Ahora he venido a vivir a los bosques. No es que esté disgustado ni que la maldad humana me haya ofendido, pero como los bosques no vienen a mí, yo tengo que ir a ellos. Así es.
Esta vez no he salido de criado o vagabundo. Tengo mucho dinero y estoy muy bien alimentado, y no me han faltado éxitos ni fortuna, ¿entiendes? He abandonado el mundo como un sultán abandona ricos manjares, harén y flores, para revestirse con el cilicio.
Podría decir aún más cosas. Porque voy a caminar por aquí y voy a pensar y a consumir en el fuego grandes hierros. Nietzsche seguramente habría dicho: «La última palabra que dirigí a los hombres logró su aprobación, los hombres asintieron con la cabeza. Fue mi última palabra, me marché a los bosques. Porque entonces comprendí que había algo deshonesto o algo estúpido…».
No dije nada, pero marché a los bosques.
No vayas a creerte que aquí sucede nada. Los copos de nieve caen como en la ciudad, y los pájaros y todos los animales están ocupados en sus cosas desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana. Podría contar historias ciertamente interesantes, pero no lo hago. He ido a los bosques. A causa de mi soledad y de mis grandes hierros ardientes que están dentro de mí y que se encienden. Yo me trato pues de acuerdo con ellos. Si algún día me encuentro con un rengífero[22], diré, probablemente: «Dios de los cielos, ved un rengífero, está furioso». Pero si me causa una impresión demasiado fuerte, me diré que es un ternero o un ave, y me engañaré a mí mismo.
¡Ya lo creo que aquí suceden cosas!
En mi vida he visto un saludo parecido.
Vivo día y noche en una cabaña de barro abandonada, y tengo que entrar en ella a gatas. Probablemente la debió de construir, hace mucho tiempo, alguien, como refugio, y permaneció escondido aquí durante varios días de otoño. Habitamos dos la cabaña pero si no cuento a Madame como persona, soy yo el único habitante. Madame es una rata con la cual vivo; le he dado este nombre para honrarla lo más posible. Se come todo lo que dejo en los rincones, y a veces se apoya en sus patas traseras y me mira.
Al principio, había heno seco en la cabaña, que amablemente regalé a Madame. Para mi lecho coleccioné blandas ramas de pino, como se debe hacer. Poseo un hacha, una sierra y algunos cacharros necesarios. Tengo también un saco para dormir, hecho con piel de oveja y forrado con lana. Mantengo el fuego durante toda la noche; mi chaqueta, que está colgada cerca, huele por la mañana a resina. Cuando quiero hacer café, salgo fuera, lleno la caldera de nieve y la cuelgo sobre el fuego; así me proporciono el agua.
«¿Pero es vida eso?».
Te has expresado mal. Esta es una vida que tú no puedes comprender. Tú tienes tu casa en la ciudad, sí, y la tienes adornada con figuras, y cuadros, y libros; pero además tienes mujer, y criadas, y mil gastos. Cuando velas y cuando duermes, estás preocupado con estas cosas y nunca estás tranquilo. Aquí estoy tranquilo. Quédate tú con los bienes espirituales, los libros, el arte y los periódicos. Quédate también con el café y con el whisky, que por cierto siempre me hace daño. Yo ando a través de los bosques y me va bien. Si me haces preguntas espirituales y me quieres achicar, te contestaré que Dios es el origen y que los hombres sólo son puntitos y fibras del Universo. Tú tampoco sabes nada. Pero, si te obstinas y me preguntas qué es la eternidad, te contestaré, puesto que también he llegado a la misma conclusión que tú, que la eternidad no es más que tiempo aún no creado, nada más, tiempo aún no creado.
Amiguito, ven aquí, que voy a sacar un espejo del bolsillo para reflejarte el sol en la cara e iluminarte.
Te quedas en la cama hasta las diez o las once, y todavía estás cansado y mustio cuando te levantas. Parece que te estoy viendo, cuando sales a la calle, parpadeando, porque la mañana ha amanecido demasiado pronto para tus ojos. Yo me levanto a las cinco y estoy completamente descansado. Afuera aún está oscuro; sin embargo, hay muchas cosas que observar: luna, estrellas, nubes y señales del tiempo que va a hacer muchas horas más tarde. ¿Cómo silba el viento? ¿Y cómo se quiebra el hielo del lago Glimma seco y ligero, o profundo y largo? Percibo señales maravillosas, y, cuando se hace de día, añado los signos visibles a los audibles, y cada vez sé más cosas.
Luego aparece una estrecha franja del día por Este, el cielo absorbe las estrellas y la luz reina.
Pronto grazna un grajo sobre los bosques y aviso a Madame que no se aventure fuera de la choza, para que no se la merienden.
Si ha caído de nuevo la nieve, los árboles, los arbustos y las piedras grandes han adquirido tal forma de monstruos, como si durante la noche hubieran venido de otro mundo. Un pino arrancado por el viento, con las raíces hacia arriba, parece una bruja que se ha helado entre gesticulaciones raras.
Por aquí salta una liebre, por allá ha pasado un rengífero. Cojo el saco de dormir, lo cuelgo j de un árbol, porque Madame se lo come todo, y 1 sigo en pos de las huellas del reno. El animal ha ido muy despacio, como veo, pero con rumbo determinado. Ha cambiado hacia el Este a buscar la f luz del día. A la orilla del río Skjel, que es muy rápido y nunca se hiela, ha bebido, ha comido un poco de musgo, ha descansado y ha continuado el camino.
Lo que ha hecho el rengífero es, probablemente, todo lo que he sabido y experimentado hoy. Creo que es algo. Los días son cortos. A las dos de la tarde, cuando regreso a casa, ya oscurece. El anochecer, agradable y tranquilo, se acerca. Luego empiezo a guisar. Poseo una gran porción de carne, guardada en tres montones de blanquísima nieve. También tengo algo mejor: ocho gruesos quesos de reno, aparte de manteca y pan.
Mientras hierve el puchero, me echo, contemplo el fuego y me duermo. Duermo la siesta antes de almorzar. Y cuando me despierto, el puchero ya está cocido. Huele a carne y a resina en la choza. Madame corre por el suelo, de un lado para otro, hasta que recibe su ración. Después como yo y enciendo la pipa.
Se acabó el día. Todo ha salido bien, no me he disgustado por nada. Dentro del gran silencio que me rodea, soy el único hombre adulto que anda por aquí, lo cual me confiere cierta importancia y grandeza, me aproxima a Dios. A mis hierros también les va bien, creo yo, porque Dios hace grandes cosas por amor al prójimo.
Estoy aquí echado y pienso en el reno, en su camino, en lo que hizo a la orilla del Skjel, en cómo prosiguió el viaje. Se escurrió bajo unas ramas, y las astas arañaron varias señales en los troncos: más allá, un saucedal le obligó a dar un rodeo; pero después de pasarlo, ha vuelto a ganar camino y siguió hacia el Este. En todo esto pienso.
¿Y tú? ¿Has comprado ya los dos periódicos y te has enterado de cuál es la opinión pública en Noruega sobre el seguro para la vejez?