Capítulo 5
 ¿DE QUIÉN ES LA «IGLESIA VERDADERA»? 

Durante cerca de 2000 años la tradición cristiana ha preservado y venerado los escritos ortodoxos que denuncian a los gnósticos, al mismo tiempo que suprimía —y virtualmente destruía— los escritos de los mismos. Ahora, por primera vez, ciertos textos descubiertos en Nag Hammadi revelan la otra cara de la moneda: cómo los gnósticos denunciaban a los ortodoxos.[459] El Segundo tratado del gran Set entabla una polémica contra el cristianismo ortodoxo, contrastándolo con la «iglesia verdadera» de los gnósticos. Hablando en nombre de aquéllos a quienes llama «los hijos de la luz», el autor dice: «éramos odiados y perseguidos, no sólo por aquéllos que son ignorantes [paganos], sino también por aquéllos que creen estar promoviendo el nombre de Cristo, toda vez que estaban vacíos sin saberlo, no sabiendo quiénes son, igual que animales estúpidos».[460] El Salvador explica que tales personas hacían una imitación de la iglesia verdadera, «habiendo proclamado una doctrina de un hombre muerto y mentiras, con el fin de parecerse a la libertad y pureza de la iglesia perfecta (ekklesia)».[461] Acusa a semejante enseñanza de reconciliar a sus adherentes con el temor y la esclavitud, alentándolos a someterse a los representantes terrenales del creador del mundo, el cual, en su «gloria vacía», declara: «Yo soy Dios y no hay ningún otro aparte de mí».[462] Estas personas persiguen a aquéllas que han alcanzado la liberación a través de la gnosis, intentando apartarlas de «la verdad de su libertad».[463]

Como ya vimos, el Apocalipsis de Pedro describe a los cristianos católicos diciendo que son aquéllos que han caído «en un nombre erróneo y en manos de un hombre perverso y astuto, con una enseñanza en multiplicidad de formas»,[464] dejándose gobernar heréticamente. Porque, añade el autor: «blasfeman la verdad y proclaman malas enseñanzas. Y dirán cosas malas los unos contra los otros… muchos otros… que se oponen a la verdad y son los mensajeros del error… alzan su error… contra estos pensamientos puros míos…».[465] El autor toma cada una de las características de la iglesia católica como prueba de que se trata solamente de una iglesia de imitación, una falsificación, una «cofradía» que imita a la verdadera hermandad cristiana. Tales cristianos, inmersos en su ciega arrogancia, pretenden poseer la legitimidad exclusiva: «Algunos que no entienden el misterio hablan de cosas que no comprenden, pero se jactan de que el misterio de la verdad les pertenece a ellos solos».[466] Su obediencia a obispos y diáconos indica que «se doblegan ante el juicio de los líderes».[467] Oprimen a sus hermanos y calumnian a los que alcanzan la gnosis.

El Testimonio de la verdad ataca a los cristianos clericales por ser aquéllos que dicen «somos cristianos» pero «que [no saben quién] es Cristo».[468] Sin embargo, el mismo autor ataca seguidamente a otros gnósticos también, incluyendo a los seguidores de Valentín, Basílides y Simón, tachándolos de hermanos que todavía son inmaduros. Otro de los textos de Nag Hammadi, la Enseñanza autorizada, pretende demoler toda enseñanza, especialmente la ortodoxa, que el autor considera no autorizada. Al igual que Ireneo —aunque diametralmente opuesto a él—, de «aquéllos que contienden con nosotros, siendo adversarios»[469] dice que son «tratantes de cuerpos»,[470] insensatos, ignorantes, peores que paganos, porque no tienen excusa por su error.

Probablemente, el encarnizamiento de estos ataques contra la «iglesia de imitación» indica una fase avanzada de la controversia. En el año 200 las líneas de batalla ya estaban trazadas: tanto los cristianos ortodoxos como los gnósticos afirmaban representar a la iglesia verdadera y se acusaban mutuamente de ser intrusos, hermanos falsos e hipócritas.

¿Cómo podía un creyente distinguir a los cristianos verdaderos de los falsos? Los cristianos ortodoxos y los gnósticos ofrecían respuestas distintas a esta pregunta, ya que cada uno de los dos grupos trataba de definir a la iglesia excluyendo al otro. Los cristianos gnósticos, que decían representar sólo a «los pocos», señalaban criterios cualitativos. Protestando contra la mayoría, insistían en que el bautismo no bastaba para hacer un cristiano: según el Evangelio de Felipe, mucha gente «se sumerge en el agua y vuelve a salir sin haber recibido nada»[471] y, pese a ello, decía ser cristiana. Tampoco la profesión de la fe, ni siquiera el martirio, cuenta como prueba: «cualquiera puede hacer estas cosas». Por encima de todo, rehusaban identificar a la iglesia con la comunidad real y visible que, según ellos, a menudo solamente la imitaba. En vez de ello, citando un dicho de Jesús («Por sus frutos los conoceréis»), exigían pruebas de madurez espiritual para demostrar que una persona pertenecía a la iglesia verdadera.

Pero, a finales del siglo II, los cristianos ortodoxos ya habían empezado a fijar criterios objetivos para ser miembro de la iglesia. Quienquiera que confesara el credo, aceptara el ritual del bautismo, participase en el culto y obedeciera al clero era aceptado como cristiano. Los obispos, que buscaban la unificación en una sola grey de las diversas iglesias esparcidas por el mundo, eliminaron los criterios cualitativos para pertenecer a la iglesia. Valorar a cada candidato según su madurez espiritual, percepción o santidad personal, como hacían los gnósticos, requeriría una administración mucho más compleja. Además, tendería a excluir a muchos que tenían gran necesidad de lo que la iglesia podía dar. Para ser verdaderamente católica, es decir, universal, la iglesia rechazó todas las formas de elitismo y trató de colocar al mayor número posible de personas bajo su manto. Durante el proceso sus líderes crearon un marco claro y sencillo, consistente en doctrina, ritual y estructura política, que ha demostrado ser un sistema de organización asombrosamente eficaz.

Así, el ortodoxo Ignacio, obispo de Antioquía, define a la iglesia en términos del obispo, que es quien representa a ese sistema: «Que nadie haga nada relativo a la iglesia sin el obispo. Considérese válida la eucaristía celebrada por el obispo, o por la persona a quien él designe… Dondequiera que el obispo ofrezca [la eucaristía], que esté allí presente la congregación, del mismo modo que la iglesia católica está dondequiera que esté Jesucristo».[472] Para que a ningún «hereje» se le ocurra decir que Cristo puede estar presente incluso cuando el obispo se halla ausente, Ignacio deja bien claro que: «No es legítimo ni bautizar ni celebrar un agape [banquete de culto] sin el obispo… Unirse al obispo es unirse a la iglesia; separarse del obispo es separarse no sólo de la iglesia, sino del propio Dios».[473] Aparte de la jerarquía de la iglesia, insiste Ignacio, «no hay nada que pueda denominarse iglesia».[474]

Ireneo, obispo de Lyon, está de acuerdo con Ignacio en que la única iglesia verdadera es la que «preserva la misma forma de constitución eclesiástica»: «La verdadera gnosis es la que consiste en la doctrina de los apóstoles, y la antigua constitución [systema] de la iglesia a lo largo y ancho de todo el mundo, y el carácter del cuerpo de Cristo según las sucesiones de obispos, por medio de lo cual han transmitido aquello que existe en todas partes».[475] Solamente este sistema, dice Ireneo, se apoya en la «columna y suelo» de aquellos escritos apostólicos a los que él atribuye autoridad absoluta: sobre todo, los evangelios del Nuevo Testamento. Todos los demás son falsos, poco dignos de confianza, no apostólicos y redactados probablemente por herejes. Sólo la iglesia católica brinda un «sistema de doctrina muy completo»,[476]* proclamando, como hemos visto, un Dios único, creador y padre de Cristo, que se encamó, sufrió, murió y resucitó corporalmente de entre los muertos. Fuera de esta iglesia no hay salvación: «ella es la entrada a la vida; todas las demás son ladronas y salteadoras».[477] En su calidad de portavoz de la iglesia de Dios, Ireneo insiste en que aquéllos a quienes califica de herejes se mantengan apartados de la iglesia. Todos aquéllos que rechacen su versión de la verdad cristiana son «personas falsas, seductores perversos e hipócritas» que «hablan a la multitud acerca de los que están en la iglesia, a los que llaman católicos o eclesiásticos».[478] Ireneo dice que anhela «convertirlos a la iglesia de Dios»,[479] toda vez que los considera apóstatas, peores que paganos.

Los cristianos gnósticos, por el contrario, afirman que lo que distingue a la iglesia falsa de la verdadera no es su relación con el clero, sino el nivel de comprensión de sus miembros y la calidad de la relación de unos con otros. El Apocalipsis de Pedro declara que «aquéllos que son de la vida… habiendo sido iluminados»,[480] discriminan por cuenta propia entre lo que es verdadero y lo que es falso. Perteneciendo al «resto… llamado al conocimiento [gnosis]»,[481] ni tratan de dominar a los otros ni se someten a los obispos y diáconos, esos «canales sin agua». En lugar de ello, participan en «la sabiduría de la hermandad que existe realmente… la compañía espiritual con aquellos unidos en la comunión».[482]

El Segundo tratado del gran Set declara, de modo parecido, que lo que caracteriza a la iglesia verdadera es la unión con Dios y mutua de que gozan sus miembros, «unidos en la amistad de los amigos para siempre, que no conocen hostilidad alguna, ni maldad, sino que están unidos por mi gnosis… (en) la amistad de unos con otros».[483] Suya es la intimidad del matrimonio, una «boda espiritual», dado que viven «en paternidad y maternidad y hermandad racional y sabiduría»[484] como aquéllos que se aman mutuamente como «espíritus compañeros».[485]

Semejantes visiones etéreas de la «iglesia celestial» contrastan fuertemente con el retrato realista de la iglesia que ofrecen las fuentes ortodoxas. ¿Por qué los autores gnósticos abandonan la concreción y describen a la iglesia de manera fantástica e imaginativa? Algunos eruditos dicen que ello demuestra que entendían pocas cosas acerca de las relaciones sociales y que aún les importaban menos. Cari Andresen, en su reciente y extenso estudio de la iglesia cristiana primitiva, los llama «solipsistas religiosos» que se interesaban únicamente por su propio desarrollo espiritual como individuos, mostrándose indiferentes ante las responsabilidades de la iglesia con la comunidad.[486] Pero las fuentes citadas anteriormente indican que estos gnósticos definían a la iglesia precisamente atendiendo a la calidad de las interrelaciones entre sus miembros.

Los escritores ortodoxos describían a la iglesia de manera concreta porque aceptaban el statu quo; es decir, afirmaban que la comunidad real de los congregados para el culto era «la iglesia». Los cristianos gnósticos disentían de ello. Enfrentándose con aquellos miembros de las iglesias a los que consideraban ignorantes, arrogantes o egoístas, se negaban a aceptar que toda la comunidad de creyentes constituyera sin más «la iglesia». Discrepando de la mayoría en tomo a cuestiones como el valor del martirio, por ejemplo, pretendían discriminar entre la masa de los creyentes y aquéllos que verdaderamente tenían la gnosis, entre la iglesia que ellos consideraban de imitación o falsificada y la iglesia verdadera.

Considérese, por ejemplo, cómo unas disputas concretas con otros cristianos empujaron incluso a Hipólito y a Tertuliano, aquellos dos fervorosos enemigos de la herejía, a redefinir su concepto de la iglesia. Hipólito compartía la opinión de su maestro Ireneo en el sentido de que la iglesia era la única portadora de la verdad. Al igual que Ireneo, Hipólito definía dicha verdad como aquello que la sucesión apostólica garantizaba basándose en el canon y en la doctrina de la iglesia. Mas cuando un diácono llamado Calixto fue elegido obispo de Roma, Hipólito protestó vehementemente. Hizo pública una historia escandalosa que difamaba la integridad de Calixto:

Calixto era un esclavo de Carpóforo, un cristiano empleado en el palacio imperial. Siendo Calixto de la fe, Carpóforo le confió una cantidad nada insignificante de dinero y le dijo que sacara beneficios de la banca. Cogió el dinero y montó un negocio en el barrio llamado del Mercado del Pescado. Al pasar el tiempo no pocos depósitos le fueron confiados por viudas y hermanos… Calixto, sin embargo, estafó a todos ellos y tuvo dificultades financieras.[487]

Al enterarse de ello, Carpóforo exigió una explicación, pero, dice Hipólito, Calixto se fugó: «encontrando en el puerto un bajel que se aprestaba para zarpar, subió a bordo con la intención de ir adonde el bajel le llevase».[488] Cuando su amo le persiguió hasta la nave, Calixto comprendió que estaba atrapado y, preso de desesperación, saltó por la borda. Rescatado contra su voluntad por los marineros, mientras la multitud jaleaba desde tierra, Calixto fue entregado a Carpóforo, devuelto a Roma y encarcelado. Al parecer, Hipólito trataba de explicar de qué manera Calixto había llegado a ser torturado y encarcelado, ya que muchos lo veneraban como mártir; Hipólito mantenía que, en vez de mártir, era un delincuente. También ponía objeciones a los puntos de vista de Calixto sobre la Trinidad y le parecía escandalosamente «laxa» la política de Calixto consistente en extender el perdón de los pecados a las transgresiones sexuales. Y denunció a Calixto, el ex esclavo, por permitir a los creyentes regularizar las uniones con sus propios esclavos reconociéndolas como matrimonios válidos.

Pero Hipólito se encontraba en minoría. La mayoría de los cristianos de Roma respetaba a Calixto como maestro y mártir, aprobaba su política y le eligió obispo. Ahora que Calixto se hallaba a la cabeza de la iglesia romana, Hipólito decidió separarse de ella. Al hacerlo volvió contra el obispo las mismas técnicas polémicas que Ireneo le enseñara a utilizar contra los gnósticos. Del mismo modo que Ireneo señalaba ciertos grupos de cristianos tachándolos de heréticos y dándoles el nombre de sus maestros («valentinianos», «simonianos», etc.), también Hipólito acusó a Calixto de enseñar herejías y dio a sus seguidores el nombre de «los calixtianos», como si fueran una secta separada de «la iglesia», a la cual el propio Hipólito decía representar.

¿Cómo podía Hipólito justificar su pretensión de representar a la iglesia cuando él y sus escasos seguidores estaban atacando a la gran mayoría de los cristianos de Roma y su obispo? Hipólito explicaba que la mayoría de los «que se decían cristianos» era incapaz de vivir de acuerdo con las normas de la iglesia verdadera, que consistía en «la comunidad de los que viven en santidad». Al igual que sus oponentes gnósticos, habiéndose negado a identificar a la iglesia a través de su jerarquía oficial, la caracterizaba atendiendo a las cualidades espirituales de sus miembros.

Tertuliano presentó un caso aún más dramático. Mientras se identificó a sí mismo como «cristiano católico», Tertuliano definió a la iglesia como lo hiciera Ireneo. Escribiendo su Objeción contra los herejes, Tertuliano proclamó que sólo su iglesia ostentaba el gobierno apostólico de la fe, veneraba el canon de las Escrituras y portaba, a través de su jerarquía eclesiástica, la sanción de la sucesión apostólica. Al igual que Ireneo, Tertuliano acusaba a los herejes de violar cada uno de estos límites. Se quejó de que sencillamente se negaban a aceptar y a creer, como hacían otros, en el imperio de la fe: en vez de ello, desafiaban a los demás a plantear cuestiones teológicas, cuando ellos mismos no pretendían tener respuesta alguna, «estando dispuestos a decir, y sinceramente, de ciertos puntos de su creencia, “Esto no es así” y “Esto lo tomo en un sentido diferente” y “Eso no lo admito”».[489] Tertuliano advierte que semejantes interrogaciones conducen a la herejía: «Esta regla… fue enseñada por Cristo y entre nosotros no plantea más cuestiones que aquéllas que introducen los herejes y que convierten a los hombres en herejes».[490] También acusaba a los herejes de no limitarse a las escrituras del Nuevo Testamento: o bien añadían otros escritos o ponían en entredicho la interpretación ortodoxa de textos clave.[491] Asimismo, como ya vimos antes, condena a los herejes por ser «un campo de rebeldes» que rehusaba someterse a la autoridad del obispo. Abogando por un orden estricto de obediencia y sumisión, concluye diciendo que «la evidencia de la disciplina más estricta que existe entre nosotros es una prueba más de la verdad».[492]

Así habla Tertuliano el católico. Pero en las postrimerías de su vida, cuando su propio e intenso fervor le empujó a romper con la comunidad ortodoxa, la rechazó y la tachó de ser la iglesia de meros cristianos «psíquicos». En su lugar, ingresó en el movimiento montañista, cuyos partidarios denominaban la «nueva profecía», diciendo que estaban inspirados por el Espíritu Santo. Por aquel entonces Tertuliano empezó a distinguir claramente entre la iglesia empírica y otra visión de la iglesia, una visión espiritual. Ya no identificaba a la iglesia atendiendo a su organización eclesiástica, sino que la identificaba con el espíritu que santificaba a sus miembros individuales. Desprecia a la comunidad católica por ser «la iglesia de un número de obispos»: «Porque la iglesia misma, propia y principalmente, es espíritu, en el cual hay la trinidad de una divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo… La iglesia se congrega allí donde el Señor dispone; es una iglesia espiritual para el pueblo espiritual; ¡no es la iglesia de un grupo de obispos!».[493]

¿Qué impelía a los disidentes del cristianismo católico a mantener o crear semejantes descripciones visionarias de la iglesia? ¿Estaban sus visiones «en el aire» porque les interesaba la especulación teórica? Al contrario, sus motivos eran a veces tradicionales y polémicos, pero a veces también eran políticos. Estaban convencidos de que la «iglesia visible» —la red real de comunidades católicas— estaba equivocada desde el principio o se había estropeado más adelante. La iglesia verdadera, por contra, era «invisible»: sólo sus miembros percibían quién pertenecía a ella y quién no. Los disidentes se proponían que su idea de una iglesia invisible se opusiera a las pretensiones de los que decían representar a la iglesia universal. Martín Lutero hizo lo mismo 1300 años después. Cuando su devoción por la iglesia católica se transformó en críticas y luego en rechazamiento, empezó a insistir, junto con otros reformadores protestantes, en que la iglesia verdadera era «invisible», es decir, no idéntica al catolicismo.

El autor gnóstico del Testimonio de la verdad hubiese estado de acuerdo con Lutero y hubiera ido mucho más lejos. Rechaza, por considerarlas falaces, todas las características del cristianismo clerical. La obediencia a la jerarquía exige que los creyentes se sometan a «guías ciegos» cuya autoridad procede del creador malévolo. El conformismo con el imperio de la fe trata de limitar a todos los cristianos a una ideología inferior: «Dicen: “[Aunque] un [ángel] baje del cielo y os predique más allá de lo que nosotros os predicamos, ¡maldito sea!”».[494] La fe en los sacramentos demuestra una manera de pensar ingenua y mágica: los cristianos católicos practican el bautismo como rito de iniciación que les garantiza «una esperanza de salvación»,[495] creyendo que sólo aquéllos que reciben el bautismo van «encaminados hacia la vida».[496]

Contra semejantes «mentiras» el gnóstico declara que «éste, por consiguiente, es el testimonio verdadero: cuando el hombre se conozca a sí mismo, y a Dios que está por encima de la verdad, se salvará».[497] Sólo aquéllos que se dan cuenta de que han estado viviendo en la ignorancia y que aprenden a liberarse a sí mismos descubriendo quiénes son experimentan la iluminación como una nueva vida, como «la resurrección». Los ritos físicos como el bautismo dejan de ser pertinentes, porque «el bautismo de la verdad es otra cosa; es renunciando [al] mundo que se encuentra».

Contra aquéllos que pretendían tener acceso exclusivo a la verdad, aquéllos que seguían la ley y la autoridad, y que expresaban su fe por medio de un ritual, este autor expone su propia visión: «Quienquiera que sea capaz de renunciar a ellos [al dinero y al comercio sexual] demuestra [que] es [de] la generación del [Hijo del Hombre], y que tiene poder para acusar[los]».[498] Al igual que Hipólito y Tertuliano, pero más radical que ambos, este maestro alaba la abstinencia sexual y la renuncia a la riqueza como pruebas del verdadero cristiano.

La Enseñanza autorizada, otro texto descubierto en Nag Hammadi, también ataca de forma vehemente al cristianismo católico. El autor narra la historia del alma, que originalmente vino del cielo, de la «plenitud del ser»,[499] pero cuando «fue introducida en el cuerpo»[500] experimentó deseo sensual, pasiones, odio y envidia. Está claro que la alegoría se refiere a la lucha del alma individual contra las pasiones y el pecado; sin embargo, el lenguaje de la crónica hace pensar también en un punto de referencia más amplio y social. Relata la lucha de aquéllos que son espirituales, análogos al alma (con la que el autor se identifica), contra aquéllos que son esencialmente extraños a ella. El autor explica que algunos a los que llamaban «hermanos nuestros», que decían ser cristianos, en realidad eran intrusos. Aunque «la palabra les ha sido predicada»[501] y oyeron «la llamada»[502] y llevaron a cabo actos de adoración, éstos que se decían cristianos eran «peores que… los paganos»,[503] los cuales tenían una excusa para su ignorancia.

¿En qué se basa el gnóstico para acusar a estos creyentes? Primeramente, en que «no buscan a Dios».[504] El gnóstico interpreta el mensaje de Cristo no como el ofrecimiento de una serie de respuestas, sino como un estímulo para iniciar una búsqueda: «buscad e inquirid sobre los caminos que deberíais seguir, pues no hay nada más tan bueno como esto».[505] El alma racional anhela «ver con su mente y percibir a sus parientes e informarse sobre su raíz… con el fin de poder recibir lo que es suyo…».[506] ¿Cuál es el resultado? El autor declara que alcanza satisfacción: «el alma racional que se fatigó buscando… se informó sobre Dios. Trabajó inquiriendo, soportando dolor en su cuerpo, cansando sus pies tras los evangelistas, informándose acerca del Inescrutable… Vino a reposar en aquél que está en reposo. Se reclinó en la cámara nupcial. Comió del banquete que había anhelado… Encontró lo que había buscado».[507] Aquéllos que son gnósticos siguen su senda. Pero los cristianos no gnósticos «no buscan»: «éstos —los que son ignorantes— no buscan a Dios… no inquieren acerca de Dios… el hombre insensato oye la llamada, pero ignora el lugar al que ha sido llamado. Y no preguntó, durante la prédica, “¿Dónde está el templo en el que debería entrar para adorar?”».[508] Aquéllos que se limitan a creer las prédicas que oyen, sin hacer preguntas, y que aceptan el culto que se les coloca delante, no sólo permanecen ignorantes ellos mismos, sino que «si encuentran a otra persona que pregunta acerca de su salvación»,[509] actúan inmediatamente para censurarla y silenciarla.

En segundo lugar, estos «enemigos» afirman que ellos mismos son el «pastor» del alma: «No se dieron cuenta de que tiene un cuerpo invisible, espiritual; piensan: “No somos su pastor, que la alimenta”. Pero no se dieron cuenta de que ella conoce otro camino que a ellos se les oculta. Éste, su verdadero pastor, le enseñó en la gnosis».[510] Utilizando el término comúnmente empleado para significar obispo (poimen: «pastor»), el autor se refiere, al parecer, a miembros del clero: ellos no sabían que el cristiano gnóstico tenía acceso directo a Cristo, el verdadero pastor del alma, y no necesitaba que ellos lo guiaran. Tampoco se daban cuenta éstos que presumían de pastores de que la iglesia verdadera no era la visible (la comunidad que ellos presiden), sino que «tiene un cuerpo invisible, espiritual»,[511] es decir, que incluía solamente a aquéllos que eran espirituales. Solamente Cristo y ellos mismos sabían quiénes eran. Además, estos «intrusos» se permitían beber vino, tener actividad sexual y trabajar en asuntos corrientes, igual que los paganos. Para justificar su conducta, oprimían y calumniaban a aquéllos que habían alcanzado la gnosis y que practicaban la renuncia total. El gnóstico declara: «no nos interesan cuando nos [difaman]. Y no les hacemos caso cuando nos maldicen. Cuando nos arrojan la vergüenza a la cara los miramos y no hablamos. Porque ellos trabajan en sus asuntos, mas nosotros vamos de un lado a otro hambrientos y sedientos…».[512] Estos «enemigos», a mi modo de ver, seguían la clase de consejo que los líderes ortodoxos como Ireneo, Tertuliano e Hipólito prescribían para tratar con los herejes. En primer lugar, rehusaban poner en duda el imperio de la fe y de la doctrina común. Tertuliano advierte que tanto «los herejes como los filósofos» hacen las mismas preguntas e insta a los creyentes a rechazarlos a todos: «¡Fuera todos los intentos de producir un cristianismo donde se mezcle la composición estoica, platónica o dialéctica! ¡No queremos disputas curiosas después de poseer a Jesucristo, ni que se inquiera sobre el goce del evangelio! Con nuestra fe no deseamos otra creencia».[513] Se queja de que los herejes dan la bienvenida a todo el que se una a ellos, «pues no les importa que traten los temas de forma diferente» siempre y cuando se reúnan para aproximarse a «la ciudad de la verdad única».[514] Con todo, su metáfora indica que los gnósticos no eran relativistas ni escépticos. Al igual que los ortodoxos, buscaban la «verdad única». Pero los gnósticos tendían a considerar todas las doctrinas, especulaciones y mitos —tanto los suyos como los ajenos— solamente como aproximaciones a la verdad. Los ortodoxos, por el contrario, empezaban a identificar su propia doctrina como la verdad, la única forma legítima de fe cristiana. Tertuliano reconoce que los herejes afirmaban seguir el consejo de Jesús («Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá»).[515] Mas esto, dice, significa que Cristo enseñó «una cosa definida»: lo que contiene el imperio de la fe. Una vez se ha encontrado y creído esto, al cristiano no le queda nada más que buscar: «Fuera la persona que busca allí donde nunca encuentra; pues busca donde nada puede encontrarse. Fuera aquél que siempre está llamando; porque nunca se le abrirá, pues llama donde no hay nadie que pueda abrir. Fuera aquél que siempre está preguntando, porque nunca será oído, pues pregunta a uno que no oye».[516] Ireneo se muestra de acuerdo: «Según este modo de proceder, uno estaría siempre inquiriendo, sin encontrar nada jamás, porque ha rechazado el mismísimo método de descubrimiento».[517] El único proceder seguro y exacto, dice, consiste en aceptar con fe lo que la iglesia enseña, reconociendo los límites del entendimiento humano.

Como hemos visto, estos «enemigos» de los gnósticos seguían el consejo de los padres de la iglesia afirmando las pretensiones del clero sobre los cristianos gnósticos. Además, a los gnósticos «impenitentes» los trataban como a gentes ajenas a la fe cristiana; y finalmente, afirmaban el valor del trabajo comente y de la vida de familia sobre las exigencias del ascetismo radical.

Mientras que los cristianos católicos y los gnósticos radicales adoptaban posturas contrarias, afirmando cada uno de los dos grupos ser representante de la iglesia, los valentinianos ocupaban una posición intermedia. Resistiéndose al intento ortodoxo de ponerles la etiqueta de intrusos, se identificaban a sí mismos como miembros de pleno derecho de la iglesia. Pero los valentinianos debatían vehementemente entre ellos mismos la cuestión opuesta: la condición de cristianos católicos. Tan serio era su desacuerdo al respecto que finalmente la crisis dividió a los seguidores de Valentín en dos facciones diferentes.

¿Estaban los cristianos católicos incluidos en la iglesia, el «cuerpo de Cristo»? La rama oriental de los valentinianos decía que no. Mantenía que el cuerpo de Cristo, la iglesia, era «puramente espiritual» y consistía únicamente en aquéllos que eran espirituales, que habían recibido la gnosis. Teodoto, el gran maestro de la escuela oriental, definía a la iglesia como «la raza escogida»,[518] aquéllos que habían sido «elegidos antes de la fundación del mundo».[519] Su salvación era segura, predestinada… y exclusiva. Al igual que Tertuliano en sus años postreros, Teodoto enseñaba que sólo aquéllos que recibían inspiración espiritual directa pertenecían a la «iglesia espiritual».[520]

Pero Ptolomeo y Heracleón, los principales maestros de la escuela valentiniana occidental, discrepaban. Contra Teodoto afirmaban que «el cuerpo de Cristo», la iglesia, consistía en dos elementos distintos, uno espiritual y otro no espiritual. Esto quería decir, según ellos, que ambos grupos de cristianos, los gnósticos y los no gnósticos, se hallaban dentro de la misma iglesia. Citando las palabras de Jesús en el sentido de que «muchos son llamados, mas pocos escogidos», explicaban que los cristianos que carecían de gnosis —la gran mayoría— constituían los muchos que eran llamados. Ellos mismos, como cristianos gnósticos, pertenecían a los pocos que eran escogidos. Heracleón enseñaba que Dios les había dado entendimiento espiritual en bien de los demás, para que pudieran enseñar a «los muchos» y llevarlos a la gnosis.[521]

El maestro gnóstico Ptolomeo estaba de acuerdo: Cristo combinaba dentro de la iglesia a cristianos espirituales y no espirituales para que al final todos puedan ser espirituales.[522] Mientras tanto, ambas categorías pertenecían a una iglesia única; ambas eran bautizadas; ambas participaban en la celebración de la misa; ambas hacían la misma confesión. Lo que las diferenciaba era el nivel de su entendimiento. Los cristianos no iniciados adoraban equivocadamente al creador, como si fuera Dios; creían en Cristo como aquél que los salvaría del pecado y que había resucitado corporalmente de entre los muertos: lo aceptaban como acto de fe, pero sin comprender el misterio de su naturaleza… ni de la suya propia. Pero aquéllos que habían recibido la gnosis reconocían a Cristo como aquél que había sido enviado por el Padre de la Verdad, cuya venida les revelaba que su propia naturaleza era idéntica a la suya y a la de Dios.

Para ilustrar su relación, Heracleón ofrece una interpretación simbólica de la iglesia como templo: los que eran cristianos corrientes, que aún no eran gnósticos, adoraban como los levitas, en el patio del templo, aislados del misterio. Sólo aquéllos que tenían gnosis podían entrar en el «santo de los santos», que significaba el lugar «donde aquéllos que son espirituales adoran a Dios». Sin embargo, un solo templo —la iglesia— abarcaba ambos lugares de culto.[523]

El valentiniano que escribió la Interpretación del conocimiento está de acuerdo con este punto de vista. Explica que, si bien Jesús vino al mundo y murió por la «iglesia de los mortales»,[524] ahora esta iglesia, el «lugar de la fe», estaba escindida y dividida en facciones.[525] Algunos miembros habían recibido dones espirituales: la facultad de curar, de profetizar y, sobre todo, la gnosis; otros, no.

Este maestro gnóstico expresa preocupación porque a menudo esta situación ocasionaba hostilidad y errores de interpretación. Aquéllos que eran espiritualmente avanzados tendían a apartarse de aquéllos a los que consideraban cristianos «ignorantes» y no se decidían a compartir con ellos sus percepciones. Aquéllos que carecían de inspiración espiritual envidiaban a los que hablaban en público durante el culto y que profetizaban, enseñaban y curaban a los otros.[526]

El autor se dirige a toda la comunidad al tratar de reconciliar a los cristianos gnósticos con los que no lo son. Recurriendo a una metáfora tradicional, les recuerda que todos los creyentes son miembros de la iglesia, el «cuerpo de Cristo». Primero recuerda las palabras de Pablo: «Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo… Y no puede el ojo decir a la mano: “¡No te necesito!” Ni la cabeza a los pies: “¡No os necesito!”».[527] Luego procede a predicar a aquéllos que se sienten inferiores, pues, careciendo de poderes espirituales, todavía no son iniciados gnósticos: «No acuséis a vuestra Cabeza [Cristo] porque no os ha hecho como un ojo, sino como un dedo; y no sintáis celos de lo que ha sido hecho ojo o mano o pie, mas dad las gracias porque no estáis fuera del cuerpo».[528] A aquéllos que son espirituales, que tienen gnosis y que han recibido «dones» les dice: «¿Tiene alguien un don profètico? Compartidlo sin titubear. No os acerquéis a vuestro hermano con celos… ¿Cómo sabéis [que alguien] es ignorante?… [Vosotros] sois ignorantes cuando [los odiáis] y estáis celosos de ellos».[529] Al igual que Pablo, insta a todos los miembros a amarse los unos a los otros, a trabajar y sufrir juntos, cristianos maduros e inmaduros por igual, gnósticos y creyentes normales, y de esta manera «compartir la [verdadera] armonía».[530] Así pues, según la escuela occidental de gnósticos valentinianos, «la iglesia» incluía a la comunidad de cristianos católicos, pero no estaba limitada a ella. La mayoría de los cristianos, afirma la escuela citada, ni siquiera percibió el elemento más importante de la iglesia, el elemento espiritual, que consistía en todos los que tenían gnosis.

Huelga decir que, desde el punto de vista del obispo, la postura gnóstica era escandalosa. Estos herejes ponían en duda su derecho de definir lo que él consideraba como su propia iglesia; tenían la audacia de debatir si los cristianos católicos participaban o no; y decían que su propio grupo formaba el núcleo esencial, la «iglesia espiritual». Los líderes ortodoxos rechazaban semejante elitismo religioso y en su lugar intentaban edificar una iglesia universal. Deseando abrir esta iglesia a todo el mundo, daban la bienvenida a miembros procedentes de todas las clases sociales, de todos los orígenes raciales o culturales, ya fuesen cultos o analfabetos: todo el mundo, es decir, que se sometiera a su sistema de organización. Los obispos excluían a aquéllos que desafiaban alguno de los tres elementos de este sistema: doctrina, ritual y jerarquía clerical. Y los gnósticos estaban en contra de los tres sin excepción. Solamente suprimiendo el gnosticismo establecieron los líderes ortodoxos ese sistema de organización que unía a todos los creyentes en una sola estructura institucional. Entre los miembros de primera y segunda clase no permitían más distinción que la que existía entre el clero y el laicado; ni tampoco toleraban a quien afirmase estar exento de conformidad doctrinal, de participación ritual y de obediencia a la disciplina que administraban los sacerdotes y los obispos. Las iglesias gnósticas, que rechazaban ese sistema a favor de formas más subjetivas de afiliación religiosa, sobrevivieron como iglesias sólo durante unos centenares de años.