—¡El conde de Anjou está muerto! —dijo Petronila. Habían salido al jardín para hablar. Leonor había apostado a de Rançun en la puerta para asegurarse de que nadie se acercara lo suficiente como para poder escuchar lo que decían. Petronila se preguntaba si no se estaba mostrando demasiado temerosa, teniendo en cuenta que la desgracia que le había acaecido al conde de Anjou era algo muy frecuente.
Sin embargo, aquello resultaba sorprendente y, al mismo tiempo, aterrador. Es cierto, Bernard posee el don de realizar profecías, pensó. Mientras se le encogía el corazón, se volvió hacia Leonor, recordando lo que el abad había dicho sobre ella.
Su hermana la estaba observando pensativamente.
—Y tengo la sospecha de que puedo estar embarazada.
—¡Oh! —Petronila se llevó la mano a la boca.
En aquel momento comprendió el problema. Bajó las manos, mientras su mente era consciente de la situación en la que se encontraban, lo cual podría echar por tierra todos sus planes.
—Eso es terrible, Leonor. Justo ahora que todo empezaba a ir tan bien.
—Sí —dijo Leonor—. E, igualmente, estoy dispuesta a seguir adelante. Podemos hacerlo. Nadie debe descubrirlo.
—Alys y Marie-Jeanne son buenas mujeres, pero hay muchos otros ojos…
Le invadió la sensación de que se encontraban dando tumbos sobre el filo de una navaja.
—Confío plenamente en ellas —dijo Leonor—. Ahora, incluso confío en Claire. En poco tiempo se darán cuenta de ello, pero puede que no lo hagan hasta que nos encontremos de viaje, cuando estemos juntas todo el tiempo y tengamos poco contacto con el resto. Y ellas nunca me traicionarán.
Leonor se mojó los labios. Fue el único signo de incertidumbre, incluso de temor, que dejó entrever.
Dio media vuelta y se adentró todavía más en el jardín, donde la franja de césped se reducía por entre los arbustos de romero, pensando qué podría pasar si el rey llegara a descubrirlo. Más que verla, sintió como Leonor iba tras ella.
—Eso se consideraría adulterio, ¿verdad? —dijo.
—Me encerrarían en un convento. O, ya sabes —dijo Leonor, avanzando a su lado, mientras las palmas de sus manos se deslizaban sobre las pequeñas florecillas azules—. En la Biblia lapidan a las adúlteras. De ese modo, Luis se quedaría viudo y podría casarse de nuevo.
—Leonor, no sigas. —Petronila miró hacia ella y le cogió las manos.
—Por eso, nadie puede descubrirlo —dijo Leonor—. Ni siquiera, oh Dios mío, ni siquiera Enrique.
—Pero el hijo es suyo. —Petronila apretó las manos de su hermana.
—Sí. —Leonor dejó escapar un suspiro prolongado.
Petronila miró alrededor del jardín asegurándose de que todavía estaban a solas. La voz de su hermana murmuró en su oído:
—Estoy segura de ello. Pero él no puede… ¿cómo podría estar seguro de que es el padre? Es evidente que soy una persona casquivana y así me mostré con él. Para él, el niño podría ser de cualquiera… —dijo con voz quebrada.
Petronila le devolvió la mirada y sus ojos se encontraron.
—Dios mío, esto lo va a echar todo a perder. Por ley, sería el hijo de Luis y, si es un niño, entonces, aunque Enrique lo reclamara, no sería más que un bastardo real. Necesitamos herederos legales, verdaderos príncipes, y no niños sacados de debajo de un arbusto.
—Pero, a fin de cuentas, sigue siendo un bebé.
—Sí, tal vez, quién sabe, puede que sea una señal; debemos permanecer unidas. —Leonor juntó las manos y las levantó entre ellas, luego las volvió a bajar y las separó. Se dio la vuelta, levantando los hombros y cuadrando la espalda—. Puede que se trate de una señal que nos indique algo. Tal vez, si conseguimos la anulación y regresamos a Poitiers, pueda retirarme del mundanal ruido un tiempo. Podría argumentar que estoy enferma y mantenerlo así en secreto.
Petronila estaba contando mentalmente.
—¿Cuándo nacerá el niño?
—A finales de invierno. Probablemente, alrededor de la Pascua. Leonor seguía de espaldas. Petronila pensó que su hermana estaba urdiendo toda aquella trama con suma inteligencia. Tenían que liberarse cuanto antes del matrimonio con Luis y apartarse de Thierry y de toda su maldad.
—¿Cuándo se convoca al consejo? —preguntó.
—En Poitiers. Antes de Navidad. Nuestra intención es pasar esas fiestas en Limoges.
Podrían ocultar el embarazo durante todo ese tiempo, pensó Petronila. Incluso más. Dejó a un lado el disgusto que tenía con su hermana.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Esta mañana he estado a punto de vomitar.
—Oh, vaya, eso sería…
—Voy a pedir a las damas de compañía que duerman en los aposentos de al lado. Lo haré por el calor.
—Esa habitación es demasiado pequeña —dijo Petronila, encogiéndose de hombros—. Todas opinarán lo mismo —prosiguió retorciendo las manos sin siquiera darse cuenta de ello. Luego se sujetó la falda para que dejara de moverse—. ¿Y qué pasa con Claire?
—Tú confías en ella.
—Eso era antes. Una palabra equivocada y…
—Creo que me será fiel.
—Eso espero. —Petronila pensó en el rostro pálido de la muchacha y en sus maneras torpes—. Lo estamos exponiendo todo a los caprichos de una niña inestable.
—Le dije que se podía quedar —repuso Leonor—. Tú la has protegido. Y las necesitamos a todas, teniendo en cuenta que la fecha del viaje está próxima. Tienen que prepararlo todo, y luego, durante el viaje, todo irá bien.
—Sí —dijo Petronila. Miró sin darse cuenta a la cintura de Leonor. Su hermana había dado a luz a dos bebés anteriormente. No tardaría mucho en revelar que otro ya estaba en camino. Se acercó a Leonor y pasó el brazo por entre los suyos.
—Yo te ayudaré. No tienes más que decirme lo que quieres que haga y te ayudaré.
—Sabía que lo harías —dijo Leonor, y la besó.
Alys envió a Claire al mercado para que comprara manzanas. Durante el camino de vuelta, mientras doblaba la esquina de la capilla, de repente una mano le agarró la falda y la arrastró hacia las sombras.
Claire cogió aire, dispuesta a gritar, pero inmediatamente se quedó paralizada del miedo. Thierry Galeran, el secretario del rey, la miraba fijamente. El eunuco le soltó la falda. La muchacha se tapó la boca con la mano mientras su corazón latía con fuerza.
—Vaya, vaya —dijo el orondo secretario—. Así que has conseguido volver a ganarte su favor. Eres más astuta de lo que pensaba.
—No —dijo Claire por debajo de la mano que le tapaba la boca, sacudiendo la cabeza.
El secretario le miró fijamente sin pestañear. Tenía los ojos pálidos y brillantes como el cristal.
—Pero lo has hecho. Eres una chica lista. Sabes que, en cualquier caso, me ocuparé de ti, tanto si me sirves de algún provecho como si no.
La muchacha apartó la mano de la boca y bajó la mirada. Había pensado muchas veces que había acabado con él. Ahora, el secretario la tenía en su poder y no podía parar de temblar, recordando los golpes que le propinaron sus puños. En ese momento, sintió que le odiaba.
La voz del secretario sonaba monótona, suave y cruel.
—Necesito enterarme de todo lo que hace; especialmente ahora que estamos a punto de emprender el viaje. Luego está esa locura de la anulación: escucha todo lo que ella dice sobre ese asunto. Debo saber con quién habla. ¿Me entiendes?
Claire tragó saliva. Sabía muy bien a lo que se refería. Era consciente de que, en cuanto él tuviera la sospecha de que ella sabía algo, intentaría sonsacárselo. Tal vez Thierry tuviera razón y ella era más inteligente de lo que pensaba. Después de que le propinara aquella paliza, pensó que estaba acabada, pero entonces Petronila acudió a su rescate. Se había jurado a sí misma servirla, movida por la gratitud y la sensación de cariño que aquel gesto le produjo. Pero de nuevo aquel hombre seguía queriendo algo de ella. Eso hizo que le invadiera otro sentimiento, más frío y duro. Sabía que tenía cualidades, aunque no era capaz de adivinar cuáles eran. Miró de soslayo al secretario, dándose cuenta de que ya no le tenía miedo.
Los labios de Thierry se retorcieron. La miró de arriba abajo como si la estuviera oteando desde una altura lejana y sus cejas se arquearon, esperando recibir algún tipo de respuesta.
—Sí, señor —dijo, pensando que tenía que decir algo y, a continuación, le dedicó una ligera reverencia con la intención de reafirmar su buena disposición.
—Excelente —dijo Thierry—. Me lo contarás todo o, de lo contrario, ella se enterará de que la has traicionado. Y no creo que esté dispuesta a perdonarte dos veces, Claire. ¿Entiendes lo que eso significa?
La muchacha asintió con vehemencia y, a continuación, agarró la cesta de manzanas. Daba la sensación de que al secretario no se le había ocurrido pensar que estaba jugando a dos bandas. Claire tenía que apartarse de él antes de que alguien los viera juntos.
—Dejadme marchar, ella me debe estar esperando.
—Sí —dijo Thierry—, como una malvada Eva, a ella también le gustan las manzanas. Está llena de pecado, Claire. Piensa en ello. Nosotros la salvaremos de sus propios pecados. Te veré muy pronto. Y trae noticias.
Tras pronunciar esas palabras, se dio la vuelta y se marchó.
Claire agarró la cesta sintiendo que el corazón se le había encogido dentro del pecho. Odiaba a Thierry, y su rostro todavía mostraba las marcas de sus golpes. Juró que nunca más le ayudaría, hiciera lo que hiciera. No pensaba revelarle ninguna noticia.
Thierry tenía razón. Leonor estaba llena de pecado, era orgullosa y de carácter tempestuoso. Le divertía mucho desafiar al rey y había yacido con el duque Enrique. También era una mujer llena de alegría y la había atraído de manera irresistible.
Y luego estaba Petronila. Ella no le contaría historias, no mentiría. Claire levantó la mirada hacia las escaleras que conducían a los aposentos de la reina. Le gustaban mucho las dos hermanas tal como eran, con pecados o sin ellos.
Luego le vino a la memoria, como un jarro de agua fría, que todo era más sencillo para ellas.
Las dos hermanas tenían túnicas y coronas y ella no poseía más que unos cuantos mendrugos de pan. En cualquier caso, como era una muchacha tan inteligente, tenía que encontrar la manera de conseguir más cosas.
Pero no lo haría por Thierry. Y lo haría con honor, como hizo Petronila. Encaramada en el rellano de la escalera, recuperó la compostura y levantó la cesta de las manzanas con las dos manos. El guardia estiró un brazo para abrirle la puerta y la joven penetró en la sala, sintiéndose a salvo entre las damas de compañía.