Veinticuatro

¿Cómo veía Foley sus posibilidades con Danny Karmanos, mientras la esperaba, sentado en el porche? Si ella no estaba dispuesta a guardar un año de luto y tenía claro que ya era hora de terminar, lo tenía facilísimo.

Si estaba dispuesta a guardar luto, pero de todos modos quería seguir con Foley, puesto que daba señales, aunque tampoco lo provocaba, él podría sacar partido de la situación.

Bueno, podría si quería.

No, no podría si en algún momento notaba que ella tampoco tenía tanto empeño y sólo se estaba dejando llevar para superar su situación. En ese caso no estaría bien que él la presionara, aunque ella viese fuegos artificiales cuando estuvieran en la cama.

Cuando volvió, cubierta con un albornoz, llevaba en la mano unos calzoncillos blancos. Se los pasó a Foley, que estaba de pie, con los Calvin mojados y pegados a la piel.

—¿Por qué no te cambias primero en la cabaña?

Foley le dio las gracias y se acercó a la cabaña, pensando: ¿Por qué no me cambio primero? ¿Antes de qué? Ella dijo que iba a quitarse el bañador y a ponerse un albornoz, y eso había hecho: llevaba un albornoz. Puede que sólo el albornoz. Pero no le había puesto ojitos cuando él le dio las gracias. Se quitó los calzoncillos mojados, se puso el par sin estrenar y tuvo que subírselos hasta el estómago para que no se le cayeran incluso estando sentado. No se sentía cómodo con la ropa interior de Peter y una toalla enrollada en la cintura. Cruzó el jardín, pensando que ella le preguntaría si le sentaban bien.

Danny no dijo nada. Foley se sentó a la mesa y se quedó mirando las luces de la piscina, que brillaban en la oscuridad.

—He estado pensando —dijo ella— que tal vez debería acelerar mi regreso al mundo.

A eso se refería con lo de cambiarse «primero».

Foley se volvió a mirarla.

—Lo sé —dijo, asintiendo, dando a entender que era tan sabio como paciente. Pensó que debía continuar, ya que había empezado, y añadió—: Lo comprendo. —Dijo que no veía ninguna razón para apresurarse, que las cosas podían salir bien o salir mal. Se gustaban y quizá algún día pudiesen llegar a algo. Lo dijo con estas palabras—: Algún día expresaremos nuestro amor. —Y al momento pensó que debería haber dicho: «Demostraremos nuestro amor». Aunque eso tampoco le convencía. Debería haber dicho que lo conseguirían, sonreír y dejarlo ahí. Pero, según le explicó a Danny, a la larga no era buena idea, porque a él le perseguiría su pasado y ella comprendería que las cosas no podían funcionar. Lo presentaría a sus amigos diciendo: «Éste es un buen amigo, ex presidiario y ex atracador de bancos…». Pero la gente ya sabría que era un ex presidiario, lo habría leído en el National Enquirer: «Un atracador de bancos le roba el corazón a Danialle Tynan».

—Nadie tiene por qué saberlo —dijo ella.

—¿Quieres mantenerme en secreto? No creo que pudiera soportarlo —dijo Foley.

De eso se trataba.

—No me veo jugando al golf en el club los fines de semana. Ni veo a los socios de ese club jugando conmigo al baloncesto sin reglas. Incluso podría darme por atracar otro banco.

—No tendrías por qué hacerlo —dijo Danny.

—Precisamente por eso.

Se fue a casa poco antes de medianoche. Estuvo viendo Born Again con Danny. La peli no estaba mal. Charlaron un rato, se dieron un beso de buenas noches y Foley dijo que la llamaría. «¿Lo prometes?», dijo ella. Y Foley lo prometió. Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas, y él pensó que estaba interpretando, convencida de que era lo que exigía el momento. O quizá no pudo contenerse.

Vio luces encendidas en la casa de Cundo, en el piso de abajo. Pensó en pasar a hablar con Cundo, disculparse por no haber ido a la cena, decirle que le había surgido un compromiso. Cundo diría, sí, ya, con la viuda. Foley contestaría que no habían hecho nada, que habían visto una película. Y Cundo diría, sí, claro, ¿una peli porno? La visteis antes. Así se imaginaba Foley que lo diría Cundo: La tía venga a decir, ah, ah, ah, ah, papito, y así sin parar más de quince o veinte minutos. Ah, ah, jadeando con todas sus fuerzas. Y después cambiaría de tema, porque le traía sin cuidado lo que hiciera Foley con la señora Karmanos, y ésa sería la conversación. ¿Es la mejor peli porno que has visto en tu vida? Foley le preguntaría qué había preparado Dawn para cenar. Quién había estado allí. Jimmy y ¿quién más? Cundo nunca se acostaba antes de las dos. Se quedaba bebiendo y soltando discursos. A veces escuchaba música cubana.

Dawn había esperado ocho años para matarlo, viviendo entre tanto con cien mil dólares al año. Tenía su propia pistola del 38, con licencia de armas, para su protección. En cuanto apareció Tico con la Walther, Dawn decidió que lo haría con esa arma: ya se había usado en un homicidio. Disparó un par de cargadores para practicar, dio las gracias a Dios por el silenciador y estuvo segura de que podía alcanzar a Cundo desde el otro extremo de la mesa. Cuando llegó el momento, estaba tensa, pero sacó la pistola de la fuente y disparó tres tiros justo en el blanco. Si Foley hubiese estado allí, sentado a su derecha, lo habría matado a él primero. Foley era más peligroso. Le habría pegado dos tiros, habría apuntado luego al enano y le habría metido otras dos balas. Se reservaba tres por si alguno de los dos se levantaba.

Todavía tenía que liquidar a Foley.

O hacer que lo liquidaran.

Meterlo en el congelador, con su colega.

Había esperado ocho años. El día que Cundo le habló de Foley, Dawn supo que era su hombre. Sale de la cárcel pensando en dar un golpe. Hablan de estafar a Cundo, de dejarle sin blanca, pero no dicen cómo. Dawn esperaba que Foley dijese: «Nos lo cargamos. ¿Qué te pensabas?». Ella lo observa con sus poderes de vidente: ve que no está dispuesto. «¿Cuánto tiempo hace que te desnudaste delante de una mujer?», le pregunta, esperando que él conteste que muchos años. Pero no tiene más remedio que cambiar de opinión y decirle: «¿Sólo cinco días?». Y Foley responde: «En realidad son cuatro».

Sus poderes de vidente se vienen abajo. ¿Por qué es tan difícil leerle el pensamiento a Foley? Cuando conoció a Cundo, le anunció que volvería a Florida y que allí lo juzgarían por homicidio en segundo grado. Se lo dijo incluso antes de que lo detuviesen. A un hombre le vaticinó el día y la hora de su muerte. Ella quería soltarle el rollo, pero el tío la caló y le dijo que era una farsante. Y entonces lo vio. Cerró los ojos, para dar más efecto a sus palabras, y dijo: «Fallecido el tres de marzo, a las tres de la tarde». De eso hacía dos meses.

Dijeron que falleció a las tres y veintitrés. Y Dawn dijo: «Eran las tres y veintitrés cuando mirasteis el reloj, pero él murió treinta segundos antes de las tres».

Murió el día que ella había anunciado. ¿La convertía eso en una bruja? Así la llamaban en un artículo que escribieron sobre ella en el periódico: trató de ser divertida, aunque salía con una cara muy seria. Casi le gustó eso de ser una bruja. Y los más simples, los que creían en los augurios, en la mala suerte y en las maldiciones, se convirtieron en sus fans. Le salieron muchos trabajos, incluso se presentaron curiosos con dinero que querían conocer su futuro. A partir de ese día se convirtió para todos en la Reverenda Dawn.

Y ahora tenía que matar a Foley.

Lo de pensar en cargarse a alguien no iba con ella. Ella tenía poderes de verdad, aunque de vez en cuando tramase alguna estafa para ganar pasta y no tener que vivir en un apartamento en La Cienega, encima de un supermercado. Si alguien le hubiese dicho a Dawn que iba a empezar a cargarse a gente, habría contestado que eso era absurdo. Y ya se había cepillado a uno, sí, a Cundo, al delincuente duro de pelar que a veces tenía su punto divertido, pero estaba claro que alguien terminaría cargándoselo tarde o temprano, cuando algún golpe saliera mal. Y Foley era igual, un ex presidiario incorregible. A nadie le extrañaría que los dos apareciesen muertos. Mejor todavía si nunca llegaban a encontrarlos.

A menos que Foley se fuera a Costa Rica.

No, ella se lo impediría. Al segundo día de conocerlo supo que Foley tenía dudas, no le hacía gracia estafar a Cundo, porque llevaban tres años siendo colegas. Ella lo convenció para que fuera su socio, pero Foley no se movía del sitio. Tenía que matarlo. Hacerlo sin pensarlo demasiado. Lo ve cruzar el puente, es de noche. Ella sale de entre las plantas tropicales, apuntándole con la pistola y dice: «Hasta la vista, Jack». Y lo llena de plomo. Algo así, aunque el hasta la vista Jack no le sonaba mal. Mejor ser breve.

Eran las once. No veía luces en casa de Foley. Guardó la Walther cargada en el cajón de la mesa donde estaba el equipo de música. Se puso a mirar discos, empezando por los que le gustaban a Cundo. Puso «Candela», «El Rincón Caliente» y la favorita de todo el mundo: «Chan Chan». Subió el volumen, para que los cubanos sirvieran de señuelo.

El truco funcionó.

—Se quedó dormido escuchando a la Buenavista Social Club. Lo desperté y lo mandé a la cama —le dijo Dawn a Foley.

Estaban sentados en el salón, cerca del equipo de música. Dawn fue a bajar el volumen.

—Es una lástima que no hayas venido a cenar. ¿Quieres saber lo que preparé?

—¿Me dejas adivinarlo? —dijo Foley.

—Inténtalo.

Pensó: Arroz con cucarachas… Y de pronto se le ocurrió.

—Macarrones con queso —dijo.

Dawn se quedó de piedra.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque Cundo los odia.

—Quería gastarle una broma.

—¿Y qué hiciste?

—Pues eso, macarrones con queso.

—¿Y le hizo gracia?

—Me recompensó con una sonrisa, nada más.

—¿No se volvió loco?

—Sólo un poco decepcionado. Ya está más tranquilo.

—Tú y yo no hemos hablado desde que Cundo volvió a casa —dijo Foley—. ¿Qué está pasando? ¿Ya se te ha ocurrido algo?

—Todavía no. Voy a seguir viviendo con ese cubanito encantador y voy a ser buena con él, hasta que vea la manera más segura de largarme, a ser posible con mucho dinero. A lo mejor sólo necesito pedírselo. ¿Y tú en qué andas?

—Bueno, he ganado diez mil pavos…

—Te has quedado con el cheque. Lo sabía.

—Y me voy a Costa Rica.

—¿Cuándo? —Dawn saltó del asiento.

—Cuando tenga lo suficiente para comprarme una casa en la playa.

—Te resultó imposible devolver el cheque, ¿verdad?

—Danny Karmanos me dijo que lo rompiera, si no lo quería. Le dije que no podía hacer eso. Insistí en que lo cogiera. Le dije: «Toma, si quieres destruir diez mil dólares aquí mismo». Pero no quiso aceptarlo.

—Y asunto zanjado —dijo ella—. La verdad es que tienes suerte, ¿no crees? Sabías que ella no lo rompería. Y ahora puedes entrar en el juego. Puede que algún día, si no la cagas, llegues a Costa Rica. Aunque más bien lo dudo.

—Concéntrate —dijo Foley—. ¿No ves una playa en mi futuro?

Dawn lo miró un momento, antes de contestar:

—No. —Y torció el gesto, puso una cara que a Foley le indicó que no le resultaba fácil leerle el pensamiento, que no estaba segura de lo que veía. Ella sonrió y dijo—: Esta noche no; estoy cansada. ¿Te apetece oír a los cubanos antiguos? ¿Cuál es tu favorito?

—Creo que tienes «¿Y tú que has hecho?» —dijo Foley.

Ella se volvió hacia el equipo de música.

—Sí, lo tengo. ¿Por qué no vas a la cocina y sirves un par de Old N° 7 mientras lo busco?

—Creo que voy a pasar —dijo él—. Ya he bebido suficiente por hoy.

—Aquí está «Y tú».

—No, me voy a la cama —contestó Foley. Se acercó a la puerta abierta y se detuvo.

—¿Quién ha venido a tu cena?

—Sólo Tico, Jimmy y yo.

—Y Cundo.

—Y Cundo. El invitado de honor —asintió Dawn, mirándolo otra vez como si intentara leerle el pensamiento.

—Dile que vendré a verlo mañana —dijo.

Y dejó que ella lo observara un poco más antes de irse.

Foley se largó antes de que Dawn sacara la Walther del cajón, cargase el arma y montara el silenciador. Hecho esto, salió tras él, con intención de cargárselo y tirarlo al canal, de acabar de una vez por todas.

La policía le haría preguntas cuando lo sacaran del canal. Sabría cómo responder. Diría que apenas lo conocía. Que sólo llevaba unos días allí. Desde que el señor Rey había vuelto a casa. No diría ni media palabra de la cárcel, pero ellos lo sabrían y tratarían de tenderle una trampa. Les diría que era la asistenta del señor Rey. «¿Y por qué hay tantas fotos suyas en las paredes?» ¡Joder, era más difícil inventar una coartada que leer mentes! Y pensó: ¿Por qué no puedes visualizar a Foley muerto, en el canal o en el depósito de cadáveres? Sólo conseguía verlo en el salón de su propia casa, donde poco antes había intentado leerle el pensamiento. Pero Foley estaba cambiado. Había algo en él que… Tenían que llevarse a Cundo de allí enseguida. Mañana, sin falta. Mañana por la noche Tico cogerá un barco y tirará al enano al mar.

No, agente, no tengo ni idea de dónde puede estar. Llegado el caso.

En eso pensaba cuando salió de la casa. Creyó que Foley estaría ya en el puente, casi llegando a la casa rosa. Pero no estaba, o no lo veía: los arbustos oscurecían la calle. Avanzó hacia el canal para colocarse enfrente de la casa rosa. Escudriñó en la oscuridad, con la sensación de estar perdiendo el tiempo. ¿Dónde se había metido?

Miró hacia el puente y entonces lo vio, al otro lado, en Dell Avenue, donde la calle empezaba a subir hacia el canal.

Estaba en el puente: seguro que era él. De pronto apareció otra figura y se acercó hacia la barandilla. Vio que Foley salía a su encuentro.