El sacerdote Pedro María Ojanguren Ellacuria y la peluquera Inmaculada Aramendi Besañez se conocieron el 18 de julio de 1970, cuando éste estaba cumpliendo una condena en el colegio de los jesuitas de Villagarcía del Campo, en Valladolid, y ella acompañó a su marido, viejo amigo del cura, a hacerle una visita. Inmaculada, católica practicante, así como su marido, se sintió atraída por la personalidad de ese cura, pero aún faltaban muchos años para que ese encuentro fructificara.
«El día de Año Nuevo de 1980 Pedro estuvo cenando en casa con mi familia —explica Inmaculada Aramendi[191]— y al mediodía siguiente nos encontramos en la cafetería Valparaíso, nos sentamos, y empezó otra vez [a preguntarme] que a ver qué nos pasaba [a mi marido y a mí], si yo conocía a otro hombre… Yo no pude contener las lágrimas por más tiempo y me puse a llorar. Como la situación se ponía embarazosa, me dijo que era mejor que nos marchásemos a dar una vuelta en coche.
»Cuando estábamos ya en el coche, me dio la impresión de que lo que buscaba era que yo me declarase. Después de varios sondeos me preguntó si estaba enamorada. Yo le contesté que sí. [Me preguntó] Que quién era él, si le conocía. Le dije que no podía contestar a aquella pregunta. Entonces, me hizo una pregunta más: “igual te parezco vanidoso, pero ¿soy yo del que estás enamorada?” Y yo le dije que sí. Las manos me sudaban y me temblaban, y a la vez estaba contenta, ¡qué liberación! Pedro se puso muy contento, me dijo que yo le parecía algo inalcanzable y que mi marido estaba loco si me perdía. Ya eran las dos del mediodía, y me acercó hasta mi coche. Al despedirnos me besó, habían pasado diez años desde el primer y único beso que me dio cuando nos conocimos».
Una semana después, el padre Pedro María Ojanguren llamó a Inmaculada para que acudiese al Archivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya, del que era director, pero, al verla, le preguntó con frialdad por la razón de su presencia allí y le pidió que esperase un momento.
«Le dijo a su prima [secretaria del Archivo] que nadie le molestase, que íbamos a la biblioteca del mismo edificio. Entramos, y lo primero que le pregunté fue por qué había actuado así [fingiendo desconocer la causa de su presencia]. Me dijo que era la mejor forma, y que en aquel lugar no nos iba a molestar nadie; y así fue, estuvimos desde las diez de la mañana hasta la una y media de la tarde, hora en que se cierra el Archivo.
»Al cabo de pocos minutos de haber cerrado la puerta de la biblioteca me cogió las manos y empezó a besármelas, diciéndome que yo era como un milagro, guapa, con un buen cuerpo —mientras, me lo reconocía—, inteligente, y que lo mejor era mi alma. ¿Qué bien había hecho él en la vida para merecerse una mujer como yo?, decía. Nos besamos e hicimos el amor. Después, me sentía mal. Aquel escenario era terrible para mí: el Seminario de Derio, el lugar destinado a formar moralmente a los sacerdotes. Y me pregunto cuántos sacerdotes utilizarían aquel seminario para esconder sus miserias».
Un año después, la relación entre el sacerdote y la peluquera alcanzaba grados de tensión máxima debido a la actitud de él y a los reproches que eso provocaba en ella: «¡Y tú eres sacerdote! —se le quejaba Inmaculada—. Eres una mala persona con hábito, que también ha engañado a un buen amigo [se refiere al esposo de Aramendi]. Qué vergüenza, un sacerdote, nunca lo hubiese creído. Me has quitado la fe, me has quitado la esperanza, y por tu culpa no creo en Dios».
El primer día de 1981 el marido de Inmaculada abandonó definitivamente el hogar conyugal. La pareja, que llevaba ya algunos años haciendo aguas, se había roto definitivamente. Pero las relaciones entre el párroco de Arminza y la mujer tampoco terminaban de ir por buen camino. Después de la separación, explica Inmaculada, «Pedro se apartó totalmente de mí. No le convenía que le viesen con una mujer separada. Sólo le interesaban unas relaciones extraoficiales, pero yo no podía pasar por esa indecencia».
Meses después, el ex marido de Inmaculada tenía que ser hospitalizado a causa de una embolia cerebral, y la mujer se pasó mucho tiempo cuidando de él, hasta que por fin mejoró y fue dado de alta.
«Uno de los días que Pedro fue a visitar a mi marido y nos hicieron salir porque entraba el médico, Pedro quiso enrollarse conmigo, le volví a repetir que no, yo le quería más que para acostarme; él pretendía que nos viésemos una vez cada quince días porque su amor a la Iglesia era muy fuerte. Le dije que no tenía vergüenza, que era mentira, que yo no creía en su vocación, que era un falso y un mal sacerdote…»
Durante los cuatro años siguientes la peluquera se negó a plegarse a las peticiones del sacerdote para volver a iniciar sus relaciones. Pero una conversación del padre Ojanguren con la tía de Inmaculada, el día 25 de junio de 1985, cuando fue como cliente a la peluquería, aventó el interés y los rescoldos de un amor que nunca se había apagado.
«Al cabo de dos días me llamó, quería que nos viésemos en Derio, yo prefería una cafetería, pero él insistió en que íbamos a estar más tranquilos allí y que teníamos que hablar de muchas cosas. Yo no me podía olvidar de todo lo que me había hecho, se lo reproché, y le volví a poner mis condiciones si quería volver conmigo. Nuestra relación había que sacarla a la luz y, por supuesto, a aquella señora [otra mujer casada que estaba enamorada del sacerdote] tenía que dejar de engañarla. Me dijo que tenía muchos problemas en Arminza con la juventud; no conectaba. Nos entregamos [al acto sexual], Al marchar le dije que no volveríamos a tener otra relación si no hacía lo que le había pedido.
»Poco después me llamó y le pregunté dónde nos veríamos, le dije que si salíamos iba a ser a la luz del día. Él me dijo que era mejor Derio, que podíamos charlar tranquilamente. Yo le dije que no, y quedamos en Mungía. Aquel día era definitivo. Tenía que acabar con aquel asunto. Se planteó otra vez el mismo tema. Yo entendía que antes de pedir la secularización teníamos que conocernos más, pero una pareja no puede conocerse viéndose dos o tres horas a escondidas cada quince días».
A partir de ese momento los encuentros de la pareja comenzaron a cambiar, «por fin —señala Inmaculada— empezamos a tener una relación normal, si es que se puede llamar una relación normal a salir con un sacerdote». Aramendi, por coherencia, decidió romper inmediatamente con su compañero de entonces, con el hombre con quien había estado saliendo formalmente desde tiempo atrás.
Después de pasar unos días en Canarias con Ojanguren, en febrero de 1986, ambos decidieron ir en busca de un hijo —o de una hija, «Garoa» la llamaba el sacerdote—, «a mí, la idea de darle un hijo a Pedro me seducía. Tener un hijo suyo era la culminación de mi amor». Pero a las dificultades orgánicas de Inmaculada para procrear —que requerían una serie de intervenciones quirúrgicas—, se añadieron problemas laborales y un largo, progresivo e imparable deterioro de la relación entre ambos.
«En mi negocio [peluquería] también tenía problemas. Me imagino que el desprestigio que yo empezaba a tener por mantener relaciones sexuales con un sacerdote hacía que parte de mis empleados empezaran a hacerme aguadillas; llamaban a mis clientas diciéndoles que yo andaba con un sacerdote y, como consecuencia, mi salón [de belleza] se tambaleaba. Fueron varias clientas las que me avisaron de la poca profesionalidad de mis empleados y de su abuso».
Desde ese momento —y en las últimas 30 páginas del relato que venimos citando, enviado por Inmaculada al obispo Larrea—, la descripción que hace Aramendi de sus relaciones con el sacerdote son durísimas. El deterioro inevitable no sólo parecía haberse instalado definitivamente en la dinámica de pareja, sino, también, en el propio núcleo de la personalidad de ambos. Desde noviembre de 1988, a petición de Inmaculada, los dos habían comenzado a asistir regularmente a la consulta de un psiquiatra, pero el 11 de agosto del año siguiente la relación se rompió de cuajo. Cuatro días después, Inmaculada veía a su ya ex novio paseando tranquilamente «y muy agarradito» con otra mujer. El drama estaba servido.
Al cabo de cinco meses Inmaculada Aramendi, mediante el informe que hemos venido citando, denunciaba ante el obispo de Bilbao, Luis María de Larrea, su relación con el sacerdote Pedro María Ojanguren. Pasados dos meses sin tener noticia alguna del prelado, Inmaculada convocó una rueda de prensa e hizo público el escándalo.
La peluquera relató a los periodistas asistentes a su convocatoria los pormenores de la intimidad sexual que había mantenido con el sacerdote, y le acusó públicamente de ser un sádico y un enfermo mental. Ojanguren, por el contrario, se defendió ante los mismos periodistas afirmando que quien estaba diagnosticada de «psicopatía paranoica» era ella, aunque reconoció también la realidad de sus «seis años de relaciones sentimentales con Inmaculada», en los cuales, según él, «tuvimos enfrentamientos, en los que hubo violencia verbal, situaciones incómodas y algún manotazo».[192]
El sacerdote Ojanguren que, según la oficina de prensa del obispado bilbaíno «renunció voluntariamente a ejercer el ministerio presbiterial en octubre de 1987 y actualmente está en proceso de secularización», es decir, que solicitó su dispensa sacerdotal después de siete años de estar manteniendo relaciones sexuales con, al menos, Inmaculada Aramendi, siguió aún como director del Archivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya durante varios meses, hasta que el obispado le aceptó su renuncia, ya que no fue destituido a pesar del escándalo público que se había organizado[193].
Un año después de la rueda de prensa protagonizada por Inmaculada Aramendi, Ojanguren presentó una demanda civil contra su ex novia, reclamándole el pago de cincuenta millones de pesetas en concepto de indemnización por los daños ocasionados a su honor al haber hecho pública su intimidad. El proceso judicial acabó en una sentencia que, al margen de dejar acreditada la realidad y naturaleza de las relaciones mantenidas entre el sacerdote y la peluquera, condenó a ésta a indemnizar con un millón de pesetas a Pedro María Ojanguren[194].
La personalidad de Inmaculada Aramendi se resintió mucho con el fin tan traumático que tuvo su relación amorosa con el sacerdote y, después de un año y medio de depresión, precisó ser hospitalizada. Soportó muchas presiones y amenazas por haber sacado a la luz pública sus amoríos con el cura; muchos vecinos y amigos le dieron la espalda, las dientas dejaron de ir a su peluquería del barrio de Begoña y acabó arruinándose y perdiendo su piso y su negocio. Actualmente intenta rehacerse trabajando en otra peluquería situada en otro barrio bilbaíno.
El sacerdote Pedro María Ojanguren, ya secularizado, vive actualmente con una mujer y sigue siendo muy amigo del ex marido de Inmaculada.
Se demuestra de nuevo que, en los casos de relaciones afectivo-sexuales con sacerdotes, lo habitual es que la mujer acabe siendo siempre la única víctima.