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LUIS TO, UN DIRECTOR ESPIRITUAL CONDENADO POR ABUSAR SEXUALMENTE DE UNA NIÑA DE 8 AÑOS

Sandra M. M., de 8 años de edad, cursaba tercero de E. G. B. en el prestigioso colegio barcelonés de Sant Ignasi de Loiola (más conocido como el de «los jesuitas de Sarriá») y, como no había sido bautizada, pero deseaba recibir tal sacramento, sus padres fueron a hablar con el director espiritual del centro, el padre Luis To González, que les dio todo tipo de facilidades.

Un mes después, el 7 de abril de 1992, Sandra regresó del colegio muy nerviosa y excitable, pero sus padres, José María M. C. y M.ª Carmen M. E., no acertaron a descubrir las causas. El día siguiente, hacia las nueve de la noche, M.ª Carmen, la madre, oyó a Sandra llorar en el cuarto de baño y entró para hablar con ella. La niña estaba muy angustiada y se negaba a contarle el motivo de su aflicción.

«Si te lo cuento —le decía la niña, entre llantos—, tú te enfadarás mucho conmigo y no me querrás, porque es una cosa muy sucia».

Al cabo de un rato, M.ª Carmen, después de calmar a su hija y prometerle que no se lo contaría a nadie, escuchó de labios de la niña la razón de su sufrimiento.

«—El padre To me ha estado tocando —dijo al fin Sandra.

—¿Y cómo te ha tocado? —interrogó la madre con prudencia.

—Me ha tocado el culo y el pópete [vagina].

—¿Por fuera de la ropa?

—No, poniéndome la mano por dentro del pantalón. El padre To me hizo sentar sobre sus piernas y enseguida noté una mano que me tocaba el culo y después, por dentro de los pantalones elásticos, me tocó el pópete.

—¿Te puso los dedos dentro del pópete el padre To?

—No, pero me daba golpecitos encima con sus dedos.

—¿Y cuántas veces te ha hecho esto el padre To?

—Ayer y hoy. Y cuando salía de su despacho me ha dicho que si tenía algún problema que fuese a verlo, que él me lo solucionaría y que me enseñaría cosas. Y me dio besos.

—¿Y tú cómo te sentías cuando el padre To te tocaba?

—Me dolía mucho el corazón, porque pensaba que cuando tú te enterases me matarías».[99]

Los padres de la menor, obviamente, presentaron ante la policía autonómica catalana una denuncia contra el sacerdote jesuita Luis To González, de 57 años, por las dos agresiones sexuales que había sufrido su hija.

El testimonio de la niña, fiable y sin contradicciones, recogido en el acta de su exploración, es claro y demoledor:

Que el pasado martes día 7 de abril —se lee en el documento judicial— y después de la comida aproximadamente, se dirigió juntamente con otro compañero de clase llamado Xavier C. T. al despacho del padre Lluís To, con la finalidad de recibir la preparación para el bautismo, siendo esta preparación de carácter espiritual.

Que cuando entraron en el despacho, su compañero Xavi C. se puso a dibujar en el ordenador del padre To, mientras la que habla hablaba con el padre To, el cual le dijo que se sentara en sus piernas, cosa que hizo, y se pusieron a leer el Nuevo Testamento, momento en el cual el padre To deslizó su mano por dentro del pantalón y de su ropa interior, tocándole el culo y la vagina, mientras que con la otra mano se fumaba un cigarrillo.

Que después el padre To le dijo a Xavi C. que se fuera ya que a él le queda más tiempo para hacer el bautismo y que volviera al día siguiente, quedándose la que habla sola con el padre To, momento en el cual le dijo al padre que se quería levantar y que no quería estar en sus rodillas, poniéndose a leer ella el Nuevo Testamento, dándole él besitos en la cara y alguno en los labios, antes de que ella se fuera del despacho.

Que el miércoles día 8 de abril, después de comer, volvieron al despacho del padre To, la que habla y su compañero Xavi C.

Que el ordenador estaba estropeado ese día, por lo que su compañero Xavi se puso a dibujar sobre papel de impresora, mientras la que habla se sentó en el lado opuesto de la mesa, justo al lado del padre To, pero en una silla, poniéndose a leer cosas relacionadas con su bautismo.

Que entonces le dijo el padre To que se sentase en sus rodillas, convenciéndola de que lo hiciese a pesar de que al principio no quería, diciéndole entonces a Xavi C. que se marchase, y quedándose sola con el padre, momento en el cual empezó a tocarla otra vez por dentro del pantalón y de la ropa interior.

Que entonces le dijo que viniera al día siguiente a verlo, y que al despedirse le dio besos en la cara y en los labios.

Que no quería contar en casa todo esto porque tenía miedo a la reacción de sus padres, y que el corazón le dolía y que no podía dormir.

El compañero de Sandra, Xavier C. T., de 9 años, ratificó ante el Juzgado el relato de la menor y comentó que «mientras el padre Luis le daba besos a la niña él disimulaba, ya que sintió vergüenza al ver al padre To haciendo cosas que no eran normales para él».

Cuando, al día siguiente, Luis To fue detenido, el sacerdote negó todas las acusaciones con aplomo. «No es que tenga costumbre de sentar a los niños sobre las rodillas —manifestó el padre To ante el juzgado—, pero a esas edades es frecuente que me abracen y besen, incluso en público, ya que eso es normal».

La dirección del colegio de Sant Ignasi, que no podía desconocer los antecedentes de agresiones sexuales a otras alumnas que el padre To había protagonizado en el pasado —y que, aunque se habían silenciado externamente, eran del conocimiento público de muchos profesores del centro—, actuó rápidamente en defensa de sus intereses e imagen y, en lugar de tomar partido a ultranza por el sacerdote, que es lo habitual en estos casos, optó por dar la sensación de querer aclarar el caso, al tiempo que contrataba para defender al padre To a uno de los abogados de más prestigio: Eugeni Gay Montalvo, actual decano de la abogacía española.

Mediante una nota dirigida a los profesores y padres de alumnos, el director del colegio, Francesc Xicoy, expresaba, el 22 de abril, su inteligente postura: «Dado que el caso se ha llevado por vía judicial, la Dirección del Centro quiere que se aclare esta situación, ya que también se siente directamente afectada, dada la responsabilidad de la tarea de Lluís. Por eso, se han dado ya los pasos necesarios de cara a la plena clarificación de la actual situación».

Pero clarificar, para algunos jesuitas, debe tener un significado diferente al que es común para el resto de los mortales. Así, cuando, durante la investigación del caso, se localizó a dos ex alumnas que, siendo menores, habían sufrido abusos sexuales por parte del padre To, superiores de la orden fueron a visitar a una de ellas para advertirla de que si acusaba a Luis To «saldrán durante el juicio detalles de tu vida que no te va a gustar que salgan a la luz». Esta coacción la decidió definitivamente a presentarse como testigo ante el tribunal.

La otra chica, de personalidad bastante débil, hija de una familia muy católica, relató cómo el padre To, cuando ella tenía 14 años [hace unos diecisiete años de ello], la hacía sentar en sus rodillas, la sobaba con fruición y luego, antes de despedirla, le pedía que fuese con cuidado en el autobús ya que había mucho vicioso suelto por el mundo. Esta actitud contradictoria le fue incrementando sus problemas de personalidad hasta que un día se lo confesó todo a su madre. Pero ésta le pidió que se lo ocultara a su padre (militar de profesión), ya que, según la madre, si se llegase a enterar sería capaz de matarla a ella y al sacerdote.

El testimonio de estas dos chicas no fue finalmente tenido en cuenta por el tribunal que juzgó a To, ya que los hechos delictivos que denunciaron ya habían prescrito por el paso del tiempo. Pero no sucedió lo mismo con los abusos sexuales que el sacerdote cometió contra Sandra.

La Sección Novena de la Audiencia Provincial de Barcelona, en su sentencia de 15 de octubre de 1992[100], condenó a Luis To González a «dos penas de un año de prisión menor y de seis años y un día de inhabilitación especial para cargos u oficios relacionados con la educación o dirección de la juventud en Centros Escolares y al pago de las costas procesales», por la comisión de dos delitos contra la libertad sexual[101] de Sandra M. M., a la que también debe abonar una indemnización de 500.000 pesetas.

Aunque con demasiados años de retraso, la Justicia había intervenido por fin para sancionar el comportamiento lesivo y delictivo de un sacerdote cuyos hábitos sexuales, al parecer, eran perfectamente conocidos por sus superiores y su entorno social.

El hijo de unos amigos de este autor, ex alumno de los jesuitas y ferviente católico, me decía hace poco:

«No comparto los puntos de vista que sobre el celibato sacerdotal vas a mantener en tu libro, pero es evidente que hay muchos casos de abusos. Creo que, por ejemplo, fue muy justa la condena del padre To y que aún se quedó muy corta. Durante los años que estudié con los jesuitas todos sabíamos que al padre To le gustaba meter mano a los niños y a las niñas, pero cuando alguno de los afectados se lo contaba a sus padres y éstos protestaban ante el director, nunca pasaba nada, siempre se ocultaba su comportamiento vicioso o enfermo. Por eso ha estado tantísimos años haciendo lo mismo con total impunidad… hasta que se encontró frente a unos padres como Dios manda y lo sentaron ante un juez».