Son los vencedores los que escriben la historia… a su manera. No es de extrañar, pues, que el punto de vista de la mayoría triunfadora haya dominado todas las crónicas tradicionales del origen del cristianismo. Los cristianos eclesiásticos primero definieron los términos (llamándose a sí mismos «ortodoxos» y dando a sus oponentes el nombre de «herejes»); luego procedieron a demostrar —cuando menos para su propia satisfacción— que su triunfo era históricamente inevitable o, en términos religiosos, «guiado por el Espíritu Santo».
Pero los descubrimientos hechos en Nag Hammadi replantean cuestiones fundamentales. Sugieren que el cristianismo podía haberse desarrollado en direcciones muy distintas; o que el cristianismo tal como lo conocemos podía no haber sobrevivido en absoluto. De haber seguido siendo multiforme, cabe la posibilidad de que el cristianismo hubiese desaparecido de la historia, junto con docenas de cultos religiosos que rivalizaron con él en la antigüedad. Creo que la supervivencia de la tradición cristiana se la debemos a la estructura organizativa y teológica creada por la iglesia naciente. Cualquier persona que se sienta tan poderosamente atraída hacia el cristianismo como yo considerará este hecho como un logro importante. No debe extrañamos, pues, que las ideas religiosas encerradas en el credo (desde «creo en un Dios», que es «Padre Todopoderoso», encarnación, muerte y resurrección corporal de Cristo «en el tercer día» hasta la fe en la «santa iglesia católica y apostólica») coincidan con cuestiones sociales y políticas en la formación del cristianismo ortodoxo.
Además, dado que los historiadores tienden a ser intelectuales, tampoco ha de sorprendernos que la mayoría de ellos haya interpretado la controversia entre cristianos ortodoxos y gnósticos atendiendo a la «historia de las ideas», ya que las ideas, a las que se supone origen esencial de la acción humana, luchaban (seguramente en algún tipo de estado incorpóreo) en pos de la supremacía. Así, Tertuliano, hombre inteligentísimo y aficionado al pensamiento abstracto, se quejó de que «herejes y filósofos» se ocuparan de las mismas cuestiones. Las «cuestiones que convierten a la gente en herejes»[634] son, dice Tertuliano, las siguientes: ¿De dónde y cómo viene la humanidad? ¿De dónde y por qué viene el mal? Tertuliano insiste (al menos antes de su propia ruptura violenta con la iglesia) en que la iglesia católica prevalecía porque brindaba respuestas «más ciertas» a estas cuestiones.
Sin embargo, la mayoría de los cristianos, gnósticos y ortodoxos, al igual que la gente religiosa de todas las tradiciones, se ocupaba de las ideas principalmente como expresiones o símbolos de la experiencia religiosa. Esta experiencia sigue siendo la fuente y la zona de pruebas de todas las ideas religiosas (ya que, por poner un ejemplo, es probable que un hombre y una mujer experimenten de forma distinta la idea de que Dios es masculino). Así pues, el gnosticismo y la ortodoxia expresaron clases muy distintas de experiencia humana; sospecho que atraían a tipos diferentes de personas.
Porque cuando los cristianos gnósticos inquirían acerca del origen del mal no interpretaban el término, como hacemos nosotros, refiriéndose principalmente al mal moral. La palabra griega kakia (al igual que el vocablo inglés «ill-ness») originalmente significaba «lo que es malo»: lo que uno desea evitar, por ejemplo, el dolor físico, la enfermedad, el sufrimiento, el infortunio, toda clase de males. Cuando los seguidores de Valentín preguntaban por la fuente de la kakia, se referían especialmente a males de índole emocional: miedo, confusión, congoja. Según el Evangelio de la verdad, el proceso de autodescubrimiento empieza cuando una persona experimenta «la angustia y el terror»[635] de la condición humana, como si se hubiera extraviado en la niebla o su sueño se viese turbado por pesadillas aterradoras. Como hemos visto, el mito del origen de la humanidad según Valentín describe la anticipación de la muerte y la destrucción como la experiencia que pone en marcha la búsqueda del gnóstico. «Dicen que toda materialidad se formó partiendo de tres experiencias [o: sufrimiento]: terror, dolor y confusión» [aporta: literalmente: «carencia de camino», «no saber adónde ir»].[636]
Dado que estas experiencias, especialmente el temor a la muerte y la disolución, están localizadas, en primer lugar, en el cuerpo, el gnóstico tendía a desconfiar del cuerpo, considerándolo el saboteador que inevitablemente le hacía sufrir. Tampoco se fiaba el gnóstico de las fuerzas ciegas que prevalecen en el universo; después de todo, éstas son las fuerzas que constituyen el cuerpo. ¿Qué puede traer liberación? Los gnósticos estaban convencidos de que la única manera de salir del sufrimiento consistía en hacerse cargo del lugar y el destino de la humanidad en el universo. Convencido de que las únicas respuestas se encontraban dentro, el gnóstico emprendía un viaje interior e intensamente privado.
Quienquiera que llegue a experimentar su propia naturaleza —la naturaleza humana— como la «fuente de todas las cosas», la realidad primaria, recibirá iluminación. Haciéndose cargo del Ser esencial, de lo divino que hay dentro, el gnóstico se reía de gozo al verse liberado de los constreñimientos externos para celebrar su identificación con el ser divino: «El evangelio de la verdad es una alegría para aquéllos que han recibido del Padre de la verdad la gracia de conocerle… Porque él los descubrió en sí mismo y ellos le descubrieron a él en sí mismos, el incomprensible, el inconcebible, el Padre, el perfecto, el que hizo todas las cosas».[637] Durante tal proceso los gnósticos celebraban —sus oponentes decían que exageraban excesivamente— la grandeza de la naturaleza humana. La humanidad misma, en su ser primordial, fue revelada como el «Dios sobre todo». El filósofo Plotino, que estaba de acuerdo con su maestro, Platón, en que el universo había sido creado por la divinidad y que las inteligencias no humanas, incluyendo las estrellas, comparten un alma inmortal,[638] criticó a los gnósticos por «pensar muy bien de sí mismos y muy mal del universo».[639]
Aunque el gnosticismo, como ha dicho el gran estudioso británico Arthur Darby Nock, «no entraña ningún retroceso respecto de la sociedad, sino el deseo de concentrarse en el bienestar interior»,[640] el gnóstico seguía una senda esencialmente solitaria. Según el Evangelio de Tomás, Jesús alaba esta soledad: «Bienaventurados seáis los solitarios y los elegidos, porque vosotros encontraréis el Reino. Porque vosotros sois de allí y allí regresaréis».[641]
Esta soledad procede de la insistencia de los gnósticos en la primacía de la experiencia inmediata. Nadie más puede decirle a otro qué camino debe coger, qué debe hacer, cómo ha de actuar. El gnóstico no podía aceptar como acto de fe lo que decían otros, salvo como medida provisional, hasta que uno encontrara su propio camino, «porque», como dice el maestro gnóstico Heracleón, «al principio la gente es inducida a creer en el Salvador a través de los demás», pero cuando madura «deja de apoyarse en el mero testimonio humano» y en lugar de ello descubre su propia relación inmediata con «la verdad misma».[642] Quienquiera que siga un testimonio de segunda mano —incluso el testimonio de los apóstoles y las Escrituras— podría ganarse la regañina que dedicó Jesús a los apóstoles cuando éstos le citaron los profetas: «Habéis ignorado al que vive en vuestra presencia y habéis hablado (solamente) de los muertos».[643] Sólo basándose en la experiencia inmediata podría crear uno los poemas, crónicas de visiones, mitos e himnos que los gnósticos atesoraban como prueba de que uno ha alcanzado realmente la gnosis.
Comparado con ése, todos los demás logros se desmoronan. Si «los muchos» —la gente tío iluminada— creyeran que encontrarían satisfacción en la vida de familia, las relaciones sexuales, los negocios, la política, la ocupación ordinaria o el ocio, el gnóstico rechazaba esta creencia por considerarla una ilusión. Algunos radicales rechazaban todas las transacciones en las que interviniera la sexualidad o el dinero: afirmaban que quienquiera que rechace el comercio sexual y el becerro de oro «demuestra [que] es [de] la generación del [Hijo del Hombre]».[644] Otros, al igual que los valentinianos, se casaban, educaban a sus hijos, trabajaban en ocupaciones corrientes, pero, al igual que los budistas devotos, consideraban todas estas cosas como secundarias al lado del sendero interior y solitario de la gnosis.
El cristianismo ortodoxo, por el contrario, expresaba una clase diferente de experiencia. Los cristianos ortodoxos se ocupaban —mucho más que los gnósticos— de sus relaciones con otras personas. Si los gnósticos insistían en que la experiencia del mal vivida originalmente por la humanidad entrañaba la aflicción emocional interna, los ortodoxos disentían. Recordando la historia de Adán y Eva, explicaban que la humanidad descubrió el mal en la violación humana del orden natural, que era esencialmente «bueno». Los ortodoxos interpretaban el mal (kakia) principalmente en términos de violencia contra los demás (dando de esta manera la connotación moral de la palabra). Revisaron el código mosaico, que prohíbe la violación física de los demás —el asesinato, el robo, el adulterio— atendiendo a la prohibición incluso de la violencia mental y emocional —la ira, la lujuria, el odio— por parte de Jesús.
Mostrándose de acuerdo en que el sufrimiento humano se deriva de la flaqueza humana, los cristianos ortodoxos afirmaban el orden natural. Las llanuras de la tierra, sus desiertos, mares, montañas, estrellas y árboles forman un hogar apropiado pan la humanidad. Como parte de esa creación «buena», los ortodoxos reconocían los procesos de la biología humana: tendían a confiar y afirmar la sexualidad (al menos en el matrimonio), la procreación y el desarrollo humano. Los cristianos ortodoxos no veían en Cristo al que conduce las almas fuera de este mundo para llevarlas a la iluminación, sino que veían en él la «plenitud de Dios» que había bajado para introducirse en la experiencia humana —en la experiencia corporal— con el fin de sacralizarla. Ireneo declara que Cristo
no despreció ni rehuyó ninguna condición de la humanidad, ni apartó de sí la ley que había dictado para la raza humana, sino que santificó todas las edades… Por consiguiente, pasa por todas las edades, convirtiéndose en criatura para las criaturas, santificando así a las criaturas; en niño para los niños, santificando así a aquéllos que tienen esta edad… en joven para los jóvenes… y… porque fue un anciano para los ancianos… santificando al mismo tiempo a los viejos… luego, finalmente, llegó a la muerte misma.[645]
Para que su teoría fuese consecuente, Ireneo revisó la tradición según la cual Jesús murió a los treinta años y pico: para evitar que la vejez no se viera privada de la santificación a través de Cristo, Ireneo argumentó que Jesús tenía más de cincuenta años al morir.[646]
Pero no es solamente la historia de Cristo la que convierte en sagrada la vida corriente. Poco a poco la iglesia ortodoxa creó rituales destinados a sancionar los principales acontecimientos de la existencia biológica: compartir los alimentos, en la eucaristía; la sexualidad, en el matrimonio; el nacimiento, en el bautismo; la enfermedad, en la unción; y la muerte, en los entierros. Para el creyente ortodoxo, todos los actos sociales celebrados de esta manera, en las comunidades, en la familia y en la vida social, comportaban responsabilidades éticas importantes. El creyente oía a los líderes de la iglesia advirtiéndole constantemente que no incurriese en pecado en los asuntos más prácticos de la vida: estafar en los negocios, engañar a1 cónyuge, tiranizar a los hijos o a los esclavos, ignorar a los pobres. Incluso sus críticos paganos advertían que los cristianos apelaban a los desamparados aliviando dos de sus principales angustias: los cristianos proporcionaban alimentos a los pobres y enterraban a los muertos.
Mientras que el gnóstico se veía a sí mismo como «uno de mil, dos de diez mil»,[647] el ortodoxo se consideraba a sí mismo como miembro de la familia humana y como miembro de una iglesia universal. Según el profesor Helmut Koester, «la prueba de la ortodoxia consiste en si es capaz de edificar una iglesia más que un club, una escuela o una secta, o simplemente una serie de individuos religiosos y preocupados».[648] Orígenes, el más brillante de los teólogos del siglo III, aunque sobre él recayeron sospechas de herejía, expresó el punto de vista ortodoxo al declarar que Dios no habría ofrecido un camino de salvación que sólo fuese accesible para una élite intelectual o espiritual. Según él, lo que enseña la iglesia tiene que ser sencillo, unánime y accesible para todos. Ireneo declara que
del mismo modo que el sol, esa criatura de Dios, es el mismo en todo el mundo, también la predicación de la verdad resplandece en todas partes e ilumina a toda la gente que esté dispuesta… Tampoco ninguno de los gobernantes de las iglesias, por muy dotado que esté en cuestiones de elocuencia, enseña doctrinas distintas de éstas.[649]
Ireneo alentó a su comunidad a gozar de la seguridad que daba la creencia de que su fe descansaba sobre la autoridad absoluta: las Escrituras aprobadas canónicamente, el credo, el ritual eclesiástico y la jerarquía clerical.
Si nos remontamos a las fuentes de la tradición cristiana más antiguas de cuantas conocemos —las palabras de Jesús (aunque los estudiosos no están de acuerdo sobre cuáles de estas palabras son auténticas)—, podremos ver cómo tanto la forma de cristianismo gnóstica como la ortodoxa pudieron surgir como interpretaciones distintas de las enseñanzas y significación de Cristo. Los que se sienten atraídos por la soledad observarían que incluso el evangelio de Lucas, en el Nuevo Testamento, incluye la afirmación de Jesús en el sentido de que quienquiera que «no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío».[650] Exigió a los que le seguían que renunciasen a todo —familia, hogar, hijos, trabajo, riqueza— para unirse a él. Y él mismo, como prototipo, era un hombre sin hogar que rechazó a su propia familia, evitó el matrimonio y la vida de familia, un vagabundo misterioso que insistía en la verdad a toda costa, incluso a costa de la propia vida. Marcos relata que Jesús ocultó sus enseñanzas a las masas y las confió exclusivamente al puñado de discípulos a los que consideraba dignos de recibirlas.[651]
No obstante, los evangelios del Nuevo Testamento ofrecen también crónicas que se prestan a una interpretación muy diferente. Jesús bendijo el matrimonio y lo declaró inviolable;[652] daba la bienvenida a los niños que lo rodeaban;[653] respondía con compasión a las formas más comunes del sufrimiento humano,[654] tales como la fiebre, la ceguera, la parálisis y la enfermedad mental, y lloró[655] al darse cuenta de que su pueblo le había rechazado. William Blake, observando estos retratos distintos de Jesús que aparecen en el Nuevo Testamento, tomó partido por el que los gnósticos preferían en lugar de «la visión de Cristo que ven todos los hombres»;
La visión de Cristo que tú ves
es la enemiga más encarnizada de mi visión…
la tuya es la amiga de toda la Humanidad,
la mía habla en parábolas a los ciegos:
La tuya ama al mismo mundo que la mía odia,
las puertas de tu Ciclo son las puertas de mi Infierno…
Ambos leemos la Biblia día y noche
mas tú lees negro donde yo leo blanco…
Viendo a este Falso Cristo, con furia y pasión
hice que mi Voz se oyera en toda la Nación.[656]
Nietzsche, que detestaba lo que él conocía como cristianismo, a pesar de ello escribió: «Hubo solamente un cristiano, y murió en la cruz».[657] Dostoyevski, en Los hermanos Karamazov, atribuye a Iván una visión de Cristo rechazado por la iglesia, el Cristo que «deseaba el amor libre del hombre, para que te siguiera libremente»,[658] eligiendo la verdad de la conciencia propia en lugar del bienestar material, la aprobación social y la certeza religiosa. Al igual que el autor del Segundo tratado del gran Set, Iván denunció a la iglesia ortodoxa por apartar a la gente de «la verdad de su libertad».[659]
Vemos, pues, cómo, durante la formación del cristianismo, surgieron conflictos entre, por un lado, aquella gente inquieta, inquisitiva, que señalaba una senda solitaria de autodescubrimiento y, por otro, el marco institucional que daba a la gran mayoría de la gente una sanción religiosa y una dirección ética en sus vidas cotidianas. Adaptando a sus propios fines el modelo de la organización política y militar de los romanos, y granjeándose el apoyo imperial en el siglo IV, el cristianismo ortodoxo se hizo cada vez más estable y duradero. El cristianismo gnóstico no pudo con la fe ortodoxa, ni en lo que se refiere al amplio atractivo popular de la ortodoxia, lo que Nock denominó su «correspondencia perfecta por inconsciente a las necesidades y aspiraciones de la humanidad corriente»,[660] ni en lo que respecta a su organización efectiva. Ambas cosas han asegurado su supervivencia a través de los tiempos. Pero el proceso de instauración de la ortodoxia excluyó todas las demás opciones. El gnosticismo, que ofrecía alternativas a lo que se convertiría en el empuje principal de la ortodoxia cristiana, fue suprimido, con lo cual la tradición cristiana resultó empobrecida.
Las preocupaciones de los cristianos gnósticos sobrevivieron únicamente como una corriente suprimida, igual que un río subterráneo. Estas corrientes salieron nuevamente a la superficie durante la Edad Media, bajo formas distintas de herejía; luego, con la Reforma, la tradición cristiana volvió a tomar formas nuevas y diversas. Místicos como Jacob Boehme, que fue acusado de herejía, y visionarios radicales como George Fox, los cuales muy probablemente desconocían la tradición gnóstica, a pesar de ello expresaron interpretaciones análogas de la experiencia religiosa. Pero la gran mayoría de los movimientos que surgieron de la Reforma —bautista, pentecostal, metodista, episcopaliano, congregacionalista, presbiteriano, cuáquero— se mantuvieron dentro del marco básico de la ortodoxia establecido en el siglo II. Todos ellos consideraban los escritos del Nuevo Testamento como únicas fuentes autorizadas; la mayoría aceptaba el credo ortodoxo y retenía los sacramentos cristianos, incluso en los casos en que alteraban su forma y su interpretación.
Ahora que los descubrimientos de Nag Hammadi nos dan una nueva perspectiva sobre este proceso, podemos entender por qué ciertas personas creativas, en el transcurso de los siglos, de Valentín y Heracleón a Blake, Rembrandt, Dostoyevski, Tolstoi y Nietzsche, se encontraron al borde de la ortodoxia. Todas ellas se sentían fascinadas por la figura de Cristo, su nacimiento, vida, enseñanzas, muerte y resurrección: todas volvían constantemente a los símbolos cristianos para expresar su propia experiencia. Y, pese a ello, se rebelaban contra las instituciones ortodoxas. Hoy día su experiencia la comparte un número de personas cada vez mayor. No les es posible apoyarse únicamente en la autoridad de las Escrituras, los apóstoles, la iglesia, al menos no sin inquirir cómo se constituyó esa autoridad y qué es lo que le da legitimidad. Vuelven a plantearse las viejas cuestiones, las que fueron objeto de grandes debates en los primeros tiempos del cristianismo: ¿Cómo hay que entender la resurrección? ¿Qué hay de la participación femenina en los cargos sacerdotales y episcopales? ¿Quién era Cristo y cómo se relaciona con el creyente? ¿Qué similitudes hay entre el cristianismo y las otras religiones del mundo?
El hecho de que haya dedicado tanto espacio a comentar el gnosticismo no significa, como pudiera suponer el lector poco atento, que abogo por la vuelta al mismo y mucho menos que «tome partido por él» en contra del cristianismo ortodoxo. Desde luego, como historiadora, los descubrimientos de Nag Hammadi me parecen interesantísimos, ya que las pruebas que aportan abren una perspectiva nueva para la comprensión de lo que más me fascina: la historia del cristianismo. Pero la tarea del historiador, tal como yo la concibo, no consiste en abogar por ningún bando, sino en examinar las pruebas: en este caso, tratar de descubrir el origen del cristianismo. Además, como persona preocupada por cuestiones religiosas, creo que redescubrir las controversias de los primeros tiempos del cristianismo agudiza nuestra conciencia del principal asunto que se dirime en el debate, tanto entonces como ahora: ¿Cuál es la fuente de la autoridad religiosa? Para el cristiano la cuestión cobra una forma más concreta: ¿Qué relación existe entre la autoridad de la propia experiencia y la que se reivindica para las Escrituras, el ritual y el clero?
Cuando Muhammad ‘Alí rompió en pedazos aquella jarra llena de papiros, en la montaña cercana a Nag Hammadi, y se llevó un chasco al ver que dentro no había oro, no podía imaginarse las implicaciones de su hallazgo accidental. De haber sido descubiertos 1000 años antes, es casi seguro que los textos gnósticos hubiesen sido quemados por su herejía. Pero permanecieron ocultos hasta el siglo XX, cuando nuestra propia experiencia cultural nos ha dado una perspectiva nueva sobre las cuestiones que dichos textos plantean. Hoy los leemos con ojos diferentes, no sólo como «locura y blasfemia», sino como los experimentaron los cristianos de los primeros siglos: una alternativa poderosa a lo que conocemos como tradición cristiana ortodoxa. Sólo ahora empezamos a considerar las cuestiones que nos plantean.