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«CASTOS Y PUROS»… AUNQUE SEGUIDORES DE ONÁN

«Yo me masturbo siempre que tengo ganas —me comentaba, sin darle la menor importancia, un sacerdote barcelonés de 37 años—, pero no soy ninguna excepción ya que la práctica totalidad de los curas, de cualquier edad, lo hacemos. La diferencia entre unos y otros quizá no esté más que en el grado de culpa que uno puede sentir luego. Muchos compañeros se sienten muy mal por no poder evitar masturbarse; lo sé porque éste es un tema que se comenta de forma habitual tanto dentro como fuera de la confesión. Yo me considero un buen cura, y hasta hoy he guardado el celibato, nunca me he acostado con una mujer. Pero reconozco que algunas chicas hacen que me sienta excitado y, entonces, como mi cuerpo y mi sexo también son cosa de Dios, me masturbo y quedo en paz con el universo. No le hago mal a nadie y, aunque pueda sonar a disparate, después de masturbarme me siento más cerca de Dios y de su creación cuando rezo, ya que lo hago con una fuerza vital de la que carezco cuando estoy tenso y agobiado».

La masturbación, tal como ya mencionamos en la primera parte de este trabajo, es un tipo de satisfacción sexual que practica el 95% de los sacerdotes católicos en activo. Es habitual también entre los religiosos, y cada día resulta más frecuente entre las religiosas. Tal como afirma el sacerdote Javier Garrido[178]:

«En algunos casos el despliegue afectivo de la persona célibe alcanza a integrar incluso la dimensión sexual, especialmente entre mujeres, sobre todo si el despliegue se vive con Jesús. De la afectividad a la ternura; de la ternura al deseo; y, en algunos casos, del deseo de unión al desahogo sexual. Sin buscarlo, como una invasión que arrastra a la persona entera en trance de amor (…) ¿Qué confesor, por ejemplo, no ha oído a alguna religiosa confesarse de celos porque Jesús es amado por otras?»

En el sacerdote, como en el resto de varones adolescentes o maduros de la población, la masturbación en solitario es una consecuencia lógica de la falta de relaciones sexuales y/o de su insuficiencia. Desde el punto de vista de la salud integral es una forma absolutamente inocua y lícita de procurarse placer, pero, desde la perspectiva de las necesidades afectivas, es un mecanismo sustitutorio especialmente pobre, que puede devenir problemático si se entroniza como la única actividad sexual de un sujeto determinado.

La preponderancia que tiene la masturbación solitaria entre el clero, al margen de ser el resultado lógico y directo de la imposición obligada del celibato, puede verse favorecida también por las situaciones conflictivas que, como ya vimos en su momento, atenazan ala mayoría de los sacerdotes: conflictos emocionales no resueltos, inmadurez psico-afectiva, síndromes obsesivo-compulsivos, inseguridad, aislamiento, ansiedad latente… o el propio despertar a la sexualidad —muy tardío en algunos curas—, al comenzar a relacionarse con más intimidad y afecto con otras personas (mujeres o varones, en función de sus tendencias sexuales).

A partir de la propia dinámica de crisis estructural que caracteriza a la Iglesia Católica actual, y que genera ansiedad, desánimo y frustración entre el clero, se llega también con frecuencia a la masturbación, a los hábitos autoeróticos, como única vía posible de compensación, como única expresión afectiva posible para alcanzar un poco de reconocimiento y de cariño hacia uno mismo.

Dada la importancia capital que se le da, durante la formación de los sacerdotes, al hecho de guardar pureza y castidad, no son pocos los clérigos neuróticos que viven sumidos en un círculo vicioso del tipo: masturbación/confesión/culpabilidad/pérdida de autoestima/ansiedad/masturbación… Pero a la mayoría de los sacerdotes la masturbación solitaria no les culpabiliza en absoluto, la ven como un desahogo normal y ni siquiera se confiesan de ella aunque, según las normas eclesiásticas, sea materia obligatoria de confesión.

A pesar de los anatemas que el clero lanza contra los laicos que se masturban, la posición interna de la Iglesia está cambiando mucho con respecto a la masturbación de sus sacerdotes y, así, aunque aún hay muchos confesores que culpabilizan y recomiendan la mortificación de los sentidos, cada día son más quienes contemplan el autoerotismo de los compañeros con indulgencia, como una necesidad de orden afectivo que no empaña el ejercicio sacerdotal.

En este sentido, afirma Javier Garrido, desde su amplia experiencia como formador se sacerdotes, que «lo que importa es saber que el compromiso celibatario tiene pleno sentido aunque uno se masturbe, si realmente se ha intentado ser auténtico en el discernimiento y en los medios. El sentido de la existencia no depende de los resultados, sino del significado último con que se vive. ¿Por qué escandalizarse en este tema cuando la existencia cristiana siempre se debate entre la realidad y el ideal?»[179].

A la práctica masturbatoria se la llama también onanismo, término derivado de Onán, hijo de Judá que, según el libro del Génesis, fue muerto por Dios a causa del crimen de derramar su semen en el suelo y no dentro de mujer[180].

Dado que la casi totalidad de los sacerdotes católicos son fieles discípulos de Onán, y que no han sido fulminados desde el cielo por ello, deberemos suponer también que Yavé, con el paso de los años, se volvió más comprensivo con los desahogos sexuales solitarios de su pueblo elegido. Es un alivio saberlo.