Cuando, en 1990, Clara Penín Pérez, titular del Juzgado de Instrucción número 29 de Madrid, autorizó a la policía judicial para que siguiese investigando las tramas de la red de prostitución homosexual de menores del brasileño Carlos Alberto Romao, aún desconocía que entre los clientes habituales de esta red figuraban algunos prohombres de la sociedad española.
Pero, tiempo después, cuando se incautaron de las agendas telefónicas del brasileño, los nombres encontrados fueron de tal magnitud que el caso sufrió un vuelco espectacular: se impidió que hubiese acusación particular en el proceso (de hecho se expulsó a la que ya estaba personada en la causa), las agendas se guardaron en una caja de seguridad y acabó celebrándose un juicio cojo y sesgado en el que sólo había supuestos proxenetas pero ningún cliente, ni como testigo ni como inculpado (que, en el caso de quienes habían tenido relaciones sexuales con menores, eran tan delincuentes como los propios proxenetas). Para que no quedasen dudas, durante el juicio, el tribunal impidió fogosamente cualquier intento de los letrados defensores presentes de referirse a las dichosas agendas y a los nombres de los clientes que protegían[146].
Entre las conversaciones telefónicas que la policía intervino y grabó en este caso, son bien ejemplificadoras y edificantes las mantenidas entre Carlos Alberto Romao y un sacerdote cuarentón descrito en las transcripciones policiales como José, El Gangoso, cuya voz característica le hizo merecedor de tal apodo.
Este notable y a todas luces adinerado miembro del clero español —un vicario o juez eclesiástico— gastaba entre 40.000 y 100.000 pesetas por cada sesión de sexo sadomasoquista que contrataba con los pupilos de Romao. Y su estatus económico le permitía correrse estas santas juergas sexuales más de una vez por mes, según como le pillase el cuerpo. Lo que sigue es parte de la transcripción de algunas de sus llamadas al teléfono de Romao.
«JOSÉ (sacerdote): Ya, ¿y me mantienes la cita que me dijiste?
CARLOS (proxeneta): Sí, sí, con bolas, aceites…, nada que sea de quemaduras y que haga salir sangre, de lo demás todo.
J.: Sí, sí, o sea que sobre la cosa de pincharnos y de… ¿verdad?
C.: Sí, sí, eso sin problemas, e incluso si quieres eso, también.
J.: Sí, y Juan está mejor que Raúl, ¿verdad?
C.: No, no es que sea mejor, lo que pasa es que yo te puedo garantizar más cosas con él que con el otro, porque el otro ya se ha putificado, ¿sabes cómo es eso?, uno se putifica por la ganancia y no a lo mejor porque conoce de qué va el tema.
J.: Pues entonces digamos que Raúl será en otra ocasión, yo quiero pasarme por ahí [casa de Carlos y lugar al que acude el sacerdote, por las mañanas, para mantener relaciones sexuales con los menores] para una sesión de masoquismo.
C.: Perfecto.
J.: Entonces, me has dicho tú que yo le puedo pegar con el látigo, que le puedo aplicar cera.
C.: Látigo, mucho, bolas, digamos que algo de hostias y tal y tal, y sexo si quieres. No puedes con tabaco [quemaduras con cigarrillos], tampoco le puedes pinchar para hacer sangre, y nada más. Lo demás todo. Lo que sí me gustaría es que las velas [derramar cera fundida sobre la piel] las utilicen ellos [los menores].
J.: Vale, vale, hasta luego, chao».
Seis días más tarde, el 5 de agosto de 1990, el sacerdote ya está listo para la sesión y llama a Carlos Alberto Romao para confirmar los preparativos.
«JOSÉ: La circulación está regularcilla, no sé lo que podré tardar y, además, yo voy a tardar un poquito en salir de casa, porque estoy ahora con un calorín…
CARLOS: Muy bien, pues aquí ya tengo incluso la habitación ambientada, se está muy fresquito aquí dentro.
J.: ¿Ya tienes ahí las velas, el látigo y todo eso?
C.: Sí, sí, ya está todo hecho.
J.: Entonces voy para allá. Y el negrito [el menor Juan C. M. es de raza negra] ¿también está preparado?
C.: Sí, también, también el negrito, está ya todo aquí.
J.: Ah, mira, se podría presentar, bueno, yo ya conozco a Juan, como es natural, y Juan me conoce a mí, pero digamos que en la presentación me gusta que esté vestido, ¿sabes?, que no esté desnudo, luego ya se desnudará. ¿Te vale?
C.: OK.
J.: Y que en la entrada, cuando yo entre en la habitación me eche mano al paquete [genitales], ¿sabes?, mira, yo quiero simular que el chaval quiere guerra conmigo y, para ello, que a la altura del pene encienda el mechero, que cuando me vea encienda el mechero y me eche mano al paquete. Ah, mira, otra cosa, que las velas las encienda cuando estemos en situación, y que las encienda el muchacho, que ya sabe que me gustan a mí todas esas tonterías».
Tres días después, el sacerdote, que ya empieza a preparar una nueva sesión, le comenta a Carlos: «Me echó tanta cera que me ha dejado todo el cuerpo hecho una ampolla».
Los menores Juan C. M. y su hermano Raúl, de origen zaireño, habían huido de la casa paterna, en Zaragoza, debido a los malos tratos que recibían. Con el sacerdote gangoso, que fue cliente de ambos, podían tomarse una cierta revancha:
«Al cura le gustaba que al entrar en la habitación le echase mano al paquete —ratificó Raúl en su declaración ante el juzgado—, que le tirase sobre la cama, le diese patadas y le dijera toda clase de tacos: también que le pegase con un látigo y velas en forma de pene que, después, le gustaba que le introdujera por el ano».
En otra conversación, grabada el mismo mes de agosto, el vicario gangoso le propone a Carlos Alberto Romao hacer otra sesión sadomasoquista, pero incrementando el nivel del castigo y del dolor a recibir.
«JOSÉ: Hola, Carlos, soy José, te llamo para decirte que lo pasé estupendamente con Raúl.
CARLOS: ¿Qué lo pasaste estupendamente con Raúl?, hombre, pues ya lo sabía, yo ya te dije lo que había, ¿me entiendes?, porque yo no lo conocía como pasivo, pero yo he tomado la precaución, claro, de que él viniese aquí una noche antes y, vamos, se ha acostado conmigo y le puse las pilas en este sentido, ¿no?, a ver cómo iba la cosa y ha ido bien, ¿me entiendes?
J.: Sí, sí, ha ido estupendamente.
C.: Por eso yo no me quedé preocupado, la cosa iba a salir bien porque, claro, yo había pasado la noche con el chico y se enrrolla bastante bien.
J.: Estupendamente, y qué te iba a decir yo, es que ya su hermano Juan se ha ido y no puedo conseguirlo como antes.
C.: Sí puedes, porque este chico se va a estudiar, a lo mejor ya está estudiando, en un colegio de las afueras de Madrid[147], pero con una cierta antelación sí te lo puedo conseguir, claro que sí.
J.: Y Raúl, vive aparte, ¿no?
C.: Sí, él sin problemas, a la hora que lo quieras lo tengo.
J.: Te pasa lo mismo que con Eibar, ¿no?, que lo puedes contactar en cualquier momento.
C.: Con Raúl sí, Raúl sin problemas.
J.: Y con Iván tampoco.
C.: Iván tampoco, ahí todavía más claro.
J.: Mira, ahora que te digo de Iván, cuando hicimos aquí la sesión, aquello del masoquismo, yo y Eibar, que ya sabes tú que va de activo, pues la última vez, no ésta, sino la vez anterior, pues me dijo que yo respondía estupendamente y, sabes, le dije que para la próxima vez quería una cosa más fuertecita y me dijo que para esas citas él tenía qué utilizar aparatos.
C.: Hombre, serían gemelas [esposas], bueno, unas cositas que no sé si a ti te irán o no, es un aparato digamos que de sexo, con… como consoladores pero ya en plan un poco más duro, consoladores con pinchos y cosas así; es una cuestión en la que tú impones más o menos el límite, yo te digo lo que se puede hacer y tú me dices hasta qué punto quieres llegar.
J.: Pues mira, dame así unas pistas… porque te voy a hacer una visita pronto, ¿sabes?
C.: ¿Te gustaría hacerlo con Eibar?
J.: Sí, sí, yo quiero de pasivo con Eibar, ¿vale?
C.: ¿De pasivo con Eibar?
J.: Sí, porque con Eibar he estado varias veces, y las dos últimas que estuve con Eibar me dijo que respondía muy bien yo a lo que él quería hacer conmigo y que ya me iba a poner aparatos, y aparte te digo… porque él es muy duro, pero bastante duro, y entonces yo le tengo que poner un poco más limitado, porque, claro, el chico es que se pasa, se pone muy…, vamos le gusta pasarse lo suyo, entonces imagínatelo ¿no?, entonces hay que poner un límite, porque si no la cosa se pone muy gorda y no sé hasta qué puede utilizar después.
C.: Entonces será una cuestión de charlar antes primeramente contigo, claro, y luego con él, del tema de los aparatos, pues aparte de los que… de los pinchos, velas y tal, podría usar consoladores con pinchos y cosas así ¿me entiendes?, aparte de tabaco [quemaduras con cigarrillos], que tú ya lo conoces también y el látigo especial ¿no?, gemelas y cosas así.
J.: ¿Gemelas?, ¿qué son? ¿esposas?
C.: Exactamente.
J.: Es que él me dijo de un aparato que se cuelga de los huevos.
C.: Sí, sí, ésa es una cuerda de cuero, con pesos, que se puede utilizar también.
J.: ¿Eso deja algún tipo de huella?
C.: Pues no lo sé, a lo mejor un poquito, pero no llega a causar tanta huella.
J.: O sea, que eso al cabo de dos o tres días desaparece.
C.: Sí, antes de eso, antes, antes, a lo mejor se pone un poco rojo el primer día, pero luego se va.
J.: Sí, sí, entonces vamos a ver, la última sesión que yo hice con Eibar fue a base de tabaco, de tabla y de mechero, luego también, como es natural, me pegó con el látigo y con la mano, sobre todo con la mano, me tiró del pelo y en ese momento me dijo eso [que respondía muy bien al dolor y que se podían usar aparatos].
C.: Bueno, algo un poquito más fuerte también se podría hacer, sería algo de coser los pechos ¿me entiendes?, la puntilla de los pechos con una aguja, limpia, por supuesto, desinfectada y todo esto. Es una cosa también que podrías hacer con Eibar, y es que ese tipo de cosas duras es mejor con dos chicos, porque uno sujeta y el otro hace, ¿me entiendes lo que quiero decir?
J.: Sí, sí.
C.: Incluso es más seguro, porque cuando se va a hablar de pinchos y cosas así, que vas a pinchar y va a salir sangre, lo mejor es que tengas dos personas para que cuando uno sujeta el otro haga el trabajo, y digamos que causas menos posibilidades, en fin, de que pinche en un sitio que no tenía que pinchar o algo por este estilo; entonces, con dos personas saldría bastante mejor hecho, ¿sabes?
J.: Sí, sí, ¿y por cuánto me saldría?
C.: Mira, hablaré con Raúl y con Eibar, que creo que son los dos más indicados para esto ¿no?, pero te diré una cifra aproximada, que son 120.000 [pesetas], de 100.000 a 120.000, pero vamos, algo extremadamente duro, fuerte y con cuidado; incluso te aseguro que nada de lo que pase será factor sorpresa, ¿me entiendes?, ya sabré yo antes todo lo que va a pasar, antes de que pase charlaré contigo, enumeraremos fase a fase todo lo que va a pasar y tú me dirás si estás de acuerdo, ¿no?, te enseñaré los aparatos que van a ser utilizados, tú también los mirarás y dirás “pues vale, estoy de acuerdo”, o sea, que no haya sorpresas de ningún tipo.
J.: Fabuloso.
C.: Entiendes, ¿no?, algo muy bien hecho, muy bien preparado, y sería más o menos por eso, por 120.000 pesetas, con Raúl y con Eibar.
J.: ¿Y con uno solo?
C.: De este tipo de cosas te estoy hablando… pues hablaría con uno u otro, pero te garantizo que saldría por unas 60.000 a 70.000 [pesetas].
J.: Entonces vamos a hacer una cosa, yo te doy mañana todo el día para que hables con Raúl o con quien tengas que hablar y le pongas los puntos sobre las íes, entonces yo, pasado mañana, con seguridad casi absoluta, me paso por aquí a la misma hora de siempre y ya lo hablamos en un momentito, ¿vale?
C.: OK, pues quedamos en eso entonces, primeramente me pondré en contacto con Raúl, después, cuando tenga aquí todo preparado pues te acercas y aquí te lo explico, cómo va a ser la sesión con todos los detalles; tú me haces un planteamiento, “pues vale, eso está bien para empezar” o “eso está mal”, o que sea así o asá, yo te enseño las agujas, en fin, yo te enseño todo el material que va a ser utilizado».
Ni este sacerdote vicioso, ni otros dos curas clientes de Romao, un párroco gallego y el secretario de un prelado italiano, ni el resto de los prohombres —entre los que destaca un político, un periodista, un magistrado, y un rector de universidad muy importantes— identificados en 1990 por el Grupo de Menores (GRUME) de la Policía Judicial de Madrid, que pasó sus filiaciones a la magistrada Clara Penín, han sido llamados, hasta hoy, para prestar declaración sobre sus actividades sexuales con los menores. Ni tampoco, obviamente, han sido procesados por la presunta comisión de delitos continuados de corrupción de menores.
La policía, en su día, también notificó oficiosamente al Arzobispado de Madrid las actividades sexuales de José, El Gangoso, que fue apartado del puesto que ocupaba, pero hoy aún sigue siendo sacerdote.