Dawn volvió a casa y aparcó el Saab en el garaje, al lado del VW. Pensó que Foley habría vuelto y que Tico, con su desenfado y su aire inocente, lo habría engatusado para subir a la azotea. Suponía que Tico la estaría esperando, tomando una copa. Se moría de ganas de saber cómo le había ido. Un gran problema resuelto con un empujón. Seguro que Foley ya estaría en el congelador con Cundo, con su colega. No le tentaba la idea de ver al doctor Jack tieso y frío, aunque sin congelar todavía. El congelador estaba cerrado con un candado y la llave la guardaban en la cocina. Dawn tenía ganas de hacer pis. Si finalmente se decidía mirar por última vez a Foley, al socio de sus sueños que había dejado de serlo, lo dejaría para más tarde. Primero se tomaría una copa escuchando a k.d. lang. Le encantaba su estilo, tan espontáneo y natural. Se sentaría en un sillón y encendería un cigarrillo. Era una lástima que lo de Foley no hubiese funcionado. Estaba demasiado unido a su amiguito para darse cuenta de lo bueno que era el plan.
El único problema a esas alturas era Jimmy. Fue un error dejar que se marchara. Ahora el muy hijo de puta se estaba escondiendo y su guardaespaldas mentía para cubrirlo.
Zorro también podía ser otro error. No se había molestado en seducir a aquel tío tan tieso, de nariz más bien larga, aunque de ojos soñadores. Debería haberle mirado bien a los ojos, para descubrir quién era y qué le gustaba. No era verdad que estuviese liado con Jimmy; eso se lo había inventado ella. ¿Estaría casado? No lo sabía, pero tampoco importaba. Zorro la llamaba bruja. Mejor si la tomaba por bruja. Así podría aprovecharse de él: adivinarle el futuro y ver cómo se le iluminaban los ojos. Quizá tuviera que ganarse su confianza.
Jimmy había jurado por Dios que no contaría nada de lo ocurrido, y tratándose de Jimmy le bastaba con eso. Claro que tampoco podía estar segura de que guardara su promesa eternamente. En cuanto hubiese hablado con él y tuviera las casas a su nombre, Jimmy tenía que desaparecer.
Sólo quedaba Tico.
El chico parecía satisfecho de cómo estaban saliendo las cosas. Pero si no se conformaba con lo que le ofrecía, si insistía en quedarse con la mitad, entonces tendría que enfrentarse a otro problema.
Después de haberse pasado ocho años planeando cómo quedarse con la fortuna del enano, después de tanto esperar, de descartar a Foley y asociarse con Tico, se le ocurrió la idea de matar a Cundo, una posibilidad que en el fondo siempre había contemplado. Con el arma de Tico, desde luego. Era tan fácil y tenía tantas ganas de acabar, que no sopesó los pros y los contras. En realidad sí los sopesó, pero no lo suficiente. Sabía que tenía que quitarse de encima a Foley. Creyó que a los otros podría manejarlos con un poco de tiempo. No habría llegado tan lejos si no tuviera confianza en sí misma.
El patio parecía mojado en algunas zonas.
Aún no se había secado.
Seguro que al caer desde ahí —Dawn miró hacia la azotea— lo había puesto todo hecho un asco, lleno de sangre, según cómo hubiese aterrizado. Se imaginó que Tico había limpiado el patio con la manguera, como un buen chico.
Abrió la puerta mosquitera de la cocina.
¿Qué hacía dormido encima de la mesa?
Sentado en una silla, pero desmoronado, desparramado sobre la mesa, con los brazos extendidos hacia delante. Le miró el cogote desde la puerta.
—¿Tico, estás borracho? —preguntó—. Pareces un vagabundo. —Tico no se movió—. Por favor, dime que te has desmayado de tanto beber. —Y con voz solemne exclamó—: ¡Joder! —Se acercó a la mesa y le vio la cara por debajo del brazo. Tico la miró con los ojos inyectados en sangre.
Sonó el teléfono, el que estaba en la encimera.
La sincronización fue perfecta. No era posible que Foley estuviera vigilándola, y sin embargo estaba segura de que era él.
La pregunta era: ¿cuánto sabía Foley? De una cosa no tenía duda: Foley era un ex presidiario, un veterano. No se le ocurriría llamar a la policía.
Dejó sonar el teléfono un buen rato antes de contestar.
¿Qué hizo Foley? Mandó al Bebé de la Panda a la casa grande, con su número de teléfono anotado en un billete de cincuenta dólares, para que le avisara en cuanto viese entrar el Saab en el garaje. Le daría a Dawn unos minutos para entrar en la cocina y encontrar a Tico.
El teléfono sonó nueve veces antes de que Dawn descolgara.
—¿Doctor Jack? ¿Qué puedo hacer por ti?
—Tu amigo se ha caído del tejado.
—Eso ya lo veo. ¿Perdió el equilibrio?
—Perdió jugando a la pelota. El problema es tuyo, y tendrás que resolverlo tú.
—Supongo que habrá sido un accidente —dijo Dawn—. Testificarás eso, ¿verdad? ¿Hablarás con la policía?
—Dawn… ¿dónde está Cundo?
Ella guardó silencio unos momentos, y por fin dijo:
—De acuerdo, anoche, en la cena —explicó, en tono resignado—… Esperaba que te quedaras al margen. Ya sabes lo que preparé para cenar, y a Cundo no le hizo ninguna gracia. Cuando está borracho suele ponerse borde. A mí me dio la risa. No pude evitarlo. Y lo mismo les pasó a Tico y al Pequeño Jimmy. De todos los platos posibles… El caso es que Cundo apagó el cigarrillo en mi deliciosa entrée, se levantó y empezó a abofetearme. Perdió el control por completo. No paró hasta que Tico salió en mi defensa. Tuvo que disparar —Hubo un silencio—. Tres veces, en el pecho.
—Así. ¿En la mesa?
Foley no parecía convencido.
—Cundo está muerto, Jack. Se puso a pegarme. Tico no tuvo elección.
—¿Le pegó tres tiros?
—Es un chaval, empezó a disparar y… No sé, puede que le encontrara el gusto.
Foley no dijo nada.
—Tico ya había usado la misma pistola otra vez. En una causa que no tardarán ni cinco minutos en reabrir.
—¿Dónde está Cundo?
Dawn tardó en responder.
—En el congelador; en el garaje. Verás, Jack, tenía miedo de que Tico hiciese un trato con la policía y me acusara a mí, que soy la víctima. A Cundo se le fue la olla del todo, Jack. Creo que a Tico ya lo han pillado bastantes veces y sabe manejarse en el sistema. Ten en cuenta que todavía puedo hacer que aparezca el cadáver de Cundo. Sigue teniendo en el cuerpo las balas que salieron del arma de Tico.
—¿Dónde está el arma?
—Jack, es mejor que no sepas nada de esto.
—¿Dónde está?
—La he escondido.
—¿Cómo la conseguiste?
—Le ofrecí a Tico guardarla. Seguro que algunos detectives preguntarán por qué no lo conté en el momento. ¿Por qué? Porque estaba cagada de miedo mientras Tico seguía con vida. No creo que tú vayas a tener ningún problema, Jack. No tengo ni idea de lo que pasó en el tejado, pero basta con que digas que Tico resbaló, o que se puso a hacer el tonto, a andar por el borde, y se cayó. Como si quieres decir que intentaste sujetarlo. Yo no pienso sobreactuar. Se cayó. —Y añadió—: ¿Aparte de todo esto, que tendría de malo que tú y yo volviéramos a estar juntos?
—No sé —dijo Foley—. Puede ser.
—Tu parte sigue siendo la misma. Haremos que Jimmy ponga las casas a mi nombre, o al tuyo, si lo prefieres. Me da lo mismo. Confío en ti, Jack.
—Tal como lo dices suena muy fácil.
—Vendemos las casas y desaparecemos. Podemos dejarle a Jimmy el edificio de la oficina y el negocio. ¿Qué te parece si volvemos a estar juntos? He estado muerta de miedo desde que Cundo volvió, Jack. Ya te advertí que si hablabas con él todo se iría al carajo. Se imaginaría que lo estábamos engañando otra vez. Temía que pudiese matarte. Le habría bastado con hacer una llamada. Y si seguíamos viéndonos, él se habría enterado, tarde o temprano. Lo nuestro era muy intenso, Jack. ¿Te acuerdas?
Hubo un silencio.
—Tengo que pensarlo —dijo Foley—. Dos tíos a los que conocía están muertos y yo acabo de salir del talego. Necesito asegurarme de que no habrá sorpresas.
—Vamos —insistió Dawn—. Lo solucionaremos juntos.
—Déjame pensar qué pinto yo en todo esto, ¿de acuerdo? Te llamaré.
Foley colgó el teléfono.
Se quedó de pie junto a la encimera, recordando imágenes de Cundo. Había convivido con él a diario durante tres años. Podía contarle a Jimmy que Cundo estaba muerto. Pero Foley no lo veía como a un muerto.
En lo que tenía que pensar era en que Dawn tenía un arma.
Lou Adams se acercó a B.P en el callejón de detrás de casa de Foley.
—¿Sigues trabajando para mí o ahora trabajas para él?
—La única diferencia es que le hago un favor y me paga.
—¿Qué te dije? Te dije que cuando hayamos terminado con esto, si no he tenido que despedirte, cobrarías tu parte. Y resulta que ahora te sorprendo jodiéndolo todo. ¿Trabajas para mí o para él?
—Trabajo para ti —dijo B.P.
—Entonces, ¿qué coño estás haciendo para ese tío al que se supone que tienes que vigilar?
—Me pidió que le avisara cuando la mujer volviera a casa y es lo único que he hecho. Y me pagó.
—Te has metido en un buen lío —dijo Lou.
Echó a andar hacia la puerta de la casa rosa y entró. Había una lámpara encendida en el salón, a pesar de que aún no había oscurecido. Llamó en voz alta: «¡Foley!». Y tuvo que gritar varias veces hasta que Foley bajó por las escaleras exteriores, con sus Levi’s y su camiseta, se detuvo en la puerta y dijo:
—¿Qué?
Lou se volvió a mirarlo.
—¿Le has pagado cincuenta pavos a uno de mis chicos para que te avise cuando Dawn Navarro vuelva a casa?
—Sí.
—No puede hacer recados para ti mientras está trabajando para mí. ¿Está claro?
—Pero me está vigilando a mí. No ha dejado de hacer su trabajo. Sabe dónde estoy. He hablado con él por teléfono. ¿Cómo te has enterado?
—Porque no ha llamado. Cuando no llaman vengo a ver qué está pasando.
—Lou, has montado un dispositivo de vigilancia desde el día en que salí, y aquí me tienes, hablando contigo. ¿Tú crees que tiene sentido? Puede que al principio te pareciese una buena idea. Estabas convencido de que yo atracaría un banco, antes o después. ¿Sigues pensando lo mismo?
—Eso lo sabrás tú —dijo Lou.
—Tengo algo de dinero. No necesito robar. El otro día me viste en un banco, abriendo una cuenta y retirando fondos. Cuando salí del banco con esa señora, ahí estabas, de guardia. Tengo que decirte, Lou, que no parecías tú. Se te notaba cansado. Me parece que estás harto. Puede que al principio el plan te pareciera atractivo…
—Estás intentando despistarme —dijo Lou— para volver a las andadas.
—Ya he aprendido que los bancos no son la manera —dijo Foley—. Creo que va siendo hora de que vuelvas a ser un agente especial en activo. Yo voy a retirarme y ya buscaré algo que me entretenga. ¿No te parece sensato? Deja de rondarme como Mickey Mouse con tus chavales. Despídelos y vuelve a ocuparte de los que son malos de verdad.
Lou Adams se quedó mirando a Foley. Parecía agotado.
—Pasa a la cocina y tómate una cerveza. Puedes hablarme de tu libro.
—Si hablas en serio —dijo Lou—, el final no será como yo quiero.
—Ten paciencia y trataré de ofrecerte un buen final.