El pastor me escuchó pacientemente, y no me despidió desde el primer momento.
—¿Qué dices? —repuso sonriendo—. Sí, tal vez… Pero resultará muy costoso. Y, además, ¿qué necesidad tenemos de hacer esa obra?
—Setenta pasos de distancia hay hasta el pozo que hemos empezado a cavar. Son setenta pasos que tienen que recorrer las mujeres, lo mismo en verano que en invierno, por buen o mal camino.
—Sí, es cierto; pero va a costar un ojo de la cara.
—Sin contar con el pozo, que de todos modos hay que hacerlo, la conducción, con los tubos y la mano de obra, no pasará de un par de centenares de coronas —dije yo.
El pastor tuvo un sobresalto.
—¿Nada más?
—Nada más.
A sus preguntas yo tardaba en contestar. Quería mostrarme de índole circunspecta, como si tal fuera mi habitual comportamiento. Pero hacía ya tiempo que lo tenía todo combinado.
—Sería una obra muy conveniente —dijo el pastor, pensativo—. Además, el depósito de la cocina se convierte en un lodazal…
—Y el agua que es menester subir a las alcobas…
—¡Bah, los dormitorios no obtendrán ventaja alguna…! Están en el primer piso.
—Llevaríamos la canalización hasta el primer piso.
—¿Podría hacerse…? ¿Hasta el primer piso? ¿Y habrá suficiente presión?
Esta vez hice aguardar mi respuesta mucho más tiempo que de ordinario, para dar más peso a mi garantía.
—Creo poder garantizar que el salto de agua sube más alto que el tejado de la casa —aseguré.
—¡Ca, imposible! —interrumpió el pastor—. Ven, vamos a ver el lugar donde quieres abrir el pozo.
El pastor, Harald y yo ascendimos a la colina. Hice que el pastor examinase con mi aparato, y le convencí de que la presión sería suficiente.
—Será menester que hable con tu camarada —dijo.
Minando la reputación de Grindhusen, respondí:
—¡Él no entiende…!
El pastor me miró.
—¿Crees tú?
Descendimos nuevamente. El pastor hablaba consigo mismo.
—Tienes razón. En invierno es un continuo ir y venir con el agua. Y en verano también. Hablaré con mi familia.
El pastor adentróse en la rectoría.
Discurrieron diez minutos, después de lo cual fui llamado por el pastor al pórtico, donde se había reunido toda la familia.
—¿Eres tú quién quiere instalar una conducción de agua? —preguntó la señora con afabilidad.
Saludé, llevándome la mano a la gorra, tenaz y circunspecto, y el pastor respondió por mí:
—Sí, este es el hombre.
La señorita lanzóme una mirada de curiosidad y, a continuación, se puso a charlar con Harald. La señora siguió interrogándome:
—¿Sería realmente una canalización como las de la ciudad…? ¿Se daría la vuelta a una llave y saldría el agua…? ¿También en el primer piso? ¿Unos centenares de coronas? ¡Oye, me parece que deberías encargar esa obra! —dijo la señora a su marido.
—¿Es tu opinión? Ven, vamos a subir al cerro y tomaremos las medidas en presencia de todos.
Subimos a la colina, instalamos el nivel y todos los presentes registraron las nivelaciones.
—¡Es extraordinario! —exclamó la señora.
La señorita no dijo palabra. El pastor preguntó:
—Pero ¿hay agua aquí?
Respondí, con gran sentido, que era difícil asegurarlo; pero que había algunos indicios.
—¿Qué indicios son? —preguntó la señora.
—La naturaleza del terreno en torno a la colina. Además, aquí crecen el chopo y el junco. Y el junco busca la humedad.
El pastor asintió con la cabeza y dijo:
—El mozo conoce bien su oficio, María.
Al recorrer el camino de regreso, la señora había llegado al punto de vista insostenible de que en lo sucesivo podría prescindir de una de las criadas. Para no contrariarla, hice la siguiente observación:
—Particularmente, en verano, es posible. El riego del jardín puede hacerse por medio de un tubo que pase por la ventana de la bodega.
—¿Has oído jamás algo semejante? —interrumpió la señora.
Hasta entonces no me había atrevido a decir nada acerca de una posible canalización para el establo. Desde el principio, mi atención fue atraída por la posibilidad de que un pozo de dobles dimensiones y una bifurcación de los tubos hacia el establo, podrían reportar a la lechera las mismas comodidades que a la cocinera.
Aquello doblaría el coste de la obra, aproximadamente. No era prudente lanzarse a un trabajo de tal alcance. Ya, en el estado actual de las cosas, hube de consentir en aguardar el regreso de Grindhusen. El pastor pidió una noche para reflexionar.