por María Martínez Vendrell[3]
El sentimiento colectivo más generalizado cree que la existencia del celibato obligatorio es algo esencial y ligado a la naturaleza misma del sacerdocio. Pero, sin embargo, no es exactamente así ya que la inclusión del celibato como condición imprescindible para ser consagrado sacerdote no empieza a consolidarse hasta unos trescientos años después de Cristo.
La exclusión de cualquier otra preocupación que no sea la de servir con plenitud a Dios y a la Iglesia pretende garantizar la máxima calidad de este servicio —elegido voluntariamente—, pero, no obstante, la historia ha demostrado la dificultad de la observación estricta de una condición que inhibe expresamente la manifestación de necesidades muy primarias del ser humano.
Sólo a partir del Concilio Vaticano II, del que muchos aún guardamos memoria, se empezó a discutir abiertamente sobre la cuestión del celibato, pero, dado que su obligatoriedad sigue vigente —y su incumplimiento es evidente—, nos encontramos inmersos en un ejercicio de negación de la realidad en varios frentes distintos.
Por una parte, estamos acostumbrados a considerar la renuncia a compartir los sentimientos más profundos ligados a la especie humana como algo que, si bien no está exento de dificultad, resulta ampliamente compensado por el privilegio del ejercicio sacerdotal. La idea de que existe una especie de sublimación genérica en esta cuestión parece aceptada colectivamente, y es lo suficientemente importante para que, cuanto menos, resulte difícil el entrar con seriedad y profundidad en su análisis.
Por otro lado, está muy poco divulgada —y por ello resulta desconocida para la mayoría— la realidad psicosocial de un considerable número de sacerdotes que han renunciado a mantener el celibato aunque no por ello lo hayan hecho también de su fe ni del ejercicio de su «profesión». Esto es todo un síntoma.
La negación tácita de esta realidad nos impide una reflexión seria y comprometida y, consecuentemente, cualquier toma de posición lo suficientemente responsable.
Los psicólogos sabemos que difícilmente podemos llegar a una comprensión del mundo interno y del externo de cada individuo si no abordamos de forma decidida estas realidades y tratamos, en primer lugar, de conocerlas.
Por esta razón damos la bienvenida a este libro, en el que Pepe Rodríguez se propone, básicamente, un acercamiento documentado a una realidad difícil y, en muchos casos, dolorosa.
La soledad es el gran condicionante de la vida sacerdotal. Pero no se trata de una soledad externa, dado que la atención a los demás es el gran objetivo del ejercicio sacerdotal, la compañía y la inmersión social está garantizada. La soledad de la que hablamos es interna, absolutamente subjetiva, y se alivia a través del diálogo con Dios. Un Dios que puede ser sentido más cercano o lejano según el momento biográfico de cada persona, su capacidad para metabolizar las experiencias de manera que den respuesta positiva a los deseos y, también, según las motivaciones internas y externas que hayan tenido un papel decisivo en la elección de la carrera sacerdotal.
Esta soledad, este vacío interno que aparece dolorosamente en la vida de cualquier persona en algún momento de su trayectoria biográfica, adquiere un significativo primer plano en la vida sacerdotal y, inconscientemente, reclama defensas contra la angustia que le acompaña. Es entonces cuando aparecen la represión y la sublimación para auxiliar al solitario que sufre, para defender de la angustia a un Yo que progresivamente puede neurotizarse.
La represión rechaza fuera de la omnisciencia la situación interna que provoca la angustia, pero este rechazo no «liquida» totalmente esta situación, que sigue conservando su fuerza para actuar. La vuelta de lo reprimido, por tanto, tiende a reaparecer y a manifestarse reiteradamente, aumentando progresivamente el conflicto y colaborando activamente en la neurotización del individuo.
Podemos imaginar fácilmente el doloroso proceso inherente a la represión de las pulsiones y a la necesidad de sublimar la sexualidad mediante vías como la de depositar toda la libido en el servicio a los demás para servir a Dios, o tratando de anular cualquier otro tipo de comunicación interior que resulte profunda y satisfactoria para la naturaleza humana. El sacrificio exigido por el celibato es enorme y va contra la naturaleza de manera evidente.
En el mejor de los casos puede echarse mano de la sublimación, que es una forma «satisfactoria» de la represión, gracias a una mutación y a un cambio de finalidad que pueden permitir, por ello, un reajuste personal y un freno a la instalación de la neurosis.
Pero cuando las defensas necesarias para mantener un equilibrio personal tienden a instalarse de manera constante, lo único que se consigue es disfrazar el contenido latente, y el equilibrio que se puede llegar a conseguir es tan precario y la fragilidad del individuo sometido a estas presiones tan grande, que fácilmente se descompensa y se convierte en terreno abonado para la neurosis en general y la neurosis histérica en particular.
Con este trabajo, el autor proporciona nuevos elementos al conocimiento y, por ello, para la reflexión acerca de un problema sobre el que, desde prismas distintos, ya se había escrito algo, aunque todavía no lo suficiente para que la gente corriente —no los eruditos— pueda avanzar en la reflexión de la cuestión que nos ocupa.
Por otra parte, quizá lo único que actualmente podemos hacer sea conocer, tratar de comprender y avanzar en un proceso de maduración colectiva que no afecta solamente a la práctica religiosa, sino también a la recuperación de unos valores que el flujo y reflujo de la historia colocan, según el momento, en planos distintos.
Ojalá que este libro vea cumplidos los objetivos que su autor se propone: investigar, conocer, facilitar la expresión de quienes lo necesitan, propiciar la comunicación entre todos los que lo desean y avanzar en una reflexión que nos acerque a la comprensión de conflictos que no hacen otra cosa que reflejar el momento histórico en que vivimos, y que, aunque nos afectan negativamente, también lo hacen de forma positiva.