4, martes

Más atravesado que el que inventó el órsay. Qué verdad es que uno nunca acaba de conocer a la gente, Antonia. Tranquila, corazón, que te voy a dejar las uñas como el capullito del Niño Jesús. Si Pelayo puede decirlo, ¿por qué no voy yo a poder? Una base te voy a poner que te va a dejar las uñas como nuevas, reina mora.

Yo me he tomado un lexatín, y que diga Palomi lo que se le antoje.

El niño de la Batea no ha movido un dedo. Como lo oyes. Dice Pelayo que él nunca se confundió con ese muchacho. Pero yo tranquila, yo me he tomado mi lexatín después de almorzar y ahora estoy como una hamaca. Con la señora viuda de Mendoza estaba nerviosillo, ¿para qué voy a negarlo? Me ha preguntado por ti, corazón. No sé por qué cada vez que me preguntan por ti me entra una especie de preocupación que no se entiende. Es como si me estuvieran diciendo que tú todavía le debes algo a toda esa gente, no lo han podido tragar, Antonia, lo tienen todavía atrancado en el gaznate. Lo tuyo con don Alfonso Sandoval ha sido, entre el gratén de La Algaida, como el Peñón de Gibraltar en el corazón de los españoles, así lo decía la cartilla que estudiábamos en el cuartel, no se me ha olvidado desde que hice la mili, hay que ver la perra que tenía mi capitán con el Peñón de Gibraltar, y mira que mi capitán era buena gente, porque lo era, todo lo que tenía de malage la señora de mi capitán lo tenía mi capitán de santo varón, pero lo de Gibraltar era superior a él. Pues lo mismo, Antonia, con lo tuyo con don Alfonso Sandoval es que no pueden. Y la verdad es que estaba todo el rato muy cariñosa, eso no lo puedo negar. Hasta que le dio la piquina. La señora viuda de Mendoza, a la que no se le va a curar jamás de los jamases el reconcome que tiene a cuenta de que a su marido no le hayan puesto en La Algaida ni un mal callejón, parece un alma bendita mientras no le dé la ventolera, y de ti me dijo esta mañana cosas preciosas, ya ves tú, lo guapísima que eras, el fachón que tenías, el poderío que se te salía por los andares, y eso que ella te conoció ya madurita, eso dijo la gachí, qué valor, pero que en su casa todo el mundo se hacía lenguas del monumento que has sido desde que saliste del parvulario, como si nosotros hubiésemos ido al parvulario, Antonia, ésas se creen que todos los coños se sientan en el mismo retrete. Pero luego ha dicho: a tu hermana sí que tenían que ponerle una calle. Después de ponerte por las nubes, lo dijo de una manera muy atravesada. Al chusmerío es al que le ponen las calles en este pueblo, eso vino a decir, mala taquicardia le dé. No sé ni cómo me aguanté, pero me aguanté, y eso que todavía no me había tomado el lexatín. Eso sí, a la hora de apoquinar le dije: la Haute Manicure ha subido, señora, son treinta euros, y me soltó los treinta euros, vaya que si me los soltó.

No te voy a pulir mucho las uñas porque las tienes bastante endebles, Antonia, y no me mires así, que tengas las uñas bastante endebles es la cosa más natural del mundo. Ya verás lo bien que te va esta base fortalecedora, es lo último en el mercado, una fortuna vale, y contigo voy a esmerarme, sólo faltaría, se me ha puesto a mí en la tostá que mi hermana lleve las uñas más bonitas de La Algaida. Qué manos más chicas y más delicadas tienes, Antonia, es como si se te hubieran achicado los huesos, son como dos pajaritos estas manos, corazón. ¿Te gusta que te coja así las manos, mi vida? Qué calentitas las tienes. Ahora te quito los pellejitos de las uñas. Seguro que ese fantoche de don Alfonso Sandoval no te cogió las manos así en toda la vida. Te cogería otra cosa, pero las manos seguro que no. Así le cogí yo las manos a María la Chíchara en su lecho de muerte, Antonia. Ay, por Dios, qué cosas me vienen de pronto a esta cabeza medio desportillada que tengo.

¿Sabes una cosa, Antonia? Los vellos se me ponen de punta cuando le cojo las manos a doña Regla Romero. Me pasa desde que le hice las uñas en la enfermería de la prisión, pero cada vez más, así que hoy, cuando le dejé bien despachada la Haute Manicure, también le dije ha subido, como todo en esta vida, ya son treinta euros. Puso el grito en el cielo, te lo puedes figurar. Pero me los pagó religiosamente, que si no me los llega a pagar le armo un escándalo que nos sacan a las dos en primera plana en La Algaida Información, a sandaliazo limpio.

Estoy la mar de a gusto. No es corriente esto que a mí me está pasando hoy, por mucho que me haya tomado un lexatín, pero ya pueden venir hoy los de La Algaida Información a hacerme por adelantado la necrológica, que ni me inmuto. Esta paz interior que a mí me ha entrado de pronto no es normal. Pelayo dice que aún nos queda por armar muchísima bulla, me llamó en cuanto supo la noticia, yo iba en el autobús, camino de la casa de doña Luchy. Estos palitos de naranja son buenísimos, seguro que las niñas de Pancho D’Acosta cortan los pellejitos de las uñas con tenazas y destornilladores, capaces son. No te preocupes, cariño, no te voy a lastimar. A lo mejor se me ha contagiado el éxtasis ese en el que entra doña Luchy en cuanto yo me meto en faena, es que no falla. Ella tampoco lo sabía, ni siquiera me preguntó por lo mío, ella siempre me pregunta por lo mío y yo decido qué es lo mío cada vez que me lo pregunta: mis achaques con los nervios, lo carísimo que se ha puesto encalar la casa, las croquetas tan riquísimas que hace una de las niñas de Mamen Luengo, que ahora cocina para fuera y le va estupendamente y a mí me hace un avío grandísimo cada vez que no tengo cuerpo para meterme en la cocina, porque tú y yo, Antonia, con cuarto y mitad de croquetas nos apañamos de perlas para almorzar… A doña Luchy le da lo mismo una cosa que otra. Pero hoy ni siquiera me lo ha preguntado, hoy que lo mío sí que es una novedad. El Ayuntamiento ha dicho que nanay, Antonia. Que sanseacabó. Que la calle Cigala pasa a mejor vida. Que la calle Silencio se queda tal como está: Silencio para siempre. Ya lo sé, Antonia, ya lo sé, debería estar hecho un basilisco, sobre todo porque ayer mismo Pelayo me dijo que todo se iba a arreglar. Pues no se ha arreglado y no estoy hecho un basilisco. Y no puede ser por la pastilla de lexatín, porque un lexatín y nada es lo mismo. Estoy como si me hubieran exprimido, Antonia. Lo mismo me da que el niño de la Batea sea más atravesado que el que inventó el órsay, que ese plan tan fantástico que Pelayo me ha dicho ahora que tienen. Dice que ya me lo contará. Lo mismo me da, Antonia, con lo ilusionado que yo estaba otra vez anoche.

Te voy a poner solamente una capita de esmalte. Ahora te cepillo un poco las uñas, para que no te queden burbujas, que hacen feísimo, y luego te pongo una capita de esmalte, éste de color rosa pálido, que es el color más fino de todos. Hay que ver lo que te gustaban a ti las uñas vistosas, Antonia. El esmalte de uñas y la pintura de labios tenían que ser los más escandalosos, eso no se podía discutir contigo, y a mí a veces hasta me daba fatiga, era como si fueras por ahí con ganas de escupir y de arañar a alguien, una cosa muy rara, como si estuvieras plantándole cara al mundo entero con eso, como si estuvieses buscando pelea, ahora te lo puedo decir. Todo el coraje y toda la mala idea y toda la habilidad, y todo el salero, que yo he puesto a veces en esta lengua tan suelta que Dios me dio, tú te lo ponías en los labios y en las uñas, como esas pinturas envenenadas que se ponían las indias en las películas de vaqueros, por si los caobois las secuestraban y se atrevían a besarlas y se dejaban acariciar, los muy pánfilos, menuda colección de arañazos venenosos se llevaban los patizambos, porque casi todos los caobois de las películas de vaqueros eran patizambos, ¿tú nunca te fijaste? ¿Yon Guaine?: patizambo. Tú hablabas con las uñas, Antonia. Yo no quiero ni pensar en cómo pondrías de rojo pasión y de fresa fuerte al alfeñique de don Alfonso Sandoval, que hay que ver lo poquita cosa que era ese hombre, no quiero ni imaginarme cómo saldría de pintarrajeado el buen señor de tu casa, después de echar el rato contigo, y eso que a veces lo vi, como todo el mundo, ¿tú ves cuando alguien va por ahí con el cuello marcado?, pues era lo mismo, igualito que cuando le ves a un muchacho o a una muchacha un chupetón, una marca con toda la sangre saltada, así era, sólo que no era un mordisco fogoso, no era un mordisco de pasión y morbo, sólo era un churretón encarnado de pintura de labios o de esmalte de uñas en el cuello de la camisa. No quiero ni pensar en cómo iría ese hombre por dentro, cómo llevaría la muda el muy descansado, y qué explicación le daría a su santa esposa. Para eso lo hacías, Antonia, ya lo sé. Para que lo viera su santa esposa, y el pueblo entero.

¿Por qué me miras así? A veces daría las huellas dactilares por saber si de verdad te enteras de lo que te digo, Antonia. Anda, dime si sí o si no. Dime que sí, o que no, aunque sólo sea con la cabeza, mi vida. Pero no tiembles, corazón. Todavía tienes calentitas las manos. Son como jilguerillos chicos estas manos. Qué le harías tú al pasmarote de don Alfonso Sandoval con estas manos… Ahora parecen manos de juguete. Qué lindas. Pero nunca se me va a olvidar aquel guantazo, Antonia. Nunca. Parece mentira que, con estas manos, tú pudieras dar un guantazo como el que me diste. Todavía me pica. No te rías, bandida. ¿No te estás riendo? Ay, corazón, deben de ser las ganas que tengo de que te rías un poco. Es que me sacaste de mis casillas, mi reina, y ya sabes que yo siempre he sido muy suelto de boca. Vale, no voy a repetir lo que te dije, pero menudo guantazo me arreaste. Y todo porque yo te eché en cara el malísimo gusto de aquellas uñas que parecían cigüeñas con la regla, de lo largas y coloradas que las llevabas, y tú me dijiste que escarabajas con la regla eran las almorranas que tenía yo en el ojete del husillo, emberrenchinadas de que me las restregaran tanto, así mismo me lo dijiste, qué boca más sucia gastabas de vez en cuando, tesoro mío, y entonces yo te dije que más valía eso que meterse por la delantera la culebrilla de aquella momia, ay, mi vida, perdona, no te lo quería repetir, pero te lo dije, qué más da, te dije que había que tener mucho estómago y ser muy arrastrada para aguantar aquel trago, bueno, arrastrada no te dije, te dije lo otro, te dije puta, que había que ser muy puta, y menudo guantazo me llevé. Ya ves, corazón, un mal momento lo tiene cualquiera. Cosas que se le dicen en un arranque enrabietado a la persona a la que uno más quiere en el mundo. O a quien las está pasando tan moradas como las estás pasando tú. Tal para cual, Antonia, tal para cual. Qué malo me pongo cuando lo pienso.

Hala, mejor no pensar en mortificaciones, mejor pensar en cosas bonitas. Te voy a dejar las uñas como corales de los Mares del Sur, que digo yo que en los Mares del Sur habrá corales, ¿no?, y preciosos, los más bonitos del mundo entero. A doña Luchy Osorno este esmalte le encanta. Y a la marquesa de Torreantigua también se lo pienso recomendar. Mañana he quedado en pasarme por su casa. A la hora del aperitivo. Antonia, hija, yo nunca sé cuál es la hora del aperitivo. A eso de las doce del mediodía me pasaré por allí, digo yo que eso es lo suyo si te dicen que te pases a la hora del aperitivo. Doña Luchy Osorno, la marquesa de Torreantigua y tú, con el mismo esmalte de uñas. Esto es lo que hay. La señorita Paquita, no. La señorita Paquita es una santa, pero tiene menos categoría. Eso sí, a la que me encantaría hacerle las uñas, aunque fuera sólo una vez antes de morirme, es a la viuda de don Alfonso Sandoval. Un capricho medio retorcido que he tenido yo toda la vida. Ya sabes que lleva no sé cuantísimo tiempo viviendo en esa casa que tuvieron siempre cerca de El Montijo, a mí me parece que esa criatura no ha salido de ahí desde que enterró al picaflor del marido y le dijeron que la tumba de al lado la había elegido él para ti, que ya hace falta tener las entrañas de acero inoxidable. Vale, corazón: lagarto, lagarto. Tranquila. Lo que te quiero decir es que no me gustaría morirme sin darme el gusto de hacerle a ella las manos. Qué más quisiera ella que disponer de un profesional eminente como un servidor. A lo mejor alguna de las criadas ha aprendido a hacerle la Haute Manicure; bueno, de Haute Manicure, nada, manicure a secas, y con minúsculas. Yo creo que seria como cuando me encontré en los meaderos de la estación de trenes de Jerez al marido de Angelita Garay haciéndole una devotísima genuflexión a un maletero de los que había antes, que ya no los hay. Te entra por dentro una especie de satisfacción medio embobinada que no te la sé explicar muy bien. No nos dijimos ni mu, naturalmente, no era cosa de liarse a hablar de la procesión del Corpus, por poner un tema relajado de conversación, yo como si no hubiera visto lo que había visto, y él como si no hubiera estado haciendo lo que había estado haciendo, y el maletero, a todo esto, tan campante, con toda la pringá al aire y dispuesto a rellenar el libro de reclamaciones por suspensión injustificada del servicio. Claro que Pepito Condesa luego se iría a su casa como un respetable señor, a disfrutar de su respetable hogar con su respetable señora, a hacerle cucamonas a su respetable suegra y a acostarse tempranito para madrugar como madruga la gente respetable que tiene un respetable trabajo, y yo me fui más solo que la una a mi pisito de Trasbolsa, porque yo entonces vivía al final de Trasbolsa, en aquellos bloques de mala muerte que hicieron donde la santa Verónica perdió el lienzo, lindando ya con los navazos de Cabobajo, y me costaría coger el sueño como siempre me ha costado coger el sueño, y me estaría hasta las tantas acordándome de Agustín como un babieca penco, como si Agustín hubiera podido servirme a mí para montar una casa como es de ley, qué fantasías. Qué suerte tienen estas criaturas, Antonia. Estas criaturas lo tienen todo más fácil que un culo en un penal. Ya verás como el niño de la Batea se casa con su pareja, como él dice, el día menos pensado, a menos que coja en la cabeza del nabo una meningitis, y que Dios me perdone. Tendré que confesarme, pero qué a gusto se queda uno después de convidarse a algo de lo que se tiene que confesar.

¿Cómo te quedabas tú, mi vida, cuando tu benefactor, como decía la bruja de la Florista, se iba a su respetable hogar, con su respetable señora, y te dejaba a ti encerrada en tu piso, más sola que el barco del arroz? Pues como me quedaba yo, ni más ni menos. Menos mal que ahora me tienes a mí y yo te tengo a ti, no sé si tú te das cuenta, y a lo mejor no te acuerdas de nada, pero yo me acuerdo por ti. A lo mejor no se te revuelve nada en las tripas, pero a mí se me revuelve por ti. No te das cuenta, no piensas, no te enrabietas, no hablas, pero yo me doy cuenta, yo pienso, yo me enrabieto, yo hablo por ti. Y tan a gusto. Lo único que quiero es que sonrías un poquito, mi vida, a mí se me da fatal sonreír por ti.

Anda, ahora la otra mano. Pelayo me ha dicho que ya me lo contará. Esta mano te ha quedado de Verbena de la Infanta, eso es lo que dice la señorita Paquita, qué ángel tiene. Me has dejado las manos de Verbena de la Infanta, Cigala. La pobre a lo mejor se cree que la infanta doña Beatriz, que en gloria esté, sigue dando verbenas en su palacio de El Botánico. La Chelo dice que la cabeza le va y le viene. Qué mala es la vejez, Antonia, qué lástima. Menos mal que no me escuchas. Oírme, a lo mejor me oyes, qué sé yo. ¿Qué hora es? Cerca de las nueve. ¿Y por qué está puesto en la televisión ese partido de fútbol? A ver qué echan en Canal Sur. Qué más da. Telealgaida, ni loca. Ya me imagino lo que estarán diciendo. Se ha suspendido la ceremonia prevista para darle a una calle el nombre de Cigala, el manicura que es en La Algaida toda una institución, pero cuya ocurrencia de querer ponerle su nombre a la calle Silencio lo ha echado todo a perder. Seguro que están diciendo algo así. Y a lo mejor hasta sale Purita Mansero enseñando una dentadura de satisfacción que no le cabe en la jeta. Quita, quita. Yo, por mí, quitaba la televisión y ponía Radiolé.

Casi a las tres me ha llamado Pelayo, y acababan de terminar. Ha estado disputadísimo, Cigala, pero al final no ha podido ser, eso me dijo. Tu amiguito, ese muchacho que es hijo de no sé quién, que nunca me acuerdo, al final te la ha jugado, ya te contaré, pero tú no te desanimes, se nos ha ocurrido una cosa fenomenal, ya hablaremos más despacio. Dice que me llama mañana, sin falta. Seguro que me llama. A mí me da igual, yo pienso tomarme dos pastillitas de lexatín, o tres. Si hace falta, me tomo tres. A mí lo que me hace falta es dormir como un niño chico.

Me apuesto el Ocaso, y que me entierren en una cuneta, a que Ana Belén Gallardo lo sabe todo, fíjate lo que te digo. Qué malilla luz hay en este cuarto de estar. Menos mal que ya estoy terminando, cariño. Ana Belén Gallardo no me ha sacado la conversación, pero lo sabe, vaya que si lo sabe. Ha estado simpatiquísima. Me ha enseñado el vestido que se ha hecho para los sagrarios del Jueves Santo, un vestido un poco más brillantoso de lo conveniente, me parece a mí, pero me cuidé muy mucho de criticárselo. Precioso, le dije. Y encima lo habrás pagado con dinero negro, hija de Satanás. Eso no se lo dije, pero se me quedó pegado como una pastilla de café con leche en un empaste. Hay que tener cuajo para ir de sagrarios el Jueves Santo con todo lo puesto, de la cabeza a los pies, pagado con dinero negro. Pelayo dice que de eso es de lo que tendría la gente que confesarse, no de que se le vaya a uno la vista a alguna que otra portañuela, por muy de cura que la portañuela sea. También me ha enseñado los zapatos y la teja y la mantilla, y no me ha enseñado las bragas porque las tendrá en remojo para que no le irriten la mortadela, que ya se sabe lo que irrita los bajos tanta caminata, de sagrario en sagrario. Hablándome de sagrarios se ha pasado toda la Haute Manicure. No sabes lo que me acuerdo de aquella vez, a mí me hablan de los sagrarios y es que no falla. Tú no te acordarás, pero yo me acuerdo por ti. Qué escándalo. A mí me avisó la Pespunte, me acuerdo como si fuera hoy. Vete a la puerta de Santo Domingo que allí están dando el cante grande, de negro riguroso y con todo su golpe de mantilla y de rosario de plata, Los Caprichos de Marcojerez, eso me dijo la Pespunte. Ese apodo os habían puesto, Los Caprichos de Marcojerez, a saber a quién se le ocurriría, a alguien con mucha tirabordá en las intenciones. Bien puesto el mote sí que estaba, las cosas como son. Ahora seríais Los Caprichos del Consejo Regulador, porque lo que ahora es el Consejo Regulador, antes era Marcojerez, más o menos. Y es que tú eras el capricho de don Alfonso Sandoval; la Garrincha, el de don Curro Ohara, de los Ohara de El Puerto de Santa María, bueno, los Ojara, como dice Lord Pamplin, y Carmela la Bomba, que a saber cuál sería su verdadero nombre, el capricho de Leopardo de Noche, así le han llamado siempre a ese balarrasa de los Royal de Jerez. Mira si me acuerdo. Todo Marcojerez en un cogollito. O en tres cogollitos, para decirlo por la cabal. Tu cogollito, el cogollito de la Garrincha, y el pedazo de cogollo que tenía que tener Carmela la Bomba. Qué mujerona era Carmela la Bomba, por algo la quitó Leopardo de Noche del puterío de Rompechapines y la sacó a particular. Tú eras menos aparatosa, pero más fina y más bonita que ella, eso nadie me lo puede discutir. La menos llamativa era la Garrincha, una muchacha que resultaba menudita al lado de ustedes dos, que había que ver la envergadura que teníais ustedes dos, la Garrincha parecía más una bailarina de ballet, una filigrana de muchacha, eso sí, seguro que le pusieron la Garrincha por lo morenita que era, sin ser negrita, que negrita no era, ni siquiera mulata, era de color barquillo, una preciosidad. Y allí estabais las tres, haciendo los sagrarios el Jueves Santo, de negro rigurosísimo, con el escote en su sitio, con la espalda descubierta sólo hasta la mitad y la mantilla por encima, pero ceñidas como trapecistas, un escandalazo, un espectáculo de orejas, rabo y vuelta al ruedo, como me dijo luego el Pachorra, que entonces era un niñato pero que siempre ha sido igual de exaltado con las mujeres. No se habló de otra cosa en toda la Semana Santa.

Menos en tu casa, Antonia. Quiero decir, en nuestra casa. En casa de Rafael el Ostionero y de María la Chíchara nadie mentó aquello ni por equivocación. Así tienes tú las manos que tienes, hija de puta. Lo de hija de puta es cariñoso, Antonia, no te rebotes. Ay, hija, no sé para qué te digo que no te rebotes si se ve que no sientes ni padeces. Bueno, no sé de qué me extraño. A lo mejor no te lo tendría que decir, pero te lo digo. Si vamos a echar cuenta, ¿es que tú has sentido algo o padecido algo alguna vez, Antonia? No digo en tus arreglos o en tus desarreglos con don Alfonso Sandoval, que en eso ya sé que has sentido y padecido lo tuyo. Digo en tu casa, en mi casa, en la casa del Ostionero y la Chíchara. O nunca estabas, porque mira que has sido tú callejera de nacimiento, o te quitabas de en medio en cuanto veías venir algún gorigori, o te hacías la dormida como si te hubieran echado un somnífero en el arroz con leche. Qué puntería tenías para no estar, para hacer mutis, o para quedarte estroncá, mi reina. ¿De verdad, Antonia, que nunca me oíste llorar en la carbonera? ¿Nunca te fijaste en la cara de asco que se le ponía a tu padre cuando me veía salir de casa, maqueado con bastante fantasía, eso es verdad? ¿Nunca te paraste a pensar por qué Rafael el Ostionero estuvo tan amargado hasta la fecha de su muerte? A ti te echó el ojo, cuando tenías quince años, el abrelatas de don Alfonso Sandoval, que había que ver la pinta de abrelatas que tenía el gachó, y si os he visto no me acuerdo, familia. Hiciste bien, supongo. A mí me hiciste mucha falta, pero hiciste bien. Luego, ya no, luego yo iba a verte al pisito que el mayor bodeguero de La Algaida le había puesto a su capricho, para no ser menos que los señoritos del resto de Marcojerez, y nos estábamos horas y horas de palique, ¿te acuerdas?, y despellejábamos tan ricamente a todo el padrón municipal y, cuando hubo guía telefónica, a toda la guía telefónica, y nos reíamos un montón, porque tú y yo nos hemos reído juntos un montón, yo creo que no es corriente que dos hermanos se rían juntos así, pregúntaselo a tu hermano Ramón, ¿cuándo te has reído tú, aunque sea un ratito, con tu hermano Ramón y con la mal escurrida de la Raboso? Eso sí, nunca me pagaste la Haute Manicure, hija de la gran puta. Ni una perra chica. Y mira que yo me he esmerado contigo más que con nadie, que ya es decir, así tienes las manos, que parecen las de la duquesa de Benamejí. Tú mandabas que todo te lo pusieran en tu cuenta, que ya iría después un mandadero de Bodegas Sandoval a pagar lo que se debiese. Ya podías haberme abierto también una cuenta a mí, chochete, ya podías haberme dicho que te pusiera en la cuenta todas las Haute Manicure que te hice, y que las pagase también el mandadero de Bodegas Sandoval. Ganas me dan ahora de dejarte las uñas tal como están, fíjate. Ganas me dan de destriparte las uñas. Una corajina que me ha entrado a mí de pronto, ea. Aunque, bien pensado, esta Haute Manicure me la vas a pagar, mira qué bien. Me la vas a pagar con tu dinerito, ahí está todavía, en el sobre de Bodegas Sandoval, lo trajeron ayer y ahí está, encima de la consola, qué cabeza la mía. Este mes no te lo voy a ingresar en la cartilla, ya ves tú. Te pongas como te pongas, no te lo pienso ingresar. Ya es hora de que apechugues en el mantenimiento de esta casa, corazón. La Haute Manicure no se hace con el pitorro del botijo, bonita. Ahora ya sólo queda que te dé un poquito de esprai, y te van a quedar las uñas como nuevas. De concurso te están quedando. Así tienes las manos. Tú las manos no las has usado en tu vida más que para hacerle algún consentimiento a don Alfonso Sandoval, que ya es bastante, qué grima, por Dios, y perdona que te lo diga, espero que al menos te pusieras guantes, guantes de los de fregar, y va que chuta. Espero que no me entiendas, corazón, pero, si me entiendes, me da lo mismo. Con guantes de cabritilla te presentaste en el entierro de Rafael el Ostionero, a saber por qué. ¿De qué no te querías contagiar, Antonia? No te quitaste los guantes ni para coger de la mano a mamá. A mí me dio lo mismo, de verdad que me dio lo mismo, yo no me sofoqué cuando me cogiste las manos a mí sin quitarte los guantes, pero que se lo hicieras a mamá me pareció feísimo, nunca te lo he dicho. Te lo digo ahora. Era como si le cogiese las manos una de aquellas señoritingas que le pagaban diez pesetas por hora a cambio de hacerle todo el cuerpo de casa. La marquesa de Torreantigua por lo menos le contagió el vicio del optalidón. Mañana he quedado con ella, a ver qué dice cuando le diga que la Haute Manicure ha subido a treinta euros, a lo mejor tiene el cuajo de acordarse de las diez pesetas que le pagaba a María la Chíchara y echar de menos tiempos mejores, eso es muy suyo, echar de menos todo el rato tiempos mejores, cuando tenía a su entera disposición a tres mujeres y un chófer por cuatro perras, ésos eran para ella los buenos tiempos. En fin, por lo menos tuvo el detalle de mandarle una corona a mamá. La única. Bueno, ella y tú, pero no es lo mismo. Ella no era su hija. Tú, sí. Y mandaste una corona, qué sangregorda, Antonia, qué sangregorda. Sólo te faltó mandar también un telegrama. Nunca te lo eché en cara, ¿verdad? Alguna vez tenía que ser, corazón. ¿Dónde estabas cuando murió mamá? ¿Tú sabes lo que yo tuve que hacer? Llamar a Bodegas Sandoval, no sé ni con quién hablé, el caso es que aquel señor, porque era un señor, me dijo, la mar de cariñoso, no te preocupes, Cigala, a ver cómo me las arreglo pero haré todo lo posible por avisarle, y te avisó. ¿Tú dónde estabas? Ya ves, ahora que sé que no me lo vas a decir, porque no me lo puedes decir, te lo pregunto. La corona era de la floristería de la Florista, un apaño, ni siquiera te preocupaste de que fuese de una floristería de postín. ¿Qué más te daba, mujer, si iba a pagarla Bodegas Sandoval? Tu hija que te quiere, eso puso la Florista, porque ella me dijo que lo puso por su cuenta, que a ella la llamaron de Bodegas Sandoval para encargarle la corona, normal de precio, le dijeron, y no le dieron ninguna explicación. Ahora que caigo, a lo mejor tú ni te enteraste, a lo mejor la tuvo que mandar por su cuenta aquel señor tan amable, a lo mejor ni te localizaron. Ay, por Dios, qué malilla luz hay en este cuarto de estar. ¿Tú cómo supiste de la muerte de mamá? Atendiendo a Alfonso, cariño, eso me dijiste que habías estado haciendo, en un balneario francés, cerquita de España, no creas, un sitio elegantísimo, Cigala, no te lo puedes ni imaginar, te encantaría veranear allí. Mamá se fue la mar de tranquila y se acordó mucho de ti, eso te dije, aunque no fuera verdad, porque así no fue, ahora te lo puedo decir. Lo pasó muy malamente la pobre, se le iba la respiración, se le atascaba todo por dentro a la pobre, y se le embotaba la cabeza, y al final no se acordaba de nadie, ni siquiera se acordaba de mí, y eso que yo estuve con ella hasta el último suspiro y se me murió mientras yo le cogía las manos. Así, como te las estoy cogiendo a ti, como cogía las crías de gorrión que se caían del nido, ¿te acuerdas, Antonia?

Mejor dejarlo. Pelillos a la mar.

Las uñas ya están, corazón. Ahora cenamos algo, cualquier cosa ligerita, y verás qué pronto te entra el sueño, ya lo verás. A mí también, porque pienso tomarme dos pastillas de lexatín. Y si hacen falta tres, pues me tomo tres. Bueno, tres no, que me acobardo mucho. Pelayo dijo que me iba a llamar para contármelo todo, para darme todos los detalles, me llamará mañana, se habrá liado con algo. Conque en un balneario francés, ¿eh? Ay, mira, qué más da. Bueno, qué más da, no, que ahora me toca apechugar a mí. Bien que le cogiste el gusto a los balnearios franceses y a todo el lujerío que se te puso por delante, hija de la grandísima puta, hasta que me llamaron del banco y me dijeron que tenían que embargarme la casa por culpa de tus deudas, que en mala hora se me ocurrió avalarte aquel préstamo de nada que pediste para unos gastos inesperados, cosa de una semana, o de dos, como mucho, eso le dijiste al banco, y a mí me dijiste que era un descuido tonto en la libreta, pero que Bodegas Sandoval te lo arreglaba en un periquete, y que te avalase, por lo que más quieras, Cigala, no hay problema ninguno, eso me dijiste, y te avalé. Los del banco seguro que pensaban que el pocapicha de don Alfonso Sandoval te había dejado multimillonaria, ojalá le cueste disfrutar el descanso eterno lo que a mí me costó pagar tus trampas. Así que ahora vas a empezar a contribuir a los gastos, te enteres o no te enteres. Esto es lo que hay. Y habrá que empezar a ahorrar, que tengo ya la espalda y los ojos que no me dan más de sí. Y si hay que ahorrar en dodotis, se ahorra en dodotis, que hay que ver lo que me gastas tú en secarte el pipí, cariño, pero por estar en remojo un poco más de la cuenta tampoco te va a pasar nada. ¿Quieres ir al váter? Mira, para la hora que es no nos vamos a coger ni tú ni yo un berrenchín, tú déjate ir y ya te cambiaré cuando vaya a acostarte. ¿Todavía sigue el fútbol? Hay que ver lo preciosas que te he dejado las uñas. No te las mereces. Qué manos tienes, hija de la requetegrandísima puta. Me voy a la cocina, algo habrá que cenar.