, habla de una forma tan críptica y convincente como los koans de la religión Zen: «Jesús dijo: “Si sacas lo que hay dentro de ti, lo que saques te salvará. Si no sacas lo que hay dentro de ti, lo que no saques te destruirá”».[4] Lo que Quispel tenía en las manos, el Evangelio de Tomás, era sólo uno de los cincuenta y dos textos descubiertos en Nag Hammadi (habitual transcripción inglesa del nombre de la población). Encuadernado en el mismo volumen se encuentra el Evangelio de Felipe, que atribuye a Jesús actos y dichos totalmente distintos de los que aparecen en el Nuevo Testamento: «la compañera del [Salvador es] María Magdalena. [Pero Cristo la amaba] más que [a todos] los discípulos, y solía besarla [a menudo] en la [boca]. El resto de [los discípulos se sentía ofendido]… Le decían: “¿Por qué la amas más que a todos nosotros?”. El Salvador contestó diciéndoles: “¿Por qué no os quiero como [la quiero] a ella?”».[5] Otros dichos de esta colección critican las creencias comunes de los cristianos, tales como el nacimiento virgen o la resurrección del cuerpo, tachándolas de ingenuos errores de interpretación. Encuadernado junto con estos evangelios está el Apocrifón (literalmente: «libro secreto») de Juan, que comienza ofreciéndose a revelar «los misterios [y las] cosas escondidas en el silencio» que Jesús enseñó a su discípulo Juan.[6]
Más adelante Muhammad ‘Ali reconoció que algunos de los textos se habían perdido: porque los habían quemado o tirado. Pero lo que queda es asombroso: unos cincuenta y dos textos de los primeros siglos de la era cristiana, incluyendo una colección de evangelios cristianos primitivos, desconocidos anteriormente. Además del Evangelio de Tomás y el Evangelio de Felipe, el hallazgo incluía el Evangelio de la verdad y el Evangelio de los egipcios, que se identificaba como «el [libro sagrado] del Gran [Espíritu] Invisible».[7] Otro grupo de textos lo forman escritos atribuidos a los seguidores de Jesús, tales como el Libro secreto de Jaime[8], el Apocalipsis de Pablo, la Carta de Pedro a Felipe y el Apocalipsis de Pedro.
Pronto se vio claramente que lo que Muhammad ‘Ali descubrió en Nag Hammadi eran traducciones coptas, hechas hace unos 1500 años, de manuscritos aún más antiguos. Los originales los habían escrito en griego, la lengua del Nuevo Testamento: tal como habían reconocido Doresse, Puech y Quispel, parte de uno de dichos originales la habían descubierto los arqueólogos unos cincuenta años antes, cuando encontraron unos cuantos fragmentos de la versión original griega del Evangelio de Tomás.[9]
Acerca de la datación de los manuscritos pocas dudas hay. El examen del papiro datable que se utilizó para dar espesor a las encuadernaciones en cuero, así como de la escritura copta, los sitúa en 300-400 d. C. aproximadamente.[10] Sin embargo, los estudiosos discrepan notablemente en tomo a la datación de los textos originales. Algunos de ellos no pueden ser posteriores a 120-150 d. C. aproximadamente, ya que Ireneo, el obispo ortodoxo de Lyon, escribiendo hacia 180, declara que los herejes «se jactan de poseer más evangelios de los que realmente existen»[11] y se queja de que en su tiempo tales escritos ya han ganado una gran circulación: de la Galia a Roma, Grecia y el Asia Menor.
Quispel y sus colaboradores, que fueron los primeros en publicar el Evangelio de Tomás, sugirieron que el original databa de 140 d. C. aproximadamente.[12] Algunos hicieron el razonamiento de que, dado que estos evangelios eran heréticos, por fuerza tenían que haberse escrito en una fecha posterior a los evangelios del Nuevo Testamento, que datan de 60-110 aproximadamente. Sin embargo, el profesor Helmut Koester de la Universidad de Harvard recientemente ha sugerido que la colección de dichos que se encuentra en el Evangelio de Tomás, aunque recopilado en 140 aproximadamente, puede que incluya algunas tradiciones aún más antiguas que los evangelios del Nuevo Testamento, «posiblemente de fecha tan temprana como la segunda mitad del siglo I» (50-100); es decir, tanto o más antiguas que los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan.[13]
Los estudiosos que investigaban los hallazgos hechos en Nag Hammadi descubrieron que algunos de los textos cuentan el origen de la raza humana en términos muy distintos de la acostumbrada lectura del Génesis: el Testimonio de la verdad, por ejemplo, narra la historia del Jardín del Edén ¡desde el punto de vista de la serpiente! Aquí la serpiente, que, como se sabe desde hace mucho, aparece en la literatura gnóstica como el principio de la sabiduría divina, convence a Adán y Eva para que participen del conocimiento, mientras que «el Señor» los amenaza con la muerte, tratando celosamente de impedir que alcancen el conocimiento y expulsándolos del Paraíso cuando lo alcanzan.[14] Otro texto, que lleva el misterioso título de Truena, mente perfecta, ofrece un poema extraordinario pronunciado por la voz de un poder divino femenino:
Porque yo soy el principio y el fin.
Soy la honrada y la escarnecida.
Soy la puta y la santa.
Soy la esposa y la virgen…
Soy la estéril, y muchos son sus hijos…
Soy el silencio que es incomprensible…
Soy la pronunciación de mi nombre.[15]
Así pues, estos textos diversos van de los evangelios secretos, poemas y descripciones casi filosóficas del origen del universo, a los mitos, la magia y las instrucciones para las prácticas místicas.
¿POR QUÉ FUERON ENTERRADOS ESTOS TEXTOS y por qué han permanecido virtualmente ignorados durante casi 2000 años? Resulta que su supresión como documentos prohibidos y su enterramiento en la montaña de Nag Hammadi fueron parte de una lucha crítica para la formación del cristianismo primitivo. Los textos de Nag Hammadi, y otros como ellos que circulaban en los comienzos de la era cristiana, fueron denunciados como heréticos por los cristianos ortodoxos en la mitad del siglo II. Sabemos desde hace tiempo que muchos de los primeros seguidores de Cristo fueron condenados por otros cristianos, que los consideraban herejes. Sin embargo, casi todo lo que sabíamos de ellos procedía de lo que sus oponentes habían escrito para atacarles. El obispo Ireneo, que regentaba la iglesia de Lyon hacia 180, escribió cinco volúmenes titulados Refutación y derrocamiento de la falsamente llamada gnosis (comúnmente conocidos como Adversus haereses), que empiezan con su promesa de «exponer los puntos de vista de aquéllos que están enseñando la herejía… para demostrar qué absurdas y contrarias a la verdad son sus afirmaciones… Hago esto para que… podáis instar a todos aquellos con quienes estos relacionados a evitar semejante abismo de locura y de blasfemia contra Cristo».[16] Ireneo denuncia, diciendo que está especialmente «lleno de blasfemia», un famoso evangelio titulado el Evangelio de la verdad.[17] ¿Se refiere Ireneo al mismo Evangelio de la verdad descubierto en Nag Hammadi? Quispel y sus colaboradores, que fueron los primeros en publicar el Evangelio de la verdad, arguyeron que así era; uno de sus críticos afirma que la primera línea (que comienza con las palabras «El evangelio de la verdad») no es un título.[18] Pero Ireneo utiliza la misma fuente de, por lo menos, uno de los textos descubiertos en Nag Hammadi —el Apocrifón de Juan— como munición para su propio ataque contra semejante «herejía». Cincuenta años después, Hipólito, un maestro de Roma, escribió otra voluminosa Refutación de todas las herejías para «denunciar y refutar la perversa blasfemia de los herejes».[19]
Esta campaña contra la herejía entrañaba un reconocimiento involuntario del poder de persuasión de la misma; a pesar de ello, los obispos triunfaron. Para la época de la conversión del emperador Constantino, momento en que el cristianismo se convirtió en una religión aprobada oficialmente, en el siglo IV, los obispos cristianos, hasta entonces perseguidos por el poder estatal, pasaron a ser los amos de éste. La posesión de libros denunciados como heréticos se convirtió en un delito. Los ejemplares de tales libros eran quemados y destruidos. Pero en el Alto Egipto alguien, posiblemente un monje de algún monasterio cercano de San Pacomio,[20] tomó los libros prohibidos y, para evitar su destrucción, los ocultó en la jarra que permaneció enterrada durante casi 1600 años.
Pero los que escribieron e hicieron circular estos textos no se consideraban a sí mismos como «herejes». La mayoría de los escritos utilizan una terminología cristiana, claramente relacionada con una herencia judía. Muchos afirman ofrecer tradiciones secretas acerca de Jesús, unas tradiciones ocultas a ojos de «los muchos» que constituyen lo que, en el siglo II, dio en llamarse la «iglesia católica». Actualmente a estos cristianos se les llama «gnósticos», del griego gnosis, palabra que suele traducirse por «conocimiento». Porque del mismo modo que a aquéllos que dicen no conocer nada sobre la realidad última se les denomina «agnósticos» (literalmente: «que no conocen»), a la persona que sí afirma conocer tales cosas se la llama «gnóstica» («conocedora»). Pero gnosis no significa principalmente conocimiento racional. La lengua griega establece una distinción entre el conocimiento científico o reflexivo («él conoce o sabe matemáticas») y el conocimiento a través de la observación o la experiencia («él me conoce»), que es la gnosis. Tal como la utilizan los gnósticos, podríamos traducirla por «intuición», porque gnosis entraña un proceso intuitivo de conocerse a uno mismo. Y conocerse a uno mismo, decían ellos, es conocer la naturaleza y el destino humanos. Según el maestro gnóstico Teodoro, que escribía en Asia Menor hacia 140-160, el gnóstico es aquél que ha llegado a entender «quiénes éramos y en qué nos hemos convertido; dónde estábamos… hacia dónde nos apresuramos; de qué se nos está librando; qué es el nacimiento y qué es el renacimiento».[21] Sin embargo, conocerse a uno mismo, en el nivel más profundo, es al mismo tiempo conocer a Dios; éste es el secreto de la gnosis. Otro maestro gnóstico, Monoimo, dice:
Abandonad la búsqueda de Dios y la creación y otros asuntos de parecida índole. Buscadle tomándoos a vosotros mismos como punto de partida. Averiguad quién hay dentro de vosotros que se adueña de todo y dice: “mi Dios, mi mente, mi pensamiento, mi alma, mi cuerpo”. Averiguad las fuentes del pesar, del gozo, del amor, del odio… Si investigáis cuidadosamente estas cuestiones, le encontraréis en vosotros mismos.[22]
Lo que Muhammad ‘Ali descubrió en Nag Hammadi es, al parecer, una biblioteca de escritos, casi todos ellos gnósticos. Aunque dicen ofrecer enseñanzas secretas, muchos de estos textos se refieren a las escrituras del Antiguo Testamento y los otros a las cartas de Pablo y a los evangelios del Nuevo Testamento. Muchos de ellos incluyen a las mismas dramatis personae que aparecen en el Nuevo Testamento: Jesús y sus discípulos. A pesar de ello, las diferencias son notables.
Los judíos ortodoxos y los cristianos insisten en que un abismo separa a la humanidad de su creador: Dios es enteramente otro. Pero algunos de los gnósticos que escribieron estos evangelios contradicen esto: el autoconocimiento es conocimiento de Dios; el yo y lo divino son idénticos.
En segundo lugar, el «Jesús vivo» de estos textos habla de ilusión y de iluminación, no de pecado y arrepentimiento, como el Jesús del Nuevo Testamento. En lugar de venir a salvamos del pecado, viene como guía para abrir el acceso a la comprensión espiritual. Pero cuando el discípulo recibe la iluminación, Jesús deja de ser su amo espiritual: los dos se han vuelto iguales, incluso idénticos.
En tercer lugar, los cristianos ortodoxos creen que Jesús es el Señor y el Hijo de Dios de una manera única: permanece para siempre distinto del resto de la humanidad a la que vino a salvar. Sin embargo, el Evangelio de Tomás de los gnósticos relata que tan pronto como Tomás le reconoce, Jesús le dice que ambos han recibido su ser de la misma fuente: «Jesús dijo: “Yo no soy tu amo. Porque has bebido, te has emborrachado del arroyo burbujeante que yo he medido… Aquél que beba de mi boca se volverá como yo: yo mismo me volveré él y las cosas que están escondidas le serán reveladas”».[23]
Esta enseñanza —la identidad de lo divino y lo humano, la preocupación por la ilusión y la iluminación, el fundador que se nos presenta no como Señor, sino como guía espiritual—, ¿no parece más oriental que occidental? Algunos estudiosos han sugerido que si se cambiasen los nombres, el «Buda vivo» podría decir con propiedad lo que el Evangelio de Tomás atribuye al Jesús vivo. ¿Pudo la tradición hindú o budista influir en el gnosticismo?
Edward Conze, el estudioso británico del budismo, sugiere que sí. Señala que «los budistas estuvieron en contacto con los cristianos de Tomás (es decir, los cristianos que conocían y utilizaban escritos como el Evangelio de Tomás) en el sur de la India».[24] Las rutas comerciales entre el mundo grecorromano y el Lejano Oriente se estaban abriendo en la época en que florecía el gnosticismo (80-200 d. C.); durante generaciones los misioneros budistas habían estado haciendo labor de proselitismo en Alejandría. Observamos también que Hipólito, que era un cristiano de Roma (h. 225) que hablaba griego, sabe de los brahmanes indios e incluye la tradición de los mismos entre las fuentes de la herejía:
Hay… entre los indios una herejía de aquéllos que filosofan entre los brahmanes, los cuales viven una vida autosuficiente, absteniéndose de (comer) criaturas vivas y cualquier clase de alimentos cocinados… Dicen que Dios es luz, no como la luz que uno ve, tampoco como el sol o el fuego, sino que para ellos Dios es discurso, no aquél que encuentra expresión en sonidos articulados, sino aquel del conocimiento (gnosis) a través del cual los misterios secretos de la naturaleza son percibidos por los sabios.[25]
¿Cabe encontrar en el título de Evangelio de Tomás —llamad así por el discípulo que, según nos cuenta la tradición, se fue a la India— la influencia de la tradición india?
Estas insinuaciones indican la posibilidad de que así fuese, pero no disponemos de pruebas concluyentes. Dado que es posible que en épocas distintas surjan tradiciones paralelas en culturas diferentes, puede que tales ideas se desarrollaran de forma independiente en ambos lugares.[26] Lo que denominamos religiones orientales y occidentales, y tendemos a considerar como corrientes separadas, no estaban claramente diferenciadas hace 2000 años. La investigación de los textos de Nag Hammadi no ha hecho más que empezar: esperamos con interés los trabajos de los eruditos que puedan hacer un estudio comparativo de estas tradiciones para descubrir si es posible encontrar fuentes indias de las mismas.
Aun así, ideas que asociamos con las religiones orientales surgieron en el siglo I a través del movimiento gnóstico en Occidente, pero fueron suprimidas y condenadas por polemistas como Ireneo. Sin embargo, aquéllos que calificaron el gnosticismo de herejía adoptaban, consciente o inconscientemente, el punto de vista de aquel grupo de cristianos que se autodenominaban ortodoxos. Un hereje puede ser cualquier persona cuyo punto de vista no guste a otra o que otra persona denuncie. Según la tradición, un hereje es quien se desvía de la fe verdadera. Pero ¿qué define a la «fe verdadera»? ¿Quién la llama así y por qué motivos?
Este problema nos resulta familiar por experiencia propia. El término «cristianismo», especialmente desde la Reforma, ha amparado a una asombrosa gama de grupos. Aquéllos que, en el siglo XX, afirman representar al «verdadero cristianismo», pueden ir de un cardenal católico del Vaticano a un metodista africano pasando por un predicador episcopal que inicie un revival en Detroit, pasando por un misionero mormón en Tailandia o el miembro de una iglesia pueblerina en la costa de Grecia. Sin embargo, católicos, protestantes y ortodoxos están de acuerdo en que semejante diversidad es un fenómeno reciente… y deplorable. Según la leyenda cristiana, la iglesia primitiva era diferente. Los cristianos de todas las denominaciones vuelven la vista hacia la iglesia primitiva para encontrar una forma más sencilla, más pura de la fe cristiana. En tiempos de los apóstoles todos los miembros de la comunidad cristiana compartían su dinero y sus bienes; todos creían en las mismas enseñanzas y adoraban juntos; todos respetaban la autoridad de los apóstoles. No fue hasta después de aquella edad de oro que aparecieron los conflictos y luego la herejía: así lo dice el autor de los Hechos de los Apóstoles, que se identifica a sí mismo como el primer historiador del cristianismo.
Pero los descubrimientos de Nag Hammadi han alterado este panorama. Si admitimos que algunos de estos cincuenta y dos textos representan formas primitivas de las enseñanzas cristianas, puede que tengamos que reconocer que el cristianismo primitivo es mucho más diverso de lo que se creía antes de que se llevasen a cabo los citados descubrimientos.[27]
Aunque nos parezca diverso y complejo, es posible que, en realidad, el cristianismo contemporáneo muestre una unanimidad mayor que la de las iglesias cristianas de los siglos I y II. Porque casi todos los cristianos desde aquella época, católicos, protestantes u ortodoxos, han compartido tres premisas básicas: 1) aceptan el canon del Nuevo Testamento; 2) confiesan el credo apostólico; y 3) afirman formas específicas de institución eclesiástica. Pero cada uno de estos elementos —el canon de las Escrituras, el credo y la estructura institucional— surgió en su forma actual sólo hacia las postrimerías del siglo II. Anteriormente, como atestiguan Ireneo y otros, circulaban numerosos evangelios entre varios grupos cristianos, evangelios que iban de los del Nuevo Testamento —Mateo, Marcos, Lucas y Juan— a escritos tales como el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe y el Evangelio de la verdad, así como otras muchas enseñanzas secretas, mitos y poemas atribuidos a Jesús o a sus discípulos. Al parecer, algunos de éstos fueron descubiertos en Nag Hammadi; muchos otros se han perdido. Aquéllos que se calificaban a sí mismos de cristianos creían y practicaban cosas muy diversas y radicalmente distintas. Y las comunidades esparcidas por todo el mundo conocido se organizaban de maneras muy distintas entre un grupo y otro.
No obstante, para el año 200 d. C. la situación había cambiado. El cristianismo se había convertido en una institución encabezada por una jerarquía de tres rangos —obispos, sacerdotes[28] y diáconos— que entendían su cometido propio como el de guardianes de la única «fe verdadera». La mayoría de las iglesias, entre las cuales la de Roma desempeñaba un papel principal, rechazaba, tachándolos de herejías, todos los otros puntos de vista. Deplorando la diversidad del movimiento primitivo, el obispo Ireneo y sus seguidores insistían en que sólo podía haber una iglesia, fuera de la cual, según declaró Ireneo, «no hay salvación».[29] Solamente los miembros de esta iglesia son cristianos ortodoxos (literalmente: «de pensamiento recto»). Y, también según Ireneo, esta iglesia tenía que ser católica, es decir, universal. Quienquiera que desafiase ese consenso, abogando en su lugar por otras formas de enseñanzas cristianas, era calificado de hereje y expulsado. Cuando los ortodoxos obtuvieron apoyo militar, tras la conversión al cristianismo del emperador Constantino en el siglo IV, el castigo de la herejía se hizo más severo.
Los esfuerzos que hizo la mayoría por destruir todo vestigio de «blasfemia» herética tuvieron tanto éxito que, hasta los descubrimientos de Nag Hammadi, casi toda nuestra información sobre formas alternativas de cristianismo primitivo procedía de los tremendos ataques que contra ellas lanzaban los ortodoxos. Aunque el gnosticismo es tal vez la primera de estas herejías —y la más amenazadora—, los eruditos conocían únicamente un puñado de textos gnósticos originales, ninguno de los cuales se había publicado antes del siglo XIX. El primero apareció en 1769, cuando un turista escocés llamado James Bruce compró un manuscrito copto cerca de Tebas (la moderna Luxor) en el Alto Egipto.[30] Dicho manuscrito, que no fue publicado hasta 1892, dice ser la crónica de conversaciones entre Jesús y sus discípulos, grupo que en este caso incluye tanto hombres como mujeres. En 1773 un coleccionista encontró, en una librería de Londres, un texto antiguo, también en copto, que contenía un diálogo sobre «misterios» entre Jesús y sus discípulos.[31] En 1896 un egiptólogo alemán, alertado por las publicaciones anteriores, compró en El Cairo un manuscrito que, con gran sorpresa por su parte, contenía el Evangelio de María (Magdalena) y otros tres textos. Tres ejemplares de uno de ellos, el Apocrifón de Juan se hallaban incluidos también entre los escritos descubiertos en Nag Hammadi cincuenta años más tarde.[32]
Pero ¿por qué hasta ahora no se empieza a conocer por primera vez este asombroso descubrimiento hecho en Nag Hammadi? ¿Por qué no tuvimos noticias del mismo hace unos veinticinco años, como sí las tuvimos del descubrimiento de los pergaminos del Mar Muerto? El profesor Hans Jonas, eminente autoridad en el tema del gnosticismo, escribió lo siguiente en 1962:
A diferencia de los hallazgos del Mar Muerto en aquellos mismos años, el descubrimiento gnóstico de Nag Hammadi se ha visto acosado, desde el principio hasta nuestros días, por una persistente maldición de bloqueos políticos, litigios y, sobre todo, celos académicos y deseos de “ser el primero” (elemento este último que se ha convertido ya en una auténtica chronique scandaleuse de los medios académicos contemporáneos).[33]
El acceso a los textos fue suprimido deliberadamente no sólo en la antigüedad sino, por razones muy distintas, en los más de treinta años transcurridos desde el descubrimiento.[34] En primer lugar, los lugareños del Alto Egipto y los anticuarios que trataban de enriquecerse con los manuscritos los escondieron para evitar su confiscación por parte de las autoridades gubernamentales. El valor de lo encontrado se hizo evidente cuando en 1947, el egiptólogo francés Jean Doresse vio el primero de los manuscritos recuperados en el Museo Copto de El Cairo. Cuando el director del museo, Togo Mina, le pidió que lo examinara, Doresse identificó el manuscrito y anunció que aquel descubrimiento haría época en la historia de los orígenes del cristianismo. Contagiado por su entusiasmo, Mina le pidió que examinara otro manuscrito, que estaba en poder de Albert Eid, un anticuario belga de El Cairo. Después de la entrevista Mina fue a ver a Eid para decirle que jamás permitiría que el manuscrito saliera de Egipto y que debía venderse, por un precio nominal, al museo.
Pero la mayor parte de lo encontrado seguía escondido. Bahij ‘Ali, un proscrito tuerto de al-Qasr, se había apoderado de muchos de los códices de Nag Hammadi y se fue a El Cairo para venderlos. Un anticuario llamado Phocion Tano se los compró todos y después se desplazó a Nag Hammadi para ver si podía encontrar más. Mientras Doresse trabajaba en El Cairo durante las incursiones aéreas y los bombardeos de 1948, con el propósito de publicar el manuscrito del códice III, el ministro de Educación inició negociaciones con Taño para comprarle su colección con destino al museo. Con el fin de impedir la intromisión del gobierno, Taño se apresuró a decir que los códices pertenecían a un tercero: una coleccionista italiana que se llamaba Dattari y vivía en El Cairo. Pero, el 10 de junio de 1949, la señorita Dattari se inquietó al leer la siguiente noticia en el periódico en lengua francesa que se editaba en El Cairo:
Está en marcha la adquisición de estos preciosos documentos por el gobierno egipcio. Según los especialistas consultados, se trata de uno de los descubrimientos más extraordinarios conservado hasta nuestros días por el suelo egipcio, superando en interés científico a descubrimientos tan espectaculares como el de la tumba de Tutankhamen.[35]
Cuando el gobierno nacionalizó la colección en 1952, sus funcionarios reclamaron los códices, que estaban guardados en una maleta precintada. No pagaron nada a la señorita Dattari, aunque ella pedía alrededor de 100 000 libras esterlinas. La señorita Dattari puso pleito al gobierno egipcio, con lo cual sólo consiguió retrasar la investigación durante tres años, puesto que obtuvo un mandato judicial prohibiéndola. La señorita Dattari perdió el pleito.
Sin embargo, el gobierno no confiscó la parte del códice I en poder de Eid. En 1949 Albert Eid, preocupado por la intervención del gobierno, voló de El Cairo a América. Incluyendo el manuscrito en una colección abundante de artículos de exportación, hizo que lo sacaran de Egipto. Lo ofreció en venta por cifras tan elevadas como 22 000 dólares, pero, en vista de que un posible comprador se negó a pagar tanto, y temiendo que el gobierno egipcio viera la venta con malos ojos, regresó desilusionado a Bélgica y guardó el manuscrito en una caja fuerte, protegido por un santo y seña secreto.
El gobierno egipcio acusó a Eid de sacar antigüedades ilegalmente, pero el belga ya había fallecido cuando finalmente fue declarado culpable. El tribunal impuso una multa de 6000 libras esterlinas a sus herederos. Mientras tanto la viuda de Eid entabló negociaciones secretas para vender el códice; incluso es posible que negociara al mismo tiempo con postores distintos. El profesor Gilíes Quispel, que instó a la Fundación Jung de Zurich a adquirirlo, dice que, al hacer las gestiones pertinentes en tal sentido, ignoraba que la exportación y la venta del manuscrito fuesen ilegales. Quispel disfruta contando la dramática historia de su hazaña:
El día 10 de mayo de 1952 un profesor de Utrecht tomó el tren para Bruselas. Sin embargo, como era un despistado, se apeó del tren en Tilburg creyendo que estaba en Roosendaal, por lo que se le escapó el tren que debía llevarle a la capital. Pero cuando por fin se acercó al lugar donde estaba citado, un café de Bruselas, con dos horas de retraso, vio que el intermediario, un hombre de Saint-Idesbald, cerca de Coxye, en la costa belga, seguía esperándole junto al ventanal del café y amablemente le hacía señas para que se acercase. El profesor metió la mano en el bolsillo y entregó al intermediario un cheque por valor de 35 000 francos suizos. A cambio del mismo, el hombre entregó al profesor unos 50 papiros. ¿Cómo se las arregla uno para pasarlos por la frontera sin complicaciones? Uno no puede esconder fácilmente un paquete tan voluminoso. Por consiguiente, uno tiene que seguir siendo honrado y cuando el aduanero le pregunta: «¿Qué lleva usted en ese paquete?», uno se limita a decirle la verdad: «Un manuscrito antiguo». Y el aduanero hace un gesto de indiferencia total y deja que uno pase. Así es como se compró el Códice Jung.[36]
Una vez quedó establecido quién era el propietario de los manuscritos en 1952 —doce códices y medio en el Museo Copto de El Cairo y la mayor parte del decimotercero en una caja fuerte de Zurich— los textos se convirtieron, durante los veinte años siguientes, en el foco de intensas rivalidades personales entre el grupo de estudiosos internacionales que competían entre sí para tener acceso a ellos.
El doctor Pahor Labib, que en 1952 se hizo cargo de la dirección del Museo Copto, decidió mantener un control riguroso sobre los derechos de publicación. Publicar la primera edición definitiva de cualquiera de aquellos textos originales y extraordinarios —y mucho más de toda la colección— proporcionaría reputación internacional al estudioso que la llevase a cabo. Los pocos que recibieron del doctor Labib permiso para examinar los manuscritos defendieron sus intereses negándose a que cualquier otra persona los viera. En 1961 el director general de la UNESCO, informado del descubrimiento por eruditos franceses, pidió que se publicase todo lo encontrado y propuso que se formara un comité internacional para dar los pasos necesarios.[37] El arqueólogo escandinavo Torgny Säve-Söderberg escribió a la UNESCO, en nombre propio y de otros eruditos, solicitando la intervención de dicho organismo y pidiéndole que preparase una edición completa de fotografías de todos los manuscritos con el fin de poner el descubrimiento a disposición de los numerosos estudiosos de todo el mundo que ardían en deseos de verlos.
Diez años después, en 1972, apareció por fin el primer volumen de la edición fotográfica. Siguieron otros nueve volúmenes entre 1972 y 1977, con lo que la totalidad de los trece códices pasó a ser del dominio público. Dado que llevar a cabo un proyecto técnico de tal envergadura en Egipto entrañaba muchas demoras, el profesor James Robinson, director del Instituto para la Antigüedad y el Cristianismo y único miembro americano del comité de la UNESCO, había organizado un equipo internacional para que copiara y tradujera la mayor parte del material. Robinson y su equipo hicieron que dicho material circulase privadamente entre los estudiosos de todo el mundo, con lo cual lograron que en el proyecto interviniese mucha gente y, por ende, pusieron fin al monopolio que hasta entonces había controlado el descubrimiento.
La primera noticia sobre los descubrimientos de Nag Hammadi la tuve en 1965, cuando me matriculé en el programa para graduados de la Universidad de Harvard con el propósito de estudiar la historia del cristianismo. Quedé fascinada al oír hablar de los hallazgos y en 1968 tuve una gran alegría cuando el profesor George MacRae de Harvard recibió las transcripciones en mimeografo del equipo de Robinson. Debido a que todavía no habían aparecido publicaciones oficiales, cada página llevaba estampada la siguiente advertencia: «Este material va destinado exclusivamente a su estudio privado por individuos autorizados. Ni el texto ni la traducción pueden reproducirse o publicarse de ninguna forma, en su totalidad o en parte». MacRae y su colega el profesor Helmut Koester alentaron a sus alumnos a aprender copto con el fin de iniciar la investigación del extraordinario hallazgo. Convencida de que el descubrimiento revolucionaría la interpretación tradicional de los orígenes del cristianismo, como tema de mi tesis en Harvard y Oxford escogí la polémica entre el cristianismo gnóstico y el ortodoxo. Tras obtener mi doctorado en Harvard, en 1970, y aceptar un puesto de profesora en el Barnard College de la Universidad de Columbia, me puse a trabajar de manera casi exclusiva en el gnosticismo cristiano primitivo. Después de publicar dos libros técnicos sobre el resultado de mis investigaciones,[38] en 1975 obtuve subvenciones (del American Council of Learned Societies y de la American Philosophical Society) para estudiar los manuscritos en el Museo de El Cairo y asistir a la I Conferencia Internacional de Estudios Coptos en la misma ciudad. En ella, al igual que otros estudiosos, me inicié en el Museo Copto y quedé asombrada al ver que la biblioteca que aloja los manuscritos consistía solamente en una habitación pequeña de dicho museo. Cada día, mientras los niños jugaban en la biblioteca y las mujeres de la limpieza fregaban el suelo a mi alrededor, yo trabajaba en la transcripción de los papiros. Sólo había visto fotografías en blanco y negro, por lo que los originales me parecieron sorprendentemente bellos: cada uno iba montado en plexiglás, inscrito con tinta negra sobre hojas color marrón dorado. En la I Conferencia Internacional, que se celebró en El Cairo durante mi estancia allí, presenté un trabajo sobre uno de los manuscritos (el Diálogo del Salvador),[39] e incluso conocí a uno de los intermediarios de al-Qasr que vendió ilegalmente los textos en El Cairo.
Después de ingresar en el equipo de eruditos, participé en la preparación de la primera edición completa en inglés, que en 1977 fue publicada en los Estados Unidos por Harper and Row. Sólo con esa publicación y con la terminación de la edición fotográfica, prevista para 1980, hemos vencido por fin los obstáculos que impedían el conocimiento de los manuscritos por parte del público y que fueron causados por lo que el profesor Gérard Garitte de Lovaina llamó «rivalidades personales y… pretensiones de monopolizar documentos que pertenecen solamente a la ciencia, es decir, a todos».[40]
SIN EMBARGO, CUANDO ME ENTERÉ del descubrimiento el gnosticismo ya era objeto de numerosas investigaciones. Los primeros que investigaron a los gnósticos fueron sus contemporáneos ortodoxos. Tratando de demostrar que el gnosticismo era en esencia no cristiano, encontraron sus orígenes en la filosofía, la astrología, las religiones misteriosas y la magia griegas e incluso en fuentes indias. A menudo pusieron de relieve —satirizándolos— los elementos raros que aparecen en algunas formas de mitología gnóstica. Tertuliano se burló de los gnósticos por crear cosmologías complicadas, con cielos de varios pisos como los bloques de viviendas, «con una habitación sobre otra y destinada a cada dios por medio de tantas escaleras como herejías había: ¡El universo ha sido convertido en habitaciones para alquilar!».[41] A finales del siglo XIX, cuando se descubrieron las pocas fuentes gnósticas originales citadas anteriormente, el hallazgo inspire nuevas investigaciones entre los estudiosos. El gran historiador alemán Adolf von Harnack, que basó sus investigaciones principalmente en los padres de la iglesia, consideró el gnosticismo como una herejía cristiana. En 1894 Harnack escribió que los gnósticos, al interpretar la doctrina cristiana en términos de la filosofía griega, en cierto sentido se convirtieron en los «primeros teólogos cristianos».[42] Pero, según Harnack, al hacerlo deformaron el mensaje cristiano y propagaron formas falsas, híbridas, de las enseñanzas cristianas: lo que él denominó la «aguda helenización del cristianismo».[43] El erudito británico Arthur Darby Nock se mostró de acuerdo: el gnosticismo, según dijo, era una especie de «platonismo vuelto al estado silvestre».[44]
Otros historiadores de la religión pusieron objeciones, diciendo que, lejos de ser una herejía cristiana, en sus orígenes el gnosticismo era un movimiento religioso independiente. A principios del siglo XX, el estudioso del Nuevo Testamento Wilhelm Bousset, que siguió la pista del gnosticismo hasta fuentes antiguas de Persia y Babilonia, declaró que «el gnosticismo es ante todo un movimiento precristiano que tenía raíces en sí mismo. Por consiguiente, hay que entenderlo… en sus propios términos y no como un vástago o subproducto de la religión cristiana».[45] En esto estuvo de acuerdo el filólogo Richard Reitzenstein; pero éste arguyó, además, que el gnosticismo derivaba de la antigua religión iraniana y se hallaba bajo la influencia de las tradiciones zoroastrianas.[46] Otros, entre los que se incluía el profesor M. Friedländer, mantenían que el origen del gnosticismo estaba en el judaísmo: los herejes a los que atacaron los rabinos en los siglos I y II eran, según Friedländer, gnósticos judíos.[47]
En 1934, más de diez años antes de los descubrimientos de Nag Hammadi, aparecieron dos libros importantes. El profesor Hans Jonas, apartándose de la cuestión de las fuentes históricas del gnosticismo, preguntó de dónde surgió existencialmente. Jonas sugirió que el gnosticismo nació de cierta «actitud ante la existencia». Señaló que la apatía política y el estancamiento cultural del imperio de Oriente durante los dos primeros siglos de esta era coincidieron con la entrada de la religión oriental en la cultura helenística. Según el análisis de Jonas, mucha gente de aquella época se sentía profundamente alienada del mundo en que vivía y anhelaba una salvación milagrosa como medio de escapar del encierro de la existencia política y social. Utilizando con gran percepción las escasas fuentes de que disponía, Jonas reconstruyó una visión gnóstica del mundo: una filosofía del pesimismo acerca del mundo combinado con un intento de autotrascendencia.[48] Una versión no técnica de su libro, traducida al inglés, sigue siendo, incluso hoy día, la introducción clásica a este tema.[49] En un epílogo añadido a la segunda edición del libro, Jonas trazó un paralelo entre el gnosticismo y el existencialismo del siglo XX, reconociendo su deuda para con los filósofos existencialistas, especialmente Heidegger, al formarse su interpretación de «la religión gnóstica».[50]
Otro erudito, Walter Bauer, publicó una visión muy distinta del gnosticismo en 1934. Bauer reconoció que el movimiento cristiano primitivo era mucho más diverso de lo que las fuentes ortodoxas querían indicar. Así pues, escribió Bauer:
quizás —repito, quizás— ciertas manifestaciones de la vida cristiana que los autores de la iglesia repudian por considerarlas «herejías» en principio no eran tal cosa, sino que, al menos aquí y allá, eran las únicas formas de la nueva religión; es decir, para aquellas regiones eran sencillamente «cristianismo». Existe también la posibilidad de que sus seguidores… mirasen con odio y desprecio a los ortodoxos, que para ellos eran los falsos creyentes.[51]
Los críticos de Bauer, especialmente los eruditos británicos H. E. W. Turner[52] y C. H. Roberts,[53] lo han criticado por simplificar excesivamente la situación y por no tomar en cuenta los datos que no encajasen con su teoría. Ciertamente la sugerencia de Bauer en el sentido de que, en determinados grupos cristianos, los que más tarde serían llamados «herejes» formaban la mayoría va más allá incluso que las afirmaciones de los propios gnósticos: típicamente, se caracterizaban a sí mismos como «los pocos» en relación con «los muchos» (hoi polloi). Pero Bauer, al igual que Jonas, aportó nuevas formas de pensar en el gnosticismo.
Tal como previera Doresse, los descubrimientos de Nag Hammadi en 1945 iniciaron toda una nueva época de la investigación. La primera tarea, y también la más importante, consistía en preservar, editar y publicar los textos encontrados. Un equipo internacional de eruditos, en el que estaban incluidos los profesores A. Guillaumont y H.-Ch. Puech de Francia, G. Quispel de los Países Bajos, W. Till de Alemania e Y. ‘Abd al Masih de Egipto, colaboró en la publicación del Evangelio de Tomás en 1959.[54] Muchos de ellos trabajaron con los profesores M. Malinine de Francia, R. Kasser de Alemania, J. Zandee de los Países Bajos y R. McL. Wilson de Escocia en la edición de los textos del códice I. El profesor James M. Robinson, secretario del Comité Internacional para los Códices de Nag Hammadi, organizó un equipo de estudiosos de Europa, Canadá y los Estados Unidos para preparar la edición facsímil de fotografías,[55] así como una edición erudita y completa de todo lo hallado, en copto y en inglés. Robinson envió copias de los manuscritos y las traducciones a colegas de Berlín. Allí, miembros del Berliner Arbeitskreis für koptisch-gnostiche Schriften (Grupo de Trabajo Berlinés para los Textos Copto-Gnósticos), círculo que incluye a estudiosos tan eminentes como los profesores H. M. Schenke, K. M. Fischer y K. W. Troger, y que colabora con otros, incluyendo a E. Haenchen, W. Schmithals y K. Rudolf, ha preparado ediciones de los textos en copto y alemán, amén de numerosos comentarios, libros y artículos.
¿Qué podía decimos acerca del gnosticismo esta abundancia de materia] nuevo? La abundancia de los textos —y su diversidad— hizo que la generalización resultara difícil y el consenso aún más. Conscientes de ello, actualmente la mayoría de los estudiosos coincide en que lo que denominamos «gnosticismo» era un movimiento extendido que obtenía sus fuentes de varias tradiciones. En unos cuantos de los textos se describen los cielos múltiples, cada uno de los cuales tiene su santo y seña mágico, que los padres de la iglesia que habían criticado el gnosticismo indujeron a los estudiosos a esperar; pero, sorprendentemente, otros muchos textos no contienen nada de esta índole. Gran parte de la literatura encontrada en Nag Hammadi es claramente cristiana; algunos textos, no obstante, muestran escasa o ninguna influencia cristiana; unos pocos se derivan principalmente de fuentes paganas (y puede que no tengan nada de «gnósticos»); otros utilizan extensamente las tradiciones judías. Por este motivo, el estudioso alemán C. Colpe ha expresado dudas en tomo a la búsqueda de los «orígenes del gnosticismo»[56] por parte de los historiadores. Colpe insiste en que este método conduce a un retroceso potencialmente infinito de «orígenes» aún más remotos sin aportar mucho a nuestra comprensión de qué es realmente el gnosticismo.
Recientemente varios eruditos han buscado el impulso para el desarrollo del gnosticismo no en sus orígenes culturales, sino en acontecimientos o experiencias concretos. El profesor R. M. Grant ha sugerido que el gnosticismo apareció como reacción ante la destrucción de las opiniones religiosas tradicionales —judías y cristianas— después de que los romanos arrasaran Jerusalén en 70 d. C.[57] Quispel propuso que el gnosticismo tuvo su origen en una «experiencia del yo» potencialmente universal proyectada hacia la mitología religiosa.[58] Jonas ha ofrecido un esquema tipológico que describe el gnosticismo como una clase específica de visión filosófica del mundo.[59] El erudito británico E. R. Dodds caracterizó el gnosticismo como un movimiento cuyos escritos procedían de la experiencia mística.[60] Gershom Scholem, el eminente profesor de misticismo judío en la Universidad Hebrea de Jerusalén, está de acuerdo con Dodds en que el gnosticismo entraña especulaciones y prácticas místicas. Señalando corrientes esotéricas en círculos rabínicos contemporáneos del desarrollo del gnosticismo, Scholem las denomina formas de «gnosticismo judío».[61]
Hoy día a los que investigan los textos de Nag Hammadi les preocupa menos la construcción de teorías exhaustivas que el análisis detallado de las fuentes desenterradas en Nag Hammadi. Hay varios tipos diferentes de investigación, cada uno de los cuales se ocupa principalmente de aquellos grupos concretos de textos que resulten apropiados para los propósitos de la investigación. Uno de los tipos, que se ocupa de la relación entre el gnosticismo y la filosofía helenística, dirige principalmente la atención hacia aquellos textos de Nag Hammadi que ejemplifican la citada relación. Entre los que contribuyen a este aspecto de la investigación cabe citar, por ejemplo (además de a Hans Jonas), a los eruditos británicos A. D. Nock[62] y A. H. Armstrong,[63] así como a estudiosos americanos como los profesores Bentley Layton[64] de la Universidad de Yale y Harold Attridge de la Southern Methodist University.[65] Por otro lado, el profesor Morton Smith de la Universidad de Columbia, cuyas investigaciones actuales se ocupan de la historia de la magia, estudia las fuentes que dan señales de prácticas mágicas.[66]
Una segunda corriente de investigación estudia los textos gnósticos desde el punto de vista literario y de la crítica formal. Gran parte de este trabajo lo iniciaron J. M. Robinson y H. Koester en su libro Trajectories Through Early Christianity[67] Otros han explorado la riqueza de simbolismo de los textos gnósticos. El estudioso francés M. Tardieu, por ejemplo, ha analizado los mitos gnósticos;[68] el profesor L. Schottroff ha investigado las crónicas gnósticas de las fuerzas del mal.[69] Asimismo, muchos de sus colegas americanos han contribuido al análisis literario de las fuentes gnósticas. El profesor P. Perkins ha investigado tanto el género[70] como las imágenes;[71] el profesor George MacRae ha contribuido a nuestra comprensión de las metáforas,[72] mitos[73] y formas literarias[74] gnósticos; MacRae y otros, incluyendo a Quispel y al profesor B. A. Pearson, han demostrado cómo ciertos mitos gnósticos se inspiraron en tradiciones del judaísmo.[75]
Una tercera dirección investigadora (que a menudo coincide con la segunda) explora la relación del gnosticismo con el ambiente religioso de su época. Mientras Scholem, MacRae, Quispel y Pearson (por citar sólo unos cuantos) han demostrado que algunas fuentes gnósticas se refieren extensamente a la tradición judía, otros buscan la respuesta a la siguiente pregunta: ¿Qué nos dicen los textos gnósticos sobre los orígenes del cristianismo? Entre los numerosos eruditos que han participado en esta investigación, además de los citados anteriormente, se cuentan los profesores R. M. Grant y E. Yamauchi en los Estados Unidos; R. McL. Wilson en Escocia; G. C. Stead y H. Chadwick en Inglaterra; W. C. van Unnik en los Países Bajos; H.-Ch. Puech y el doctor S. Petrement en Francia; A. Orbe en España; S. Arai en Japón; J. Ménard y F. Wisse en Canadá; y, en Alemania, además de los miembros del Berliner Arbeitskreis, A. Bohlig y el doctor K. Koschorke. Como mis propias investigaciones entran en esta categoría (es decir, gnosticismo y cristianismo primitivo), he seleccionado principalmente las fuentes gnósticas cristianas como base para el presente libro. Más que considerar la cuestión de los orígenes del gnosticismo, en este libro pretendo demostrar de qué manera las formas gnósticas del cristianismo y la ortodoxia se influyen mutuamente y lo que esto nos dice acerca de los orígenes del cristianismo.
Dada la gran abundancia de investigaciones que se están realizando en este campo, mi libro será necesariamente breve e incompleto. Quienes deseen seguir la investigación detalladamente hallarán una ayuda valiosísima en Nag Hammadi Bibliography, publicado por el profesor D. M. Scholer.[76] La bibliografía de Scholer, que se mantiene al día por medio de suplementos que se publican regularmente en la revista Novum Testamentum, incluye actualmente casi 4000 libros, ediciones, artículos y reseñas publicadas en los últimos treinta años sobre la investigación de los textos de Nag Hammadi.
A pesar de ello, incluso los cincuenta y dos escritos encontrados en Nag Hammadi ofrecen solamente un atisbo de la complejidad del primitivo movimiento cristiano. Ahora empezamos a ver que lo que denominamos cristianismo —y lo que identificamos como tradición cristiana— en realidad representa sólo una pequeña selección de fuentes específicas, elegidas entre docenas de otras fuentes. ¿Quién hizo la selección y por qué motivo? ¿Por qué se excluyeron los demás escritos y por qué fueron prohibidos por «heréticos»? ¿Qué era lo que los hacía tan peligrosos? Ahora, por primera vez, tenemos la oportunidad de averiguar cosas sobre la más antigua de las herejías cristianas; por primera vez los herejes pueden hablar por sí mismos.
No hay duda de que los cristianos gnósticos expresaban ideas que los ortodoxos aborrecían. Por ejemplo, algunos de estos textos gnósticos se preguntan si todos los sufrimientos, trabajos y la muerte se derivan de los pecados humanos, los cuales, según la versión ortodoxa, estropearon una creación que en principio era perfecta. Otros hablan del elemento femenino en lo divino, alabando a Dios como Padre y Madre. Otros sugieren que la resurrección de Cristo debe interpretarse simbólicamente y no en sentido literal. Unos cuantos textos radicales incluso denuncian como herejes a los propios cristianos católicos, unos herejes que, aunque «no entienden el misterio… se jactan de que el misterio de la verdad les pertenece exclusivamente».[77] Estas ideas gnósticas fascinaron al psicoanalista C. G. Jung, según el cual expresaban «la otra cara de la mente»: los pensamientos espontáneos, inconscientes que toda ortodoxia exige que sus seguidores repriman.
Sin embargo, la ortodoxia cristiana, tal como la define el credo apostólico, contiene algunas ideas que para muchos de nosotros podrían resultar aún más extrañas. El credo, por ejemplo, exige que los cristianos confiesen que Dios es perfectamente bueno y, pese a ello, que creó un mundo en el que hay dolor, injusticia y muerte; que Jesús de Nazaret nació de una madre virgen; y que, después de ser ejecutado por orden del procurador romano Poncio Pilato, surgió de su tumba «al tercer día».
¿Por qué el consenso de las iglesias cristianas no sólo aceptó estas creencias asombrosas sino que las convirtió en la única forma verdadera de la doctrina cristiana? Tradicionalmente los historiadores nos han dicho que los ortodoxos se oponían a los puntos de vista gnósticos por razones religiosas y filosóficas. Desde luego así era; pero la investigación de las fuentes gnósticas descubiertas recientemente apunta hacia una nueva dimensión de la controversia. Sugiere que estos debates religiosos —cuestiones sobre la naturaleza de Dios o de Cristo— llevan simultáneamente implicaciones sociales y políticas que son cruciales para el desarrollo del cristianismo como religión institucional. Por decirlo del modo más sencillo posible, a las ideas cuyas implicaciones son contrarias a dicho desarrollo se les coloca la etiqueta de «herejías»; mientras que las ideas que lo apoyan implícitamente se consideran como «ortodoxas».
Investigando los textos descubiertos en Nag Hammadi, junto con fuentes conocidas durante más de mil años gracias a la tradición ortodoxa, podemos ver cómo la política y la religión coinciden en el desarrollo del cristianismo. Podemos ver, por ejemplo, las implicaciones políticas de doctrinas ortodoxas tales como la resurrección de los cuerpos y de qué manera la visión gnóstica de la resurrección lleva implicaciones opuestas a ellas. Y mientras tanto obtendremos una perspectiva sorprendentemente nueva de los orígenes del cristianismo.