Pío B. S., de 13 años, hijo de una católica familia de Polinyá —una localidad de poco menos de 3.000 habitantes que está cerca de Sabadell (Barcelona)—, se había quejado repetidamente ante sus padres del trato que le daba Jordi Ignasi Senabre Bernedo, de 51 años, párroco de la iglesia del pueblo.
«Mamá, yo no quiero ir a la parroquia. Mosén Senabre me toca aquí [los genitales] y quiere que le acaricie entre las piernas», se lamentaba el niño.
Pero sus padres, fervientes devotos de la parroquia de Sant Salvador y una familia muy unida al sacerdote Senabre, no creyeron a Pío en ninguna de las más de diez ocasiones en que, a lo largo de 1987 y 1988, denunció los abusos sexuales de que era objeto dentro de la propia iglesia. Y antes que asumir la posibilidad de que tales hechos pudiesen ser ciertos, prefirieron creer que no eran más que simples «fantasías de niño».
Pero las fantasías de Pío acabaron por desbordarse de forma harto traumática y espectacular en la mañana del día 6 de junio de 1988, cuando sus compañeros de más edad —que habían asistido, pocos días antes, en el propio colegio, a una conferencia sobre drogas y sida— le contaron, entre otras cosas, cómo se transmitía el sida por la vía de las relaciones sexuales anales.
Una descarga eléctrica recorrió el espinazo del chaval y los sudores fríos le llevaron inmediatamente hasta el lavabo para comprobar el estado de unos granitos que le habían salido en la cara y en la espalda. Regresó a su clase tan lívido que la dirección del colegio decidió llamar a su madre para que pasara a recogerle.
Pero, mientras trasladaba a Pío hasta su casa, la señora María de los Ángeles, según relató en su denuncia ante la Guardia Civil[119], apenas podía dar crédito a lo que oía:
«Mi hijo me pedía insistentemente que le llevara al médico porque se encontraba mal y le habían salido unos granos por el cuerpo, y cuando le comenté que aquello era normal a su edad, se echó a llorar y me dijo que había cogido el sida porque el párroco de Polinyá le obligaba a mantener relaciones homosexuales y a penetrarle analmente, bajo la amenaza de que si se lo decía a sus padres le pegaría».
Poco después, era el propio niño quien, ante la Guardia Civil, relataba el día que, siendo ya monaguillo de mosén Senabre, fue a la parroquia con su amigo Miguel R. B. a leer lecturas religiosas y el sacerdote los separó, dejando a Miguel en el interior de la iglesia y subiendo con Pío hasta la rectoría.
«Cuando ya estábamos en la habitación me mandó que me bajara los pantalones. “Tranquilo —me dijo mosén Senabre—, que no te pasará nada. No te preocupes.” Yo le contesté que me dejara tranquilo, pero acabé bajándome los pantalones y entonces mosén Senabre, que también se había bajado los pantalones y se había dado media vuelta y puesto de rodillas ante mí, con el ano al aire, me dijo que se la introdujera por el ano. Y así lo hice, pero mientras lo estaba haciendo me dijo que tenía que eyacular fuera. Cuando acabamos, me advirtió de que si se lo contaba a mis padres me daría una paliza».
Una escena parecida a ésta se repitió unas veinte veces desde principios de 1987. Normalmente, el sacerdote Jordi Ignasi Senabre abusaba sexualmente del niño a última hora de la tarde, los sábados por la mañana, o los domingos, antes de la misa, cuando Pío acudía a ayudar en la celebración religiosa como monaguillo. Y, según el niño, hasta intentó penetrarlo, sin éxito, ya que éste opuso resistencia, cuando ambos estaban en la cama de la rectoría.
Ante la Guardia Civil, mosén Senabre Bernedo declaró (y rubricó con su firma) «que se había manifestado muy afectivamente con el joven llamado Pío en varias ocasiones. Y que el citado joven ha correspondido siempre al afecto sin necesidad de verse forzado»; y cuando se le requirió para que precisara el contenido de esas manifestaciones afectivas, declaró que consistían en «besos, abrazos y relación sexual». Pero ya ante el Juzgado de Instrucción número 3 de Sabadell[120], y con su abogado al lado, negó la mayor con el sofisma de que ante la Guardia Civil «en ningún momento habló de relación sexual, sino de relaciones sensacionales» con el menor «al que simplemente lo ha abrazado y besado como al resto de la comunidad».
La habilidad para el malabarismo verbal del sacerdote, sin embargo, no impresionó lo más mínimo al fiscal del caso que, en su escrito de calificación, acusa a Senabre de la comisión de un delito de corrupción de menores —Artículos 452 bis b) 1.ª y 452 bis g) del Código Penal— y afirma que el sacerdote «con ánimo libidinoso tendente a la depravación del menor, en fechas no determinadas comprendidas entre el año 1987 y el mes de mayo de 1988, y en la rectoría de la Parroquia de Polinyá del Vallès de la que era oficiante titular, logró que Pío B. S., de 13 años de edad y que a la sazón hacía de monaguillo, le introdujera 20 veces el pene en su ano, para lo que le tocaba previamente los órganos genitales y así mismo, también, en otras ocasiones, mantuvo relaciones homosexuales con el citado menor en las que no hubo penetración sino tan sólo masturbación mutua».[121]
Igualmente inmisericorde es la visión que de Senabre da la monja carmelita que dirige el colegio Nuestra Señora del Pilar, de Sentmenat, al que asistía Pío.
«Creo que el niño ha sido utilizado —comentó[122] la directora del colegio poco después de hacerse pública la denuncia contra Senabre— y que en ningún caso se puede haber prestado a tal situación. A Pío le conozco muy bien y es incapaz de hacer eso si no está presionado. Su personalidad es muy débil. Es el más vulnerable de su grupo. Además, su mentalidad no está al nivel que le corresponde por su edad. Es decir, tiene trece años, pero en realidad actúa como un niño de siete u ocho años. El mosén ya sabía lo que hacía, escogió al más débil para realizar sus acciones y poder dar rienda suelta a sus miserias. Pío es el más inocente de la clase. Ha sido utilizado y presionado. Otro niño del colegio no se hubiera dejado y, por supuesto, no hubiera aguantado más de un año con estos abusos».
Jordi Ignasi Senabre Bernedo siempre fue un sacerdote polémico y peculiar. Llegó a Polinyá para hacerse cargo de su parroquia a principios de 1983, y pronto se alió con las fuerzas más reaccionarias y ultracatólicas que gobernaban el pueblo, hasta formar un triángulo de poder basado en los caciques, en la maestra Rosario Martínez y en él mismo. Tanto es así que, en las elecciones municipales de 1987, mosén Jordi Senabre intentó parar a «los rojos que todo lo estropean» —y que ganarían finalmente la alcaldía— apoyando activamente desde el púlpito a sus amigos y mentores ultras (reunidos en una lista de independientes).
Con la caída en desgracia del sacerdote, muchos en el pueblo de Polinyá recuperaron la memoria y comenzaron a comentar en voz baja lo que ya era diáfano para todos los que conocían a mosén Senabre: su patente homosexualidad.
«A la mayoría de nosotros no nos ha cogido de nuevas su homosexualidad —comentaba Pep Marqués, un vecino que vive junto a la parroquia—. Estamos hartos de verle entrar con un tío que él dice que es su primo, pero que en realidad es, o creo que debe de ser, su amante».
Pero no todos en Polinyá dieron crédito a la evidencia; así, mientras mosén Francisco, el párroco sustituto, daba por imposibles los hechos y desde la misa llamaba a los fieles a «cerrar filas para que la caridad de Cristo nos ayude a superar los problemas que vayan presentándose», los sectores más ultras salieron también en defensa del honor mancillado de su párroco, acusando a los padres de Pío —que son devotos católicos— de hacer «un montaje para difamarle con negras intenciones y que sólo satisface a los del Ayuntamiento [que es de izquierdas, claro está]».
«Es una historia inventada por los ateos, los que viven allá abajo, en los pisos del pueblo —postulaba con fe ciega María Luisa Ruiz Bellera, miembro destacado de la junta parroquial—. Yo tengo un nieto que también es monaguillo y al que dejaría ir con el padre Jordi hasta el fin del mundo, incluso a pernoctar fuera de casa. Es un hombre maravilloso que hay que recuperar para Polinyá, que es otra cosa sin él».
El nieto de esta beata dama es Miguel, el amigo de Pío ya citado que, según declaró éste ante la Guardia Civil, permanecía dentro de la iglesia mientras él era forzado a sodomizar al padre Senabre en la rectoría.
En determinados círculos homosexuales de Barcelona, sin embargo, Jordi Ignasi era una persona conocida —aunque, en general, se ignoraba su identidad como sacerdote— ya que frecuentaba determinados locales de ligue gay, como La Luna, y no se recataba en absoluto de hacer proposiciones sexuales a los adultos —como a un abogado conocido de este autor— que le parecían receptivos a una propuesta de este tono.
Y la actividad sexual de mosén Senabre también era bien conocida por las autoridades eclesiásticas que, tal como explicó una componente del consejo parroquial de Polinyá, tenían ya informes de hechos similares a los denunciados por Pío B. S. presuntamente ocurridos mientras Jordi Ignasi Senabre estuvo destinado en Alloza (Teruel) y en la parroquia barcelonesa de Nuestra Señora del Roser. Pero este sacerdote, al igual que sucede en decenas de casos similares, siempre gozó del encubrimiento de la Iglesia que, a lo sumo, se ha limitado a pedirle discreción para sus desahogos sexuales y a trasladarle de un pueblo a otro cada vez que afloraba el escándalo en la parroquia del padre Senabre.
Pero encubrir un comportamiento de este tipo, para el siempre sutil y doble lenguaje que emplea la Iglesia, no parece generar responsabilidad subsidiaria de ninguna clase. Así, cuando el fiscal y Jordi Oliveras, abogado de Pío B. S., señalaron que la responsabilidad civil subsidiaria debía ser cubierta por el Arzobispado de Barcelona, éste interpuso rápidamente un recurso[123] argumentando que, en todo caso, dicha responsabilidad económica le correspondía a la parroquia de Polinyá. Pero el Juzgado número 3 de Sabadell no aceptó esta tesis y, en enero de 1991, obligó al Arzobispado de Barcelona a depositar una fianza de cinco millones de pesetas como responsable civil subsidiario de la causa penal contra mosén Senabre, sacerdote de una de las parroquias que se halla bajo su jurisdicción.
En este proceso, el escrito de calificación provisional que presenta Enrique Basté Solé, procurador del Arzobispado, en fecha 7 de mayo de 1991, resulta también altamente definitorio del tipo de mentalidad característica de la jerarquía católica.
En dicho escrito de calificación de los hechos —que realiza cada una de las partes implicadas en la causa— el Arzobispado se sale por la tangente de principio a fin. Así, dice:
1.º.— Respecto a los hechos los negamos, por desconocerlos[124].
2.º.— No podemos calificarlos ni designar autos[125].
3.º.— En cuanto se refiere el Ministerio Fiscal y acusación particular a la responsabilidad civil subsidiaria del Arzobispado de Barcelona, entendemos que no existe dicha responsabilidad, en cuanto al Arzobispado, sin perjuicio de que pueda reclamarse contra quien realmente debe responder, en su caso[126].
Cinco meses después de presentado el anterior escrito, el Arzobispado respondía con un escueto «está de misiones en el extranjero» a la Sección Tercera de lo Penal de la Audiencia Provincial de Barcelona que, el 23 de octubre de 1991, había tenido que suspender el juicio contra Jordi Ignasi Senabre por su incomparecencia ante el tribunal.
Casi un mes después, el 14 de noviembre, la Audiencia de Barcelona dictó un auto de ingreso en prisión y una orden de busca y captura contra mosén Senabre que, según declaró su abogado Manuel Bayona, se encontraba entonces «en África, de misiones; y no tiene intención de volver a España porque prefiere quedarse allí a enfrentarse con los medios de comunicación».
Tuvieron que pasar dos años y tres meses antes de que el fax número 118/994 de Interpol Montevideo comunicase a Interpol Madrid que Jorge Ignacio Senabre Bernedo había sido detenido y estaba preso y a disposición de las autoridades españolas para su extradición. El sábado 29 de enero de 1994, a primera hora, en el curso de un control de población flotante realizado por la oficina de Interpol de Montevideo, mosén Senabre fue localizado y arrestado en un hotel del barrio residencial de Pocitos. El sacerdote había entrado en Uruguay procedente de Ecuador provisto de un visado de turista.
En el momento de escribir este capítulo, la situación de mosén Senabre es la que describe el comisario Víctor Hugo Rocha Pacheco en su fax número 121/994 de la oficina de Interpol de Montevideo: «les comunicamos que entiende la causa el Dr. Contarín, Juez Letrado de Primera Instancia en lo Penal de Noveno Turno, quien dispuso que el referido ciudadano permanezca en arresto preventivo, se le comunicara su detención a vuestra filial [Interpol Madrid] y la voluntad del detenido de viajar a España, así como solicitar a vuestra sede los recaudos de extradición en forma, de conformidad con el tratado vigente entre ambos países».
Cuando se juzguen los hechos descritos en este apartado, ocho años después de haber sucedido, mosén Senabre —queriéndolo o no— volverá a hacer daño a un joven de 21 años que, ya con novia, el servicio militar cumplido, la vida encarrilada y las cicatrices del pasado cerradas, no hizo nada más que confiar en el párroco de su pueblo.