Capítulo 3
DIOS PADRE/DIOS MADRE

A diferencia de muchos de sus contemporáneos entre las deidades del Cercano Oriente antiguo, el Dios de Israel no compartía su poder con ninguna divinidad femenina ni era divino Esposo o Amante de ninguna otra.[265] Difícilmente se le puede caracterizar con epítetos que no sean masculinos: rey, señor, amo, juez y padre.[266] A decir verdad, la ausencia de simbolismo femenino referente a Dios caracteriza al judaísmo, al cristianismo y al islamismo en notable contraste con las demás tradiciones religiosas del mundo, ya sean de Egipto, Babilonia, Grecia y Roma, o de África, la India y América del Norte, donde abunda el simbolismo femenino. Hoy día los teólogos judíos, cristianos e islámicos se apresuran a señalar que a Dios no se le debe considerar atendiendo a ninguna clase de términos sexuales.[267] A pesar de ello, el lenguaje real que utilizan cotidianamente para el culto y la oración transmite un mensaje distinto: ¿qué persona educada en la tradición judía o cristiana se ha librado de la clara impresión de que Dios es masculino? Y aunque los católicos veneran a María como madre de Jesús, nunca la consideran como divina por derecho propio: si María es «madre de Dios», ¡no es «Dios Madre» en plano de igualdad con Dios Padre!

El cristianismo, por supuesto, añadió los términos trinitarios a la descripción judía de Dios. Sin embargo, de las tres «Personas» divinas, dos —el Padre y el Hijo— se describen con términos masculinos, y la tercera —el Espíritu— sugiere la asexualidad del término neutro que los griegos utilizaban para referirse al espíritu, pneuma. Quienquiera que investigue la historia primitiva del cristianismo (el campo denominado «patrística», es decir, estudio de «los padres de la iglesia») estará preparado para el pasaje con el que concluye el Evangelio de Tomás:

Simón Pedro les dijo [a los discípulos]: «Que María nos deje, pues las mujeres no son dignas de la Vida». Jesús dijo: «Yo mismo la conduciré, con el fin de hacerla masculina, para que también ella pueda convertirse en un espíritu viviente, parecido a vosotros los varones. Porque toda mujer que se haga a sí misma masculina entrará en el Reino de los Cielos».[268]

Por extraño que parezca, esto afirma sencillamente lo que la retórica religiosa da por sentado: que los hombres forman el cuerpo legítimo de la comunidad, mientras que a las mujeres se les permite participar solamente cuando se asimilan a los hombres. Otros textos descubiertos en Nag Hammadi demuestran una diferencia notable entre estas fuentes «heréticas» y las ortodoxas: las fuentes gnósticas utilizan continuamente el simbolismo sexual para describir a Dios. Cabría esperar que estos textos reflejaran la influencia de las arcaicas tradiciones paganas de la Diosa Madre, mas en su mayor parte utilizan un lenguaje específicamente cristiano que tiene una relación inconfundible con una herencia judía. No obstante, en vez de describir un Dios monístico y masculino, muchos de estos textos hablan de Dios como de un cuerpo bivalente que abarca elementos tanto masculinos como femeninos.

Un grupo de fuentes gnósticas pretende haber recibido una tradición secreta de Jesús a través de Jaime y a través de María Magdalena. Los miembros de este grupo elevaban sus oraciones tanto al Padre como a la Madre divinos: «De Ti, Padre, y a través de ti, Madre, los dos nombres inmortales, Padres del ser divino, y tú, morador en el cielo, humanidad, del nombre poderoso…»[269] Otros textos indican que sus autores se habían preguntado a quién un Dios único y masculino proponía: «Hagamos el hombre [adam] a imagen nuestra, según nuestra semejanza» (Génesis, 1, 26). Dado que la crónica del Génesis dice luego que la humanidad fue creada «macho y hembra» (1, 27), algunos sacaron la conclusión de que el Dios a cuya imagen estamos hechos también tiene que ser tanto masculino como femenino, tanto Padre como Madre.

¿Cómo caracterizan estos textos a la Madre divina? No encuentro ninguna respuesta sencilla, ya que los textos mismos son extremadamente diversos. A pesar de ello, podemos bosquejar tres caracterizaciones primarias. En primer lugar, varios grupos gnósticos describen a la Madre divina como parte de una pareja original. Valentín, el maestro y poeta, parte de la premisa de que Dios es esencialmente indescriptible. Pero sugiere que la divinidad puede imaginarse como un cuerpo bivalente; consistente, por una parte, en el Inefable, el Profundo, el Padre Primero; y, por la otra, en la Gracia, el Silencio, el Vientre y la «Madre del Todo».[270] Valentín hace el razonamiento de que el Silencio es el complemento apropiado del Padre, designando a aquél como femenino y a éste como masculino debido al género gramatical de las palabras griegas. Luego describe cómo el Silencio recibe, como en un vientre, la semilla de la Fuente Inefable; de ésta saca todas las emanaciones del ser divino, alineadas en parejas armoniosas de energías masculinas y femeninas.

Los seguidores de Valentín, al rezar pidiéndole protección, se dirigían a ella como la Madre y como «el Silencio místico, eterno».[271] Por ejemplo, Marco el mago la invoca como la Gracia (en griego, el término femenino charis): «Que Ella la que está delante de todas las cosas, la Gracia incomprensible e indescriptible, te llene por dentro e incremente en ti su conocimiento propio».[272] Al celebrar la misa en secreto, Marco enseña que el vino simboliza la sangre de ella. Al ofrecer la copa de vino, reza para que «fluya la Gracia»[273] en todos los que beban de él. Marco, profeta y visionario, se llama a sí mismo el «vientre y receptor de silencio»[274] (como ella lo es del Padre). Las visiones que recibió del ser divino se le aparecieron, según cuenta, bajo forma femenina.

Otro escrito gnóstico, el titulado la Gran Anunciación y citado por Hipólito en su Refutación de todas las herejías, explica el origen del universo del modo siguiente: Del poder del Silencio apareció «un gran poder, la Mente del Universo, que dirige todas las cosas y es un varón… el otro… una gran Inteligencia… es una hembra que produce todas las cosas».[275] Siguiendo el género de las palabras griegas que significan «mente» (nous: masculina) e «inteligencia» (epinoia: femenina), este autor explica que estos poderes, unidos, «se descubren como dualidad… Esto es Mente en Inteligencia y éstos son separables el uno del otro y, sin embargo, son uno solo, encontrándose en estado de dualidad». El maestro gnóstico explica que ello significa que

hay en cada uno [poder divino] existente en condición latente… Éste es un poder dividido por arriba y por abajo; generándose a sí mismo, haciéndose crecer, buscándose, encontrándose, siendo madre de sí mismo, padre de sí mismo, hermana de sí mismo, cónyuge de sí mismo, hija de sí mismo, hijo de sí mismo: madre, padre, unidad, siendo fuente de todo el círculo de la existencia.[276]

¿Cómo deseaban estos gnósticos que se entendiera lo que querían decir? Los maestros no se ponían de acuerdo. Algunos insistían en que lo divino debe considerarse masculofemenino: el «gran poder masculino-femenino». Otros pretendían que los términos se utilizaban sólo como metáforas, ya que, en realidad, lo divino no es masculino ni femenino.[277] Un tercer grupo apuntaba que la Fuente primera puede describirse indistintamente en términos masculinos o femeninos, según cuál de los dos aspectos se desee poner de relieve. Los proponentes de estos puntos de vista diversos coincidían en afirmar que lo divino debe entenderse en términos de una relación de opuestos armoniosa y dinámica, concepto éste que puede ser análogo al binomio yin y yang de los orientales, pero que sigue siendo extraño a la ortodoxia judía y cristiana.

Una segunda caracterización de la Madre divina la describe como Espíritu Santo. El Apocrifón de Juan relata cómo después de la crucifixión Juan salió con «gran dolor» y tuvo una visión mística de la Trinidad. Juan dice que mientras se dolía «los [cielos se abrieron y toda la] creación [que está] bajo el cielo brilló y [el mundo] tembló. [Y yo tuve miedo y yo] vi en la luz… una semblanza con formas múltiples… y la semblanza tenía tres formas».[278] A la pregunta de Juan la visión responde: «Él me dijo: “Juan, Ju[a]n, ¿por qué dudas y por qué tienes miedo?… Yo soy el que [está contigo] siempre. Yo [soy el Padre]; yo soy la madre; yo soy el Hijo”».[279] Esta descripción gnóstica de Dios —como Padre, Madre e Hijo— puede que al principio nos sorprenda, pero, si reflexionamos, nos percataremos de que se trata de otra versión de la Trinidad. La terminología griega correspondiente a la Trinidad, que incluye el término neutro que significa espíritu (pneuma) exige virtualmente que la tercera «Persona» de la Trinidad sea asexual. Pero el autor del Apocrifón lleva en mente el término hebreo que significa espíritu, ruah, palabra femenina; y, por consiguiente, concluye que la «Persona» femenina unida con el Padre y el Hijo tiene que ser la Madre. Acto seguido el Apocrifón procede a describir a la Madre divina: «(Ella es)… la imagen del espíritu invisible, virginal, perfecto… Se convirtió en la Madre de todas las cosas, porque existía antes que todas ellas, la madre-padre [matropater]…».[280] El Evangelio de los hebreos hace igualmente que Jesús hable de «mi Madre, el Espíritu».[281] En el Evangelio de Tomás Jesús contrasta sus padres terrenales, María y José, con su Padre divino —el Padre de la Verdad— y su Madre divina, el Espíritu Santo. El autor interpreta un dicho desconcertante de Jesús procedente del Nuevo Testamento («Quien no odia a su padre y a su madre no puede ser discípulo mío») añadiendo que «mi madre (terrenal) [me dio muerte], pero [mi] verdadera [Madre] me dio vida».[282] Así pues, según el Evangelio de Felipe, quienquiera que se haga cristiano gana «tanto padre como madre» [283] porque el espíritu (ruah) es «Madre de muchos».[284]

Una obra atribuida al maestro gnóstico Simón Mago sugiere que el Paraíso, el lugar donde empezó la vida humana, tiene un significado místico: «Considerad que el Paraíso es el vientre; porque las Escrituras nos enseñan que ésta es una asunción verdadera cuando dicen: “Yo soy El que te formó en el vientre de tu madre” (Isaías, 44, 2)… Moisés… empleando una alegoría, había declarado que el Paraíso era el vientre… y el Edén, la placenta…».[285] El río que fluye desde el Edén simboliza el ombligo, que nutre al feto. Simón afirma que el Éxodo, por consiguiente, significa la salida del vientre y que «la travesía del Mar Rojo se refiere a la sangre». Los gnósticos setianos explican que «cielo y tierra tienen una forma parecida al vientre… y si… alguien quiere investigar esto, que examine cuidadosamente el vientre preñado de cualquier criatura viviente y descubrirá una imagen de los cielos y la tierra».[286]

La evidencia de estos puntos de vista, declara Marco, procede directamente del «grito del recién nacido», un grito espontáneo de alabanza por «la gloria del ser primero, en el que los poderes de las alturas se encuentran en armonioso abrazo».[287]

Si algunas fuentes gnósticas sugieren que el Espíritu constituye el elemento maternal de la Trinidad, el Evangelio de Felipe hace una sugerencia igualmente radical acerca de la doctrina que más adelante se transformaría en el nacimiento virgen. También aquí el Espíritu es tanto Madre como Virgen, el complemento —y consorte— del Padre Celestial: «¿Está permitido expresar un misterio? El Padre de todas las cosas unido con la virgen que vino de arriba»,[288] es decir, con el Espíritu Santo descendiendo al mundo. Mas, dado que este proceso debe entenderse simbólicamente y no en sentido literal, el Espíritu sigue siendo virgen. El autor explica seguidamente que, como «Adán nació de dos vírgenes, del Espíritu y de la tierra virgen», también «Cristo, por consiguiente, nació de una virgen»[289] (es decir, del Espíritu). Pero el autor se burla de aquellos cristianos de mentalidad literal que erróneamente atribuyen el nacimiento virgen a María, la madre de Jesús, como si hubiera concebido independientemente de José: «No saben lo que dicen. ¿Cuándo concibió una mujer por obra de otra mujer?».[290] Arguye que, en vez de ello, el nacimiento virgen se refiere a esa unión misteriosa de los dos poderes divinos, el Padre de Todo y el Espíritu Santo.

Además del Silencio eterno, místico, y del Espíritu Santo, ciertos gnósticos sugieren una tercera caracterización de la Madre divina: como Sabiduría. Aquí el término femenino griego que significa «sabiduría», sophia, traduce un término femenino hebreo, hokhmah. Los intérpretes primitivos habían meditado sobre el significado de ciertos pasajes bíblicos: por ejemplo, el dicho que aparece en los Proverbios en el sentido de que «Dios hizo el mundo con Sabiduría». ¿Cabía la posibilidad de que la Sabiduría fuese el poder femenino en el que se «concibió» la creación de Dios? Según un maestro, el doble significado del término concepción —físico e intelectual— sugiere esta posibilidad: «La imagen del pensamiento [ennoia] es femenina, dado que… [ella] es un poder de concepción».[291] El Apocalipsis de Adán, descubierto en Nag Hammadi, habla de un poder femenino que quería concebir por obra de sí mismo: «de las nueve Musas, una se separó. Llegó a una montaña alta y pasó tiempo sentada allí, de manera que se deseó sólo a ella misma con el fin de volverse andrógina. Satisfizo su deseo y quedó preñada por obra de su deseo…».[292] El poeta Valentín emplea este tema para contar un mito famoso relativo a la Sabiduría: Deseando concebir por obra de sí misma, aparte de su equivalente masculino, lo consiguió y se convirtió en el «gran poder creativo de quien proceden todas las cosas», a menudo llamado Eva, «Madre de todos los que viven». Pero como su deseo violó la armoniosa unión de los opuestos intrínseca en la naturaleza del ser creado, lo que produjo era abortivo y defectuoso;[293] de esto, dice Valentín, surgió el terror y el dolor que estropean la existencia humana.[294] Para dar forma y dirigir su creación, la Sabiduría parió al demiurgo, el Dios-creador, como agente suyo.[295]

Así pues, la Sabiduría conlleva varias connotaciones en las fuentes gnósticas. Aparte de ser el «primer creador universal»,[296] que pare a todas las criaturas, también ilumina a los seres humanos y los hace sabios. Los seguidores de Valentín y Marco, por lo tanto, rezaban a la Madre como el «Silencio eterno, místico» y a la «Gracia, Ella que está antes que todas las cosas» y como «Sabiduría incorruptible»[297] para pedirle penetración (gnosis). Otros gnósticos le atribuían los beneficios que Adán y Eva recibieron en el Paraíso. Primeramente, ella les enseñó a ser conscientes de sí mismos; en segundo lugar, los guio para que hallasen alimentos; en tercer lugar, les ayudó en la concepción de su tercer y cuarto hijos, los cuales, según esta crónica, eran su tercer hijo, Set, y su primera hija, Norea.[298] Más aún: cuando el creador se enfadó con la raza humana «porque no le rendía culto ni le honraba como Padre y Dios, envió una inundación contra ella, para que los destruyera a todos. Pero la Sabiduría se le opuso… Y Noé y su familia se salvaron en el arca por medio de la aspersión de la luz que procedía de ella, y a través de ella el mundo volvió a llenarse de humanidad».[299]

Otro de los textos recientemente descubiertos en Nag Hammadi, Trimorphic Protennoia (literalmente: «el Pensamiento Primero de Triple forma») celebra los poderes femeninos del Pensamiento, la Inteligencia y la Previsión. El texto comienza con una figura divina que habla: «[Yo] soy [Protennoia el] Pensamiento que [mora] en [la Luz]… [ella la que existe] antes que Todo… Me muevo en cada criatura… Soy la Invisible dentro de Todo».[300] La figura continúa diciendo: «Yo soy percepción y conocimiento, pronunciando una Voz por medio del Pensamiento. [Yo] soy la Voz real. Grito en todo el mundo y ellos saben que una simiente mora dentro».[301] La segunda sección, donde habla una segunda figura divina, se abre con estas palabras: «Yo soy la Voz… [Soy] yo [quien] habla dentro de cada criatura… Ahora he venido por segunda vez bajo la forma de una hembra y he hablado con ellos… Me he revelado en el Pensamiento de la semblanza de mi masculinidad».[302] Más adelante la voz explica: «Soy andrógino. [Soy tanto Madre como] Padre, dado que [copulo] conmigo mismo… [y con aquéllos que] me [aman]… Yo soy el Vientre [que da forma] al Todo… Yo soy Me[iroth]ea, la gloria de la Madre».[303]

Aún más notable es el poema gnóstico titulado Truena, mente perfecta. Este texto contiene una revelación pronunciada por un poder femenino:

Yo soy la primera y la última. Soy la honrada y la escarnecida. Soy la puta y la santa. Soy la esposa y la virgen. Soy (la madre) y la hija… Soy aquella cuya boda es grande y no he tomado esposo… Soy conocimiento e ignorancia… Soy desvergonzada; estoy avergonzada. Soy fuerza y soy temor… Soy necia y soy sabia… Yo no tengo Dios y soy una cuyo Dios es grande.[304]

¿Qué entraña la utilización de semejante simbolismo para el entendimiento de la naturaleza humana? Uno de los textos, que anteriormente ha calificado a la Fuente divina de «Poder bisexual», dice luego que «lo que nació de ese Poder —es decir, la humanidad, que es una— resulta que son dos: un ser masculino-femenino que lleva a la hembra dentro de sí».[305] Esto se refiere a la historia según la cual Eva «nació» del costado de Adán (de modo que Adán, que es uno, «resulta que son dos», un andrógino que «lleva a la hembra dentro de sí»). Sin embargo, esta referencia a la historia de la creación según el Génesis, 2 (crónica que invierte el proceso biológico del nacimiento y atribuye al varón la función creativa de la hembra) es poco frecuente en las fuentes gnósticas. Los escritores gnósticos se refieren con mayor frecuencia a la primera crónica de la creación según el Génesis, 1, 26-27 («Dijo Dios: “Hagamos el hombre [adam] a imagen nuestra, según nuestra semejanza”… y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó»). Los rabinos de los tiempos talmúdicos conocían una versión griega del pasaje que hizo pensar al rabino Samuel bar Nachman, influido por el mito de la andrógina según Platón, que «cuando el Santo… creó por primera vez al hombre, lo creó con dos caras, dos juegos de genitales, cuatro brazos y piernas, espalda contra espalda. Luego escindió a Adán en dos e hizo dos espaldas, una a cada lado».[306] Algunos gnósticos adoptaron esta idea y enseñaron que el Génesis, 1, 26-27 narra una creación andrógina. Marco (cuya plegaria a la Madre hemos visto más arriba) no sólo saca de esta crónica la conclusión de que Dios es bivalente («Hagamos la humanidad»), sino que, además, «la humanidad, que fue formada a imagen y semejanza de Dios (Padre y Madre) era masculofemenina».[307] Su contemporáneo el gnóstico Teodoto (h. 160) explica que las palabras «a imagen de Dios los creó; macho y hembra los creó» significan que «los elementos masculinos y femeninos juntos constituyen la mejor producción de la Madre, la Sabiduría».[308] A menudo las fuentes gnósticas que describen a Dios como un cuerpo bivalente cuya naturaleza incluye elementos tanto masculinos como femeninos hacen una descripción parecida de la naturaleza humana.

Sin embargo, todas las fuentes citadas hasta ahora —evangelios secretos, revelaciones, enseñanzas místicas— se hallan entre aquéllas que no están incluidas en la lista selecta que constituye la colección del Nuevo Testamento. Todos los textos secretos que los grupos gnósticos veneraban fueron omitidos de la colección canónica y tachados de heréticos por aquéllos que se llamaban a sí mismos cristianos ortodoxos. Cuando terminó el proceso de clasificar los diversos escritos —probablemente en fecha tan tardía como el año 200— ya habían desaparecido virtualmente todas las imágenes femeninas de Dios de la tradición cristiana ortodoxa.

¿A qué se debe este rechazamiento total? Los propios gnósticos hicieron esta pregunta a sus oponentes ortodoxos además de reflexionar sobre la misma entre ellos. Algunos concluyeron que el Dios de Israel mismo había iniciado las polémicas que sus seguidores prosiguieron en su nombre. Porque, según arguyeron, este creador era un poder derivativo, meramente instrumental, a quien la Madre había creado para que administrara el universo, pero su propia autoconcepción era mucho más grandiosa. Dicen que él creía haberlo hecho todo él mismo, pero que, en realidad, había creado el mundo porque la Sabiduría, su Madre, «le infundió energía» e implantó en él sus propias ideas. Mas él era necio y actuó inconscientemente, sin darse cuenta de que las ideas que utilizaba procedían de ella; «ignoraba incluso a su propia Madre».[309] Los seguidores de Valentín sugerían que la Madre misma había estimulado al Dios de Israel a pensar que actuaba autónomamente, pero, como explican: «Fue debido a que era necio e ignoraba a su Madre que dijo: “Yo soy Dios; no hay ninguno aparte de mí”».[310] Según otra crónica, el creador afligió a su Madre creando seres inferiores, por lo que ella le dejó solo y se retiró a las regiones más altas de los cielos. «Después de que ella partiera, él se imaginó que era el único ser que existía; y, por consiguiente, declaró: “Yo soy un Dios celoso y aparte de mí no hay nadie”».[311] Otros coinciden en atribuirle este motivo más siniestro: los celos. Según el Apocrifón de Juan: «él dijo… “Yo soy un Dios celoso y no hay ningún otro Dios aparte de mí”. Pero al anunciar esto indicó a los ángeles… que otro Dios sí existe; porque si no había ningún otro, ¿de quién podía tener celos?… Entonces la madre empezó a sentirse afligida».[312] Otros declararon que su Madre se negó a tolerar semejante presunción: «[El creador], haciéndose arrogante de espíritu, se jactó sobre todas aquellas cosas que estaban debajo de él y exclamó: “Yo soy padre y Dios y sobre mí no hay nadie”. Pero su madre, oyéndole hablar así, clamó contra él: “No mientas, Ialdabaoth…”».[313] En estos textos gnósticos el creador es castigado a menudo por su arrogancia: casi siempre por un poder femenino superior. Según la Hipóstasis de los arcontes, descubierta en Nag Hammadi, tanto la madre como su hija pusieron reparos cuando

él se volvió arrogante, diciendo: «Soy yo quien es Dios y no hay ningún otro aparte de mí»… Y una voz surgió de encima del reino del poder absoluto, diciendo: «Estás equivocado, Samael» [que significa «dios de los ciegos»]. Y él dijo: «Si alguna otra cosa existe antes que yo, ¡qué se me aparezca!». E inmediatamente Sophia («Sabiduría») extendió un dedo e introdujo luz en la materia y bajó tras ella a la región del Caos… Y él de nuevo dijo a sus vástagos: «Soy yo quien es el Dios de Todo». Y Vida, la hija de la Sabiduría, clamó; le dijo a él: «¡Estás equivocado, Saldas!».[314]

El maestro gnóstico Justino describe el escándalo, el terror y la angustia del Señor «cuando descubrió que él no era el Dios del universo». Poco a poco su escándalo dio paso a la maravilla y finalmente llegó a recibir de buen grado lo que la Sabiduría le había enseñado. El maestro concluye diciendo: «Éste es el significado del dicho: “El temor del Señor es el principio de la Sabiduría”».[315]

Sin embargo, todas estas explicaciones son míticas. ¿Podemos encontrar razones reales, históricas, para la supresión de estos escritos gnósticos? Esto nos plantea un interrogante mucho mayor: ¿Por qué medio y por qué razones se dio en clasificar a ciertas ideas como heréticas y a otras como ortodoxas a principios del siglo III? Tal vez encontraremos la clave de la respuesta preguntándonos si los cristianos gnósticos obtienen alguna consecuencia práctica, social, de su concepción de Dios —y de la humanidad— en términos que incluyan al elemento femenino. Está claro que la respuesta es .

El obispo Ireneo comenta con desánimo que las mujeres se sienten especialmente atraídas hacia los grupos heréticos. «Incluso en nuestro distrito del valle del Ródano», reconoce, el maestro gnóstico Marco había atraído a «muchas mujeres necias» de su propia comunidad, incluyendo a la esposa de uno de los diáconos del propio Ireneo.[316] Profesando no saber cómo explicarse la atracción que ejercía el grupo de Marco, Ireneo ofrece una sola explicación: que el propio Marco era un seductor diabólicamente inteligente, un mago que preparaba afrodisíacos especiales para «engañar, hacer víctima y deshonrar» a su presa. Nadie sabe si esta acusación tiene alguna base real. Mas al describir las técnicas de seducción que emplea Marco, Ireneo indica que está hablando metafóricamente. Porque, según dice, Marco «se dirige a ellas con palabras tan seductoras» como sus plegarias a la Gracia, «la que está delante de todas las cosas»,[317] y a la Sabiduría y al Silencio, el elemento femenino del ser divino. En segundo lugar, dice Ireneo, Marco seducía a las mujeres «diciéndoles que profetizaran»,[318] cosa que la iglesia ortodoxa les tenía rigurosamente prohibida. Cuando iniciaba a una mujer, Marco concluía la plegaria de iniciación con las palabras «Mira, la Gracia ha descendido sobre ti; abre la boca y profetiza».[319] Entonces, como cuenta indignadamente el obispo, «la víctima engañada [por Marco]… dice descaradamente alguna necedad» y «¡en lo sucesivo se considera profeta!». Lo peor de todo, bajo el punto de vista de Ireneo, es que Marco invitaba a las mujeres a actuar como sacerdotisas celebrando la eucaristía con él: «entrega los copones a las mujeres»[320] para que ofrezcan la plegaria eucarística y pronuncien las palabras de la consagración.

Tertuliano expresa indignación parecida ante semejantes actos de los cristianos gnósticos: «Estas mujeres heréticas… ¡qué audaces son! No tienen pudor; son lo bastante osadas como para enseñar, entablar discusiones, efectuar exorcismos, llevar a cabo curaciones ¡y puede que incluso bautizar!».[321] Tertuliano dirigió otro ataque contra «esa víbora»,[322] una maestra que dirigía una comunidad en el norte de África. Tertuliano mismo estaba de acuerdo con lo que él denominaba los «preceptos de la disciplina eclesiástica concerniente a las mujeres», preceptos que especificaban: «No está permitido que una mujer hable en la iglesia, ni le está permitido enseñar, ni bautizar, ni ofrecer [la eucaristía], ni reclamar para sí una participación en alguna función masculina… por no mencionar ningún cargo sacerdotal».[323] Uno de los blancos principales de Tertuliano, el hereje Marción, había escandalizado de hecho a sus contemporáneos ortodoxos al nombrar a mujeres, en plano de igualdad con los hombres, para los cargos de sacerdote y obispo. La maestra gnóstica Marcelina se desplazó a Roma para representar al grupo carpocraciano,[324] el cual afirmaba haber recibido enseñanzas secretas de María, Salomé y Marta. Los montañistas, un círculo profético radical, honraba a dos mujeres, Prisca y Maximilla, como fundadoras del movimiento.

Así pues, nuestra evidencia señala claramente una correlación entre la teoría religiosa y la práctica social.[325] Entre grupos gnósticos como los valentinianos a las mujeres se les consideraba iguales a los hombres; a algunas se las veneraba como profetas; otras ejercían de maestras, evangelistas ambulantes, curadoras, sacerdotisas, hasta puede que obispos. Sin embargo, esta observación general no es aplicable de manera universal. Por lo menos tres círculos heréticos que conservaban una imagen masculina de Dios incluían mujeres que ocupaban puestos directivos: los mardonistas, los montañistas y los carpocracianos. Pero a partir del año 200 no tenemos pruebas de que las mujeres desempeñasen papeles proféticos, sacerdotales o episcopales entre las iglesias ortodoxas.

Es éste un hecho extraordinario si tenemos en cuenta que en sus primeros años el movimiento cristiano se mostró notablemente abierto a las mujeres. El propio Jesús violó los convencionalismos judíos al hablar abiertamente con ellas e incluirlas entre sus compañeros. Hasta el evangelio de Lucas, en el Nuevo Testamento, cuenta su respuesta a Marta, su anfitriona, cuando ésta se le queja de que ella sola está haciendo todas las labores de la casa mientras su hermana, María, permanece sentada escuchándole: «¿No te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Pero en vez de apoyarla, Jesús riñe a Marta por preocuparse tanto y le dice: «y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola: María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».[326] Transcurridos entre diez y veinte años de la muerte de Jesús, ciertas mujeres ocupaban puestos directivos en grupos cristianos locales; las mujeres ejercían en calidad de profetas, maestras y evangelistas. El profesor Wayne Meeks apunta que, en la iniciación cristiana, la persona que presidía la ceremonia anunciaba ritualmente que «en Cristo… no hay ni hombre ni mujer».[327] Pablo cita estas palabras y aprueba la labor de las mujeres a las que reconoce como diáconos y compañeras de trabajo; incluso saluda a una, al parecer, como apóstol sobresaliente y más veterana que él en el movimiento.[328]

Con todo, Pablo también expresa ambivalencia en relación con las implicaciones prácticas de la igualdad humana. Hablando de la actividad pública de las mujeres en las iglesias, parte de su propia concepción —tradicionalmente judía— de un Dios monístico, masculino, para defender una jerarquía, divinamente ordenada, de subordinación social: del mismo modo que Dios tiene autoridad sobre Cristo, declara, citando el Génesis, 2-3, también el hombre tiene autoridad sobre la mujer: «El hombre… es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo del hombre. (En efecto, no procede el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre. Ni fue creado el hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre)».[329] Si bien Pablo reconocía que las mujeres eran sus iguales «en Cristo» y les concedía una gama de actividades más amplia que la de las congregaciones judías tradicionales, no se sentía capaz de abogar por su igualdad en términos sociales y políticos. Semejante ambivalencia preparó el camino para las afirmaciones que se encuentran en I Corintios, 14, 34 ss., ya fueran escritas por Pablo o incluidas por otra persona: «las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra; antes bien estén sumisas… es indecoroso que la mujer hable en la asamblea».

Estas actitudes contradictorias ante las mujeres son reflejo de una época de transición social, así como de la diversidad de influencias culturales que pesaban sobre las iglesias esparcidas a lo largo y ancho del mundo conocido.[330] En Grecia y el Asia Menor las mujeres participaban con los hombres en los cultos religiosos, especialmente en los cultos de la Gran Madre y de la diosa egipcia Isis.[331] Si bien los papeles principales estaban reservados a los hombres, las mujeres tomaban parte en los servicios y profesiones. Algunas mujeres se dedicaban a la educación, las artes y profesiones como la medicina. A principios del siglo I d. C., las mujeres egipcias ya habían alcanzado un estado relativamente avanzado de emancipación social, política y legal. En Roma las formas de educación habían cambiado alrededor de 200 a. C. y ofrecían las mismas asignaturas a las hijas y los hijos de la aristocracia. Doscientos años después, en los comienzos de la era cristiana, las formas arcaicas, patriarcales, del matrimonio romano se veían cada vez más desplazadas por una nueva forma legal bajo cuyo amparo el hombre y la mujer se unían por medio de votos voluntarios y mutuos. El estudioso francés Jéróme Carcopino, en una discusión titulada «Feminismo y desmoralización», explica que en el siglo II d. C. las mujeres de la clase alta insistían a menudo en «vivir su propia vida».[332] Los escritores satíricos se quejaban de la agresividad de las mujeres en las discusiones sobre literatura, matemáticas y filosofía y se mofaban de su gran afición a escribir poemas, obras de teatro y música.[333] Bajo el Imperio, «las mujeres participaban por doquier en los negocios y en la vida social, asistiendo a teatros, acontecimientos deportivos, conciertos, fiestas, viajes… con o sin sus maridos. Tomaban parte en toda una gama de deportes, incluso llevaban armas y acudían a las batallas…»[334] y hacían incursiones importantes en la vida profesional. Las mujeres de las comunidades judías, por el contrario, tenían prohibido participar activamente en el culto público, la educación y la vida social y política fuera de la familia.[335]

Con todo, a pesar de todo esto y de la anterior actividad pública de las mujeres cristianas, en el siglo II la mayor parte de las iglesias cristianas secundaba a la mayoría de la clase media en la oposición a la marcha hacia la igualdad, que encontraba sus principales apoyos entre los círculos ricos o los que nosotros llamaríamos bohemios. Para el año 200 la mayoría de las comunidades cristianas confirmaba como canónica la carta seudopaulina de Timoteo, que recalca (y exagera) el elemento antifemenino de las opiniones de Pablo: «La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio».[336] Los cristianos ortodoxos también aceptaban como paulinas las cartas a los colosenses y a los efesios, las cuales dicen que las mujeres «deben estarlo [sumisas] a sus maridos en todo».[337]

Clemente, obispo de Roma, escribe en su carta a la ingobernable iglesia de Corinto que las mujeres deben «permanecer sumisas»[338] a sus esposos. Mientras que en épocas anteriores los hombres y las mujeres cristianos se sentaban juntos para el culto, a mediados del siglo II —precisamente durante la lucha con los cristianos gnósticos— las comunidades ortodoxas empezaron a adoptar la costumbre que se seguía en las sinagogas de segregar a las mujeres de los hombres.[339] En las postrimerías del siglo II la participación de las mujeres en el culto era condenada explícitamente: se tachaba de heréticos a los grupos donde las mujeres alcanzaban puestos directivos.

¿A qué se debían estos cambios? El erudito Johannes Leipoldt sugiere que la entrada de muchos judíos helenizados en el movimiento pudo influir para que la iglesia se desviase hada las tradiciones judías, pero, como él mismo reconoce, «esto no es más que un intento de explicar la situación: la realidad misma es la única cosa cierta».[340] El profesor Morton Smith señala que el cambio pudo ser resultado del hecho de que el cristianismo ascendiese en la escala social, pasando de la clase baja a la media. Morton Smith comenta que en la clase baja, donde toda la mano de obra era necesaria, a las mujeres se les había permitido ejecutar cuantos servicios pudieran (del mismo modo que hoy día, en el Próximo Oriente, sólo las mujeres de la clase media llevan velo).

Tanto los textos ortodoxos como los gnósticos indican que esta cuestión resultó ser explosivamente polémica. Los antagonistas de uno y otro bando recurrieron a la táctica de escribir literatura y hacerla pasar por escritos procedentes de los tiempos apostólicos, escritos que, según decían, expresaban los criterios de los apóstoles sobre el asunto. Como hemos visto anteriormente, el Evangelio de Felipe habla de la rivalidad entre los discípulos masculinos y María Magdalena, a la que presenta como la compañera más íntima de Jesús, símbolo de la Sabiduría divina:

la compañera del [Salvador es] María Magdalena. [Pero Cristo la amaba] más que [a todos] los discípulos y solía besarla [a menudo] en la [boca]. El resto de [los discípulos se sentía ofendido por ello…]. Le decían: «¿Por qué la amas más que a todos nosotros?». El Salvador contestó diciéndoles: «¿Por qué no os quiero como [la quiero] a ella?».[341]

El Diálogo del Salvador no sólo incluye a María Magdalena entre los tres discípulos elegidos para recibir enseñanzas especiales, sino que, además, la alaba por encima de los otros dos, Tomás y Mateo: «hablaba como una mujer que conocía el Todo».[342]

Otros textos secretos utilizan la figura de María Magdalena para dar a entender que la actividad de las mujeres era un desafío a los líderes de la comunidad ortodoxa, que consideraban a Pedro como su portavoz. El Evangelio de María relata que cuando los discípulos, descorazonados y aterrados después de la crucifixión, pidieron a María que los animase contándoles lo que el Señor le había dicho en secreto, ella accede y les enseña hasta que Pedro, furioso, pregunta: «¿De veras habló en privado con una mujer (y) no abiertamente con nosotros? ¿Debemos volvemos todos y escucharla? ¿La prefirió él a nosotros?». Disgustada ante este enojo, María replica: «Pedro, hermano mío, ¿qué piensas? ¿Piensas que eso lo he inventado yo misma en mi corazón? ¿Piensas que miento acerca del Salvador?». En este momento Leví interviene para mediar en la disputa: «Pedro, siempre has tenido mal genio. Ahora te veo contendiendo con la mujer como los adversarios. Pero si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú, en verdad, para rechazarla? Seguramente el Señor la conocía muy bien. Por eso la amaba más que a nosotros».[343] Entonces los demás acceden a aceptar las enseñanzas de María, y alentados por sus palabras, salen a predicar. Otra discusión entre Pedro y María tiene lugar en Pistis Sophia (Fe Sabiduría). Pedro se queja de que María domina la conversación con Jesús y posterga la prioridad legítima de Pedro y sus hermanos apóstoles. Insta a Jesús a que la haga callar y en el acto Jesús le reprende. Más tarde, sin embargo, María reconoce ante Jesús que apenas se atreve a hablar libremente con él porque, dice textualmente, «Pedro me hace titubear; tengo miedo de él, porque odia al género femenino».[344] Jesús contesta que quienquiera que esté inspirado por Espíritu está ordenado divinamente para hablar, ya sea hombre o mujer.

Los cristianos ortodoxos devolvieron el golpe por medio de supuestas cartas «apostólicas» que dicen lo contrario. Los ejemplos más famosos son, huelga decirlo, las cartas seudopaulinas citadas anteriormente. En I y II Timoteo, Colosenses y Efesios, «Pablo» insiste en que las mujeres se subordinen a los hombres. La carta de Tito, escrita a nombre de Pablo, dirige la selección de obispos de manera que excluye toda posibilidad de nombrar mujeres para tal cargo. Tanto literal como figurativamente, el obispo tiene que ser una figura paterna para la congregación. Tiene que ser un hombre cuya esposa e hijos sean «sumisos [ante él] con toda dignidad»; esto demuestra su capacidad para mantener en orden a la «iglesia de Dios»[345] y a sus miembros debidamente subordinados. Antes de finalizar el siglo II apareció en las comunidades ortodoxas la Orden de la Iglesia Apostólica. En ella aparecen los apóstoles discutiendo cuestiones controvertibles. En presencia de María y Marta, Juan dice:

Cuando el Maestro bendijo el pan y la copa y las firmó con las palabras «Éste es mi cuerpo y mi sangre», no los ofreció a las mujeres que están con nosotros. Marta dijo: «No se los ofreció a María, porque vio que se reía». María dijo: «Ya no me río; él nos dijo antes, al enseñarnos: “Vuestra debilidad se redime a través de la fuerza”».[346]

Mas su argumento no convence; los discípulos masculinos se muestran de acuerdo en que, por esta razón, a ninguna mujer se le permitirá ser sacerdote.

Vemos, pues, que en los círculos ortodoxos y gnósticos surgen dos pautas muy distintas de actitudes sexuales. De la manera más sencilla, muchos cristianos gnósticos ponen en correlación su descripción de Dios en términos tanto masculinos como femeninos con una descripción complementaria de la naturaleza humana. Con la mayor frecuencia se refieren a la crónica de la creación que da el Génesis, I, la cual sugiere una creación humana igual o andrógina. A menudo los cristianos gnósticos introducen el principio de igualdad entre hombres y mujeres en las estructuras sociales y políticas de sus comunidades. La pauta ortodoxa es notablemente distinta: describe a Dios en términos exclusivamente masculinos y se refiere típicamente al Génesis, 2 para describir la forma en que Eva fue creada de Adán y para satisfacción de éste. Al igual que el punto de vista gnóstico, esto se traduce en una práctica social: hacia las postrimerías del siglo II la comunidad ortodoxa aceptó la dominación de los hombres sobre las mujeres como orden de cosas establecido por la divinidad, no sólo para la vida social y familiar, sino también para las iglesias cristianas.

Sin embargo, no faltan las excepciones a estas pautas. Los gnósticos no se mostraron unánimes en afirmar a las mujeres, como tampoco los ortodoxos las denigraron unánimemente. Es innegable que algunos textos gnósticos hablan de lo femenino en términos despectivos. El Libro de Tomás el Contendiente dirige a los hombres esta advertencia: «¡Ay de vosotros los que amáis la intimidad con las mujeres y la relación poluta con ellas!».[347] La Paráfrasis de Sem, hallada también en Nag Hammadi, describe el horror de la Naturaleza, quien «volvió su negra vagina y expulsó de sí el poder del fuego, que estaba en ella desde el principio, mediante la práctica de las tinieblas».[348] Según el Diálogo del Salvador, Jesús advierte a sus discípulos que «recen en el lugar donde no haya ninguna mujer» y que «destruyan las obras del género femenino…».[349]

Sin embargo, en todos estos casos el blanco no es la mujer, sino el poder de la sexualidad. En el Diálogo del Salvador, por ejemplo, María Magdalena, a la que se alaba como «la mujer que conocía el Todo», se encuentra entre los tres discípulos que reciben las órdenes de Jesús: ella, junto con Judas y Mateo, rechaza las «obras del género femenino»; es decir, rechaza, al parecer, las actividades de la relación sexual y la procreación.[350] Estas fuentes muestran que algunos extremistas del movimiento gnóstico coincidían con ciertas feministas radicales que hoy día insisten en que sólo aquéllas que renuncien a la actividad sexual pueden alcanzar la igualdad humana y la grandeza espiritual.

Otras fuentes gnósticas reflejan la suposición de que la condición de hombre es superior a la de mujer. Ello no debe sorprendernos; dado que el lenguaje nace de la experiencia social, cualquiera de estos autores, sea hombre o mujer, romano, griego, egipcio o judío, habría aprendido esta lección elemental de su experiencia social. Algunos gnósticos, haciéndose el razonamiento de que como el hombre supera a la mujer en la existencia ordinaria, también lo divino supera a lo humano, transforman los términos en metáfora. La afirmación desconcertante que se atribuye a Jesús en el Evangelio de Tomás —que María ha de hacerse hombre para convertirse en un «espíritu viviente que se parezca a vosotros los varones. Pues toda mujer que se haga varón entrará en el Reino de los Cielos»—[351] puede interpretarse simbólicamente: lo que es meramente humano (por ende femenino) debe transformarse en lo que es divino (el «espíritu viviente», el varón.) Así, según otros pasajes del Evangelio de Tomás, Salomé y María pasan a ser discípulas de Jesús cuando trascienden su naturaleza humana y, por tanto, «se convierten en varones».[352] En el Evangelio de María, la propia María insta a los demás discípulos a «alabar su grandeza, pues él nos ha preparado y hecho hombres».[353]

A la inversa, encontramos una notable excepción a la pauta ortodoxa en los escritos de un venerado padre de la iglesia, Clemente de Alejandría. Escribiendo en Egipto hacia 180, Clemente se identifica como ortodoxo, aunque conoce bien a miembros de grupos gnósticos y sus escritos: algunos sugieren incluso que él mismo era un iniciado gnóstico. A pesar de ello, sus propias obras demuestran de qué manera los tres elementos de lo que hemos denominado «la pauta gnóstica» podrían convertirse en una enseñanza plenamente ortodoxa. En primer lugar, Clemente caracteriza a Dios en términos femeninos además de masculinos:

La Palabra lo es todo para el niño, tanto padre como madre, maestro como nodriza… El nutrimiento es la leche del Padre… y sólo la Palabra nos proporciona a nosotros los niños la leche del amor, y solamente aquéllos que chupen su pecho son verdaderamente felices. Por esta razón, 1 buscar se le llama chupar; a aquellos niños que buscan la Palabra los pechos amorosos del Padre les suministran leche.[354]

En segundo lugar, al describir la naturaleza humana, insiste en que «hombres y mujeres comparten igualmente la perfección y han de recibir la misma instrucción y la misma disciplina. Porque el nombre de “humanidad” es común tanto a los hombres como a las mujeres; y para nosotros “en Cristo no hay ni masculino ni femenino”».[355] Al instar a las mujeres a participar con los hombres en la comunidad, Clemente ofrece una lista —única en la tradición ortodoxa— de mujeres a las que admira por sus logros, Estas mujeres van desde ejemplos antiguos como Judit, la asesina que destruyó al enemigo de Israel, a la reina Ester, que salvó a su pueblo del genocidio, así como otras que adoptaron posturas políticas radicales. Menciona a la escritora Arignote, a la filósofa epicúrea Temistio y a otras muchas filósofas, incluyendo a dos que estudiaron con Platón y una que fue educada por Sócrates. De hecho, es incapaz de contener sus elogios: «¿Qué voy a decir? ¿Acaso Teano la pitagórica no hizo tales progresos en filosofía que cuando un hombre, mirándola fijamente, le dijo: “Tu brazo es hermoso”, ella replicó: “Sí, pero no está expuesto al público”?».[356] Clemente concluye su lista con famosas poetisas y pintoras.

Pero la demostración de Clemente de que incluso los cristianos ortodoxos eran capaces de afirmar el elemento femenino —y la participación activa de las mujeres— encontró poco eco. Su perspectiva, formada en el ambiente cosmopolita de Alejandría y articulada entre miembros ricos y educados de la sociedad egipcia, resultaría demasiado extraña para la mayoría de las comunidades cristianas occidentales esparcidas entre el Asia Menor y Grecia, Roma, el África provincial y la Galia. En su lugar, la mayoría adoptó la postura de Tertuliano, el contemporáneo severo y provincial de Clemente: «No está permitido que una mujer hable en la iglesia, ni le está permitido enseñar, ni bautizar, ni ofrecer [la eucaristía], ni reclamar para sí misma una participación en las funciones masculinas, y mucho menos en el sacerdocio».[357] Su consenso, que descartó la postura de Clemente, ha seguido dominando a la mayoría de las iglesias cristianas: casi 2000 años después, en 1977, el papa Pablo VI, obispo de Roma, ¡declaró que una mujer no puede ser sacerdote «porque Nuestro Señor era hombre»! Las fuentes de Nag Hammadi, que fueron descubiertas en momentos de crisis sociales en tomo al papel de los sexos, nos desafían a reinterpretar la historia y a revalorar la situación presente.