Capítulo XXXVIII

Todo esto lo he escrito para ti.

¿Por qué lo escribí? Para satisfacer un anhelo de mi alma que cuando se acerca Navidad, no cesa de proclamar el hastío que le producen siempre los mismos libros con los mismos asuntos. Me había propuesto, en un principio, escribirte en dialecto, a fuer de buen noruego, pero habiéndome dado cuenta de que tú comprendes el idioma nacional, relegué el dialecto por creerlo además inservible.

¿Por qué he reunido tantas cosas dispares en un mismo marco? Joven amigo mío, una de las obras cumbres que ha producido el genio del hombre, fue escrita en época de peste, precisamente a causa de la peste, digo yo. Además, amiguito mío, cuando uno ha permanecido largo tiempo apartado de los hombres, que tan bien conoce interna y externamente, no le habrá de ser vedado el volver a incurrir en el vicio de perorar sin tregua, para desentumecer la lengua y dar suelta al millar de discursos que ha incubado su cabeza. Sirva esto para mi defensa.

Si te conocí acertadamente, creo que tal cual de mis osadías habrá de provocar tu júbilo; hay una escena nocturna que leerás, con toda seguridad, frotándote las manos. Claro está que tú dirás a la gente: «¡Es posible que haya osado escribir cosa semejante!». ¡Alma ingenua, la tuya! Trata de apartarte a un retiro solitario y esfuérzate por comprender aquella escena…; yo, por mi parte, no te ocultaré que he vacilado antes de decidirme a ofrecértela.

¿Te interesarás también por mí y te acuciará la curiosidad por saber cuáles son los hierros míos? Pues bien, en nombre de ellos te saludo. Son los hierros de un hombre de cincuenta años; no poseo otros. Pero lo que a mí me distingue de mi semejante es que yo reconozco que no los tengo diferentes. Me los imagino potentes e incandescentes, pero son hierros diminutos que arden débilmente. Eso es todo. Se han reunido con los demás productos creados por la industria, para distracción de la gente sencilla y para adornar la mesa el día de Navidad. Ni más ni menos. Falta saber si podrán destacarse entre las nonadas de los demás. Esto no puedes juzgarlo tú, porque eres el espíritu nuevo en Noruega, que es precisamente lo que yo pongo en solfa.

Lo que no podrás menos de reconocer es que no habrás perdido el tiempo entre «la alta sociedad», pues no he querido que recreases tu corazón advenedizo junto a la «gran dama». He escrito solamente sobre la Humanidad. Además, dentro del discurso mío, fluye otro proceso como la sangre bajo la piel, esto es una novela contenida en otra. He convocado al septuagenario, encanecido en la literatura, paso a paso, asistiendo a todo el decurso de su derrota. Debiera haberlo consumado más pronto, pero era joven todavía, por eso empiezo ahora directa e indirectamente. Debiera haber puesto manos a la obra, cuando el país, desde mucho tiempo ha, gravitaba en las tinieblas de la estulticia caduca… Por fin he comenzado a aplicarme a ello, ahora que se atribuye a mí también el don de hacer sombra. «¡Sensacional! —exclamarás tú—. ¡La caza de la fama!». Amigo joven e incauto, todavía me resta fama para los veinte años que me restan, y después habré muerto ya. Mientras que tú… Dios te depare luenga vida, ganada la tienes. Quiera el hado que me sobrevivas eternamente… en el envoltorio de la carne.

En estos momentos acabo de leer el juicio que a un hombre merecen las elevadas cumbres de la cultura. La experiencia demuestra que la intensidad y densidad de la cultura están en razón inversa de su grado de expansión. Por consiguiente, precisa recibir a los neófitos con las trompetas del renacimiento. No puedo profesar el renacimiento, pues he llegado demasiado tarde. En los tiempos aquellos en que todo me era asequible e indomable mi voluntad, imperaba altiva la mediocridad. Entonces fui poder con pies de barro, suerte deparada a tantos y tantos jóvenes. Pero ahora diminuto y minúsculo amigo mío, debieras lanzar una mirada en torno tuyo: verás cómo en tu mismo campo inmediato de visión, surgen apariciones acá y acullá, penachos deslumbradores, opulencia pródiga, talentos que vuelan al aire libre a los que tú y yo podemos acoger alborotados. Hacia ellos me encamino en el ocaso de mi vida, sintiéndoles agitarse en el fondo de mi ser, porque con la juventud con estrellas en los ojos…, tú quieres impedir su revelación y su consagración. Porque tú nada eres.

¡A ti me dirijo espíritu nuevo de Noruega! He escrito esta obra en época de peste y a causa de la peste. Ya sé que no me será dado contener la peste, no, que es indomable y fomentada por la atracción nacional, al son de tambores. Pero llegará un día en que se detendrá. En espera de ese día, me esfuerzo por combatirla con todas mis energías, al paso que tú haces todo lo contrario.

He estado hablando en la plaza pública, por eso mi voz ha enronquecido algunas veces y otras pareció quebrarse. No es este el peor de los males.

Mucho peor hubiera sido si no hubiese resonado. ¿Hay peligro? Para ti, joven amigo, no; tú vivirás hasta que mueras, puedes estar tranquilo.

¿Por qué te he escrito a ti, precisamente? ¿Qué te has figurado? Te resistes a convencerte de la verdad que encierran mis razonamientos, pero te obligaré a comprender que la verdad está junto a mí. Prescindo del idiota que hay en ti.

FIN