Epílogo

Este libro no es más que una interpretación novelada de algunos retazos de la historia que conocemos de la gran reina Leonor de Aquitania. Nada de lo que aparece en él contradice los pocos hechos históricos que se conocen.

La política medieval se basaba en los intereses familiares, y Leonor de Aquitania llegó a ser la matriarca de la familia más importante de su tiempo. Vivió en una época que se podría denominar la Era de Leonor. Se convirtió en la reina de Francia a la edad de quince años, cuando su padre falleció repentinamente mientras se encontraba de peregrinación. Su hermana pequeña, Petronila, su compañera constante en aquellos primeros años, fue con ella a París. Leonor dominaba a su joven marido, Luis VII; flirteaba abiertamente con otros hombres en su presencia y le daba osados consejos políticos. Cuando el rey se marchó a las Cruzadas, ella cabalgó a su lado hasta Tierra Santa, donde mantuvieron disputas tan violentas que regresaron en barcos separados.

El Papa consiguió que acordaran una breve reconciliación, pero en verano de 1151, cuando Leonor contaba con treinta años, coincidió con el joven duque de Normandía, Enrique de Anjou, siendo presumiblemente la primera vez que se veían. A lo largo de los siguientes meses, mantuvo una disputa con Luis para conseguir la anulación de su matrimonio. Dicha anulación se anunció el Domingo de Ramos de 1152 en Beaugency, a orillas del río Loira. Algunos jóvenes y ambiciosos nobles franceses conspiraron para secuestrar a Leonor y a su ducado en su regreso a casa, pero consiguió escapar hasta su espléndida ciudad de Poitiers, en Aquitania; una tierra rica y ancestral llena de poesía, canciones y nobles ardientes. Desde allí envió una propuesta de matrimonio a Enrique. Unas semanas después se casaron y, a lo largo de los siguientes catorce años, engendraron la estirpe de descendientes más aclamada de la Edad Media.

Leonor fue reina de Inglaterra desde 1154 hasta 1189 y vivió otros quince años después como Reina Viuda, regente y duquesa. Dos de sus hijos se convirtieron en reyes de Inglaterra, y sus hijas y nietos gobernaron la mitad de los reinos de la cristianad a lo largo del siglo siguiente. Fue una extraordinaria mecenas de las artes, así como una brillante soberana, convocando cortes y dictando leyes, aportando una docena de nuevos estilos y formas de concebir el trabajo y los placeres en la Alta Edad Media. Pero, por encima de todo, elevó el prestigio de las mujeres a cotas inimaginables hasta entonces.

Su matrimonio con Enrique II resultó ser todavía más tumultuoso que su enlace con Luis VII. Enrique no tenía más que diecinueve años cuando se casaron y era un hombre implacable y ambicioso, conocido por su carácter volátil, su energía incontrolable y sus impulsivas aventuras amorosas. Poco después de que se casaran, Enrique luchó, engatusó a los nobles y, finalmente, se hizo con el trono de Inglaterra, de tal modo que entre él y Leonor gobernaron unas tierras tan extensas que comparativamente dejaba muy pequeño al reino de Francia. Pero en unos pocos años, los esposos estaban luchando entre sí por ejercer el control del reino. Enrique tenía varias amantes y acaparaba todo el poder para sí como un dragón sobre una montaña de oro. Discutieron por sus hijos y por sus hombres de confianza y políticas. Leonor odiaba a Tomás Becket cuando este se convirtió en el amigo íntimo de Enrique y también le repugnó la forma en la que años después el rey lo asesinó. Tras el nacimiento de Juan, su último hijo, Leonor abandonó a Enrique y se fue a vivir a su espléndida corte de Poitiers. En cuanto sus hijos fueron lo suficientemente mayores, comenzó a intrigar para que atacaran a su padre. Enrique reaccionó encerrando a Leonor durante quince años.

No obstante, cuando Leonor consiguió salir de su encierro, el rey había fallecido y ella todavía contaba con toda su energía. Mientras su hijo Ricardo se encontraba en las Cruzadas, gobernó como regente y en Aquitania siempre fue señor suo jure, aunque se tratara de una mujer. A los ochenta años cruzó los Pirineos para acompañar a su nieta en el viaje que la convertiría en la mujer del heredero al trono de Francia. Esa mujer, Blanca de Castilla, madre de san Luis, llegaría a convertirse en una dama tan poderosa como ella.

Estableció un nuevo patrón de lo que sería la mujer en el futuro, y durante toda su vida sólo siguió su propia voluntad, falleciendo en 1204 a la edad de ochenta y dos años. Fue enterrada en Fontevraud, en la gran abadía junto al río Loira que fue sufragada por su familia y donde su efigie todavía se exhibe en la parte superior de su ataúd, aunque sus huesos hace tiempo que se han perdido.

Petronila de Aquitania, que no volvió a casarse después de que el desvergonzado conde de Vermandois se divorciara de ella, desapareció de la vida pública tras la anulación del matrimonio de su hermana y lo más posible es que falleciera al año siguiente. También se encuentra enterrada en Fontevraud. Joffre de Rançun tuvo una dilatada carrera como el rebelde poitevino más tenaz de los muchos que se levantaron contra Enrique II y contra su hijo, Ricardo Corazón de León. Luis VII de Francia se casó dos veces más y, a edad avanzada, por fin tuvo un hijo varón, Felipe Augusto, que reinó tras su muerte de forma astuta y brillante. La princesa Marie, hija de Leonor y de Luis, se convirtió en condesa de Champaña, siendo la principal impulsora del renacimiento de la música y la literatura en Troyes, y convirtiéndose en la mecenas, entre otros, de Chrétien de Troyes; en definitiva, fue una de las figuras principales de una generación de mujeres que debieron su prestigio y su poder a Leonor de Aquitania.

Por último, cabe decir que existía un texto antiguo, ahora desaparecido, en el que se decía que Leonor y Enrique tuvieron un hijo llamado Felipe, que desapareció durante su infancia. Su nacimiento tuvo lugar en una época en la que Leonor dio a luz a varios hijos y nadie sabe qué suerte corrió ni cómo llegó a tener un nombre tan extraño y tan poco frecuente para un angevino.