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ANTIDIO FERNÁNDEZ, EL PÁRROCO ASESINADO POR EL MARIDO DE SU AMANTE

Los setenta escalones de madera, vetustos aunque lustrosos, que dan acceso al madrileño Hostal Residencia Veracruz fueron estremeciéndose uno a uno, con crujidos de suspense, a medida que Luis del Alamo Samper ascendía hacia el tercer piso de un edificio que aún conserva algo del aire señorial que tuvo hace ya muchas décadas.

Luis del Alamo, 46 años, guardia civil de profesión, había comenzado con muy mal pie aquel día 25 de septiembre de 1986. El día anterior, su esposa, Constantina Pérez Fernández, de 44 años, había llegado a ese hostal procedente de la localidad asturiana de Luarca, lugar de residencia del matrimonio; pero el marido, alertado ya desde hacía tiempo por una sospecha que le corroía el alma, comprobó esa misma madrugada que también estaba alojado en el hotel su amigo Antidio Fernández Llera, el joven —32 años— párroco de Barcia y coadjutor de la vecina Luarca.

Tras pasar una noche en vela, el guardia civil alegó estar enfermo ante su superior y enfiló la carretera hacia Madrid con su coche Renault 18 Turbo, gris metalizado. Poco antes de las tres de la tarde, después de unas cinco horas de interminable trayecto, Luis le preguntaba por su esposa a Manuel Blanco Blanco, recepcionista del hostal. El hombre vestía de paisano, pero llevaba al cinto su arma reglamentaria, una Star de 9 milímetros parabellum, número de serie 1.429.704. La sentencia judicial del caso[152], en sus hechos probados, relata del siguiente modo lo que sucedió a continuación:

Una vez en Madrid [Luis del Álamo] se presenta en el citado Hostal-Residencia y en el vestíbulo es atendido por el encargado, que le aclara que Constantina ocupa la habitación 319 y, al identificarse como su esposo, el encargado le comunica a ella por teléfono esta circunstancia, respondiendo ésta que espere unos instantes y que saldría inmediatamente, pero ante el transcurso de cuatro o cinco minutos sin que ello se produjera, el procesado [el marido] pregunta al encargado dónde se encuentra la habitación y, al indicarle éste que correspondía a una de las puertas situadas en el pasillo inmediato, se asoma él y en este momento sale Antidio por la puerta que se le había indicado.

Apareciendo [el sacerdote Antidio Fernández] desnudo de la cintura para arriba, llevando la camisa en la mano derecha, los zapatos en la izquierda y con la cremallera del pantalón desabrochada, dirigiéndose precipitadamente a la habitación 312 que tenía asignada en ese mismo pasillo sin que llegue a hacerlo, en parte por la precipitación de la maniobra, y en parte por la llamada de atención del procesado que le decía «un momento, antes de que te metas en tu habitación tenemos que hablar», momento en que Constantina aparece en la puerta de la habitación de la que salió Antidio, vistiendo únicamente bragas y sujetador, y tratando de convencer al procesado de que la presencia de aquél en su cuarto no tenía otra finalidad que la de charlar sin ninguna otra consecuencia de naturaleza sexual.

Estando en este momento el procesado dominado por un intenso estado pasional que estrechaba el campo de su conciencia y disminuía y descontrolaba su libre voluntad, liberándose en él una serie de actos incontrolados que resultaron ser automatismos de disparo, aprendidos por entrenamiento profesional y que no pudo dominar, no teniendo conciencia de dicho automatismo y en tal situación, Antidio se abalanzó sobre él entablándose un forcejeo, sin que conste si este contacto tuvo lugar antes o después de que el procesado empuñara el arma de fuego que portaba en la cintura, produciendo un disparo que alcanzó a Antidio, a una distancia no inferior a 50 centímetros, en trayectoria de adelante atrás, de arriba a abajo y de izquierda a derecha que interesa el corazón, aorta ascendente y pulmón izquierdo, y que produce la muerte instantánea [del párroco].

El marido burlado, aún bajo una fuerte excitación, guardó su arma y le pidió al recepcionista que avisara a una ambulancia y a la policía. Tina, su mujer, aún no había tenido tiempo de reaccionar ante el grito de advertencia, previo al certero disparo, que Luis le había hecho: «¡Te dije que este cura nos iba a traer la ruina!»

Antidio Fernández había comenzado su ministerio en la parroquia de Luarca un año antes, y el matrimonio era uno de sus colaboradores más habituales: ayudaban en las reformas de la iglesia, cantaban en el coro, etc. En la pareja, que llevaba casada desde el año 1965 y tenía dos hijas de 16 y 9 años, la relación parecía satisfactoria «sin que se apreciaran disensiones en la perfecta armonía conyugal —se declara probado en la sentencia ya citada—, ni fisuras en sus relaciones públicas o privadas, hasta que surge en el círculo de sus amistades Antidio Fernández Llera, sacerdote de la localidad de Barcia».

La presencia del sacerdote en Luarca —se relata en el texto de la sentencia— hace que la amistad, ya existente de conocimiento anterior, entre él y el procesado se estreche aún más, relación afectiva que se hace extensiva a la esposa de éste, intercambiándose visitas e invitaciones en los domicilios de unos y otro para llegar [finalmente] a una relación aparte y paralela entre Antidio y Constantina, comenzando ésta a sentir la necesidad de librarse de sus tareas domésticas y de emplear su tiempo libre en otras actividades fuera del hogar.

Pretensión [la citada] que es compartida por su esposo que, en afán de atender todas las sugerencias y deseos de ella, concibe la idea de abrir una boutique, pensando que de esta manera contribuye a una mayor serenidad emocional de su esposa, que empieza a demostrar cierta inestabilidad psicológica, por lo que tiene que asistir a consultas de psicólogos fuera de Luarca, en cuyos desplazamientos, que realiza sola con el pretexto de que su marido debe atender sus obligaciones profesionales, es seguida por Antidio, llegando a tener relaciones sexuales con el mismo; consumación que desconoce el marido, al que, sin embargo, no pasa inadvertido el hecho de que la amistad entre ambos se va estrechando.

Tina, la esposa, que algunos del pueblo habían bautizado con el mote de Falcon Crest, por su actitud estirada hacia los demás, siempre le negó a Luis sus sospechas, advirtiéndole que «incurría en celos infundados y que tales contactos obedecían a puntualizaciones derivadas de su actividad de catequista y miembro del coro parroquial», según señala la sentencia que venimos citando.

Constantina Pérez, pizpireta de sonrisa sensual, alta, de piernas largas y talle estrecho, siempre negó —y sigue negando— sus relaciones con el sacerdote. «¿Qué hemos hecho?» le preguntaba su marido, acongojado, después del homicidio. A lo que ella, con frialdad y distancia, le respondía una y otra vez: «Qué has hecho tú, porque yo no he hecho nada».

La inocente esposa, de la que Luis del Alamo estaba locamente enamorado, juraba hasta en arameo que sólo estaba conversando con el sacerdote y que se estaban preparando para asistir a un desfile de modas, puesto que ella había ido hasta la capital para adquirir ropa para su boutique. Carecía de importancia el pequeño detalle de que, para realizar tal menester, charlar con un cura, Tina y Antidio se hubieran encerrado en la habitación de un hotel y ambos platicaran de sus cosas estando desnudos.

El marido pilló a los amantes in fraganti y le asestó un disparo en el corazón al sacerdote que había traicionado su confianza, tal como declaró probado la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid ya mencionada, que condenó a Luis del Álamo a dos años de prisión menor y a indemnizar con dos millones de pesetas a los padres de Antidio Fernández.

La sentencia, muy leve, sin duda alguna, había valorado la concurrencia de la eximente incompleta de trastorno mental transitorio y la atenuante de arrepentimiento espontáneo. Pero el Tribunal Supremo, tras el recurso de casación presentado por los padres del sacerdote, sólo apreció la atenuante de arrebato y obcecación, e incrementó la pena a siete años de prisión mayor y al pago de siete millones de pesetas en concepto de indemnización civil[153].

Luis del Álamo, después de haber cumplido una parte de la pena de cárcel impuesta, salió en libertad y regresó a su domicilio de Luarca. Jubilado de la Guardia Civil, por tener la edad reglamentaria para hacerlo, del Álamo, en el momento de redactar este capítulo, sigue viviendo con su querida esposa Constantina Pérez.

Antidio Fernández Llera, el sacerdote que nunca hubiese sido sancionado por su obispo por mantener relaciones sexuales con una mujer casada, sí fue hallado culpable, sin embargo, por el marido de su amante. Antidio nunca tuvo la oportunidad de gozar de la misma capacidad de perdón de la que ahora disfruta Tina, ni la de acogerse al encubrimiento clerical que siempre es norma en este tipo de casos. Apenas un centímetro de plomo, la medida que separa la vida de la muerte, lo estropeó todo.

Hoy, el olvido más interesado hizo pasar ya la página de los pasionales encuentros amorosos entre Constantina Pérez y Antidio Fernández. Una lápida es todo cuanto queda para recordar a los humanos —sean sacerdotes o no— que el sexo puede llegar a ser un pecado mortal.