3, lunes

No.

Seré cerril, egoísta, burra, cabezota, todo lo que el niño de la Batea quiera. Pero no.

Cuando llamaron a la puerta yo me dije: la manda, es el día. Un poco temprano era, la verdad. Como que no era el muchacho de Bodegas Sandoval con la manda para Antonia, era el niño de la Batea. Resplandeciente, como si se hubiera duchado con sidol. Esta batalla la vamos a ganar, hay que ver con qué entusiasmo lo dijo. Yo le puse cara de aburrimiento, ¿qué cara le iba a poner? Si antier estaba él más derrotado que el que lloró como una gachí cuando perdió Graná, ¿cómo iba yo a creerme otra vez que esta batalla la vamos a ganar? Que sí, Cigala, que sí, anímate, dentro de tres días, porque ya sólo quedan tres días, cuatro si contamos hoy, vas a tener en tu pueblo una calle con tu nombre, eso me dijo él. Y me cogió por los hombros, y se contoneaba como un boy de esos que salen de vez en cuando por televisión, a las tantas, uno de ésos como Míster Yumbo, el niño del Pachorra, que ha sacado el muchacho el almocafre del padre, si lo sabré yo. ¿Una calle con mi nombre?, le pregunté, mosqueadísimo, al niño de la Batea. ¿Qué calle? ¿La calle Silencio? Todo eso le pregunté de corrido, y él puso entonces esa cara de botarate embalado que pone la gente cuando se da cuenta de que le has descubierto la trampa. Bueno, Cigala, dijo él, sin dejar de estirar la quijada y de enseñar la dentadura, y sin parar de contonearse, sin soltarme, a lo mejor no es esa calle, pero qué más da, ¿no?, hay que tener regate, saber regatear es fundamental en esta vida, Cigala, así que si no hay manera de que sea la calle Silencio, pues no será la calle Silencio, pero una calle con tu nombre no te la quita nadie, Cigala, por la gloria de mi padre que una calle, la que sea, la vas a tener. Eso dijo, contentísimo. Yo entonces le agarré por las muñecas, le hice que me quitara las manos de los hombros, y le dije: no.

La que sea, no.

O la calle Silencio, o ninguna. Así se lo dije. Y a él se le acabó todo el contento y toda la bulla y todo el sanvito de golpe, y se echó a lo dramático, a lo quejoso. Pero no digas eso, Cigala, no te pongas cerril, no seas cabezota, no seas burra, y en ese momento yo le dije oye, guapito de cara, si quieres llamarme burro, llámame burro, no burra, ¿entendido?, y él, la mar de serio, dijo que sí, que entendido, pero que no fuese egoísta y pensase también en los demás. ¿En los demás? ¿Y se puede saber quiénes son los demás? Resulta que los demás son él, la vietnamita, la niña de Piedad Aranda, Gonzalo, porque me parece que se llama Gonzalo, que nunca estoy seguro, por Dios, y también Adrián, la eminencia del internet, y hasta la Fallon y la Florista, y la Pespunte, que en paz descanse, y todo el batallón del zurcido, como llamaba la Pespunte a todos los de vuelta y vuelta, que también es una manera de decirlo. Por lo menos eso fue lo que yo entendí. Pues no, dijo él, los demás somos todos, somos muchísimos más, los de vuelta y vuelta de La Algaida y los de España entera, los que somos y, sobre todo, si me apuras, los que han sido, los que ya no están aquí, Cigala, los que ya no pueden disfrutar, las criaturitas, de que tu nombre se lo pongan a una calle, porque, en el fondo, mira lo que te digo, Cigala, en el fondo, a la calle no le ponemos tu nombre, en el fondo a la calle le ponemos el nombre de todos y de todas, tú sólo eres el cabeza de lista. Eso dijo: el cabeza de lista. O sea que yo soy respetadísimo y queridísimo en La Algaida, yo soy toda una institución, pero no me dan la calle por eso, me la dan porque a ninguno de los demás se la iban a dar. Así mismo se lo dije. Te la damos porque tú eres un símbolo, Cigala, eso me dijo él. ¿Un símbolo de qué? ¿Se puede saber de qué soy yo un símbolo, que no me he enterado? Un símbolo de que por fin se nos ve a todos y a todas, de que por fin se nos tiene que respetar, de que por fin se nos reconoce, de que por fin se nos escucha. Eso dijo él y, claro, yo la cogí el vuelo: exactamente, le dije, por fin se nos escucha, así que cualquier calle, no. O la calle Silencio, o no hay calle.

Que no, vamos, que no.

Entonces él se puso zalamero y angustiado, mitad y mitad. No me hagas esto, Cigala, por favor, no me hagas esto. Mira que una oportunidad así ya no se nos va a presentar otra vez, mira que yo me lo he tomado como una cosa mía, una cosa personal, eso lo sabes la mar de bien, le he echado a esto más tiempo y más trabajo y más interés que a todo lo mío junto, mucho más, como de aquí a Lima, así que piensa también un poquito en mí, si es que yo te importo algo, Cigala, piensa un poquito en mí y vamos a escoger entre los dos otra calle, o me dejas que la elija yo y así te llevas una sorpresa, llevarse una sorpresa también es bonito, tenemos hasta mañana a las diez, a esa hora es el pleno municipal y tengo poquísimo tiempo para encarrilarlo todo, pero lo puedo encarrilar, sólo es querer, Cigala, sólo tienes que poner un poquito de tu parte, sólo tienes que decir que sí. Pues no, le dije yo. Lo siento, cariño, pero no. ¿Cómo voy a quedar yo si doy mi brazo a torcer? ¿Él qué quiere, que Purita Mansero, a partir de ahora, me hable siempre con el morro fruncido con toda la satisfacción encajada en el pasapuré? ¿Quiere que los esquíns se carguen de razón para seguir metiéndome miedo? ¿Quiere él que Desi Gutiérrez me vuelva a llamar para que le arregle las uñas y me diga, como si la oyese, menos mal que puedo recibirte con la conciencia tranquila? ¿Quiere que don Francisco Llorente le haga una poesía al Cristo del Silencio, aunque sea lo último que haga antes de entrar para siempre en la perpetuidad, una poesía en la que yo salga en el papel de la serpiente a la que la Virgen Santísima le aplasta la cabeza de un pisotón? ¿Quiere que me conforme con quedarme a medias, como he tenido que conformarme tantísimas veces durante toda la vida de Dios? No. Que quiera él lo que quiera, pero no.

No.

Lo que le ha revuelto la cabeza ha sido el internet. La Sari, por lo visto, tuvo la ocurrencia de poner un aviso la mar de llamativo en mi página güeb. En peligro la calle de Cigala, eso pone, por lo visto, el anuncio. Yo no lo he visto, y no sé si lo quiero ver. Pero ha sido un éxito fulminante, eso me ha dicho el niño de la Batea, me lo dijo mientras cavilaba cómo engatusarme de otro modo, como si yo no tuviera ya bien calado al muchacho. Fulminante ha sido, un exitazo de muchísimos quilates, me dijo él. Se ha llenado la página güeb de mensajes a mi favor, de mensajes en contra de esa caterva de fachas que me quieren quitar la calle, montones de mensajes de solidaridad y de apoyo y de ánimo y de todo. Eso me ha dicho. La Sari, la vietnamita, se llama Sari de Sagrario, no de Sara, que sería lo suyo. Suya fue la idea, así que el niño de la Batea la llamó por el móvil y le dijo, con mucho pamplineo, Sari, anda, explícaselo a Cigala, a ver si a ti te hace más caso, a mí no quiere escucharme, a mí ya no me quiere, fíjate. Yo no quería ponerme, pero me puse. Estuvo la chiquilla la mar de cariñosa, la verdad. Ay, Cigala, qué jartito de todo tienes que estar, no sabes cómo te entiendo, pero tú tienes lo que hay que tener para aguantar esto y mucho más, si lo sabré yo, no hay que rendirse, Cigala, ¿te vas a rendir ahora?, a mí me parece que lo que te pasa es eso, ¿verdad?, lo que te pasa es que estás de la calle hasta el campanario y te has venido un poquito abajo y prefieres que todo se termine de una vez y por eso te parece mejor ponerte duro y decir o todo o nada, para que sea nada, y así te quedas tranquilo de una vez, ¿verdad que es eso?, pero tú eso no te lo mereces, Cigala, tú tienes que plantarle cara a lo que sea, y si Manolito Valiente no para en su radio de ir en tu contra, que es que no para, ¿a qué nos vamos a engañar?, y si Telealgaida se ha puesto a dar una de cal y otra de arena, que saca gente a favor y gente en contra, aunque más en contra, eso está claro, y si La Algaida Información se ha inventado una encuesta que dice que a la mayoría de los algaideños le parece mal que le cambien el nombre a la calle Silencio, lo que hay que hacer es darle la vuelta a la tortilla, a ver si me entiendes, lo que hay que hacer es decir, hecho un señor, me da igual lo que piense la gente, que conste que me da igual, pero me lo he pensado y quiero que, a partir de ahora, la calle Silencio sea de verdad la calle del Cristo del Silencio, porque antes no era así, está documentadísimo que no era así, por mucho que algunos se empeñen en lo contrario, que se empeñan por hacerme la puñeta con un berbiquí, pero no era así, no lo era, lo va a ser a partir de ahora y porque yo quiero, porque yo lo exijo, porque ésa va a ser la única condición que yo voy a poner para que le pongan mi nombre a otra calle, a la que sea, no importa, la única condición es que la calle Silencio se llame de verdad, a partir de ahora, y con todas sus letras, y con una placa nueva, calle del Cristo del Silencio, y espero que don Francisco Llorente lo escriba también donde tenga que escribirlo, para que quede constancia. Eso es lo que tienes que hacer, Cigala, eso es lo que tienes que decir para darle la vuelta a la controversia y ponerla a tu favor. Eso me dijo la Sari. Y me lo dijo tan bien que casi me convence. Pero me di cuenta de pronto de que sólo estaba enredándome y le dije: no. Ni una palabra más le dije. Sólo eso.

No.

Seré cerril, egoísta, burra, cabezota, pero no.

Está bien, Cigala, está bien, dijo el niño de la Batea, no merece la pena insistir, y mira que lo siento. Qué cara de lombarda rancia puso, como si todo se le hubiera resecado de golpe. Lo siente muchísimo, eso ya lo sé, pero lo siente más por él que por mí, me he dado cuenta estupendamente. A lo mejor ya no vuelve a dirigirme la palabra. Una lástima. Con su pan se lo coma. A lo mejor ya no quiere ni verme. Se ha ido, y a lo mejor ya no vuelve nunca más a entrar por esa puerta. Así es la vida. Si no puede ser, no puede ser. Y si hay que ventilar, se ventila. Ahora, cuando llegue la Fallon, le voy a decir que enchufe el ordenador y se meta en mi página güeb. Que lo haga lo primero, antes de levantar a Antonia, antes de arreglarla, antes de ponerse el desayuno, antes de ponerme al día de lo suyo con Rachid, que últimamente es que no habla de otra cosa. Antes de nada, que entre en mi güeb, o que lo intente. A lo mejor ya ni existe. A lo mejor lo primero que ha hecho el niño de la Batea, después de irse de aquí, ha sido llamar a Adrián, la eminencia en el internet, que es un mandado, porque se ve que la criatura en el fondo es un mandado, y decirle ¡fuera página güeb! Mejor así. La Sari tiene razón, yo ahora lo único que quiero es que esto se acabe de una vez. Que me deje en paz Manolito Valiente, que me deje en paz Telealgaida, que me deje en paz La Algaida Información. Que se coman la calle con papas fritas, y que les aproveche. Ya me las apañaré yo con las clientas que me vayan quedando, si es que me va quedando alguna. Y con mis ahorritos. O con el vitalicio.

De momento, menos mal, se ve que estamos a primeros de mes. Anoche llamaron las Chititi. Ellas no me fallan. A las cuatro de la tarde hemos quedado. No tendrán un duro, porque no lo tienen, pero en esto se nota que siguen siendo unas señoras. Cobrarán lo que cobren, que debe de ser poquísimo, porque me han dicho que esa bodega de las Chititi ya da poquísimo, pero lo primero que hacen es arreglarse las uñas. Y, si a partir del quince de cada mes, tienen que almorzar todos los días arroz con nada, pues arroz con nada, que sale barato. Pero las uñas no se las descuidan, las señoras de verdad son así. Y si lo mío es el síndrome de Estocolmo, pues que sea el síndrome de Estocolmo. Y con no coger nunca más por la calle Silencio, ni siquiera el Miércoles Santo, asunto concluido, que no hay nada más saludable que no echarse a la cara lo que te pone malo.

Qué tarde es. La Fallon tiene que estar al llegar. Y a las doce y media viene Lali Rendón, para las pruebas. Dinero tirado, Antonia, pero bueno, un chaquetoncito de entretiempo nunca me viene mal.

A ver si antes de las cuatro llega el muchacho de Bodegas Sandoval con la manda, corazón.

Un electrodo es un electrodo, Cigala. No hay más que hablar. Un chisme, eso es un electrodo. Diez minutos llevo ya esperando al taxi.

Yo prefiero esperar aquí, en la casapuerta. Un chisme microscópico, eso dice la Chititi mayor que es un electrodo. Según la Chititi mediana, un electrodo es más o menos como un pelo. Y eso es lo que te meten, Cigala; en el cerebro, mujer, dijo la Chititi pequeña, la mar de acharada. Quédate, anda, así prolongamos un poquito la tertulia; se ve que las pobres andan muy necesitadas de tertulia. En la radio escucharon ellas lo de los electrodos. Ahora van a implantar electrodos contra la depresión. Qué inventos, por Dios. Yo creo que vamos a operarnos las tres contra la depresión, Cigala, eso dicen las Chititi. Habrá que ver a las tres operándose contra la depresión al mismo tiempo. Y si Palomi no me hace nada, pues yo también me opero, ¿por qué no?, a mí que también me metan un electrodo donde haga falta.

¿Eso es un taxi? Qué pena de vista, por Dios. Parecía un taxi. Y mira que le dije a Pelayo que dijese que era urgente.

Claro que él no tiene prisa, a Pelayo no le espera en su casa una hermana con la cabeza perdida, a él no le espera nadie. Pues también es una tristeza, fíjate. A lo mejor a Pelayo le pasa como a las Chititi, a lo mejor cuando él ya no puede más y quiere explayarse y relajarse y echar una cana al aire, de boquita, quiero decir, me llama y, hala, allá voy yo, con la lengua a punto como un charlatán de feria, a entretenerle. No te preocupes, Cigala, te invito a taxi, eso me ha dicho. Qué rumboso, le he dicho yo. Y él, con esas salidas que tiene el joíoporculo, me ha dicho: es que esta noche no voy a poder dormir si no me la haces por fin, Cigala. Y yo se la hago, que no me venga después con reconcomillas.

Ahora no se puede decir que falten taxis en La Algaida. Estarán todos llevando de un lado para otro a los de la droga, que hay que ver cómo se han puesto todos ésos de comodones, todos en haigas o en taxis.

Parece mentira, pero cómo se nota que estamos a primeros de mes. No me cunde. A la señorita Paquita le he dicho que hasta pasado mañana no puedo, y eso que pasado mañana es día cinco. Anda, Cigala, deja ya de pensar en eso. Sanseacabó. Lo único que te falta es perder clientas por esa fantasmada de la calle. Mañana por la mañana, ¿a quién tienes, Cigala? A las once, la señora viuda de Mendoza, y a la una y media, Regla Romero, la asesina. A punto estuve de decirle que no, que le haga las uñas con un tenedor su asesinado esposo, pero, mira, ¿que hay que hacer de tripas corazón?, se hace. ¿Que hay que bordarle las uñas y darle palique a esa hija de puta?, adelante con los faroles. Y a las tres de la tarde, a la hora de la siesta, doña Luchy Osorno. Ella no me falla.

Las seis y cuarto pasadas, y el taxi lo mismo va todavía por los Alpes franceses, como los ciclistas. Estoy quedándome destemplado en esta casapuerta. Parece que no, que ya ha entrado el buen tiempo, pero te quedas como una abubilla al relente en cuanto te descuidas. A ver si vuelvo a tener mis dos o tres clientas al día, vengan de donde vengan, y le recuerdo a la Chelo lo del vitalicio. A la marquesa voy a tener que llamarla yo, seguro que está encantada de que vaya otra vez a hacerle las uñas. Y si la Chica Lapuente me llama, que me llamará, pelillos a la mar. Y si me llama Desi Gutiérrez, que me llamará, lo mismo. Angelita Garay seguro que quiere que vaya a atenderle el fin de semana, ella es de costumbres fijas. Y Ana Belén Gallardo tampoco se va a coger la sofoquina por ir, como una del montón, a que le hagan la manicura las niñas de Pancho D’Acosta, cuando se puede permitir el lujo de tener como las verdaderas señoritingas una Haute Manicure a domicilio, vaya que si se lo puede permitir, con ese dinero negro que le sale a ella hasta por las estrías.

No sé si llamar a Pelayo, yo creo que a ese sangregorda al final se le ha olvidado llamar al taxi.

Ahora me vendría la mar de bien ese chaquetoncito de entretiempo que me ha hecho en cuatro días Lali Rendón. Qué aguja tiene esa mujer. Y qué sola está. También se toma ella sus pastillas contra la depresión. Que le hagan sitio las Chititi en el quirófano y que las operen a todas a la vez, que les metan a todas al mismo tiempo un electrodo, o lo que sea. Bueno, lo que sea, no, por Dios.

Ese taxi ya no viene. Si me ha tomado el pelo, lo mato. La seis y media, ¿a qué hora voy a llegar yo a casa, por Dios? Lo mismo la Fallon se ha ido ya y me ha dejado sola a mi Antonia. Capaz es. Me habría llamado, ¿no? Entre una cosa y otra, antes de las ocho no me encajo yo en casa. Eso, contando con que Pelayo tenga el detalle de invitarme también al taxi de vuelta. Si es que ha llamado a un taxi, que eso está por ver. Pero como me llamo Cigala que hoy se la hago, que no sea tan lanzado, ahora que no me venga con que se vuelve atrás. Qué suelto de boca se le notaba a él cuando me dijo: esta noche no voy a poder dormirme, Cigala, si antes no me la haces. Eso me ha dicho. Y se la hago, vaya que si se la hago. La Haute Manicure.

Ahí está. Ya era hora. Éste sí que es el taxi.

Qué tardísimo es. Ya lo sé Fallon, mi vida, ya sé que es tardísimo, no estoy hoy para que me hagas las admoniciones. Que sí, mujer, que si hay que pagarte horas extras, se te pagan. Hala, ya está, ¿te has quedado tranquila? Pues a juir, tú te lo pierdes. Y no me pongas ahora esa cara de curiosidad porque no te pienso decir ni una palabra de propina. ¿No se te había hecho tardísimo? Hala. Condiós.

Antonia, mi vida, menos mal que esa chabacana por lo menos te ha dado de cenar. Yo he picado algo en casa de Pelayo. Como lo oyes, corazón, ¡en casa de Pelayo! Tiene un pisito monísimo, qué buen gusto tiene ese muchacho. Todo de diseño. A él le pega, claro. Aquí no pegaría nada, aquí lo suyo es un poquito de solera. Ay, déjame que me ponga cómodo. Como en casa, en ningún sitio. En casa de Pelayo también he estado a gusto, las cosas como son, pero me he sentido medio inquieto, fíjate. Siglos hacía que no me sentía yo medio inquieto. De aquella manera, tú ya me entiendes. Es que tiene unas manos la mar de sexis, y que Dios me perdone. Yo ya me había fijado, claro que me había fijado, manía profesional, yo le miro muchísimo a todo el mundo las manos, pero nunca se las había cogido como he tenido que cogérselas hoy, ha sido una prueba de fuego, Antonia. He llegado en mi taxi, porque él me ha convidado a taxi, y me ha abierto la puerta en pantalón corto, que ya son ganas de provocar, porque a Pelayo es que le gusta una cosa mala provocar, aunque no lo parezca, porque no lo parece, pero le gusta, y le ha faltado tiempo para decirme mira qué uñas, Cigala, hoy no te escapas sin hacerme la Haute Manicure. A mí, de entrada, me ha dado apuro cogerle al muchacho las manos, mira lo que te digo. Pero él me ha dicho haz el favor de mirármelas bien, hombre de Dios, que sé estupendamente que a esa distancia ves menos que un carajo vendao, así lo ha dicho, y yo entonces no he tenido más remedio que cogérselas, allí mismo, en el recibidor. Y me las he tenido que poner a dos dedos de la nariz, claro. Qué apuro. No sabes qué dedos más sexis tiene ese muchacho, Antonia. ¿Cómo no iba yo a sentirme inquieto?, ni que fuera de piedra. Seré camastrón, pero no de piedra. Ay, Antonia, por Dios, qué uñas. Anda, déjame que te vea esas uñas. Uy, cariño, qué calamidad. En casa del herrero, cuchillo de palo. Qué mala propaganda, mi vida. A ti sí que te voy a hacer ya mismo la Haute Manicure.

Bueno, ya mismo, no, que estoy reventado.

Pero tú no puedes estar así, faltaría más. Y más ahora, porque resulta que, al final, a lo mejor hay calle. Como lo oyes. A lo mejor hay calle y tú no puedes ir a la inauguración, o como se llame eso, con estas uñas. El niño de la Batea se ha quedado más solo que la una, lo que son las cosas. Ni siquiera la Sari está con él. Ni la chiquilla de Piedad Aranda. Eso me ha dicho Pelayo. Y, sobre todo, el que no está con él es Gonzalo, él ha dicho que de ninguna de las maneras lo van a tirar ahora todo por la borda, que de ninguna manera se va a salir con la suya esa caterva de mamarrachos, que de ninguna manera va a cantar victoria todo el beaterío del pueblo, que no vamos a darle el gusto ni a los esquíns ni a los Legionarios del Hijo, o como se llamen, ni al nieto de Loli la Chincheta, que a saber las firmas contra mí que habrá recogido el bolindre ese, y que de ninguna manera me van a dejar a mí tirado como una estera, eso ha dicho Gonzalo, y Pelayo también lo ha dicho, Pelayo me ha dicho cuenta conmigo, Cigala, pero antes me tienes que dejar estas uñas como el capullito del Niño Jesús, así mismo me lo ha dicho, Antonia, yo creo que Pelayo a veces se pasa un poco de yeyé. ¿Cómo no voy a sentirme ahora medio nervioso? Sobre todo, con lo de después.

Es que después casi me tiene que hacer el boca a boca, Antonia, en su salón comedor, que es también cocina, todo seguido, sin tabiques ni nada, una modernidad que a mí no acaba de convencerme, mira lo que te digo, la cocina así pierde muchísima intimidad, menos mal que todavía no se le ha ocurrido a nadie poner también el váter a la vista, en medio del recibidor, pero todo se andará, y, cuando a alguien se le ocurra, Pelayo será el primero que lo ponga, como si lo viera, él no va a desperdiciar la oportunidad de ser el cura más moderno del cristianismo, y el caso es que en su piso todas esas modernidades quedan la mar de bien, no tiene mesa camilla ni nada, como te puedes figurar, así que los dos nos pusimos muy juntitos, él completamente repantigado y despatarrado en una mecedora rarísima, de diseño, y yo allí en medio, hazte a la idea, yo entre las piernas de Pelayo, porque no había otra manera de hacerle las uñas de otra manera, qué muslos, Antonia, ni los de Renato Carioca, bueno, con menos musculatura que los de Renato Carioca, pero más esponjosos, no sé si me explico, y más claritos, y él los cerraba un poco de vez en cuando, como sin darse cuenta, y me apretaba por los michelines, y a mí me daban temblores, claro que me daban temblores, y él, con su carita de niño del coro, me preguntaba entonces ¿qué te pasa, Cigala?, a ver si vas a hacerme un desperdicio con esos alicates, y yo pensaba menudo desperdicio te haría yo a ti, gamberro, que eres un gamberro, y, para concentrarme en la Haute Manicure, me acercaba tanto los dedos de Pelayo a la cara que casi me salto un ojo con su anular, o con su índice, o con su corazón, yo ya no sabía por qué dedo andaba, Antonia. ¿Cómo no iba a sentirme medio nervioso?

Deja que me dé un respiro. Hay que respirar hondo tres veces seguidas.

Así, ahora estoy ya un poco más recompuesto. Qué gamberro es Pelayo, Antonia. Pero se ve que me aprecia una barbaridad. Claro que también el padre Lorenzo, cuando yo era un renacuajo, me decía que me apreciaba muchísimo. Y tanto que me apreciaba. Qué éxito tiene uno con el clero, por Dios. Pelayo va a ponerse en primera línea, figúrate. Cuentan con Adrián, ya sabes, ese muchacho que es una eminencia en el internet. Si el niño de la Batea se ha desmarcado, porque se ha desmarcado, no importa, eso me ha dicho Pelayo, mi página güeb está que echa chispas. Qué lástima que no te lo pueda enseñar, Antonia, yo es que no me atrevo a meterle mano a ese chisme. Por lo visto está ahora de bote en bote de mensajes a mi favor. Lo que no creo es que puedan hacer nada mañana, en lo del Ayuntamiento. Pelayo dice que a lo mejor algo se puede hacer. La Sari y la niña de Piedad Aranda están en el Ayuntamiento por los comunistas o como se llamen ahora, que ya no se llaman así, me parece, son ellas y otros dos, y están dispuestas a camelarse, por las buenas o por las malas, a quien haga falta, eso han dicho. Gonzalo está haciendo un escrito con lo que dice la gente a mi favor, con lo que está llegando por el internet, desde La Algaida y desde fuera de La Algaida, desde España entera, eso me ha dicho Pelayo. O a lo mejor no me lo ha dicho y me lo he figurado yo. Antonia, hija, yo estaba con un tembleque tan grande por culpa de las patorras de Pelayo que ya no sé ni lo que me dijo, pero todo esto no me lo puedo yo haber inventado. Yo creo que me ha dicho que hasta han llegado mensajes a mi favor de políticos importantísimos de Cádiz, de Sevilla, hasta de Madrid. Por lo visto, fue dar la Sari la voz de alarma, poner ella en mi página güeb que mi calle estaba en peligro, y desmelenarse todo. Lo que no sé es lo que estará pensando el niño de la Batea, Pelayo dice que ya no se atreve a dar marcha atrás. Él se lo pierde, ha dicho Pelayo. Y, mientras me lo decía, me apretaba los michelines con los muslos. Qué gamberro es. ¿Cuándo se ha visto a un curita de treinta años, que yo creo que no tiene ni treinta años, achuchando de esa manera tan gamberra a una criatura de la tercera edad como yo? Y, encima, me pagó la Haute Manicure. Y eso que las uñas se las he dejado regular, tú sabes que yo soy mi primer crítico, con tanta inquietud y tanto nerviosismo le he dejado las uñas medio descarriadas. Yo no quería cobrarle, por Dios, pero él se emperró y se emperró y mañana mismo voy a comprarte ese chal tan precioso que he visto y que te va a combinar de perlas con el vestido que te ha arreglado Lali Rendón.

Mañana sin falta te hago las uñas, Antonia. Tú no puedes ir por ahí con estas uñas, por Dios, y menos cuando descubran la placa con mi nombre en la calle Silencio. Se acabó la calle Silencio, mi amor, eso me ha dicho Pelayo. Bueno, él no me ha dicho mi amor. Él me ha dicho: se acabó la calle Silencio, Cigala. Poco cariñoso me resultó eso, ya ves.