Veintisiete

Foley aparcó el VW en el garaje, pegado al congelador, que estaba encendido y hacía bastante ruido. Cruzó el patio de atrás en dirección a la cocina y pensó si entraba o no entraba. No lo habría dudado si Cundo estuviera solo. O si Dawn estuviera sola. Ahora todo era distinto. Pasó por el costado de la casa hacia la fachada principal y se asomó por la puerta abierta. Todo el mundo dejaba las puertas abiertas, y no entraban ni moscas ni bichos. Foley no lo entendía. No se oía ruido en el interior. No sonaba ningún riff de la Buenavista Social Club. A Cundo le gustaba mucho, cuando podía escuchar música y no le daba por hablar. Foley lo llamó desde la puerta.

Tico apareció en la terraza del segundo piso.

—El tío no está bien. Sigue vomitando. Dawn lo ha llevado al UCLA Medical.

—¿Cuándo se fueron?

—No hace mucho —dijo Tico—. Oye, si no tienes nada que hacer, ¿podrías ayudarme a medir el tejado? Dawn no sabe cuántos globos y lámparas necesitamos.

—¿Tienes un metro? —preguntó Foley.

—Sí, pero necesito que alguien lo sujete. Seguro que se te da bien. Te invitaré a una birra cuando terminemos.

Foley no estaba seguro de que le apeteciera subir al tejado con Tico.

Al final dijo que sí.

Siguió al costarricense hasta el tercer piso y allí tomaron la escalera metálica, en un costado de la casa, como una salida de incendios que subía a la azotea. Tico llevaba una pelota de voleibol.

—La he birlado de Mikasa Competition: cuarenta y nueve con noventa y nueve. Le pedí a una chica que la sacara de la tienda metiéndosela en la tripa, como si tuviera un bombo de ocho meses y medio. Juego en la playa con todo el que quiera retarme.

Estaban en la azotea de alquitrán y grava. Nada se interponía entre ellos y el cielo gris.

—Le he propuesto a Dawn que pusiéramos la red para la fiesta. Podemos hacer dos equipos con los vecinos y jugar un poco al vóley. No le ha hecho mucha gracia. Pero estoy seguro de que cuando la fiesta se anime podré sacar la red. La gente querrá jugar. —Le lanzó la pelota a Foley y retrocedió unos pasos—. ¿Tú qué crees?

Foley botó la pelota.

—Puede que sí —dijo. Paró la bola con la zapatilla y se apoyó en un solo pie para lanzarla al aire y cogerla con la otra zapatilla. Volvió a lanzarla y esta vez se la pasó a Tico.

—Lo haces bien —observó Tico. Sujetó la pelota con una mano, se la pasó por los hombros, y la dejó rodar por el brazo contrario hasta los dedos—. ¿Qué te parece esto? —Retrocedió una vez más, acercándose al borde de la azotea.

—Dawn me contó lo de los macarrones con queso —dijo Foley.

Tico se echó a reír.

—Al viejo no le hizo gracia. ¿Sabes qué hizo? Encendió un cigarrillo y lo apagó en los macarrones.

—¿Se enfadó mucho?

—Ella sólo quería tomarle el pelo —dijo, sonriendo.

—¿Y después salisteis a cenar? —preguntó Foley. Esperó la respuesta.

—Sí, fuimos a un cubano.

—¿Y qué comió para ponerse tan mal?

—Creo que camarones.

—¿Lo trajiste a casa?

—Sí. Lo metí en la cama. Lo acosté… —Tico se había puesto serio—. Oye, ¿te apetece jugar? ¿Voleibol en el tejado? Así lo hacemos en Costa Rica. —Dio media vuelta, se acercó al borde por el lado que daba al patio trasero y volvió a mirar a Foley—. Se supone que a esto se juega borracho. Uno se pone aquí, de espaldas al borde, para sentir que detrás no hay nada. Puedo empezar yo, ya que estoy. Tú me lanzas la bola, con la mano o con el pie. Puedes lanzar tres tiros; el primero a cinco pasos, digamos a cuatro metros. El segundo a tres metros. El último un poco más cerca. A unos dos metros. ¿Quieres jugar?

—¿Cómo se gana?

—Cuando el otro no consigue tocar la bola.

—¿Y alguno termina cayéndose del tejado?

—Ése es el que pierde. Esto es un juego serio, tío. ¿Juegas o no?

—Vamos a calentar un poco primero. Unos cuantos pases.

Tico asintió y estuvieron un rato pasándose la bola. El chaval era zurdo.

—Estoy listo —dijo Foley al cabo de un minuto.

—Ahí estás bien —dijo Tico, y le lanzó la pelota.

Foley se la devolvió sin levantar el brazo, trazando un arco alto y dejando que la bola se escapara entre los dedos.

—¿Dices que trajiste a Cundo a casa? —le preguntó a Tico, que siguió la trayectoria de la bola antes de avanzar un paso para alcanzarla.

—Tío, nunca había visto lanzar así —dijo, mirando al cielo—. Cuando se juega en la azotea… te contaré el secreto… hay que lanzar la bola alta y con fuerza, por encima de la cabeza del otro. Al levantar las manos puede perder el equilibrio.

—¿Y Dawn cuidó de él?

—¿Qué?

—Cuando volvisteis a casa.

—Sí, le dio algo y lo metió en la cama.

—¿No me has dicho que lo acostaste tú?

—Lo hicimos entre los dos. Acércate y vuelve a tirar —dijo—. Eso es. Ahí estás bien.

Foley lanzó la pelota con fuerza a los pies de Tico.

Tico hizo un paso de baile y se la devolvió con el pie.

—No la has cogido.

—No hace falta cogerla. Basta con tocarla —dijo Tico.

Foley volvió a lanzar, a una distancia de dos metros, con las dos manos, lo más alto que pudo, y se quedó mirando a Tico, que echó la cabeza hacia atrás, movió los pies, volvió a plantarlos en el suelo y tuvo que arquear la espalda para coger la pelota por encima de la cabeza.

—Muy bien —dijo—. He parado tu mejor tiro. Ahora me toca a mí. Ven, ponte en el borde.

Foley hizo unas torsiones y unos estiramientos, hacia un lado y hacia otro. Tico esperó pacientemente, con la pelota debajo del brazo, sin dejar de observarlo.

—¿Listo? ¿Estás preparado?

—Creo que sí.

—¿Estás en el borde? Tienes que rozarlo con los talones.

—Estoy en el borde.

Tico lanzó la pelota con el pie, con fuerza, y Foley la paró con el pecho, entre los antebrazos, arqueando el tronco hacia delante. La cogió con una sola mano y se la devolvió.

—Eres rápido para ser perro viejo, tío —dijo Tico.

Esta vez botó dos veces la pelota y la sujetó con un pie contra el suelo de grava y alquitrán. Mientras se acercaba para lanzar de nuevo, Foley le preguntó:

—¿Has visto a Cundo hoy? —El otro intentó retener la bola, pero le dio sin querer con el pie y la pelota salió rodando hacia Foley.

—Van dos —dijo Foley.

—¿Estás de coña? Ésa no ha valido.

—Le has dado con el pie. Pero no has respondido a mi pregunta. ¿Has visto a Cundo hoy?

—He estado ocupado.

Y parecía enfadado además.

—¿Y cuando Dawn te dijo que me trajeras a la azotea… para ayudarte a medir, no estabas en la casa?

—¿Cuando me lo dijo? Sí.

—¿Has visto a Cundo?

—Estaba subiendo al coche.

—¿Qué aspecto tenía?

—Ya veo que intentas despistarme. Muy bien, ahí va mi tercer tiro.

—Te he preguntado qué aspecto tenía.

—Parecía enfermo, tío. ¿Qué quieres?

Hizo rodar la bola con el pie, jugó un poco con ella, la acercó, la levantó con la punta del zapato marrón y fino, la cogió con la mano y se la lanzó a Foley, que esta vez la paró con las manos y la devolvió con un rebote.

—Esta vez no lo has hecho bien. Tengo que repetir el tiro. ¿Desde dónde crees que voy a tirar? —Tico amagó un lanzamiento y sonrió—. Desde ahí no. —Volvió a amagar y lanzó con fuerza, con las dos manos, una bola alta. Foley giró la cabeza, la bola pasó de largo y la oyeron rebotar en el patio.

—Has vuelto a fallar, tío. Ahora tendrás que ir a buscarla —dijo Tico. Se acercó a Foley de una zancada, avanzó un poco más y le puso la mano en el pecho—. ¿Quieres bajar por las escaleras o prefieres que te ayude? —Le dio un ligero empujón con un dedo—. Ahora dime qué te parece, cómo te sientes.

—Me parece que me estás contando un montón de mierda. Es mentira que Dawn haya llevado a Cundo al hospital.

—¿Eso crees?

—Creo que está muerto —dijo Foley—. No me imagino a Dawn pegándole un tiro o dándole un golpe en la cabeza durante la cena, acercándose por detrás desde la cocina, pero a ti sí te imagino pillándolo desprevenido. ¿Te lo pidió ella? —dijo Foley. Sintió que los dedos de Tico se movían en su pecho, vio que se ladeaba para embestirlo con el hombro, le agarró de un dedo y se lo retorció, mientras el otro abría la boca y se tensaba de dolor. Foley se agachó entonces, le entró por las piernas y tiró del dedo para lanzarlo al cielo gris de la tarde. El grito de Tico se extinguió al estrellarse contra el suelo del patio.

Foley se arrastró a cuatro patas y se sujetó al borde, todavía asustado. Y aún más asustado miró hacia el patio y vio a Tico tumbado boca arriba, con los ojos abiertos. Supo que estaba muerto.

Se arrodilló junto a Tico, que tenía los ojos inyectados en sangre. Le buscó el pulso en el cuello. No lo encontró. El costarricense que fue un guerrero maya en una existencia anterior se había marchado al otro mundo, con su pañuelo violeta ceñido a la cabeza. Foley iba a cerrarle los ojos, pero se lo pensó mejor y decidió dejarle mirando al vacío.

Llamó a la oficina de Jimmy desde la casa rosa. Zorro contestó.

—Dawn acaba de estar aquí —dijo.

—¿Sola? —preguntó Foley, que quería asegurarse.

—Completamente sola. Le dije que Jimmy había salido no sabía a dónde. Puede que a comer.

—Bien, seguro que irá a buscarlo.

Le contó a Zorro que había estado jugando con Tico a la pelota en la azotea.

—Eso sí que es jugar, tío. Me alegro de no haberlo probado nunca. Oye, si quieres que me lleve de allí el cadáver, cuenta con ello.

—No es asunto nuestro —dijo Foley—. Que se ocupe Dawn. A ver qué hace con él.