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VICENTE VICENS, UN PERSEVERANTE CORRUPTOR DE MENORES

Vicente Vicens Monzó, sacerdote y fraile franciscano, comenzó a vivir fuera de su convento en 1983 y poco tiempo después fue contratado por el Ayuntamiento de Sant Pere de Ribes (Barcelona) para que diera clases de educación física en el colegio Els Costarets de esa localidad. Tenía entonces 48 años y algunas ideas muy personales acerca de la educación sexual de los menores.

La vida parecía sonreírle y empezó a ganar prestigio en los ambientes en que se movía. Llegó a ser nombrado secretario general técnico del Consejo General de Deportes (organismo dependiente de la Consellería de Deportes de la Generalitat de Catalunya). Su vida personal parecía de lo más normal del mundo. Aún faltaban algunos años para que la fiscal Ana Josefa Crespo, en su escrito de acusación[102], diese una imagen radicalmente distinta de este sacerdote que:

«Con intención de avivar sus deseos sexuales penetraba continuamente en las duchas de los vestuarios de las alumnas cuando éstas las ocupaban y estaban duchándose desnudas, igualmente en el transcurso de las actividades deportivas procedía a tomar el pulso a las niñas tocándoles los pechos y las ayudaba continuamente en sus ejercicios físicos con tocamientos en muslos y nalgas…»

Con el paso del tiempo —y con la evidente impunidad con que desarrollaba sus escarceos sexuales con los niños y niñas del colegio Els Costarets—, las actuaciones libidinosas del sacerdote fueron acentuándose hasta provocar una eclosión de malestar entre los alumnos del colegio y sus padres. El principio del fin fue el motín que los alumnos de 4.º de E. G. B. (9 a 10 años) protagonizaron el mediodía del 28 de marzo de 1990, forzando una asamblea en presencia del tutor Xavier Vidal Piqué y de la jefa de estudios Nuria Borrás Rovira.

Ese día, Silvia Graciela Ayarzaguena, madre de dos alumnas del colegio, se encontraba en el centro cuando «de pronto, en tropel, observó cómo toda la clase de 4.º en masa acudía a Dirección [del colegio] vociferando. Les preguntó “pero niños ¿qué pasa? ¿a dónde vais?”, y ellos respondieron, entremezclando las diversas voces, “es que Vicens se nos mete en las duchas”, “es que nos toca”, “es que nos dice que si tenemos problemas sexuales”, etc. Ante ello [la madre] buscó al profesor Vicens y le dijo que había que aclarar ciertos extremos, insistiendo Vicens en que tal conversación debía celebrarse en privado, a lo que dijo [la señora Ayarzaguena] “si los niños tienen edad para que usted los magree, también tienen edad para escuchar”. Con toda la clase de 4.º presente, los niños comenzaron a decir a Vicens “nos tocas, entras en las duchas, nos dices que si tenemos problemas sexuales…”, luego comenzaron a insultarle con epítetos como “cerdo”, “maricón”… Dicho profesor no negó nada de lo que se le había dicho, sólo insistía en que la conversación fuese en privado».[103]

Aquella misma tarde Silvia Graciela se reunió con otras madres afectadas y con Nuria Borrás Rovira, jefa de estudios del colegio que, a pesar de que tenía conocimiento del comportamiento de Vicens Monzó desde hacía mucho tiempo, negó rotundamente a las madres el apoyo del centro ante una posible denuncia judicial contra el sacerdote, argumentando que ya se había informado al Ayuntamiento de este caso y que la solución del problema le correspondía al consistorio[104].

Por fin, las acusaciones contra Vicente Vicens se materializaron ante la justicia penal, y los testimonios de muchos alumnos y alumnas —de entre 8 y 12 años— del sacerdote demostraron de forma incontestable que Vicens, desde el curso de 1984 hasta abril de 1990, con la excusa de calificarles, entraba habitualmente en los vestuarios de los niños y niñas mientras éstos se duchaban, vestían y aseaban después de terminar los ejercicios de gimnasia, y les observaba sin el menor recato; haciendo caso omiso a quienes protestaban por su presencia y actitud, solía preguntarles si tenían algún tipo de problema o complejo sexual. En casos como el de Judith G. B., de 10 años, el religioso le practicó tocamientos en los órganos genitales mientras estaba en la ducha. Y las niñas que, como Vanessa B. S., de 8 años, llegaron a optar por no hacer gimnasia o por no ducharse luego, recibían reprimendas y malas notas del sacerdote libidinoso.

A menudo, con el pretexto de controlar las pulsaciones de las alumnas después de determinados ejercicios, les ponía las manos sobre el pecho —no así a los varones, a quienes medía el ritmo de sus pulsaciones en las muñecas—, y habitualmente les tocaba las nalgas y los muslos, ya sea dándoles palmadas mientras corrían o fingiendo ayudarlas a realizar los ejercicios que él mismo ordenaba. A las niñas no las dejaba ir con chándal y las obligaba a usar mallas muy ceñidas al cuerpo.

Para completar el cuadro, tal como relataron Verónica S. L, Vanessa B. S. y varias preadolescentes más, Vicente Vicens, en sus clases de gimnasia, llevaba puesto «un pantalón corto de deporte, sin slip debajo, de forma que se le ve todo [sus genitales]… y pregunta a todas las niñas cómo les va su vida sexual».

Fuera del colegio, Vicente Vicens realizó tocamientos en los muslos a niñas que transportaba en su coche particular y a adolescentes varones —como Julio César S. y Roberto José P. O., de 14 y 15 años respectivamente— con los que pernoctó en una tienda de campaña durante una excursión.

Su afición por el vídeo le llevó, en varias ocasiones, a grabar imágenes de los alumnos y alumnas del centro escolar mientras se duchaban y sin que éstos se dieran cuenta de que eran filmados por su profesor. Unos hechos que, entre otros, evidenció el menor Juan Manuel P. E. cuando accidentalmente puso en marcha la cámara de Vicente Vicens y pudo ver por el visor una filmación en la que aparecían desnudos, bajo la ducha, sus compañeros de colegio.

La fuerza de las denuncias acumuladas ante el Juzgado número 3 de Vilanova i la Geltrú hizo que se acordara, el 6 de abril de 1990, la entrada y registro de la vivienda particular de Vicens, donde se encontraron, entre otras, tres cintas de vídeo que daban cumplida cuenta de sus andanzas como «educador sexual» de dos niñas, las hermanas Montserrat y Nuria P. P., que aparecen filmadas a diferentes edades.

En la primera de las cintas, tal como se relata textualmente en el apartado de hechos probados de la sentencia que finalmente condenará al sacerdote[105], aparecen Montserrat (8-9 años) y Nuria (5-6 años) «en la habitación de dormir de Vicente en su domicilio, y con las tomas hechas a cámara fija, pero en su presencia, siguiendo las indicaciones de Vicente se acuestan en la cama, Nuria en pijama, haciendo bromas, saltando, y Montserrat en camiseta y bragas, con el semblante de timidez, tapándose ante la cámara, observándose a continuación cómo Vicente se introduce en la cama colocándose en medio de las dos menores; a continuación aparecen escenas en las que ambas niñas se visten.

»En la segunda de las cintas aparece la menor Montserrat con una edad de 11-12 años, en la misma habitación de Vicente, ataviada con un camisón de tirantes, probando varias poses frente a la cámara, tumbada y sentada, quitándose los tirantes y mostrando al objetivo un pecho incipiente.

»En la tercera de las cintas se observa a las dos menores Montserrat y Nuria con unas edades de 14-15 años y 10-11 respectivamente, en la que Montserrat es filmada al salir de la ducha, portando una toalla y comenzando a secarse de forma estudiada y meticulosa, siguiendo las indicaciones verbales de Vicente que la estaba filmando, poniéndose después un sujetador de blonda, luego las bragas a conjunto, para continuar, tras hacer varias poses, efectuando un striptease por indicación de Vicente que le va diciendo “quítate la ropa… esto es una cosa privada que no le interesa a nadie… sólo cuando estemos nosotros”; totalmente desnuda, Montserrat coge otras bragas, se las pone, se tumba en la cama y comienza a chupar un caramelo alargado, haciéndolo entrar y salir de la boca de forma repetida y mirando a la cámara [en la grabación se oye la voz que le dice a la niña que la piruleta recuerda un pito —un pene— y entonces la niña empieza a chupar el caramelo con más erotismo]. Todo ello en presencia de la hermana menor, Nuria, que sube a la cama y, quitándose las bragas que llevaba, expone a la cámara sus genitales abriendo las piernas, y comenzando a chupar un caramelo como su hermana. A lo largo de la cinta aparecen en planos continuados los senos y el pubis afeitado de Montserrat, y los genitales de Nuria, cuyo desarrollo empezaba a producirse. Durante la filmación Vicente les decía a las niñas que eso no se estaba grabando, permaneciendo la filmadora conectada a un monitor situado detrás de la habitación».

Ambas menores, en esos días, eran también alumnas del colegio Els Costarets y su tía, Marina Prat, era profesora de gimnasia del centro, junto a Vicente Vicens, y vivía en el mismo rellano donde estaba situado el apartamento del sacerdote en el que se realizaron las grabaciones y donde las niñas permanecían y pernoctaban durante semanas enteras. Marina y el religioso mantenían una buena relación personal y profesional, y ella conocía tanto las inclinaciones sexuales de Vicente como sus atípicas relaciones con sus dos sobrinas.

Cuando fue detenido, Vicente Vicens Monzó negó todas las imputaciones, obviamente, pero sus declaraciones apenas tienen desperdicio y, en boca de un sacerdote, como él es, resultan tan inquietantes como esperpénticas.

Vicente Vicens reconoció ante el Juzgado[106] que dormía con Nuria (12 años) y con Montserrat (15 años) desde que éstas tenían 6 y 10 años respectivamente, y que se desnudaba con naturalidad delante de las niñas así como ellas lo hacían igualmente delante de él. Y, puntualiza en su declaración:

«Que a veces, cuando dormían juntos, con el pene fláccido se ponía un preservativo hasta el final que le apretara y así poder dormir tranquilamente con las niñas y evitar cualquier tentación, porque en alguna ocasión ha tenido erección pero nunca del lado de la niña, pues se volvía para no hacer daño a quien tanto quiere. Que cuando dormía entre las dos, a veces la pequeña le decía que le hiciera la silla acercándose más porque tenía frío, y él decía “no aprietes para acá que a lo mejor me pones hasta cachondo”. Que la niña conocía el significado de ponerse cachondo».

La razón para grabar los vídeos eróticos que hizo con las niñas, según su declaración, es «hacer un montaje con las cintas de tres o cuatro años. Que a veces con el padre hacían imagen de vídeo. Que el motivo del montaje es para explicarles a las niñas su evolución sexual en diferentes edades, porque siempre ha querido formar a las personas más que informarlas. Que si educa quitará malicia. Preguntado por qué al filmar a la niña mayor se fijaba tanto en los pechos y el sexo, dice que era para explicarle qué era y qué no era bonito, porque a veces, al ver las fotografías de la revista Interviú, le explicaba que un medio desnudo es más bonito que, por ejemplo, las partes genitales. Que grababa las partes genitales de la niña y lo comentaba inmediatamente».

No menos sorprendente ni esperpéntica resulta la declaración de Lorenzo Prat, padre de las dos menores, que afirma ante el juez que «tiene conocimiento de los hechos y quiere manifestar que existe una cinta de vídeo en la que aparece su hija Montse con una toalla, ya que había visto parte de ese vídeo. Que cree que estas escenas se pueden contemplar en cualquier playa española durante todos los días del verano (…) Que cuando van de vacaciones y aun cuando hayan dormido en el domicilio [del sacerdote] no tiene ninguna importancia, ya que confía plenamente en el padre Vicente y en la educación dada a sus hijas (…) Considera normal la filmación de partes íntimas de sus hijas: planos de vulva y pechos, ya que para ellas es como un juego, que luego las ven y se ríen».[107]

El padre de las menores, al igual que la madre y las propias niñas, apoyaron absolutamente a Vicens en sus declaraciones —que fueron desgranadas sobre frases que parecían aprendidas de memoria y calcadas unas de otras— y mantuvieron la tesis del «vídeo de carácter familiar, realizado para observar el desarrollo de las niñas», que intentó sostener, sin éxito ninguno, el abogado defensor del sacerdote, que, al mismo tiempo, pretendió presentar el caso como una especie de conspiración de varias madres ociosas y envidiosas en contra de un virtuoso y religioso varón.

Vicente Vicens Monzó fue juzgado a puerta cerrada por la Sección Décima de la Audiencia Provincial de Barcelona que, en su muy bien razonada y fundamentada sentencia 500/91, después de señalar que «la Sala no hace una valoración moral de los gustos del acusado o de los modos en que éste tenga que proporcionarse satisfacción sexual, ya que esto pertenece a su esfera privada; pero sí hace una valoración jurídica de los actos externos; y estos actos externos realizados para conseguirla, utilizando a las menores Nuria y Montserrat, alcanzan plenamente el ámbito delictivo», acabó condenando al sacerdote.

El fallo de la sentencia condenó al religioso Vicente Vicens Monzó a seis meses y un día de prisión menor por un delito continuado de agresión sexual (cometido contra sus alumnos/as del colegio de Els Costarets), y a cuatro años, dos meses y un día de prisión menor, al pago de una multa de 500.000 pesetas, a la pena de seis años y un día de inhabilitación especial para el ejercicio de tareas docentes, de educación o guarda de la juventud, y al pago de las costas procesales, por ser autor de un delito continuado de corrupción de menores (cometido contra las menores Montserrat y Nuria P. P.).

Con un criterio impecable, la sentencia ordenó también que se notificara lo actuado a la Consellería de Benestar Social de la Generalitat de Catalunya, que tiene encomendadas las funciones de protección del menor; y que se remitieran a la Consellería d’Ensenyament las declaraciones vertidas por algunos profesores del colegio Els Costarets a fin de estudiar la aplicación de posibles sanciones por su comportamiento encubridor.

Después de esta sentencia se dejó en suspenso el ingreso del sacerdote en prisión mientras se resolvía el recurso de casación que había interpuesto, pero los servicios sociales detectaron que los contactos entre Vicens y las dos niñas habían vuelto a ser tal como fueron y ello motivó un escrito de la fiscal M.ª José Segarra en el que, dada «la constatación de que la influencia corruptora se sigue manteniendo sobre las menores», se solicitó acordar la prisión provisional para Vicente Vicens[108]. La Audiencia dictó el mismo día un auto de prisión contra el sacerdote, que ingresó inmediatamente en la cárcel de Brians, donde permaneció hasta su licenciamiento definitivo el 24 de marzo de 1994.