Qué temprano es y ya está todo de bote en bote. El suelo está chicloso. Qué tontería, por Dios. Algún chicle habré pisado, qué asquerosidad. Y qué chocante para quitarlo, tendría que haberme puesto otros zapatos. Aquí no voy a ganar para rempujones. Y no se callará la gente, ya verás como no se calla. Lo suyo es que la procesión pase en rigurosísimo silencio, como dice la Fallon. A lo mejor no tendría que haber venido. Uy, ahí va la Raboso. No tendría que haber venido; si antes lo pienso, antes lo compruebo. Y Ramón, por Dios. Y su chiquilla. Ramón está hueco. Pero ¿qué dices, Cigala? Yo sé lo que quiero decir, a Francisco José le arranqué la cabeza y estaba hueco, hay que ver de lo que se acuerda uno de pronto, Francisco José era el emperador de Austria, por eso le puse al muñeco Francisco José y un día le arranqué la cabeza para saber lo que tenía por dentro y no tenía nada, estaba hueco, no tenía corazón. Para mí que Ramón está hueco. Mejor que no me los eche a la cara. Que no se paren ahí, que sigan, que los pierda de vista cuanto antes. Tú no mires; como mires, seguro que te ven. Menudo berrenchín cogió Antonia cuando le arranqué la cabeza a Francisco José, pero se la arranqué porque yo estaba enamorado de aquel muñeco, con seis o siete años ya estaba enamorado de Francisco José, y no tenía corazón. Ay, por Dios, piensa en otra cosa.
Si los municipales no han empezado a despejar el centro de la calle es que aún falta un buen rato para que llegue la cabeza de la procesión. No sé qué es mejor, que espere aquí o que siga. ¿Qué será mejor, Cigala? La bajada por San Cristóbal es una preciosidad, una estampa es la bajada por esa calle. Está todo empetaíto, no se puede dar un paso, ya verás como acabo lleno de cardenales hasta en la caída de ojos. Ay, no me digas, ésa es Mercedes Barquero, ¿pero Mercedes Barquero no se había hecho testigo de Jehová?, ¿qué hace aquí una testigo de Jehová? Está consumidita, la pobre. La Fallon dice que no pueden comer ni gazpacho, yo no creo que eso sea así, que no puedan comer sangre medio lo entiendo, como los moros no pueden comer jamón, con lo buena que está la sangre frita, esas cosas ya no se comen, qué lástima, pero ¿qué puede tener de malo el gazpacho, por muy testigo de Jehová que seas? ¿Va sola? No conozco de nada a ésa con la que va, a lo mejor es una sobrina suya, por la edad puede serlo, o a lo mejor es otra testigo, a lo mejor van siempre en pareja, como los civiles, qué sé yo. La otra acera parece que está más despejadita, pero como cruces de acera, Cigala, te vas a encontrar frente por frente con tu hermano Ramón y con la malasangre de la Raboso, así que es preferible que te quedes quietecito. Mejor que te quedes aquí, Cigala, por si te entra el agobio. O la preocupación. A Antonia no va a pasarle nada por quedarse sola un rato, y menos de noche, la pobre no da ninguna lata de noche. La que alborota una cosa mala de noche soy yo. Un susto de muerte se pegó la Fallon, eso es lo que dice ella, pero mira que es novelera y desagerada para todo, es desageradísima, ¿cómo voy yo a pasarme la noche entera cotorreando en sueños, y cotorreando a gritos, como ella dice, si a mí me cuesta coger el sueño tantísimo trabajo, si me paso en vela horas y horas? Ella tenía que contar una película animadísima, La noche de los muertos vivientes, eso dijo la gachí, hay que ver qué malage, no podía haber encontrado otra comparación. Todo por presumir de experiencia traumática. Ella lo dice así, experiencia traumática. Total, por quedarse con nosotros una noche, que bien que me la cobró, me la cobró a precio de enfermera diplomada, voy a tener que pedir una asistenta social al Ayuntamiento. Qué susto me dio Antonia, y al final no fue más que un enfriamiento, pero a su edad ya una no sabe. Como Antonia vuelva a tener esa destemplanza tan antipática y esos sudores fríos y esos espasmos, porque eran espasmos, voy a echar la solicitud para una trabajadora social, hoy mismo me habría venido de perlas, claro que no sé si te mandan también trabajadoras sociales para que tú puedas irte de jopeo, aunque el jopeo sea una procesión. A lo mejor pagando sí que te las mandan, y seguro que me sale más barato que la Fallon. Ya verás como para una trabajadora social no es una experiencia traumática pasarse una noche con nosotros y estar al tanto de Antonia. Yo ya se lo he dicho: Fallon, bonita, si tan traumática ha sido la experiencia, que te vea Palomi, así compartimos psiquiatra, como las artistas de Jólivu. Seguro que ha sido menos traumática que la leche que mamaste, joíaporculo. Uy, qué codazos. Esto se está poniendo imposible de gente. Uy, por Dios.
Hijo, ten cuidadito con ese codo, que va a llegarme hasta la vesícula.
De nada, hombre.
Qué educado el muchacho. Y qué buen mozo. Su cara me suena. No sé de qué, pero me suena. Qué limpio, y qué planchado, y qué bien huele. Y el chiquillo que tiene es un Niño Jesús. Ella, un poquito basta. Qué manía de dejarse esas melenazas, qué pelo tan feísimo. Mira, que rempuje con algo, aunque sea con el codo. Qué buena noche hace. El tiempo se ha portado este año con la Semana Santa divinamente, y mira que es raro. El tiempo está como yo, tarumba perdido. Tengo que adelgazar, este chaquetoncito de entretiempo que me ha hecho Lali Rendón me aprieta un poco, ya verás como empieza a darme la claustrofobia por culpa del chaquetoncito. Ay, por Dios, lo que faltaba, que se empeñen todavía más en estrujarnos. Si antes lo digo, antes empiezan los municipales a despejar el centro de la calle. Eso quiere decir que la procesión ya va por San Cristóbal. Todavía no se oyen los redobles. Espero que la banda se quede belinda mientras la hermandad de Nuestra Señora de la Desolación y el Santísimo Cristo del Silencio procesiona, como dicen los de Telealgaida, por la calle Silencio. Es lo suyo. Y que la gente se esté calladita. No sé, yo veo aquí mucho jaleo. Ahora me está poniendo al niño en toda la columna vertebral, ya se podía cambiar al niño de brazo y ponerme a mí el biberón un poquito más abajo. Cuando se lo cuente a Pelayo seguro que me dice que de eso no tengo que confesarme, es lo que dice Carmela Abrisqueta, con estos curitas tan modernos se está quedando una sin motivos de confesión. Bueno, yo creo que eso que me está restregando los riñones no es el niño, seguro que es el brazo del muchacho. Qué brazo tiene la criatura. Seguro que ella tiene las uñas despachurradas de fregar, que se aguante. A él sí que le hacía yo la Haute Manicure gratis total, empezaba haciéndole la Haute Manicure de las uñas de los pies, y seguía hasta las entradas, porque tiene entradas, pero hasta las entradas las tiene bonitas. Se ha dado cuenta, vaya que si se ha dado cuenta. Y ella también se habrá dado cuenta, menudas son ellas. Hasta el niño se habrá dado cuenta, el niño tiene ya que estar harto de mi columna vertebral, luego saldrá traumatizado, claro, como la Fallon, cuando el chiquillo crezca tendrán que llevarlo a Palomi, y el chiquillo le contará que un Miércoles Santo, en la calle Silencio, esperando el paso de la procesión, tuvo él una experiencia traumática. A mí, Rafael el Ostionero me ponía cara de asco, y a este chiquillo su padre lo restriega por mi columna vertebral; la verdad, no sé qué es más traumático. Más traumatizada saldrá la chiquilla de la Raboso, eso sí, qué mala suerte que te toque en esta vida, sin comerlo ni beberlo, una madre así. Y un padre hueco. De eso sí que tendría que confesarse Ramón, de haberle encasquetado a su niña una madre como ésa. ¿Dónde se han metido? Ahora no los veo. Deja de buscarlos, Cigala, de tanto buscarlos con la vista vas a terminar viéndolos y van a terminar viéndote ellos a ti. Uy, por Dios, ahí están. Están cerquísima. A esta acera los han echado los municipales. No los mires, Cigala. A mí me pasa, si alguien me mira el cogote yo deseguida lo siento y vuelvo la cabeza. A poco que ella vuelva la cabeza, te ve. Qué gorda y qué ordinaria se ha puesto. Y Ramón se ha puesto feísimo, con lo guapo que era. En esa familia yo fui el único que no salió guapo, para qué me voy a engañar. Salí fino, y listo, y simpático, y un poco rabúo pero buena gente, y con buen tipo, pero guapo, lo que se dice guapo de cara, no salí, lo que pasa es que ya me he preocupado yo de mejorarme, ya me gustará a mí ver a Ramón cuando tenga la edad que yo tengo. ¿Por qué ha tenido él que portarse así? El cochino dinero, y la cochina de la Raboso, que lo empeoró. Desde luego lo mío no lo van a coger, ni lo de Antonia, no van a ver ni una perra chica, ya le he dicho a la Chelo que si es tan lista como dice la gente, que seguro que lo es, que me lo arregle todo para que la Raboso no vea ni un real. Ay, por Dios, qué apreturas, yo aquí me voy a asfixiar. Sólo lo siento por la chiquilla, su padrino podría haber sido yo si a su padre no le hubiera entrado la cochambrosa agonía del dinero. Si empujo un poco, podría rozarla. Qué bonita es. Porque mira que la criatura es bonita, las cosas como son. Tengo que irme de aquí, me estoy asfixiando, como siga así va a entrarme la claustrofobia. Si no empujo, no salgo.
Perdón.
Perdón.
No seas asqueroso, hijo, ponle el rabo al apio de tu padre. Venir a las procesiones debería ser incompatible con las asquerosidades y la mala educación.
Perdón, señora.
Es que si no empujo no me muevo, por Dios. A ese municipal lo conozco, le voy a decir que me abra paso. A ver si mira. Se ve que eso de mirarle el cogote a alguien no da resultado si uno quiere que dé resultado. A lo mejor es el gorro, anulará el efecto. Mírala, ahí va ella, ahí va la pitracosa de Purita Mansero con la mala follá rebosándole por el dobladillo del viso, por todo el medio de la calle, contracorriente, almidonada hasta el moño, en plan ordeno y mando, ni que fuera la Dolorosa. A mí que no se les ocurra decirme nada.
Oiga, muchacho, guardia, por favor, tengo que salir de aquí o van a entrarme las palpitaciones.
Sí, hijo, como siga tan apretujada me voy a desmayar. Gracias, corazón. Perdón, cariño. No se preocupe usted, señora, no voy a ponerme delante, voy a subir un poco por la orillita. Y no me pongas esa cara, agente, yo cojo por el ladito y no interrumpo nada ni estorbo a nadie. Bien que acaba de pasar ésa, en dirección contraria, y por todo el medio de la calle, y ninguno de ustedes le habéis dicho ni mu.
Claro que sé quién es ella, la señora Delegada de Fiestas y Eventos Culturales, ¿es que también mangonea la Semana Santa? ¿Ahora la Semana Santa de toda la vida se llama así, evento cultural? Yo soy otro evento cultural, cariño. Un evento cultural que puede caer redonda ahora mismo por la sofoquina y por las palpitaciones, y ya verás la que se organiza si tenéis ustedes que llamar a la ambulancia.
Gracias, corazón. Yo a ti te conozco de algo, ¿verdad? Qué bien te sienta el uniforme, prenda. Hasta luego.
Así, por la orillita, mientras no llegue el estandarte no pasa nada. Cuando lleguen los penitentes ya me meteré yo otra vez entre la multitud, por la cuenta que me trae, con los chorreones de cera que dejan los velones por el suelo te pegas unos resbalonazos que te puedes matar. Si ésta fuera ya mi calle, seguro que podría ir por todo el medio, con el papo hinchado como un flemón, como la papafrita de Purita Mansero. Habría sido precioso: yo en medio de la calle, y el paso de la Virgen acercándose de frente, y entonces yo le haría una genuflexión y le entregaría la calle para ella sola y para su Divino Hijo, el Santísimo Cristo del Silencio, y los costaleros se liarían a mecerla en mi honor, y no sé si la gente aplaudiría, la gente no debería aplaudir, la procesión del silencio es la procesión del silencio, no es una revista de la Celia Gámez. No sé yo si toda esta bulla va a desaparecer del todo, ya se sabe cómo es la gente. Uy, por Dios, ahí está mi padre. Ay, Cigala, ¿qué dices? Qué susto. Hija, ¿qué te ha dado, cómo va a estar ahí tu padre? Pues ahí estaba, ahora no mires, pero ahí estaba, y si no estaba él, estaba uno que era igualito que Rafael el Ostionero. Serán las palpitaciones, me estoy mareando un poco. Yo, con sonreír, cumplo de sobra; la verdad es que la gente siempre ha sido conmigo la mar de agradable. Condiós, cariño; esta sonrisa tan elegantona quiere decir condiós, cariño. Ahí está la famosa bodega, mira. Descuidadísima, claro, ¿cómo no la van a descuidar, si lo que quieren es tirarla y que salga barato? Yo no sé cómo piensan hacer un conjunto residencial en lo que es esa bodega, pero ya se las apañará el Pegamento. Esta calle impresiona un poco, a mí no me gustaría vivir aquí por nada del mundo. Mientras se siga llamando calle Silencio, a mí no me gustaría. Otra cosa sería si se llamase calle Cigala, ya me ocuparía yo de darle una alegría y un colorido y un bullebulle de conversación. Ahora, tal como está, no me extraña que hasta venga mi padre. Qué cosas se me meten de pronto en esta cabeza. A lo mejor viene él a ver la procesión, tiene derecho la criatura, a lo mejor ha salido de la bolsa esa donde están en el nicho sus huesos y ha cogido el portante y se ha plantado en medio del gentío, a ver cómo procesionan su Virgen y su Cristo, es lo suyo, ¿no?, lo suyo sí que es la cofradía del Silencio, eso no se puede discutir, ¿hay alguien que se esté más callado que un muerto? Ay, por Dios, Cigala, a ti se te está yendo la cabeza esta noche. Y, encima, ahora ves menos que un carajo vendao, corazón. Entre que ya es casi de noche, y estas gafas oscuras, qué mal veo. Yo no tendría que haber venido, a ver si algún gracioso me pone la zancadilla. Menos mal que los esquíns no vienen a ver procesiones, digo yo. Qué jevi, ahora me está dando por pensar que mi padre me viene siguiendo. Que siga a su hijo Ramón y a la Raboso y los coja por el cogote, a ver si les da el infarto. Ay, Cigala, de esto sí que te vas a tener que confesar, y, si Pelayo no quiere confesarte de esto, te vas a Santo Domingo, que el cura de Santo Domingo seguro que te confiesa de mil amores, aunque sea tapándose la nariz, y seguro que te pone una penitencia que vas a enterarte tú de lo que era el empalamiento. Qué repelús me han dado a mí siempre esos mártires que morían de empalamiento, lo piensas y es como para quitarle el vicio de cuajo a todos ésos que van por ahí con la pocetilla desabrochada. Mi padre me lo dijo una vez: te voy a empalar, maricón del culo. Con una jumera como un caballo, pero me lo dijo. Yo creo que ya está bien, Cigala, yo creo que ya puedes estarte quietecito. Si no veo mal, que veo fatal, ya está doblando la cofradía la esquina de San Cristóbal. Ver, no veo, las cosas como son, pero oigo. Ya se oyen los tambores, con razón dice el practicante que tengo unos oídos que no me los merezco. Y la nariz también la tengo de primera. Qué bien huelen los nardos. Qué bien huelen los cirios. Aunque a lo mejor lo que me está pasando es que me acuerdo de cómo huelen los nardos y cómo huelen los cirios, porque olerlos, lo que se dice olerlos de verdad, no puedo olerlos todavía. No es posible, Cigala. ¿Y si me quito las gafas? Si te quitas las gafas va a ser peor, no experimentes. A ver si me hacen por aquí un huequecito.
Por favor, hija, hazme un hueco, a ver si puedo pasar, haz una caridad con este anciano.
Está bien, me voy para atrás. Cómo es la gente.
Gracias, mi vida, Dios te lo pague. Uy, si eres el mecánico de la marquesa… Antes me parece que te he visto, antes me he dicho: Cigala, ahí está ese mecánico tan agradable de la señora marquesa. ¿Ésta es tu señora? Qué guapa.
Qué uñas más horrorosas lleva.
Aquí me voy a quedar, si ustedes sois tan amables. Qué bonita y qué emocionante es esta procesión, ¿verdad?
Qué mal veo, por Dios. La vista tiene que acostumbrarse, Cigala. Ahora está todo medio borroso. El suelo está blando, eso cómo va a ser. Me voy a quitar las gafas. No cierres los ojos, que te mareas. No hay adoquines de goma, Cigala, no pienses tonterías. Un segundo solamente, cierra los ojos sólo un momento. Eso es. Ahora sí que viene la procesión. Se oye el silencio, fíjate. De ahí para adelante, se oye el silencio. De ahí para atrás, la gente no para de rajar, como si fuera a morirse si no dice ahora, precisamente ahora, un montón de pamplinas. Qué raro me siento. No se me quita de la cabeza que esta calle tendría ahora que ser mi calle. Yo creo que el suelo se está hundiendo, qué tontería. Cállate un poco, por Dios, es que no paras, tienes la lengua desatada; para adentro, pero desatada. Mira, no le hago daño a nadie, y si dejo de hablarme a lo mejor me entra la depresión y tengo que salir corriendo a empacharme de pastillas, diga lo que diga Palomi. Ahora que caigo, llevo dos o tres días sin tomarme ni un lexatín. ¿Cuántos días llevo? Dos o tres, como mínimo. Hoy tendría que habérmelo tomado, me lo noto yo. Por ahí andará la doñatiznes de Purita Mansero, o se habrá colocado tan campante al frente de la procesión, a la vera del pichalacia del alcalde y del boniato de la alcaldesa. Aquí tampoco van escasos los rempujones, por Dios. Con tal de que no me den un pisotón y me dejen lisiada, voy que chuta. Vaya tela. Espero que este gordo no me proteste, no tengo yo la menor intención de hacer un emparedado con él y con la vaca de su señora. Aquí acabo yo hoy espachurrada. Uy, por Dios. Uy, ¿esto qué es? No te muevas, Cigala, ahora no te muevas, eso es una mano, el mecánico de la marquesa te ha puesto una mano en la cintura. ¿Quién, si no? Tú no te muevas, habrá sido para sujetarte. Ya sólo falta que aparezca Agustín entre todo este barullo y la líe. Cuántas veces no lo habré pensado: ¿estará en Alemania? A cuantísimos y cuantísimas no les habrá metido él candela… Si no hubiera pasado el tiempo, a lo mejor me estaría ahora casando con Agustín. ¿Por qué pienso ahora en esto? Por la mano, seguro que es por la mano. A mí me están entrando escalofríos. ¿Estará dándose cuenta su señora? Seguro que está dándose cuenta, pues no son ellas larguitas… Ya me parecía a mí que el mecánico de la marquesa me miraba con mucha ley. Qué tonterías piensas, Cigala, por Dios, ¿es que se te han olvidado los años que tienes? Que se lo pregunten a Pelayo. Tendrán que buscarlo lejos de aquí para preguntárselo, eso sí, los curitas modernos no vienen a las procesiones de Semana Santa. Ay qué fatiga, corazón. ¿Adónde ha ido a parar la mano del mecánico de la marquesa? Ya no la siento. A lo mejor ha sido una cosa sicosomática.
Qué rempujones, ¿verdad?
Uy, perdón, creía que era usted un amigo. Con tantos rempujones, a saber adónde ha ido a parar el hombre.
Menudo planchazo. Qué apuro. Por Dios, me van a romper las gafas. Con esta manía de subirse a los niños chicos encima de los hombros, me van a romper las gafas y después me van a sacar un ojo. ¿Por qué no dejarán al niño amarrado en el cierro, por Dios? Que el niño quiere ver, pues claro que quiere ver, yo también quiero ver, no te joe. Yo creo que ella se lo ha llevado a tironazos, menudas son ellas. Porque seguro que el mecánico de la marquesa estaba aquí, yo no me lo he inventado, yo tendré de todo, pero yo no tengo alucinaciones. Qué poca devoción, poquísima, la procesión del Silencio ya no es lo que era, esto parece ya el entierro de la sardina. Yo no sé para qué he venido, no lo sé, y ahora no se puede ni pensar en salir de aquí, no tendría que haberme movido de donde estaba, por allí también pasa la procesión, si es que me he metido en la procesión y no en la cabalgata de Reyes. Es la procesión, Cigala, está aquí, yo creo que ya está aquí. Claro que sí, acaba de decirlo ese muchacho. Uy, por favor, ahora todo el mundo rempujando por atrás, que tengan un poco de cuidado, por la Virgen del Remedio, alguna criatura va a morir aplastada. Ahí va el simpecado, o el estandarte, o como se diga. Ahí estará Purita Mansero con su distinguido esposo, antes no era así; antes, en la cabecera de las procesiones sólo iban hombres, y no es que yo no sea feminista, yo soy más feminista que nadie, pero me da coraje que vaya ésa, tendrían que ir mujeres, claro que sí, todas las mujeres deberían ir, menos ésa. El silencio pesa, ¿verdad? Yo sé lo que me digo. Yo se lo oía a María la Chíchara: si tengo que callarme mucho, y me peso, peso más, como si hubiera engordado dos o tres kilos. He engordado, eso no lo puedo negar, no hay más que ver cómo me aprieta este chaquetoncito. Es que no paro. No paro de hablar, por Dios. Qué pena, Cigala, qué pena, esto no es hablar, esto es comerse las entrañas. Yo me hablo y me hablo, llevo más de un mes hablándome como una cotorra, bueno, llevo años y años hablándome sin parar, o hablándole a Antonia, que viene a ser lo mismo. Pues claro que pesa el silencio, es como si el aire de pronto hubiera engordado. Qué cosas se te ocurren, Cigala. Ahí van, en cabeza, el Hermano Mayor de la Cofradía, yo no sé quién es ahora el Hermano Mayor, don Francisco Llorente es el Hermano Mayor Perpetuo, pero él seguro que no va, aunque a lo mejor lo llevan medio embalsamado, y el señor alcalde y la señora alcaldesa, qué malísimamente le sienta la mantilla a la alcaldesa, es que hay que tener un garbo y una cadencia y hasta un perfil para que la mantilla te siente bien, cada vez que he visto a la alcaldesa con mantilla se me ha puesto como una chumbera la sensibilidad, y con cuántas ganitas me he quedado de decírselo, yo hoy se lo voy a decir, si se encarta se lo digo, porque esta calle todavía no será mi calle, pero como si lo fuera. A la descascarillada de la Mansero, que también va en cabeza de la procesión, eso seguro, a ella le cantaría yo las Letanías del Prendimiento, que están llenas de malosdichos y barbaridades, yo no sé por qué le llaman a eso letanías, hay que ver, te pondrán las espaldas a latigazos en carne viva, te llegarán las espinas hasta las raíces del pensamiento, te atravesarán con clavos las manos con las que repartes el pan y los pies que te besan los hombres justos y las malas mujeres arrepentidas, te arrancarán a tiras la piel del estómago y de las corvas, hay que ver qué jevi, de memoria me sé las Letanías del Prendimiento. A ver si me hago un sitito ahí delante, tú como si fueras una culebra, Cigala. Ay, por Dios, qué repelús. Tú no eches cuenta si te miran con las pestañas venenosas. Tú, sordo. Tú, más sorda que las sordas marsistas. Ni perdón, tú no pidas ni perdón. Aquí rempuja todo el mundo y nadie pide disculpas. Y si alguien se pone farruco, ya te inventarás algo. Vaya pisotón.
Perdona, cariño.
Mujer, no os pongáis ustedes así. ¿No veis que yo sólo quiero pedirle a la Virgen que me devuelva la vista?
Ay, por Dios, qué mala leche. ¡Paso a la ciega! Y mira que se ha escuchado bien, con este silencio se ha escuchado hasta en la plaza Cabildo. Si hace falta, me pongo de rodillas, así no estorbo. No, por Dios, no haga usted eso, a ver si alguien lo dice. Nadie dice nada, estarán pensando: menuda loca. Cigala ha perdido la cabeza, eso estarán pensando. Un arrebato le ha dado a ese guardia, por Dios, hay que ver con qué bulla viene hasta aquí, ni que me estuviera quemando. Que me levante, dice que me levante.
Es que le voy a pedir a la Virgen que me cure la vista, hijo.
Que me levante, ea, si hay barullo me aplastan, en eso el guardia tiene razón. Que se aguanten ahora los que están detrás, ha sido orden de la autoridad. Alicandui, Cigala, que aquí nadie mira por nadie. Qué enchaquetados van todos, la chaquetita azul que no falte. El pantalón gris, la chaqueta azul, la camisa blanca o celeste, la corbata oscura: el uniforme de Semana Santa, de un año para otro. Algunos van que tiran bocados; y me quejo yo de que este chaquetoncito de entretiempo me está apretadito… Mira ése. Claro, por Dios, ése es el muchacho del almacén de la calle Progreso. Pobrecito mío, no cabe ya en ese pantalón y en esa chaqueta, eso ya es hasta una indecencia, a mí que no me digan, a ese muchacho le va a estallar en cualquier momento la portañuela. Y hay que ver cómo es la fila, parece la cola de la próstata cuando vas al ambulatorio, eso sí, todos con su medalla de cofrade de la hermandad del Silencio. Hay de todo, claro, Lord Pamplin va hecho un pincel, tipín no se le puede negar al muchacho. Y yo creo que a Pepe Condesa le va a entrar una tortícolis de tanto volver la cabeza, se le va a quedar el cuello atrancado al bies a la criatura, a saber lo que tiene él que mirar. Ahora no veo mal del todo, fíjate, a lo mejor la Virgen me ha hecho ya un milagro. Es que yo sé que hay una hora del día, cuando está anocheciendo, que veo fatal, el oculista me ha dicho que eso es corriente. Llevo las gafas puestas, ¿no?, claro que sí. El oculista también va ahí, míralo, esta hermandad lleva muchísima crem de la crem. El silencio se come el aire. Es que se lo come. A mí me parece que me está entrando un tumor cerebral, la gente dice que, cuando te entra un tumor cerebral, tienes unas ocurrencias rarísimas. Qué ocurrencia más rara: el silencio se come el aire. Todavía no ha vuelto la esquina el paso de Nuestra Señora de la Desolación, desde aquí se ve la esquina de San Cristóbal la mar de bien, al final he terminado en un sitio buenísimo.
Chissss…
La gente no puede dejar la lengua quieta, pero como todo el mundo se ponga a decir chissss, el silencio se va a ir del todo a tomar viento. Alguien debería decirle a más de uno que no arrastre los pies, es que la gente no sabe andar despacio, ni que tuvieran que sacarle brillo a los adoquines. Qué pena que hayan quitado de todas partes los adoquines, con lo típicos y lo bonitos que son. Malísimos para las tapas de los tacones de las señoras, eso sí. En esta calle todavía no los han quitado para poner alquitrán puro y duro, qué me ha gustado a mí siempre una calle de adoquines recién regada, y eso que te puedes poner perdido los bajos del pantalón. Tendría que haberme puesto otros zapatos, y otros pantalones, unos pantalones más sufridos. Hay que ver lo feo que es el gachó que controla a los costaleros, Virgen Santísima. También los costaleros van arrastrando los pies y lo que se oye es como un runrún de desesperación, a mí se me pone la piel de gallina. El silencio engaña. Sólo hay que fijarse en cómo mira Pepe Condesa, pegan gritos las miradas de esa criatura. Hay miradas que te dejan seco, María la Chíchara en eso era una experta. Lo malo es cuando tampoco te atreves a mirar así, porque yo también he mirado así muchísimas veces, pero a veces he bajado la vista y me he mirado las puntas de los zapatos y he tenido que decirme Cigala, aguanta el tipo, y el otro, o la otra, se habrá pensado que me ha dejado mudo, y ni se figura la verborrea envenenada que le estoy soltando por dentro, porque el silencio engaña, a veces el silencio es más falso que el recogimiento de una beata, a las beatas es que no se les escapa una. Calladitos sí que van, aún no he pillado a ninguno en un renuncio. Aquí la única que le da a la cháchara soy yo, pero es una cháchara interior, así que no cuenta. Yo no sé si los demás llevan todos la mente en blanco, yo con eso no puedo, yo tengo que estar todo el rato diciéndome mis cosas, yo creo que esto es una enfermedad. El silencio no sólo seca la boca, te seca entero por dentro, como el levante. Cuántos hombres de paisano van en esta procesión… Y luego hay que contar la patulea de penitentes, y eso que ahora también hay mujeres que salen de penitentes, y no es que yo no sea feminista, yo soy más feminista que nadie, pero yo no puedo con estas modernidades. Mira qué mono es ese chiquillo, con su mirada baja, no la levanta ni para un alivio, a saber si va acharado o es devoción. ¿De quién será hijo?, hijo de alguien conocido seguro que es, se le nota el pedigrí y la buena raza. Si me dicen que es hijo de Purita Mansero o de Ana Belén Gallardo, a mí me da algo. A lo mejor no es hijo de nadie importante, aquí se da mucho el muchacho con pinta de marqués y resulta que es hijo de un vendedor de cupones o de unos guardeses, y es que los muchachos de aquí necesitan darse poquísima coba, con unos vaqueros limpios y una camisa blanca y flamante, y a lo mejor un yersi por encima de los hombros, van de dulce, parecen títulos. Ya sólo falta que aparezca de pronto Renato Carioca en cueros vivos. Esto sí que es pecado, Cigala, de este pensamiento tan cochambroso sí que te tienes que confesar. Hay que ver cómo iban Antonia y Carmela la Bomba y la Garrincha, de mantilla y peineta, haciendo los sagrarios, pero a lo que nunca se atrevieron Los Caprichos de Marcojerez fue a meterse así en una procesión. En cambio, parece que estoy viendo a don Alfonso Sandoval, con la vara de mando, en cabeza del Descendimiento, que el hombre no paró hasta hacerse una hermandad a su gusto, puso el parné que había que poner, una millonada, para hacer en los talleres de Basilio Cortijo, el mejor ebanista de aquí, el mejor ebanista de todos los tiempos y de España entera, un paso de caoba con medallones de oro, un escándalo de paso para las tres imágenes de acompañamiento, o sea la Virgen, san Juan y la Magdalena, más los dos romanos que sujetan el cuerpo de Cristo, más el Santísimo Cristo del Descendimiento, que la verdad es que al Cristo no se le podía mirar sin perder de por vida la devoción, la gente decía que don Alfonso Sandoval había mandado hacer el Cristo a su imagen y semejanza, así daba la grima que daba el pobre Cristo, por lo visto la imagen antigua del Cristo del Descendimiento, la auténtica, se guarda en la sacristía de la iglesia de la Merced, y es que no la pueden cambiar ahora que don Alfonso Sandoval está muerto, que sería lo suyo, las fatigas que nos ahorraríamos todos, pero la gente dice que nanay, que don Alfonso Sandoval dejó una manda importantísima para la hermandad con la condición de que la imagen no se cambie nunca, el pobre sería un alambre con sombrero, porque yo creo que el sombrero no se lo quitaba ni para cumplir, pero tonto no era, darse cuenta se daba de lo malo que se ponía todo el mundo mirando aquella imagen, así que dejó mucha cuantía para que nadie se atreviera a cambiarlo en cuanto él diese el último suspiro. Ay, por Dios. Ay qué suspiro. Qué mal me sabe la boca. Es el silencio. El silencio amarga la saliva.
Está bien, guardia, por favor, no empujes, coño, tenle un respeto a la tercera edad.
Ya sé que el paso de la Virgen está ahí mismo, claro que lo sé, ¿no lo voy a saber si lo estoy viendo?
Qué empujón, qué poco devoto es eso. Veía el Cristo del Descendimiento y veía a Antonia teniendo que cumplir con él y me ponía malo, que Dios me perdone, de eso también me voy a confesar. Hay que ver los carcamales que van también en esta procesión. Menos mal que ya empiezan los penitentes, el morado es el mejor color para los penitentes, el morado es lo suyo, una vez me vestí yo de penitente y ni claustrofobia me dio, ya ves tú. Antes los penitentes iban mucho mejor ordenados, por estatura, hoy esto parece una de esas pantallas que te ponen junto a la cama en los hospitales para ver cómo te funciona el corazón o lo que sea, por Dios, cuando yo me vestí de penitente era todavía un chiquilicuatro y me sentía la mar de bien, nadie me conocía, a nadie le importó ir delante de mí o detrás de mí, nadie sabía si iba delante o detrás de un maricón, nadie me mortificó con eso, ir vestido de penitente era como si nadie le hubiese dicho nunca a nadie lo que yo era. El silencio tapa. Qué coraje. Pero así es, el silencio tapa. A mí que no me siga tapando, a mí que se me vea bien, que se me oiga bien, que se me escuche bien. Ahora no, claro. Impresiona tanto silencio. Es como si todo el mundo se estuviera escondiendo, no sé. El silencio tapa. Más de una mariperniles, y más de dos, irán aquí de nazarenos. A lo mejor va el niño de la Batea, mira lo que te digo, a mí no me extrañaría nada, el capirucho de penitente es como el silencio, da gato por liebre, y el niño de la Batea es capaz de cualquier cosa, ya me lo ha demostrado. Capaz y capataz. Huele a cera. Parece el mar. Qué cosas se te ocurren, Cigala, ¿qué tendrá que ver? El silencio suena como el mar, yo me entiendo. Es que no es silencio del todo, yo creo que lo que se dice un completo silencio, sin un fallo, es una cosa que no existe. El silencio tapa, pero no tapa del todo, uno también habla cuando mira, cuando se mueve, hasta cuando se está callado, porque depende de cómo se esté uno callado. Eso a los penitentes no se les nota, ya ves. Bueno, sí, a algunos sí que se les nota, mira ése, ¿no es algo?, un penitente negro, porque es negro, no hay más que verle las manos, ¿cuándo se ha visto un penitente negro? Otra vez se me está encogiendo el pecho, otra vez estoy acordándome de aquella criatura, a lo mejor es él que ha venido este año desde América a vestirse de penitente, qué cosas se me ocurren, eso es por las ganas que tengo de encontrármelo, que me voy a morir sin pedirle perdón. ¿Por qué tendría yo que verle las manos? Las manos hablan, vaya que si hablan, que me lo digan a mí. Yo voy a hacer unas uñas, miro las manos, y me lo sé todo sobre la persona, todo: si es tranquila, si es nerviosa, si está metida en apuros de amores o de dineros, si la quieren bien, si está a dos velas en amoríos, si trabaja mucho, si trabaja poco, si le gusta jugar a las cartas, si hace bien o mal los gustos bajeros del hombre… Una vez le hice las uñas a la Garrincha y tenía manos de pajillera selecta de nacimiento, y que la Virgen me perdone. Las manos hablan que da gusto. Hay que ver adónde ha venido a parar esa criatura, con lo negra que es, porque mira que es negra, y no es que yo sea racista, por Dios, yo de racista nada, pero es negra, hay que ver adónde ha venido a parar, a la cofradía de Nuestra Señora de la Desolación y el Santísimo Cristo del Silencio de La Algaida, yo creo que es algo. Me ha mirado. Me está mirando. No mires, Cigala, tú mira a esos monaguillos tan monos que van con las manitas juntas por todo el medio de la calle. No deja de mirarme. A lo mejor me conoce. ¿Quién no me conoce a mí en La Algaida?, yo soy una institución. Me mira como si me conociera. ¿Qué habrá sido de él? Ay, Cigala, por lo que más quieras, ahora no pienses en eso, no pienses en él. ¿Por qué no me dijo nada? Al final fue Cintia la que me lo tuvo que explicar, le llamaste nigro, mai gad, ella no paraba de decir mai gad, me acuerdo estupendamente, llamarle nigro es lo peor que se le puede llamar a un negro, es peor que llamar de mala manera maricón a un maricón, o igual, eso no me lo dijo Cintia, eso lo comprendí yo por mi cuenta, pero ya no tenía remedio. A lo mejor ha llegado el pobre en una patera. El penitente, digo. ¿Qué habrá sido del otro? ¿Y si fuera él? Qué susto, y qué apuro, y qué bonito si fuera él, me iba a quedar afónico de pedirle perdón, la vida entera llevo yo queriendo pedirle perdón. Menos mal que ahí está ya el paso de Nuestra Señora de la Desolación, hay que ver lo que es ponerle a una criatura Desolación, así ha salido de atravesada Desi Gutiérrez.
Y dale con los rempujones del guardia. Hija, perdona, yo no tengo la culpa de que me rempujen.
Ay, perdón. Perdón.
Yo, calladito. La muchacha tiene razón. Si empujan, que empujen. Y más, ahora, con la Virgen encima. Bueno, encima no, delante. A lo mejor paran los costaleros. No deberían parar, pero a lo mejor paran. Con tal de que no cante alguien una saeta, que pare. Una saeta en esta procesión no pega nada, una saeta le quita atmósfera. Uy, por Dios, atmósfera, ¿de dónde habré sacado yo esa palabra?, de la tele la habré sacado. Yo creo que lo que hacen en la tele no es hablar, lo que se dice hablar no es. Yo me entiendo. Yo hablo cuando digo mis cosas como siempre me las he dicho, no cuando digo atmósfera y cosas así. Desde luego, lo que hacen por el internet no es hablar de ninguna de las maneras. Qué precioso viene el paso. Qué bien huelen los nardos, ahora sí que los huelo de verdad, ahora sí que no me estoy inventando que los huelo, esto sí que no es sicosomático. Las mujeres vienen detrás, digo yo que vendrán detrás, por lo menos así ha sido toda la vida. Yo no puedo mirar para arriba, es que no puedo, me entran unos mareos horrorosos. Las cervicales, qué lástima. Se lo tengo más que dicho al hijo de don Carlos Montanelli, pero ni caso, ni comparación con el padre, don Carlos Montanelli era un santo y un encanto de hombre. Virgen Santísima, a ver si haces un milagrito y te puedo mirar sin marearme, por Dios… El hijo de don Carlos Montanelli no viene en la procesión, claro que no, ese niño, además de con púas, ha salido ateo. A ver si me voy a desmayar del mareo y monto el numerito. Esta Virgen siempre ha tenido una preciosidad de cara, no como otras, otras tienen cara de alpistera, las cosas como son. Qué ricas las alpisteras. A alguien le está goteando el aceite, coño, qué peste. Alguien está sacándose el alpechín, qué momento más inoportuno para desinflarse, qué asquerosidad. A lo mejor es este penitente. A lo mejor es Rafael el Ostionero. Huele que apesta. El silencio apesta. A lo mejor soy yo, a lo mejor estoy yo apestando todavía, por mucho que me lave y me restriegue a lo mejor sigo apestando hasta que me muera, apestando desde aquel día, desde que mi padre me echó encima un serón entero de cagarrutas del burro Perraca, me llenó de mierda y ya no he dejado nunca de apestar a mierda, es una peste que no he podido quitarme del todo de la nariz. Qué peste. Qué cosas se te están ocurriendo esta noche, Cigala. Ya ves, Virgencita de la Desolación, así anda una, a sus años.
Ay, por Dios, ése es un esquín. Perdón, se me ha escapado.
Cigala, al paredón. Eso es lo que ha dicho. Qué susto. ¿Por qué nadie le ha dicho nada, o es que sólo lo he oído yo? A mí me protestan, a mí me llaman la atención, a mí me echan en cara que hable, ¿es que todo el mundo ha estado sordo cuando ese esquín me ha dicho Cigala al paredón? Uno de éstos tiene que haber sido. Qué sé yo cuál habrá sido, todos los penitentes son iguales. Bueno, todos menos el negro, pero el negro hace ya rato que pasó. El esquín se estará cachondeando de mí, porque yo no me lo he inventado, ¿o me lo habré inventado?, a veces me pasa, a veces me pasa que oigo algo, un timbrazo, un desagüe, un grifo abierto, una risa, un gruñido, algo que alguien dice, y después resulta que no, que me lo he inventado, que sólo han sido figuraciones. Pero bien clarito lo he oído: Cigala, al paredón. Nada, que no puedo levantar la vista, me mareo muchísimo, tendré que mirarles las alpargatas a los costaleros. A ti no te habría importado, ¿a que no, Virgencita mía de la Desolación? Ya sé, una madre siempre es una madre, pero tú no eres una madre cualquiera, hija, tú no sólo eres madre de Cristo Nuestro Señor, tú eres madre de todos, y a ti no te habría importado que esta calle llevase ahora mi nombre, eso lo sé. ¿Cuánto tiempo hace que no estrenas manto, mi alma? Esta cofradía llevará mucha crem de la crem, pero se ve que la crem de la crem de La Algaida no está para dispendios. La Virgen de la cofradía de los pescadores tiene muchísimos más lujos, ni comparación, a todos los cofrades de esta hermandad tendría que caérseles la cara de vergüenza. El manto que llevas, además de ser del año de Maricastaña, es sosito y de medio pelo, perdona que te lo diga. Pero mira cómo van ellas de enjoyadas y de peripuestas, a ellas no les falta un detalle. Las Chititi, en primera fila, ellas no se dejan quitar el sitio. Qué bien llevan la mantilla, la verdad. Detrás del paso sólo deberían dejar que vayan mujeres con mantilla, no esta alboronía que hay ahora. Si hasta va Cecilia López de Aramburu, con ese conjunto de falda verde botella y chaqueta de punto granate, por Dios… Las niñas se habrán quedado en casa, una en la cama, la otra con el albornoz, y luego se turnan, qué remedio. Qué poderío: la señora marquesa de Torreantigua y doña Marcela, la hija de la Infanta, del bracete, eso es darle categoría a una procesión. Ya me imaginaba yo que la marquesa venía en la procesión, por eso estaba por ahí su mecánico, para recogerla cuando a ella le dé el cansancio. Claro que siempre hay quien se encarga de los estropicios, porque hay que ver cómo va Ana Belén Gallardo, va que tira bocados la pobrecita, con la cantidad de dinero negro que se habrá echado encima para ir hecha una catetona, ¿cómo se puede ir en una procesión como un serón de alhajas, y con ese escote, por el amor de Dios? La señora viuda de Mendoza, en cambio, qué buena pinta ha tenido siempre, y eso que ella es de una familia más bien sencillita, pero tiene la virtud del camaleón, hay que ver cómo se le ha pegado el colorcito de la gente bien, no me extraña que ahora dedique su vida a desagraviar, como ella dice, a su esposo, ella siempre dice desagraviar y siempre dice mi esposo, nunca dice mi marido, el único alcalde de La Algaida que no tiene una calle con su nombre, Cigala, eso ella no lo puede olvidar ni perdonar. Para ella, si alguien, después de su marido, se merece que le pongan su nombre a una calle en La Algaida, soy yo. Están todas. Bueno, casi todas. Hay que ver la cantidad de Haute Manicure que llevas detrás del paso, cariño, y no es por presumir. Por ir, va hasta la asesina, aunque ésa debería ir arrastrando cadenas. Ahora ya no sé a lo que huele. Ya no huele a nardos, ya no huele a cera, ya no huele ni siquiera a alpechín, ahora huele a todo eso rebujado, debería estar prohibido echarse perfume cuando vas detrás del paso de la Virgen en una procesión. Qué mareante. Ya no sé si me mareo por culpa de las cervicales o por culpa del pestazo. Aquí no voy a ver el cambio de costaleros, con lo que a mí me gusta. No debería haberme movido de donde estaba. A Desi Gutiérrez esos zapatos se la van a comer por los pies, ¿cómo se puede ir en una procesión de Semana Santa con esos zapatos de cocodrilo, o de lagarto, o de lo que sea? La verdad es que si alguien tiene que ir detrás del paso de la Virgen de la Desolación es Desolación Gutiérrez, se lucieron a la hora de bautizarla, coño, así que si alguien tiene que ir detrás del paso es ella, pero no con esos zapatos, alma de cántaro. Me duelen los pies. Tendrías que concentrarte, Cigala, tendrías que rezar por lo menos un avemaría. Ay, por Dios, rezar un avemaría es como poner un disco en el picú, seguro que a ti, Virgen de la Desolación, te gusta más que te cuente mis cosas, ¿verdad? A lo mejor éste es el último año que puedo venir, nunca se sabe lo que le puede pasar a una en cualquier momento con esta edad. Sí, hija, a veces se me escapa y hablo como si fuera una señora, qué más da, yo sé que a ti puedo hablarte de cualquier manera. Esos zapatos se están comiendo a Desi Gutiérrez, qué cosas me figuro, por Dios. Esos zarcillos tan exageradísimos se están comiendo a Ana Belén por las orejas. La Chica Lapuente me parece a mí que no está, no la he visto, no habrá querido venir con las uñas renegridas y retorcidas como almocafres, qué calamidad le hice aposta en esas uñas, lo reconozco, se las dejé aposta como el váter del Cine Ballesteros, que había que ver lo cochambroso que estaba siempre. Se habrá ido a que se las recompongan las niñas de Pancho D’Acosta, mujer, de tu controversia con la Chica Lapuente hace por lo menos un siglo. Santiguate, Cigala, te tienes que santiguar. Uy, qué mareo. Son las cervicales. Muevo el brazo y me da un tirón en el cuello y me entra una fatiga la mar de rara, no es una fatiga del estómago, se me va la cabeza, se te está yendo la cabeza, Cigala. Algo me está mordiendo los pies. Son los zapatos. O el silencio. El silencio muerde. Voy a tener que ir al ambulatorio a que me pongan la del tétano. Aquí es que ya no hay aire. Ay, por Dios, esto qué es. Es una oreja. Una oreja de Ana Belén Gallardo, medio comida por el zarcillo. Qué asco, por Dios. Qué grima. Qué imaginación más retorcida tienes a veces, Cigala. ¿Qué te pasa? No te acuerdes ahora de eso, mi vida. Una vez te lo quisiste cortar todo, Cigala, menuda carnicería. ¿Cuántos años tenías tú, Cigala?, ocho o nueve, te lo quisiste cortar todo con un cuchillo de la cocina, menos mal que mamá me llevó a tiempo a don Carlos Montanelli, menos mal que no le dijo nada a Rafael el Ostionero, menos mal que no te quedaste inservible, y mira que salió sangre, toda la carbonera se puso perdida de sangre. Un poquito de aire, Cigala, te hace falta un poquito de aire. Si te lo hubieras cortado todo ahora irías ahí, con todas ellas, con tu vestido negro y tu mantilla negra, como la Fallon. Uy, pero si es la Fallon. No puede ser la Fallon, no puedo creer que haya tenido el santísimo cuajo de ponerse teja y mantilla, claro que ahora a ella le ha dado por decir que se lo ha cortado todo, no sé cuándo, no sé con qué, quitárselo todo siempre ha costado un dineral, pero la Fallon dice que ahora esas operaciones las paga también el Insalud, ella dice que el Insalud se lo ha pagado, será para engatusar a Rachid, porque va con Rachid. No puede ir con Rachid en la procesión, los hombres no pueden ir en las procesiones con las mujeres y, además, ¿qué hace un moro en una procesión de Semana Santa, por Dios? Tú ves visiones, Cigala. La que no está es la Florista. Ella no va en las procesiones porque dice que no sabe dónde ponerse, si con las mujeres o con los hombres; que se ponga con los perros, detrás de la banda de música. ¿Esto qué es? Ay, por Dios, qué fatiga, esto no puede ser, ¿cómo me voy a acordar yo ahora de la carbonera llena de sangre, del cuchillo lleno de sangre, de los pantalones llenos de sangre, de las manos de don Carlos Montanelli y de mamá llenas de sangre? A veces, sin querer, me rozo la cicatriz. Ya casi no es una cicatriz. Ya se me había olvidado, qué asustado estaba, no ha sido nada, eso dijo don Carlos, no es nada. Olvídalo. Olvidar es como callarse. Lo enterré. Lo olvidé. Y ahora ha salido del nicho, como Rafael el Ostionero. Estará por ahí. A lo mejor viene con un serón lleno de cagajones de Perraca. Qué cosas piensas, Cigala, respira hondo, respira hondo tres veces. Piensa en algo. Ahora no puedes salir de aquí. Qué pobretón es el manto de la Virgen. Los nardos son preciosos. Vaya por Dios, el que faltaba, el sieso manió de Manolito Valiente con su micrófono era el que faltaba. Que no me vea, habrá que ver lo que dice si me ve.
Hijoputa, ¿quién ha sido?
Perdón.
No ha sido nadie. La gente que está detrás de mí no ha podido ser, a lo mejor me lo he inventado, pero lo he oído la mar de bien: Cigala, al paredón. Eso he oído, bien clarito. A lo mejor no lo ha dicho nadie, debo de tenerlo metido en la cabeza. Manolito Valiente me ha visto, está hablando de mí, seguro que está hablando de mí, eso debería estar prohibido, ¿cómo puede ir alguien hablando por un micrófono en medio de la calle Silencio, mientras pasa la procesión del Silencio?, ni que tuviera bula del Papa. Que vengan los municipales, por Dios, que se lleven a ese mamarracho. Ahí está ya el paso del Cristo del Silencio, el Prendimiento le dicen en otras partes. Vaya tela, ahí están los Carabineros, o los Legionarios, o los Centuriones del Hijo, o como se diga. Lo que pasa es que en otras partes el paso del Prendimiento lleva también soldados romanos, los soldados que prendieron a Jesús, aquí va él solito, con las manos atadas, con la mirada al frente, con los labios cerrados, callado, en silencio. ¿Dónde se ha metido Manolito Valiente? Yo creo que ves visiones, Cigala. Qué mirada más perra tienen. Cualquiera diría que son angelitos del nacimiento, angelitos de tapadillo, eso sí, angelitos de chaqueta y corbata, todos medio rubiales o rubiales del todo, todos peinados como futbolistas, hay que ver cómo se peinan ahora los futbolistas, parecen recién salidos del secador locatis de Pancho D’Acosta, pero me miran como si acabaran de chuparme la sangre, qué contentos están, míralos, se han salido con la suya, ¿a nadie le da coraje que vayan delante del paso? Tú, calladito, que es lo tuyo. Qué malo es el silencio. El silencio arruga. Una herejía, eso dirá la hipocritona de Purita Mansero, dirá que acabo de decir una herejía en tus mismísimas barbas, y perdona que te lo diga de esta manera, Santísimo Cristo del Silencio. Te veo esa cara de aguantarlo todo y me dan ganas de chillar. Ay, mi vida, no sé lo que digo. Esa túnica granate también podrían ya cambiártela, una cosa es ir sencillo y, otra, no gastarse dos reales en tenerte presentable para tu procesión. Voy a decirle a Lali Rendón que te cosa como ella sabe una túnica de bandera, y ésta que te la dejen para diario, si quieren. Ay, por Dios, qué cosas se me ocurren. Dime algo, ¿por qué no me dices nada? Hay que hablar, picha, hay que hablar. Uy, que Nuestro Señor me perdone, perdón, quiero decir perdóname, es cariñoso, ya sabes, llamarle picha a alguien es cariñoso. No sé lo que digo, serán las cervicales. Pero hay que hablar. Hablar es como meterse en una casapuerta cuando llueve a cántaros. Qué fatiga me da mirarte, me da fatiga por las cervicales y por lo callado que vas. Hablar es como secarse con una toalla grandísima y limpísima. Mi madre me lavó con jabón lagarto, me enjabonó un millón de veces, me enjuagó con agua caliente otro millón, para que se fuera del todo la peste de la mierda del burro Perraca, pero nunca se ha ido del todo esa peste. Qué peste, por Dios. A nadie se lo he contado. Nunca. El silencio lastima. Qué voy yo a contarte a ti, ¿verdad? Por eso me emperré, por eso era ésta la calle que yo quería, no era por faltarte, ni por hacerte de menos, el Señor me libre, líbrame de hacerte de menos, corazón. Qué confianzas, ya sé. Pelayo me lo dice siempre, a Dios hay que hablarle en confianza, Cigala, como si le hablases a un amigo, a un amigo fetén, claro, no a la Florista, sólo faltaba que yo te hablase a ti como a la Florista. Y ahora se paran, estos costaleros tienen el don de la oportunidad. Ahora tengo que levantar mucho la cabeza, si no levanto más la cabeza se van a pensar que los miro a ellos. Los Centuriones del Hijo, ¿no?, así se llaman, tus Centuriones, ¿y no dices nada, por Dios? Yo sé que me están mirando. Qué mareo, ni que me hubiera pimplado yo solo una botella de amontillado, con lo que el amontillado se sube, se sube muchísimo. A lo mejor es sicosomático, se lo tengo que contar a Palomi. Me estás viendo, ¿verdad? ¿Cómo me ves? Así levantaba yo la cabeza cuando no abultaba más que una chincheta y quería que mi padre me cogiese en brazos. Levantaba los bracitos, qué dolor. Y ni siquiera lloraba, ¿para qué iba a llorar? Nunca se lo dije. Ahora es cuando se lo he dicho, cuando ya no puede escucharme. Por ahí anda. Ay, por Dios, Cigala, qué tonterías dices, ¿cómo va a andar por ahí Rafael el Ostionero? Qué tarde es. No es tarde, qué va a ser tarde, nunca es tarde para cantarle las cuarenta a un alacrán, Agustín se fue sin decirme una palabra. ¿Qué habrá sido de él? Para contar las cosas que te duelen nunca es tarde. A veces he pensado en poner un anuncio en algún periódico de Nueva York: interesado en dar con el paradero de un muchacho al que llamé nigro en un avión de la Túa. Nunca es tarde. Para destaparte a ti mismo las mentiras que te has ido contando, un día detrás de otro, una noche detrás de otra, nunca es tarde. Ni para decir de una vez todo lo que te has callado. Qué coraje me da. A lo mejor esta calle ya no se llama calle Silencio, así que no sigas aguantándote, aguantarse destroza la vesícula, eso decía María la Chíchara. Aguantarse pudre el hígado. Aguantarse la lengua es de buena educación, eso dice siempre la señorita Paquita, que es una santa. Será de buena educación, pero encona el berrinche. La buena educación es una tijera. Ay, por Dios, qué grima, cómo tiene que dolerles a las criaturitas, a las moras les cortan el gatillito del gusto, como yo quise cortarme el mandoble en la carbonera. ¿Cómo se me ocurre ahora pensar en eso? Una tijera que me corta el mandoble, que me corta la lengua, por Dios, cuánta sangre. Santísimo Cristo, la sangre te chorrea por la cara, por el cuello, por las muñecas, por los pies. Acabas de salir de la carbonera, tú también has puesto la carbonera perdida de sangre. A ti, Santísimo Cristo del Silencio, te sale sangre hasta por los meñiques de los pies, pero debería salirte toda la sangre por la boca, ¿sabes? El silencio sabe a sangre. Qué sabor tan amargo. Qué mal me sabe la saliva. El silencio amarga la boca. Menos mal, ya ha pasado. No sé por qué he venido, la verdad es que no sé por qué he venido. El jefe de costaleros se ha tomado su tiempo, el gachó. Arriba. Me están mirando, yo sé que me están mirando. Tus Centuriones se han salido con la suya, ya sabes, a ti ya no hay quien te saque de esta calle. En cuanto la procesión salga de aquí, tocará la banda de tambores. Qué mareo. No sé cómo voy a salir de aquí. Qué tarde es. Espero que no se haya despertado, Antonia nunca se despierta. Y si se despierta, no dice nada. Tampoco ella dice nada, pobrecita. Cómo me duelen los pies, qué bien me vendría ahora encontrarme con el mecánico y que me llevara aunque fuese en borricate. Qué cosas se te ocurren, por Dios. Por mucho síndrome de Estocolmo que te haya entrado, no va a estar el mecánico de la marquesa esperándose para llevarte a tu mansión… Qué rempujones, todo el mundo quiere salir a la vez. Aquí vamos a estar hasta las tantas. Y mira que es corta esta calle. Pero cuesta salir. Cuando cuesta salir, qué larga es la puñetera calle Silencio, qué larga…